Mucho tiempo estuve carteándome por el correo ordinario con Samuel, un hombre que frisaba los treinta y cinco años originario de Saltillo, Coah.

Y a pesar de la cercanía geográfica, ambos encontrábamos un gusto especial en alimentar nuestro morbo y excitación sexual mediante calientes cartas provistas de todas las verbalizaciones soeces propias de dos tipos seguros de nuestra preferencia sexual.

Sin embargo, el momento de conocernos llegó, anteriormente habíamos intercambiado fotos, vestidos, desnudos, en posiciones provocativas y habíamos hablado por teléfono, con llamadas sumamente erotizantes y morbosas.

Era un juego que disfrutábamos y que invariablemente terminaba con abundantes corridas y expulsión de semen a borbotones.

Yo le preguntaba cómo sería nuestro primer encuentro y él decía que empezaríamos por reconocernos e identificarnos por nuestras fotos.

Más pronto de lo imaginado, yo viajé a su ciudad, le llamé y al tomar el teléfono me dijo que no podía creer que finalmente me había animado.

Ocurrió lo que habíamos supuesto: nos encontramos, nos identificamos, nos fundimos en un fuerte y apretado abrazo y entonces, enfilamos hacia un bar cercano a la Central Camionera.

Ya en el sitio, nuestra conversación versó sobre trivialidades.

Ninguno tomamos la iniciativa respecto a la finalidad ulterior de nuestro encuentro, pero la tensión existía, los dos mostrábamos una inquietud y una angustia exacerbadas, las miradas, los movimientos de las manos, todo delataba que estábamos ansiosos por aquello que inevitablemente debía ocurrir.

Seguramente los dos imaginábamos nuestros cuerpos impregnados de transpiración ansiosa, nuestras vergas duras por la calentura que nos abrasaba, era increíble, sobre todo a mis casi cincuenta años estar sufriendo como un adolescente ante la perspectiva de un primer encuentro sexual íntimo y tan largamente añorado.

Mi verga hacía presión por escapar de la cárcel de mis boxer, mi pantalón acusaba una notable erección. Sin embargo, permanecíamos sentados, comentando detalles de poca o nula trascendencia.

Al cabo de casi dos horas, abandonamos el bar, algo achispados por el efecto de los jaiboles ingeridos y un tanto cuanto alegres….pero sin duda, ansiosos de estar «al fin solos».

Subimos a su coche y condujo con seguridad tomando el volante con su mano izquierda, mientras que con la derecha, acariciaba suavemente el gran bulto que se formaba en mi pantalón, yo ayudé un poco acercándome a su asiento.

Él, ni tardo ni perezoso y con una agilidad propia de un experto abrió el zipper y extrajo no sin problemas mi dura tranca.

Expresó su asombro por el grosor y por la longitud: 20 cm. de carne dura y cabezona.

Me dijo que deseaba intensamente comerla,… sus palabras se escuchaban entrecortadas. Los dos estábamos sumamente calientes y deseosos de investigarnos y encontrar lo que habíamos estado buscando tantos meses de intercambio epistolar.

Condujo hasta un motel y entró como Juan por su casa, yo no opuse resistencia. Pagó el importe de la habitación y siguió la marcha hasta el bungalow que se nos asignó. Entró el coche, bajó la cortina, abrió la puerta y apenas dentro, comenzó a besarme furiosamente.

Sus besos eran salvajes, recorrió mi cara completamente, mis ojos, nariz, orejas, boca, volvía a mi frente, cejas, mentón, y bajaba al cuello, mientras desabotonaba mi camisa y jugaba sus calientes y gruesos dedos entre la pelambre que cubre mi pecho.

Para ese entonces, mis pezones estaban durísimos y calientes.

Suspendimos su urgente tarea y como si actuáramos en una cámara rápida nos desnudamos aceleradamente saltando nuestras vergas erectas al mismo tiempo.

Nos tiramos a la cama y adoptamos una posición de 69.

Qué rica reata la de mi amiguito: algo más corta que la mía pero competía en grosor.

Tal como mi pieza, su verga es incircuncisa, muy cabezona, venuda, riquísima, pero lo que más me impresionó fueron sus peludos y enormes huevos. Una delicia de macho.

No lo he descrito aún: peludo de todos lados, alto, moreno, bigotón, ojos profundamente oscuros y una sonrisa entre traviesa y maliciosa….. un hombre riquísimo. Así lo comprobé más tarde.

Ávido de su sabor, paso mi lengua por la extensión de su verga, sigo hacia los fabulosos huevos, los lamo con fruición.

Con una de mis manos acaricio su enorme glande y mojo mis dedos con su abundante líquido preeyaculatorio… con la otra acaricio la abertura de su culo….. Ayy, un agujero caliente, estrecho, que con ligeras contracciones solicitaba ser allanado….

Mi calentura estaba al punto máximo. Mi verga casi explotaba toda la savia acumulada en cinco días sin acción. Me contuve y aproveché para cambiar de posición.

Ambos nos levantamos, nos besamos apasionadamente y nuestras manos como monos de zoológico jugaban atropelladamente con los cuerpos de los dos, fundidos casi en uno solo.

Samuel se colocó de pronto sobre la amplia cama y me mostró sus nalgas en todo su esplendor, abrió sus piernas, flexionó sus rodillas y me mostró el tesoro de su culo: un asterisco cubierto de vellos abundantes de un color café oscuro,lo movía como incitándome a disfrutarlo.

Qué delicia de culo. Le recuerdo y mi verga toma posición vertical de inmediato.

Fue una calentura increíble. De esto no hace mucho tiempo, pero no lo había narrado porque estaba fraguando la manera más precisa de incluir todos los detalles porque ha sido una de mis más memorables experiencias.

No pude contenerme, tomé con mis manos calientes sus dos redondas nalgas, las sobé y acaricié tiernamente, las abrí más y me arrodillé hasta acercar mi cara a su abertura.

Mi lengua urgida por un impulso desconocido llegó al orificio, empecé a saborear su culo y lo disfruté enormemente, él continuaba contrayéndolo y eso me calentaba cada vez más.

Metí mi mano por debajo hasta tocar su gran verga que estaba rebosante de precum y así lubricados mis gruesos dedos, empecé a juguetear en su abismo, su culo se contraía y a la vez como que aspiraba mi dedo, le metí uno, luego otro, jugué con ellos como si se tratase de un compás de precisión mientras él gemía y casi me suplicaba que le diera mi verga entera dentro de su recto.

Poco a poco insistí y logré acomodarle cuatro dedos en el culo, momento en el cual Samuel me rogaba que le diera verga. Le obedecí. Acerqué la cabezota de mi tranca a su hoyo y empujé.

Fueron suficientes dos embestidas para que mi arma quedara sepultada entre esas dos hermosas nalgas.

Me mantuve unos minutos dentro suyo y luego empecé a entrar y salir, salir y entrar, primero suave, luego más rápido y finalmente con furia, porque él me pedía que lo cogiera como si estuviese yo molesto con él, como si quisiera partirlo en dos.

La corrida fue excepcional…. sudé copiosamente y caí sobre su espalda, todavía sin sacarle mi verga. Samuel decía que había sido rico, muy rico sentirme dentro suyo.

Me preguntaba si podía tener una nueva erección sin sacársela, que necesitaba volver a sentir mi dureza en su interior.

Le dije que necesitaba descansar un poco y que luego de darme una ducha lo haríamos de nuevo.

Él mismo me ayudó a asearme, pero yo vi extrañado que su verga seguí dura y brillante de su propio lubricante.

Le cuestioné al respecto y me dijo que no quería correrse sin haber disfrutado lo suficiente. Le pregunté qué le faltaba para conseguirlo y sin responderme se colocó boca arriba, con su vergota apuntando al cielo.

Yo me subí sobre él, empecé a besarle, nuestras lenguas se encontraron como en una lucha sin límite de tiempo, con su propia saliva le mojé el cuello, el pecho, los hombros, las axilas, sus tetillas durísimas, seguí por la pelambre de su pecho, llegué a su ombligo y seguí abajo hasta llegar a su duro garrote….

Para este momento, mi culo pedía ser llenado, no lo pensé mucho, me monté sobre él, presioné un poco y su vergota me llegó de pronto hasta una profundidad que aceleró las funciones de mi próstata, luego de un indescriptible dolor me invadió una caliente ola de placer y disfruté la ensartada.

Sus huevos golpeaban mis nalgas cuando yo bajaba hasta el tope y él empezó a proferir palabrotas como: «Qué rico culo, cabrón, tienes un agujero hermoso, papacito, tenía ganas de coger así, gracias porque me das las nalgas, gracias papito por haberme cogido, gracias papacito por darme tu garrote».

Gritó escandalosamente, se contrajo bruscamente y sentí sus chorros calientes de leche inundando mi intestino.

Fue más dolorosa la salida de su gruesa verga que la propia penetración. Me toqué y mi culo había quedado abierto al máximo. Realmente Samuel es dueño de una maravillosa y gordísima tranca.

Nos fuimos a bañar juntos, nos volvimos a mamar, me pidió que le metiera de nuevo mi verga mientras él se colocaba en posición supina. Se la dejé ir sin contemplaciones y solté mi néctar masculino quizá de una manera más copiosa que en la ocasión anterior.

Salimos de la ducha, nos secamos mutuamente, nos perfumamos y vestimos, nos volvimos a besar apasionadamente, hablamos de establecer un acuerdo para vernos mínimo una vez al mes.

Estoy emocionado. Faltan 9 días para que se llegue la fecha ahora esperada con conocimiento de causa