Eran las fiestas de la ciudad y su mujer había tenido un accidente doméstico en el que se había roto una pierna.
Como ella no podía salir de fiesta, el último día de oficina quedamos en aprovechar la circunstancia y salir los dos solos.
Por la noche, después de cenar en un romántico lugar, estábamos contemplando fuegos artificiales en un parque.
Estábamos abrazados, con su mano izquierda repasando mis nalgas por encima del pantalón.
Llevaba un pantalón ajustado de lycra, así que podía notar como sus dedos jugaban sobre mi carne.
También llevaba, como le gusta a él (y me pide constantemente cuando quedamos), una blusa lo más ajustada y escotada posible, para que pueda recrearse en mis grandes pechos en todo momento.
Los dos sabíamos cómo acabaría la velada, lo único que todavía estaba por ver era donde y como daríamos rienda suelta a nuestra pasión. Su mujer en casa, mis padres en la mía… pero siempre encontrábamos la solución.
Pero esa noche algo diferente ocurrió. Como he comentado estaba dejando que su mano se recrease sobre mis nalgas. Estaba lleno de gente, pero no es nada extraño que una pareja se acaricie.
Y, además, entre tanto gentío era casi imposible encontrarnos con alguien conocido. Pero no fue el caso.
Alguien, a quien yo no conocía, se puso a hablar con él, que desde el momento en que lo reconoció apartó la mano de mis posaderas y le habló algo violentado.
Era evidente que eran amigos, ya que, mirándome pícaramente, le preguntó con mala intención por la mujer.
Nos presentó. A mí como compañera de trabajo y muy amiga suya, y a él como el amigo más sinvergüenza y pendón que conocía.
Y la verdad es que desde el principio no desmereció de esa descripción.
Me desnudaba con la mirada, recreándose en mi escote y dejando ir comentarios en los que no ponía en duda que éramos amantes.
Tras finalizar el espectáculo pirotécnico, nos fuimos los tres a tomar unas copas en un local cercano.
Nos sentamos en una mesa en un rincón oscuro y nos pedimos la primera ronda.
Fue un rato muy divertido. Los dos eran no solo desvergonzados, sino igual de simpáticos y divertidos y con las mismas sonrisas socarronas, sobre todo cuando perdían la mirada en mis curvas con todo el descaro del mundo.
El tema de conversación derivó pronto en el sexo. Me estuvo contando ciertas hazañas de mi “compañero” y este a la vez del amigo.
Ante sus constantes pesquisas, hacía rato que ambos habíamos reconocido que nuestra relación era algo más que la de amigos y ahora no solo la conversación era más amena y atrevida, sino que volvía a acariciarme por debajo de la mesa sin tapujos, como si estuviésemos solos.
Al final, la conversación se centró en mi persona. Primero en mis atributos físicos, hablando sin cortarse un pelo sobre todo de mis pechos, a los que no quitaba ojo su amigo.
Pero luego empezaron a hablar de mis capacidades en la cama. Parecía mentira que estuviese allí escuchando hablar de lo bien que hago las felaciones o lo ardiente que puedo llegar a ser en la cama.
Y no solo sin cabrearme por escuchar todas mis intimidades de alcoba, sino excitándome con ello.
También estuvieron hablando de nuestras aventuras sexuales. Contándole aquella vez que tanto le había gustado o aquella otra en que casi nos pillan. Vamos, contándole todas nuestras intimidades como estoy haciendo yo ahora.
Además, estaba aquella mano, que, jugueteando bajo la mesa, por la parte interior de mis muslos, me estaba poniendo a cien. Y bien que lo notaba el amigo, que veía con sonrisa pícara como se clavaban mis pezones en la blusa.
En un momento en que el amigo se había ido al lavabo, me insinuó la posibilidad de montar un trío con su amigo.
No era la primera vez que me lo proponía, pero hasta ahora solo se había hablado de terceras personas anónimas y siempre lo había rehusado. Ahora esa tercera persona estaba a mi lado, excitado, contemplando mi propia excitación.
Y, además, había buena química con este. Me gustaba. Así que sin llegar a decirle que sí, no me negué, dejando que los acontecimientos dictasen lo que tuviese que pasar.
Tras la segunda copa decidimos cambiar de aires.
Mientras Joaquín se quedaba en el lavabo, su amigo y yo salimos a la calle.
Como el local estaba lleno, salí yo delante y, como para no perderme, se cogió a mi cintura con las dos manos; restregándose contra mi trasero cada vez que me tenía que parar para dejar paso a alguien, como algo totalmente fortuito.
Aunque el duro bulto que notaba apoyarse contra mí no era nada fortuito. Pero de igual forma que cuando empecé a tontear con Joaquín, ahora tampoco me molestaba el descarado interés de su amigo por mis curvas (y por acostarse conmigo).
Luego en la calle, mientras esperábamos, estuvo piropeándome, alabando mis curvas, diciendo lo mucho que le excitaban las mujeres como yo. Perdiendo la mirada por mi escote y dejando alguna mano juguetona sobre mi cintura.
Él estaba notando mi excitación y eso sin duda lo animaba más.
Al final, cuando ya estábamos los tres otra vez, propuso ir a su casa a tomar algo.
Su mujer estaba en el pueblo (sí, este también está casado y es tan poco fiel como su amigo) y podíamos disponer de toda su casa (enfatizando la palabra toda). Así que, sin pensárnoslo más, cogimos mi coche y nos dirigimos sin falta allí.
Ya en el trayecto del coche a su casa íbamos los tres abrazados, la mano de Joaquín sobre mi cintura y la de su amigo al otro lado, pero algo más abajo.
Los dos me estaban acariciando, la mano de Joaquín subía hasta mi seno izquierdo y lo pellizcaba juguetón, mientras su amigo prefería acariciar mis nalgas. Empecé a recibir besos de los dos, en mi cara, en mi cuello… en mi escote.
Mis manos, en su cintura desde el principio, bajaron y empecé a acariciarles las nalgas.
Ya en el ascensor, los dos se frotaron contra mí, uno por delante y otro por detrás.
Mi blusa estaba desabrochada, Joaquín me besaba uno de los pechos, su amigo, desde atrás acariciaba y pellizcaba mi otro pezón, sacándome el seno del sujetador. Notaba el duro bulto de Joaquín restregándose sobre mi vientre, el de su amigo sobre mis nalgas.
Entre achuchones intentaba acariciarles la bragueta, por encima del pantalón, tanto a uno como a otro. Estaba lanzada.
Entramos en su casa. La blusa saltó antes incluso de cerrar la puerta. Joaquín me desabrochó el sujetador y lo lanzó al suelo.
Me puse a bailar para ambos. Mis pechos se bamboleaban, hipnotizando a ambos, sobre todo a su amigo, que no dejaba de hacerme reír con sus comentarios groseros y sus piropos a mi delantera.
Me acerqué a él, rodeando su cabeza con mis brazos. Su cara no tardó en hundirse entre mis pechos, su lengua a jugar con mis pezones.
Mi mirada se cruzó con la de Joaquín, nos sonreímos. Mientras su amigo se recreaba con mi delantera, él se estaba desnudando. Me gusta ver cuando su pene erecto salta como un resorte al quitarse los calzoncillos.
Ahora era su amigo el que acababa de desnudarse. Él, mientras tanto, me quitaba los pantalones, su lengua recorría mis nalgas, mis muslos a medida que bajaba los pantalones por ellos. Luego repitió con mi tanga.
Me llevaron a la habitación y me tumbaron sobre la cama. Mis manos buscaban sus tiesas vergas. Sus lenguas recorrían todo mi cuerpo, notaba el rastro de saliva en cada poro de mi cuerpo.
Sus lenguas, sus dedos me emborrachaban de placer, hundiéndose en mí, acariciando mi clítoris. De vez en cuando uno de ellos me acercaba su pene a la cara, lo frotaba sobre mí y yo me introducía aquel falo en la boca, lo humedecía con mi lengua, lo succionaba con mis labios.
Al final no resistí, me corrí con sus sabias atenciones con rapidez. Ni Joaquín me había visto llegar al clímax con tanta celeridad.
Fue entonces cuando el amigo me poseyó por primera vez.
Tal y como estaba, con las piernas abiertas entró en mí con facilidad. Estaba empapada y el sonido de nuestros fluidos al chocar nuestras caderas me ponía más frenética todavía. Acompañaba sus movimientos de cadera alzando las mías al ritmo que me marcaba.
Nos dimos la vuelta. Quedé sobre él, con los pechos rozándole la cara.
Ahora podía lamerlos, mordisquearlos, atraerme contra él y hundir su cara en ellos. Ahora era él quien acompañaba mis movimientos de cadera, alzando las suyas y penetrándome totalmente.
Joaquín se puso a mi lado, su pene acariciando mi cara. Mientras cabalgaba a su amigo empecé a besárselo y a lamerlo como a él le gusta. Lentamente y humedeciéndola al máximo con mi saliva, recreándome en toda su extensión.
Él, por su parte, empezó a acariciarme el ano. Introducía un dedo, poco a poco, para volver a sacarlo. En la mano tenía un frasco de vaselina. Sus dedos empezaban a prepararme.
No era la primera vez ni mucho menos que le ofrecía mis posaderas, pero evidentemente nunca con otro hombre en mi vagina.
Y me estaba gustando lo que me hacían. Todavía no me había penetrado y ya me corrí solo con el juego de sus dedos (sin olvidar la participación de su amigo). Empezó a abrirse camino con su verga.
Unos espasmos de placer me recorrieron a medida que profundizaba con su herramienta. Mis pezones estaban a punto de estallar y para colmo el amigo me los lamía y mordisqueaba.
Lo que siguió fue una auténtica oleada de placer. En mi vida imaginé llegar a tal punto de excitación y placer. Los dos me penetraban con autentico frenesí. Notaba sus penes moviéndose cerca uno del otro.
Friccionando todas mis fuentes de placer. Notaba la humedad de sus labios y sus lenguas, que me recorrían golosamente. Sus manos aferrando mis turgentes curvas. Y me volvía a correr. Los orgasmos me recorrían constantemente. Los estremecimientos de placer me hacían entrar en trance.
Al final se corrieron. Apenas si pude percatarme de su éxtasis. Solo noté como su ritmo disminuía y sus penetraciones eran más lentas e intensas y luego como se detenían. Primero uno y luego el otro dejó de bombear en mi ano.
Nos tendimos a descansar sobre la cama. Estaba tumbada entre los dos. Joaquín me besaba la boca, acariciando con su mano mi empapada entrepierna, examinando hasta qué punto había llegado mi gozo.
Su amigo seguía prendado de mis senos, los acariciaba mientras su lengua recorría mi cuello, desde la oreja hasta los hombros. Los dos me dedicaban lindezas al oído: lo maravillosa que era, lo buena que estaba y demás piropos que se les ocurrían.
Era ahora, tranquilamente, rodeada y atendida por mis dos amantes, cuando pude recrearme y disfrutar del momento pasado, del festín de orgasmos que me habían brindado ese par de tunantes.
Volví a acariciar sus miembros nuevamente, con lentitud, pero con decisión. Quería volver a sentir a los dos dentro de mí. Les devolvía los besos, sus lenguas se entrelazaban con las mías.
Sus manos me recorrían de arriba abajo. Sus miembros estaban recobrando el vigor que buscaban mis manos. Me dolían los pezones de tanta excitación, mi clítoris palpitaba esperando nueva oleada de fricciones y placeres conocidos.
Al final los tres estábamos nuevamente preparados para un nuevo asalto. Esta vez me monté sobre Joaquín, ofreciendo mi orificio anal a su amigo cuya verga se frotaba por el canalillo de mis nalgas, apretando su punta contra mi dilatado ano.
Nuevamente me poseyeron con fuerza, los dos a la vez. Y nuevamente la oleada de placer se apoderó de mí. No podía controlarme: gemía, gritaba, sollozaba de placer. Los dos se apretaban contra mí, haciéndome un delicioso emparedado.
Sus manos me recorrían con avaricia, como si nunca lo hubiesen hecho. Sus labios seguían ansiosos de lamer todo mi cuerpo, mi sudoroso cuerpo.
Al final nuevamente se corrieron los dos, esta vez casi al unísono. Añadiendo sus gemidos a la sinfonía que surgía de mi garganta desde un principio.
Aquí acabó la fiesta. Al menos para uno. Joaquín se marchaba a su casa. Se nos había hecho tardísimo y estaba preocupado por su mujer. ¡Como nos reímos mientras se vestía! Pobrecito, seguro que no había podido dejar de pensar en su mujer en toda la noche.
¡Que falsos son los hombres! Y estos dos más que ninguno. Pero cuanto me habían hecho disfrutar con su desvergüenza.
Su amigo y yo nos quedamos un poco más. Ambos queríamos conocernos más a fondo. Bueno, más a fondo… con más intimidad, con más tranquilidad, degustándonos sin las interferencias (maravillosas interferencias caben decir) de una tercera persona.
Al siguiente día de trabajo, evidentemente tuve que dar un detallado informe de lo que había pasado desde que él se marchó.
Y luego, al acabar la jornada, tuvo que recuperar el trabajo que había dejado a su amigo.
Por último, después del placer de esta primera experiencia con dos hombres, no he hecho ascos de sus propuestas (bueno, solo tres veces más) de hacerlo con otros hombres. Eso sí, siempre que me hayan gustado los pretendientes.