A la noche siguiente, cuando se abrió la puerta yo me había puesto un conjunto de lencería negra y medias de lycra haciendo juego.

Estaba tendida en la cama cuando les vi llegar. Era mi dueño con otro hombre al que no había visto antes.

Ambos vestían batas negras y se les veía alegres por efecto del licor.

Mi dueño me dio un beso en la boca y me presentó a su compañero: «Cada vez te veo más bonita Melly…

Mira, te presento a un socio en el negocio…», ya estaba acostumbrada a que los hombres no revelaran sus nombres, así que le sonreí mientras alargaba mi rostro para besarle.

Él estiró sus brazos y de un suave empujón me tendió en la cama: «¡No chiquita…! ¡Ese beso lo quiero en la herramienta!» Dijo mientras se quitaba la bata y se acomodaba de modo que su miembro quedara a la altura de mi rostro.

Sosteniéndolo con una mano comencé a besarlo primero y a chuparlo después, aplicando todo lo que había aprendido en las noches anteriores. «¿Ves? ¿No te decía que sabe hacerlo bien?» Escuché que decía mi amo. «Mmm…» asintió su compañero mientras me acariciaba con una mano el rostro, «¡qué linda es! ¡Se le ve preciosa con una verga en la boca…!».

Su pene era un poco más grueso que el de mi dueño, ya estaba duro y caliente. Yo le miraba al rostro y podía ver que disfrutaba mucho de la mamada que le estaba haciendo.

Él me devolvió la mirada: «De las peruanas que he tenido, tú eres la que chupa mejor ¿oyes tú?»

Me estaba poniendo caliente con la situación, de modo que le sonreí y asentí con un mudo: «¿Mmm…?» Que pretendía ser un «¿de veras?» Tal vez fue telepatía porque inmediatamente me replicó: «De veras chiquita… Llevo más tiempo que tu dueño en esto… Y tuve a varias paisanas tuyas a mi servicio… Podríamos sacar buena guita contigo…».

«Pues eso no lo decide ella sino yo» dijo mi dueño acercándose. «Ven princesa, ahora te toca comerte a papi».

El otro se retiró con su verga tiesa como una rama de árbol y mi amo me atrajo hacia sí, me hizo bajar de la cama y arrodillarme, levantando mi rostro hacia él me dijo: «¿Verdad que estás a gusto conmigo mami?». «¡Sí mi rey!» Le susurré, «tú sabes cogerme como me gusta… soy tu puta…» le respondí lasciva. «Entonces chúpamela como la puta que eres cariño…». Con mi mano derecha sostenía la verga de mi dueño mientas con la derecha le acariciaba los muslos y nalgas duras. Me comí su miembro con pasión, con apetito…

Pues le quería duro, grueso, caliente dentro de mí. Sentí que su compañero se acercaba a nosotros: «Ya te digo…no sé de dónde la has sacado, pero esta peruanita lo hace como una buena puta.» Le dijo a mi amo, y luego, dirigiéndose a mí: «¿A que ya aprendido a coger a la mexicana mami?». Asentí con la cabeza sin dejar la mamada que le hacía mi dueño. «Ahhh… sigue Melly… este güey está tratando de distraerte… tú síguele…». «Pues te recuerdo», siguió él, «que fuiste tú quien me invitó y que tienes una deuda con el Sindicato…».

Mi dueño se separó tan violentamente de mí que casi me voy con él: «¡Puta madre! ¿Qué no puedes dejarme en paz con eso?» Me asusté y no atiné sino a seguir arrodillada mirando a los dos hombres desnudos, con sus penes erectos apuntándose como armas. «¿Qué no te dije ya que Alejandra se encargaría de eso?» Le espetó mi dueño. «¡Shhh..! Mira que la estás asustando…» el otro se acercó a mí y comenzó a acariciarme el rostro mientras hablaba: «El Sindicato no tiene nada contra Ale, pero ya ha corrido la voz de tu nueva mascota… “su mano me acariciaba suavemente las mejillas como a una perrita. «Hablemos por teléfono ¿te parece?» Propuso con una sonrisa.

Me hicieron ponerme de pie y tenderme de lado en el borde del lavabo del baño. Mi dueño se sentó a la altura de mi cabeza y atrajo mi cabeza hacia sí para que continuara con la mamada.

El otro levantó mi pierna derecha y la apoyó sobre su pecho mientras dirigía su pene hacia mi sexo. «A lo mejor no habías entendido chiquita» me dijo mientras la punta rozaba mi clítoris haciéndome estremecer de ganas, «tú eres la línea telefónica y nosotros nos conectamos a través de ti…».

Dijo mientras se abría paso dentro de mi vagina húmeda. «Mmm… ¡Qué suave lo tienes mami…!» Centímetro a centímetro me estaba empalando, disfrutando de la vista de mi sexo abierto y de la mamada que le hacía a mi dueño. De un tirón suave me la empujó hasta que sus huevos toparon conmigo, no pude evitar dar un respingo hacia mi dueño: «¡Mmm…!». Mi dueño me comenzó a acariciar la cabeza y el rostro como si fuera su perrita consentida mientras el otro me daba al mete y saca…

No recuerdo los detalles de su conversación. Por momentos mi dueño se molestaba pero no dejaba de acariciarme y atraer mi cabeza hacia sí mientras el otro me bombeaba rítmicamente hasta azotarme con sus huevos.

Me estuvieron dando un buen rato mientras hablaban de una deuda que tenía mi dueño con un Sindicato. Se resistía a cederme para cumplir con ella. Luego mi dueño se sentó y me hizo ponerme en cuclillas sobre él para clavarme dándole la espalda. Su compañero se paró a mi lado y me ofreció su verga. La conexión telefónica se restableció en cuestión de segundos.

Mi dueño me sujetaba la entrepierna abriendo al máximo mi sexo de modo que su tranca me penetrara enterita. Yo me impulsaba hacia arriba, casi hasta que se salía y luego me dejaba 

caer con propio peso clavándome completa. El problema era que tenía que sincronizar bien el movimiento para no dejar de chuparle al otro su herramienta. Comencé a gemir con más fuerza conforme alcanzaba el orgasmo. Mi dueño, al darse cuenta, me besaba cariñosamente los hombros y la espalda. «¡Uuy! ¡Mira cómo goza tu perrita…!»

Me decía el otro mientras me atraía hacia sí con más fuerza, haciéndome tragar al ritmo de su placer. Me corrí sin dejar de moverme, mi cuerpo hacia arriba y abajo, empalado en la estaca de mi amo y mi cabeza de atrás hacia delante, tragando rítmicamente el miembro del otro.

Me estremecí como un torbellino y luego me relajé de pronto. Ellos se dieron cuenta y me dejaron un momento. Mi dueño me alzó en sus brazos y, con cariño y suavidad, me llevó hasta la cama donde me tendió. Dándome un tierno beso.

«¿Sabes lo que te pasa?» Le dijo el otro mientras contemplaba la operación, «eres muy sentimental». Se acercó hacia mí y me puso de lado, levantando mi pierna derecha y apoyándola en su pecho como la otra vez, su verga enorme no parecía dirigirse hacia mi sexo. «Se te olvida que esta preciosidad es una puta» con una mano dirigía la punta de tu falo hacia mi esfínter, «y se le debe tratar como lo que es… ¿verdad chiquita?»

Comenzaba a empujar fuerte forzando mi ano, sentí que mi agujerito se resistía a la carne invasora. «¿Qué te pasa?» Me preguntó. Yo bajé la mirada avergonzada cuando sentí una cachetada que me hizo levantarla. «¡Mírame cuando te hablo, so perra!». Más que dolida estaba sorprendida, busqué con la mirada a mi dueño quien hizo ademán de decir algo, pero el otro lo detuvo con un gesto de su mano. «Tu problema con el Sindicato no es de dinero sino de conducta, te estás volviendo muy débil y pones en peligro todas nuestras operaciones ¡mira no más cómo tienes a esta perra desobediente!». Comencé a tener miedo, no atiné a decir nada la cachetada me dolía aún en el rostro y tenía la punta de ese miembro grueso en la entrada de mi culo forzándome. «¡Y tú!» Me dijo, «¡relaja ese ojete que si no, igual te lo rompo!». Asustada, intenté respirar como me había aprendido para relajar mi esfínter, pero no lo lograba por el susto, el otro empujaba sin detenerse y me hacía daño. «¡Yo te voy a enseñar a portarte como una puta con tu macho! Dime en voz bien alta: ¿qué cosa eres?», estaba tan asustada y confundida que me salió sólo un balbuceo.

Una segunda cachetada me volteó el rostro: «¡Fuerte puta! ¡Repítelo fuerte mientras te doy por el culo! Eso te servirá para que entres en razón…». Los golpes y la violación de mi ano me pusieron como en trance. Se me saltaban las lágrimas mientras repetía: «Soy una puta, ¡soy una puta!».

Comencé a repetirlo mirándole al rostro, al principio desafiante, pero poco a poco, conforme su tranca me empalaba el culo, cediendo mi voluntad a la suya, como si fuera una convicción que penetrara poco a poco en mi conciencia. Mi esfínter se relajó y comenzó a bombear con más fuerza, mientras yo repetía automáticamente mi letanía: «¡Soy una puta! ¡Soy una puta!», mis resistencias cedieron, me sometí totalmente a su poder que me atravesaba las entrañas, sentí un placer diferente: Al ponerme totalmente en sus manos me había convertido en su juguete y compartía así su poder por medio del placer que le daba. No me di cuenta de cuándo comencé a sonreír.

«¿Ya ves?» Dijo el que me sodomizaba a mi dueño que miraba atónito la escena. «Tan sencillo como esto», no detenía su «mete y saca» mientras hablaba, «a ver Melly, dile al güey de tu dueño qué has aprendido esta noche». Volví mi rostro hacia él, estaba poseída de una lujuria nueva, la escena debía ser impresionante porque lo noté asustado. «Soy una puta» le dije con firmeza y sensualidad, «soy una puta».

En ese momento vi que sus ojos brillaban con fuego. Parecía que una furia se hubiera apoderado de él. Se acercó a nosotros y tomando mi rostro, mientras el otro me seguía trabajando el culo, me espetó: «¡Debí saberlo desde que te vi!» Y me escupió a la cara. «¡No vales más que para coger contigo!» Le sonreí diabólicamente mientras me limpiaba el escupitajo del rostro y me lo chupaba con los dedos. «Tienes razón… esta puta servirá para pagar al Sindicato» le dijo a su compañero, «pero antes ¡démosle una muestra de lo que le espera…!». Se tendió en la cama y me atrajo hacia sí hasta empalarme por el culo de un tirón.

«Ahora tu güey» llamó a su compañero, «vamos a hacer un sándwich con carne de peruana». Me tendía hacia atrás cuando vi que el otro avanzaba para penetrarme por mi sexo. En un instante tenía los dos agujeros rellenos de carne dura y palpitante. Nunca me habían cogido así antes, sentía que ambos vergones me taladraban a la vez y se rozaban a través de la delgada carne que separa mi ano de mi vagina, como si me fueran a perforar…

Comencé a gritar de placer y a sacudirme con fuerza. Mi dueño me sujetaba fuerte de las caderas para que no me zafara: «¡Quieta puta! ¿No dices que res una puta? ¡Pues aguanta y goza…!». Su compañero, sobre mí, me besaba el cuello y mordisqueaba mis orejas mientras me susurraba: «¡Lo has hecho muy bien mami! ¡Vas a conocer un nuevo mundo de placer!». No podía contestarles. Simplemente me movía sintiéndome plena de carne masculina dentro de mí. Me estremecí con varios orgasmos seguidos cuando sentí que se separaban y me tendían sobre la cama.

«Vamos a sellar este compromiso con el Sindicato al viejo estilo ¿te parece?» Le dijo el otro a mi dueño mientras se la meneaba delante de mi rostro. Él asintió en silencio, concentrado en que no se le escapara una gota antes de tiempo. «Entonces abre bien esa boca chiquita, que ahí te va mi leche…» anunció mientras me sujetaba la cabeza y dirigía el chorro de semen hacia mi boca. «¡Aaahhh….! ¡No te la tragues todavía perra que falta la de mi socio! Las debes mezclar en tu boca, es la costumbre…».

Obediente, recibí hasta la última gota que descargó y luego me tendí hacia el otro lado donde mi dueño ya se colocaba en posición de tiro. Tenía la boca cerrada para evitar que se me derramara el esperma, él me miró y en sus ojos aún brillaba la furia, pero muy detrás me parecía notar que persistía algo de la ilusión que tenía antes. Me dieron ganas de decirle algo, pero no sabía qué u tampoco podía, pues tenía la boca llena de néctar denso y salado.

Se acercó a mí meneándosela enorme y a punto de estallar, la primera verga mexicana que había conocido, la de mi dueño, aquella primera noche de la subasta…

«Ya que quieres ser una puta… te cedo al Sindicato hasta saldar mi deuda» dijo mirándome mientras se esforzaba por no correrse, «y para sellar el pacto», el otro me hizo una seña para que abra mi boca. «¡Aaaggghhhh!» Gimió mi dueño mientras su manguera despedía chorros de su semilla que yo recibí en mi boca llena bien abierta. «¡Así compañero!» Le animaba el otro. «¡Échale toda dentro!» Le gritó mientras me descargaba su leche espesa y viscosa.

Cuando acabó de hacerlo, sentí que unas manos se posaban en mis hombros y una voz me susurraba al oído: «Ahora revuelve bien ambas corridas con tu lengua antes de tragar». Era la voz de Alejandra. Una vez más aparecía de pronto. ¿Cómo hacía para colarse así? ¿Cuánto hacía que estaba aquí? ¿Qué papel jugaba en todo esto?

Cerré mis ojos y revolví varias veces el esperma de ambos hombres en mi boca hasta que se confundieron sus sabores y aromas en uno nuevo, luego de una pausa, me armé de valor y me lo tragué de una sola pasada.

Cuando abrí los ojos tenía ante mí la verga del otro. Automáticamente procedí al ritual de limpieza con mi lengua. Mientras lo hacía aplicadamente busqué con la mirada a mi dueño.

Estaba de pie un poco más lejos y en su mirada la furia se atenuaba y parecía dejar paso a la pena. Alejandra le abrazaba cariñosamente como consolándole, y a un gesto de él, se puso de rodillas y procedió a limpiársela con lamidas como yo hacía con el otro.

Una vez que hube terminado, el compañero de mi dueño me tomó del mentón y alzando su rostro hacia sí, me dijo mirándome a los ojos: «¡Bien chiquita…!

Ahora eres propiedad del Sindicato hasta saldar la deuda de tu dueño». Luego se dirigió a Alejandra que seguía limpiando a mi dueño: «Ale, mañana paso por Melissa te encargas de todo ¿sí?».

Alejandra terminó la limpieza del miembro de su hermano y asintió en silencio. Como hicieron ademán de retirarse intenté ponerme de pie para despedirme de mi dueño que ya se volvía de espaldas a mí, pero Alejandra se puso a mi lado y me detuvo: «No Melly… es mejor así…».

Cuando ambos hombres abandonaron la recámara sin volverse, comencé a llorar mientras ella me abrazaba y consolaba con palabras dulces.

Me dormí en sus brazos.