Somos una pareja con una imaginación solamente superada por nuestro siempre creciente deseo de satisfacer nuestras fantasías.
El cumpleaños de mi bella Chiara se acercaba y yo quería sorprenderla con un regalo de cumpleaños que fuera muy especial, un regalo que a la vez de homenajearla, la hiciera disfrutar y al mismo tiempo me hiciera vibrar de placer a mí.
Todo estaba planeado.
Sería una fecha para recordar. Sería una fecha que marcaría la ruta de nuevos placeres.
Julio César me despertó muy temprano por la mañana dándome un fuerte abrazo, un gran beso y un ¡Feliz Cumpleaños! A la vez que me invitaba para una cena muy especial, una celebración diferente.
Una celebración que dejó en mí los más penetrantes recuerdos. Le pregunté como debía vestirme para la ocasión y respondió dándome un caja de obsequio y diciéndome que llevara puesto solo lo que en esa caja se encontraba.
Estaba lista. Eran las 7:30 de la noche. Esperaba a mi marido. Estaba emocionada o más bien excitada por la ropa que llevaba puesta y me preguntaba a dónde iríamos.
Con ropa como la que me regaló, no podríamos ir a un restaurante común: Vestido negro traslúcido, muy ajustado, de largo hasta las rodillas, con escote bastante pronunciado, apenas disimulaba las partes íntimas con una capita más de la misma tela, sin embargo se podía notar las nalgas, las piernas y un poco los pechos; zapatos altos y nada más, a excepción de tres pañuelos de seda un tanto grandes que no entendía cómo usarlos.
Llego a casa y me encuentro ante la presencia de un «ángel » caído del cielo, Chiara lucía radiante, su cuerpo que tanto me excita estaba a la vista tan solo disimulando su desnudez con aquel vestido negro tan apropiado para sus curvas. Caminé alrededor de ella dibujando su cintura con mi dedo. Estaba perfecta.
De solo verla tuve una erección inmediata. Esas nalgas respingadas que tanta satisfacción me han dado. Esos pechos con sus pezones erectos que me han dado a beber los más deliciosos placeres.
Esas piernas que he memorizado en todo su recorrido. Esa piel que me ha provocado los roces más ardientes. Esa sonrisa que expresaba una dosis de complicidad. – ¡Estás Preciosa! Fue lo único que alcancé a expresar.
Ella, notando mi erección, se apodera de mi pene con ambas manos a la vez que me dice: – Gracias por el obsequio y me da un beso en los labios con una deliciosa combinación de amor, deseo y excitación. Yo me apodero de los pañuelos.
Yo insistía en preguntar a Julio César a dónde nos dirigíamos y la única respuesta que obtenía era una caricia, un beso o un ya verás. Llegamos a un lugar extrañísimo para una cena de cumpleaños. Un aparthotel en la zona 9 de la ciudad, estacionamos en el sótano, nos dirigimos al ascensor y marcamos al nivel 5.
El ascensor se detiene en el Lobby e ingresan un par de muchachos que no podían apartar la vista de mí, del espectáculo que les brindaba el dichoso vestido que llevaba puesto, delante de ellos Julio César me dio un beso fenomenal.
Llegamos al nivel 5 y salimos del ascensor ante la mirada desorbitada de los muchachos.
Julio César abre la habitación 5-07 y ¡Sorpresa! Un ambiente inmejorable. El apartamento iluminado por solo tres velas al centro de una mesa pequeña para dos, música suave de fondo. Inmediatamente brindamos y empezamos la velada.
En un momento y sin previo aviso, apaga las velas y el apartamento queda totalmente en oscuridad, me toma de la mano y dirige mis pasos.
Nos detenemos y me susurra al oído que complementará el atuendo, que yo siga el juego. Me pone un pañuelo en los ojos y uno en cada muñeca.
Me hace caminar y me hace acostar en una cama, luego siento como ata suavemente los pañuelos de las muñecas hacia los lados y me dice que por ningún motivo debo desatarme.
Me besa el cuello y los labios, acaricia mis pechos, sube el vestido a la altura de la cintura y acaricia con sus dedos mi vagina y clítoris. Baja lentamente y pasa su lengua por mi ya mojadísima pusa. Luego me dice: – Espérame un minuto.
Yo estaba que ardía. Apretaba mis piernas y las rozaba apretando mi vagina. El tiempo de la espera lo sentía eterno. – Apresúrate mi amor, le dije. En eso siento su lengua en mi clítoris a la vez que sus dedos entran en mi pusa. Le pido más. Estoy excitada. Estoy caliente.
Estoy desbordante. Pasa sus manos por mis piernas y las mete por debajo de mis nalgas y las aprieta sin dejar de chupar y meter su lengua en mi vagina.
Yo estoy que exploto, ante la situación de dominio por estar atada, por no poder ver nada, por sentir sus deliciosas caricias. No habla, no dice nada, solo acaricia y chupa, chupa y acaricia sin parar.
Tengo un orgasmo en su boca y le pido que me coja. Sube mis piernas, las coloca en sus hombros y así, sin más preámbulos mete su deliciosa verga, suave, lento a profundidad y se mueve de a un ritmo delicioso. Inmediatamente me vengo otra vez.
Y le gritó que lo amo, que lo deseo, que siga, que no pare, que se mueva más.
Yo también te amo ¡Feliz Cumpleaños! Me dice al oído desde el lado derecho.
Yo me sobresalto pues mientras sigo sintiendo esa poderos verga moviéndose dentro de mí, mi marido, mi Julio César está del otro lado de la cama. Me asusto, me emociono, no sé que está pasando.
¿Qué es esto?
Es tu regalo.
¿Quién es?
Disfruta.
Pero… mmmm… ahhh… así…
Julio César me besa y acaricia los pechos mientras mi «regalo de cumpleaños» sigue dentro de mí, sigue moviéndose, sigue acariciando mis piernas y mis nalgas. Mientras yo gimo y grito del placer a que estoy siendo sometida.
Julio César pone su verga durísima a la altura de mi boca, no más la siento me apodero de ella con mis labios y empiezo a succionarla, a chuparla, a apretarla con mis dientes y labios.
Dos. Dos vergas en mí y para mí. Un trío. Una fantasía haciéndose realidad.
La fantasía está siendo superada por la realidad. Mi «regalo» parece nunca va a terminar, pues infatigablemente sigue dentro de mí, sigue moviéndose, sigue sacando y metiendo esa verga que está dándome un feliz cumpleaños y en mi boca el pene conocido, la verga que a diario me satisface, el falo que idolatro.
Ver a Chiara en esa posición, escuchar sus gemidos de placer, sentir como su boca succionaba mi verga, ver la cara de emoción del «regalo» al estarse cogiendo a aquella deliciosa mujer era un placer indescriptible, un placer que me elevó al séptimo cielo, una excitación tan grande que no resistiendo más explota en un chorro de vida dentro de la boca de mi mujer.
El movimiento continuó. Los gemidos continuaron. Chiara saca mi pene de su boca y gime y grita de placer, retorciéndose en la cama, pidiendo más fuerza. El «regalo» termina. Y así como apareció también desapareció.
El silencio se apodera de aquella habitación. Por unos minutos solo observo a Chiara en su posición de placer, con los labios entre abiertos, con las piernas abiertas.
Me apodero de sus carnosos labios y los uno a los míos en un interminable beso. Desato los pañuelos. Queda en libertad. Sus ojos buscan en vano ver su regalo. Me interroga preguntando ¿quién era?. Mi respuesta es una sonrisa a la que ella responde con su linda sonrisa de complicidad.
Tomamos una ducha. Nos relajamos. Bebimos unas copas. Comentamos lo sucedido. Reímos. Y la velada continuó. Continuó en un abrazo profundo, en un beso sin precedentes, en un torrente de caricias, en una unión de nuestros cuerpos, de nuestras almas, de nuestros corazones.
Y al venirnos nuevamente yo dentro de Chiara y ella compenetrada en mí sellamos una vez más nuestro compromiso y nuestra promesa de seguir siendo los Cómplices de nuestras aventuras, de nuestros deseos, de nuestras fantasías, de nuestros placeres.
Ahora yo me sentía más comprometida que nunca a corresponder a Julio César, a corresponder ese «regalo» tan especial que me diera y desde esa noche me dispuse a hacer realidad una de sus fantasías, fue difícil pero por fin le pude dar una «Tarde de
amarilla resistencia».