La lujuria desenfrenada que había en el ambiente, hizo que la juventud de sus cuerpos explotaran en una excitante orgía

Por fin se había acabado el curso. Tras duros meses de estudios, exámenes y demás finalmente había llegado el último día de clase.

Como es de suponer las risas y el alcohol eran la tónica habitual entre un grupo de estudiantes recién liberados de sus obligaciones.

Aún nos quedaban dos años más para terminar la carrera, pero aquel no era el momento para pararse a pensar en ello. La cuestión es que desde prácticamente el medio día habíamos empezado a beber y evidentemente cada vez estábamos más «pedo».

Lo importante es que al final de la tarde todavía permanecíamos unos cuantos, desparramados por el suelo y el jardín de la facultad. Éramos todos del mismo curso, y seríamos en total unos diez o doce, tanto chicos como chicas.

El ambiente cada vez se iba haciendo más distendido, ya que a pesar de que una de las chicas estaba realmente mal los demás teníamos el punto justo para seguir pasándolo bien.

Como podréis imaginar las conversaciones no eran todo lo coherentes que en el aquel momento nosotros creíamos, y como no podía ser de otro modo fueron poco a poco orientándose hacia el terreno sexual.

A pesar de que estaba bastante borracho no dejaba de asombrarme la fantástica espontaneidad y desinhibición de todos nosotros, ya que durante el curso nunca habíamos tenido ninguna conversación parecida, e incluso muchos de los que estábamos allí no habíamos hablado prácticamente con otros del grupo. Sin embargo, como si fuésemos amigos de toda la vida todos fuimos contando «ciertos» aspectos de nuestras vidas sexuales, anécdotas y experiencias que además de algunas risas lo que estaban provocando es que cada vez estuviésemos todos más excitados.

Decidimos en ese momento ir a cenar para así luego pasar la noche juntos en una de las discotecas en las que se celebraban las fiestas universitarias de cada facultad. En la nuestra , lamentablemente, no se había organizado ninguna, pero decidimos pasarnos por cualquiera de las otras. En la cena, un poco menos mareados, la conversación se hizo más «normal», pero se percibía en el ambiente la excitación generalizada. Y esto quedó de manifiesto cuando nos sirvieron los chupitos. La llegada de una nueva dosis de alcohol en las venas desveló el ansia que nos atenazaba, las ganas de frotarnos los unos con los otros, de seguir hablando de sexo y de sentir como cada vez unos y otros nos poníamos más calientes. Las primeras miradas de deseo se convirtieron en auténticos magreos en la discoteca, donde confundidos por la música, la gente y la oscuridad, los cuerpos se fueron encontrando y fundiéndose. La excitación era enorme. Yo no dejaba de asombrarme por la lujuria desenfrenada de la situación, sorprendiéndome de la fogosidad de las chicas, tan serenas y cautas en clase. Rápidamente nos fuimos emparejando aleatoriamente, aunque mi encuentro con Sara no fue del todo casual, ya que me las apañé para quedarme con ella. Además de ser extraordinariamente guapa, su cuerpo engalanado para la ocasión con ropas ajustadas y un tanto provocativas era de infarto. No era muy alta, pero tampoco baja. Estaba delgada y sus curvas a pesar de no ser muy pronunciadas provocaban en mi incesantes olas de deseo por poseerla. En el preciso instante en el que la cogí por la cintura para enrollarme con ella, la excitación se apoderó de ambos, ya que por fin podíamos dar rienda suelta a todo el deseo contenido a lo largo de un día repleto de insinuaciones y provocaciones. Fue abrazarnos y nuestras bocas fueron a un encuentro apasionado, similar al de dos enamorados que han pasado mucho tiempo separados. Nuestras lenguas se exploraban fogosamente al mismo ritmo de la música que golpeaba dentro de nuestros pechos. En aquel momento, unidos a través nuestras bocas, parecía que todo alrededor dejaba de existir. En aquella discoteca sólo estábamos ella y yo. Esa sensación hizo que ambos nos desinhibiéramos y comenzásemos a abandonarnos a los impulsos de nuestros cuerpos. Mi excitación irremediablemente se reflejaba en un empalme cada vez más notorio, respondiendo ella con movimientos precisos que buscaban la presión y el calor de mi polla en su coño. Yo la agarraba con fuerza del culo, apretándola contra mí, mientras que ella abrazada a mi cuello empujaba hacia sí mi cabeza, prolongando aquel beso eterno. Sentía además cómo sus pechos se estrujaban contra mí, acentuando el deseo, la pasión sin freno de dos cuerpos jóvenes con ansia de sexo. Estábamos tan juntos que la misma sensación de nuestros cuerpos chocando me resultaba molesta.

Yo quisiera fundirme con ella, ser una misma cosa, alejarme de los límites físicos de nuestros cuerpos… Y sin embargo, a cada roce de sus senos le respondía una embestida de mi polla, a su vez respaldada por su gemido dentro de mi boca. Y como un círculo infinito de placer nuestros movimientos cada vez eran más manifiestos, más explícitos. Decidimos por lo tanto alejarnos de la pista y camuflarnos en la oscuridad de los rincones del local. La mera separación de nuestros cuerpos para salir de allí acentuaba nuestro deseo, de tal forma que en el breve trayecto nuestras manos no contentas con ir unidas entre sí, se desplazaban certeras por nuestros cuerpos, sobándonos mutuamente el culo, la cintura, el cuello, el pelo,… Cuando llegamos al más oscuro de los rincones el espectáculo que allí nos aguardaba era alucinante. Rodrigo y Saúl, mis compañeros de piso se habían aliado en la conquista de una muchacha desconocida, y allí mismo los tres se entregaban al oscuro arte del sexo. La chica, con su camiseta de tirantes totalmente bajada mostraba una de sus tetas a Saúl, quedando la otra aun escondida en su sujetador.

Al mismo tiempo con su mano le estaba haciendo una paja a Rodrigo mientras que con la otra mano sobaba el paquete de Saúl con lujuria. Éstos, por su parte, sobaban a la chica con descaro, Saúl entregado a la teta de la chica y Rodrigo por debajo de la falda de ésta parecía estar devolviéndole la paja que ella le estaba haciendo. Sara y yo nos quedamos atónitos, sin poder apartar la vista de aquella escena. Suavemente introduje mi mano en sus pantalones y comencé a frotar mis dedos contra su coño, que para mi sorpresa sentí depilado. Sara me miro y rápidamente se puso delante de mí dándome su espalda pues quería seguir contemplando el bello panorama que Saúl, Rodrigo y la chica nos deparaban. Como compensación a mis movimientos manuales, ella apretujó su culo contra mi verga, totalmente empalmada, moviéndolo suavemente de arriba hacia abajo y a los lados. Además cogió mi otra mano y se la puso en una de sus tetas, obligándome a masajearla con fuerza. Por lo visto le gustaba ver a otros follando y tampoco le desagradaba exhibirse otro tanto. Y eso me excitó aún más si cabe. Debió notar que mi polla la pobre sufría en la dura cárcel de mis vaqueros, por lo que sin girarse siquiera desabrochó mis pantalones dejando que mi dura polla se liberase apuntando directamente hacia ella.

La tomo con cariño, deslizando suavemente su mano sobre ella, comenzando a hacerme una paja alucinante. Debido a ello mi mano casi no alcanzaba su depilado coño, pero sutilmente ella lo solucionó bajándose un poco sus pantalones dejando así el mínimo hueco que me permitía meter mi polla entre sus nalgas, volviéndonos a juntar al máximo. Ella con mi verga entera siendo aprisionada por sus muslos y nalgas, y mojándose por el calor de sus flujos comenzó un movimiento oscilatorio hacia alante y atrás, apretando sus piernas, haciendo que mí polla recorriese toda su entrepierna. Cuando quise soltar mi mano de su coño para acariciarle así las dos tetas ella soltó un breve gemido de enfado, tomando de nuevo mi mano y colocándola encima de sus labios vaginales, obligándome a realizar un movimiento frenético sobre ellos. Mientras, con su otra mano seguía oprimiendo la mía sobre su pecho, sin dejar de mirar al fabuloso trío que teníamos delante, donde ahora la chica, arrodillada, les estaba haciendo una mamada de infarto a los dos chicos.

En esas estábamos cuando aparecieron Natalia y Sergio. Sus caras reflejaban su sorpresa al encontrarse de bruces con el panorama que nosotros cinco ofrecíamos en aquel oscuro rincón. Alternativamente miraban a los otros tres y a nosotros dos. Tal estado de ensimismamiento fue roto por Sara que los llamó en medio de sus jadeos. Ambos se acercaron a nosotros, un tanto sorprendidos pero no cortados. Venían de la mano, y no eran pareja, por lo que evidentemente venían a lo mismo que habíamos venido los demás.

Cuando se acercó Sara rápidamente echó mano al paquete de Sergio, que se apreciaba excitado dentro de sus pantalones. En aquel momento un primer sentimiento de enfado me sacudió, pues me creía en posesión de Sara, pero rápidamente la situación me sobrevino, ya que aquello era más excitante de lo que nunca antes había vivido. Sergio me miró y yo sonreí, con eso todo quedaba dicho. Entonces extendió él su mano hacia Sara, introduciéndole sus dedos en la boca, que eran automáticamente devorados por ella. Por su parte Natalia, que tenía unas tetas preciosas, comenzó a acariciarse su coño, mirando ahora para nosotros tres, evidentemente sintiéndose inundada por el deseo. Viéndola en tal estado, solté mi mano de la teta de Sara, lugar que rápidamente fue reemplazado por la mano de Sergio. Me dispuse a soltar los tirantes de la camiseta de Natalia, pues mi intención era la de poder disfrutar del tacto de sus bellas tetas. Ella continuaba acariciándose, dejándose desvestir por mí, sin dejar de mirarme fijamente a los ojos, que expresaban fielmente el estado de excitación del momento. Al soltar el segundo tirante su camiseta se deslizó liviana dejando al aire sus maravillosos pechos, absolutamente redondos, cuyos pezones apuntaban ligeramente hacia arriba. De su boca salió un gemido de entrega total. Sara, arrastrada por el deseo, extendió la mano que le quedaba libre sobre una de las tetas de Natalia, acariciándola tiernamente. Del mismo modo yo alargué mi brazo hasta el otro pecho de Natalia, acariciando primero su suave piel para terminar pellizcando su duro pezón. Mientras, la propia Natalia seguía masturbándose, ahora ya con la mano metida bajo su falda.
El tiempo que pasamos así no lo sé con seguridad, pero lo que recuerdo con mayor fidelidad es que fue Sara quien alcanzó el orgasmo en primer lugar. Y no podía ser de otra manera. Voluntaria o inconscientemente Sara disfrutaba de la mejor posición: por un lado mi polla, dura y tiesa, se deslizaba entre sus piernas, acariciando su vulva, ahora completamente mojada.

Y mi mano derecha continuaba sacudiendo frenéticamente su clítoris, variando a veces la intensidad, la velocidad y la presión de mis dedos sobre su monte de Venus. Por su parte, ella continuaba frotando salvajemente la polla de Sergio, sin perder detalle de lo que enfrente hacían Rodrigo, Saúl y la chica desconocida. Además chupaba con deleite los dedos que Sergio le metía en su boca, mordiéndolos cada vez que recibía una de mis embestidas, y recibía las caricias de éste en sus tetas. Para completar el juego sexual con su otra mano acariciaba la teta de Natalia, cuyos pezones, durísimos, invitaban a algo más que el manoseo.
Como decía, Sara estalló en un orgasmo bestial dando paso sus gemidos a verdaderos alaridos que de no ser por el alto volumen de la música nos habrían delatado de inmediato. De su coño emanaron ardientes líquidos que embadurnaron mi polla, inundándome del placer húmedo de sus entrañas. En ese momento los demás estábamos más calientes aún si cabe. Y de nuevo Sara tomó la iniciativa, pues poniéndose de rodillas se metió la polla de Sergio en la boca y comenzó a mover su cabeza arriba y abajo, tratando de meterse aquella dura verga entera en su ardiente boca. Yo sin dudarlo un momento me acerqué a Natalia, que miraba embelesada cómo Sara le mamaba a Sergio. Una vez frente a frente le empecé a sobar las tetas mientras ella dejaba de meterse los dedos para tomar ahora mi polla entre sus manos. Yo estaba al borde de la extenuación, ya que notaba como mi polla estaba lista para descargarse en cualquier momento, y sin pensármelo dos veces alcé la falda de Natalia que para mayor sorpresa tampoco llevaba bragas. No fue difícil introducir mi pene en su coño de lo lubricado y dilatado que lo tenía. Automáticamente ella me rodeó con sus brazos y se alzó cruzando sus piernas a la altura de mi cintura. Ayudándome entonces del apoyo de la pared comencé a embestirla con firmeza arrancándole así un gemido por cada bombeo, aumentando cada vez más la velocidad. Cuando estaba a punto de correrme se lo hice saber, y ella de inmediato me pidió que no lo hiciera dentro de su coño, pues no tomaba píldoras ni teníamos condón puesto. Se la saqué y ella misma se arrodilló abriendo su enorme boca, invitándome a correrme dentro de ella, mientras con sus manos apretaba mi culo. Mi cuerpo entonces cedió y verdaderos chorros de semen salieron disparados sobre su cara, en sus ojos, mofletes y boca. Cuando me recuperé un poco de tan intenso orgasmo vi asombrado como Sara y Natalia compartían el semen que ambas tenían sobre sus rostros y pelo, chupándose con ansia la una a la otra. Sergio y yo nos miramos. Ambos teníamos ahora las pollas rojas y húmedas, y un tanto flácidas, tras sendos orgasmos. Por su parte Saúl, Rodrigo y la otra chica, que ya habían acabado, se estaban liando unos porros, mientras nos sonreían, complacientes por el espectáculo que les acabábamos de brindar. No sé quién más pudo habernos visto. Al menos nadie nos interrumpió ni nos dijo nada.

Mareado, tanto por el alcohol ingerido como por las sensaciones de nuestra pequeña orgía, me disponía a meter de nuevo mi querida polla dentro de los pantalones cuando vi, asombrado, como Sara, que estaba en cuclillas empezaba a mear allí mismo. Me imagino que los motivos se debían más a la cantidad de alcohol que tenía dentro de su cuerpo que a un acto de exhibicionismo o lluvia dorada, pero cuando alzó su vista hacia mí y me sonrió inmediatamente me agarré la polla y empecé a mear yo también. Lo que no me esperaba es que Natalia se metiese justo debajo, duchándose bajo el chorro amarillo que salía de mi polla. Por supuesto no desaproveché la ocasión y como si fuese una manguera empecé a menear mi polla, regando del cálido líquido todo el cuerpo de Natalia, que brillaba ya de lo mojado que estaba. Sus tetas, el vientre, el pelo, su falda… todo estaba empapado cuando terminé. Por un momento me dio reparo verla así, pero rápidamente ese recato se esfumó cuando Natalia se levantó y me estampó un beso en toda la boca, taladrándome con su lengua, que sabía inevitablemente a pis.

Sara aplaudió jovial nuestra osadía y con una mirada atravesada por la lujuria le suplicó a Sergio que lo hiciese lo mismo que Nati y yo acabábamos de hacer. Por supuesto Sergio no se hizo de rogar e inmediatamente empezó a descargar su dorado licor sobre la cara de Sara, que abría su boca dejando que el pis la llenase y dejando que éste rebosase desparramándose sobre sus tetas y vientre, hasta llegar al húmedo coño rasurado que se tocaba con deleite. En cuanto Sergio acabó todas las miradas se dirigieron hacia mí. Aún quedaba Natalia por mearse y todo indicaba a que yo sería el blanco de sus deseos. Sinceramente no opuse gran resistencia porque el deseo y la excitación eran en aquel momento mi principal bandera, por lo que arrodillándome alcé mi cara hacia el coño de Natalia, que con las piernas abiertas me indicaba la posición idónea donde debía colocarme. De repente el calor de su meada se extendió por mi cara, inundándome por entero, y si soy honesto, debo decir que me encantó. Abrí mi boca para repetir lo que había hecho Sara, dejando que el pis rebosara. Recuerdo con todo detalle aquella escena, con el coño de Natalia soltando su cálido chorro sobre mí. Cuando vi que ya acababa guardé por un momento un poco de pis en mi boca, pues quería darle el toque final a aquella fiesta. Me levanté y dirigiéndome a Sara la besé en la boca dejando que todo aquel maravilloso líquido se diluyera en el beso. De inmediato Sara besó a Sergio repitiendo la acción del trasvase. Finalmente Sergio devolvió a Natalia en forma de beso lo que quedaba del delicioso néctar que había manado de su cuerpo.

Al mirarnos podíamos observar el deseo en el rostro de los demás, pero decidimos tomarnos un pequeño descanso acompañando a los otros tres en su fiesta particular con el cánnabis. Cuando nos volvimos hacia ellos no pudimos hacer otra cosa que reírnos ante la estampa que nos deparaba. Mientras Rodrigo y Saúl continuaban liándose los porros, la chica estaba entre ambos, con las piernas totalmente abiertas soltando su personal chorro de pis, brindándonoslo a nosotros. Aplaudimos su gesto y nos unimos a ellos, fumando y comentando lo que acabábamos de hacer, sin dejar de flirtear y proponer nuevos juegos para después.

En eso estábamos cuando llegaron otros compañeros. Eran David, Paula, Ana y Pablo. Se unieron a nosotros y comenzamos a relatarles lo acontecido minutos antes en aquel mismo lugar. Atónitos nos miraban con incredulidad, pero instantes después, ayudados por los efectos comunales de los porros, nos pedían un hueco en nuestra fiesta particular. Desde luego accedimos inmediatamente, y ya estábamos maquinando el rumbo de la continuación de la orgía cuando desde los altavoces informaron que la discoteca iba a cerrar y que la fiesta llegaba a su fin. Eran las cuatro de la mañana y de repente nuestros rostros se oscurecieron, entumecidos. Realmente supuso un auténtico mazazo para nuestro nivel de excitación ver que se nos acababa el chollo.

Hasta que Celia, la chica desconocida, nos propuso ir a su piso, que compartía con otra chica y que no estaba lejos de allí. De nuevo un estado de deseo y lujuria recorrió nuestros cuerpos. Al momento terminamos de adecentarnos, en la medida de lo posible, arreglando un poco nuestras ropas y bañándonos bajo el frescor de la colonia que Paula llevaba en su bolso, intentando así camuflar el intenso olor a orín que despedían nuestros cuerpos. Salimos de la discoteca entre abrazos, toqueteos y mucha, mucha excitación. Éramos nada más y nada menos que once personas, seis chicos y cinco chicas. La orgía se presentaba impresionante. Nos dirigimos al piso de Celia, excitados, y muy alterados. El alcohol, los porros y el deseo de follar como locos eran los responsables de tal estado.

Casi sin darnos cuenta llegamos al piso de Celia, un piso enorme donde nuestra imaginación iba a derivar en una orgía fantástica que en un próximo relato, si tenéis a bien, os seguiré relatando. Mientras tanto no dejéis de disfrutar de vuestra vida sexual, de los encantos de los cuerpos, de las fragancias y de la imaginación sin límites. Procurar no poner freno a vuestras fantasías y vivir con intensidad cada manifestación del deseo. 

Por cierto, podéis comunicaros conmigo a través de la siguiente dirección. Os prometo contestar. Ahí podéis contarme vuestras experiencias, fantasías o escondidos deseos. Del mismo modo podéis comentar qué os ha parecido el relato, y hacer las pertinentes críticas.

Un beso muy grande, por ahora…