Capítulo 1

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Familia compenetrada

Capítulo I

Esta historia, es la historia de una experiencia propia que pasados los años, he querido dejar reflejada de forma anónima para evitar ser juzgado con los prejuicios de una sociedad condicionada y deformada por principios «morales» o religiosos de un grado de intolerancia que no podrían soportar esta conducta y, como quiera que mi posición social no permite una valoración negativa por motivos estrictamente económicos, me dispongo, como digo, a dar a conocer un hecho real, como muchos otros que se dan en la intimidad de muchos hogares y que se ocultan entre el miedo a su difusión y censura pública o incluso miedo a represalias legales o penales, o incluso, porque los propios principios de sus protagonistas rechazan sus actos de una forma irracional, como propios de aberraciones que les han transmitido sin demasiados argumentos.

Viven una existencia atormentada en la convicción de haber hecho algo demoníaco y tan perverso, que merecen el fuego de los infiernos.

Pues bien, todo esto desde mi perspectiva, como profesional de la psicología con despacho abierto y como protagonista de una extraordinaria experiencia de este tipo, puedo afirmar desde mi convencimiento y mi razonamiento intelectual, que tal conducta no constituye en modo alguno perversión o aberración, pues la ley natural que la madre naturaleza nos imprime a todos en nuestros corazones al nacer, nos impulsan a estos actos, puede que pecaminosos desde el punto de vista religioso, pero en modo alguno ilegítimos contra esa ley natural pues, como vemos, en todas las especies animales se da con absoluta normalidad.

Como es lógico y se habrá ya deducido, hablo del incesto, ese término maldito por algunos y tan natural para todas las especies animales, como digo.

Comienzo mi historia cuando cumplo 14 años en un día jueves y de primavera.

Mis padres y mi hermana mayor me obsequian con una bonita fiesta familiar en donde no faltan ni los regalos, ni la tarta, aunque mis padres me aseguran que el fin de semana me darán un regalo especial sorpresa.

Me lo dará mi madre y los tres sonríen con cierta complicidad.

Ese fin de semana, primero de mes, mi padre se marchaba, el sábado por la mañana a casa de unos amigos, como todos los primeros de mes, a hacer un campeonato regional de mus que se celebraba en casa de los propios partícipes, rotando cada vez en la casa de uno de ellos.

En la nuestra no tocaba, pues había sido recientemente.

Mi hermana había decidido marcharse con unas amigas del instituto a la sierra a pasar el fin de semana esquiando, antes de que el calor de la primavera derritiese definitivamente la nieve de las pistas.

Es decir, mi madre y yo estaríamos solos en casa todo el fin de semana, o mas bien, desde el sábado a primera hora.

Sin darle mayor importancia dejé pasar el viernes con mis clases y mis amigos con total normalidad, con la ilusión de todos los fines de semana y poder dormir cuanto quisiese –siempre que mis padres mi lo permitiesen, pues nos les gustaba dejarnos dormir sin límite-.

No obstante aquel fin de semana no habría de ser como los demás, pues mi madre me tenía preparado un precioso regalo que hasta tiempo después no sabría valorar adecuadamente.

Así, aproximadamente a las 10 de la mañana, mi madre pasó a despertarme para informarme que me tenía preparado el desayuno especial –enseguida me acordé de mi regalo-, por lo que sin mucha gana, a pesar de la curiosidad por el regalo, me levante.

Mi madre me mandó a la ducha como siempre antes del desayuno y yo me dirigí al baño.

Después del mismo, volví a la cocina en donde me esperaba mi madre, que preparaba unas tostadas con mantequilla y mermelada como muchos otros días, por lo que no acertaba a comprender cual era el regalo especial.

Ella me aclaró que lo especial del desayuno no estaba sobre la mesa y que a continuación me lo mostraría.

Desayuné viendo la tele y al terminar me pidió que fuese con ella a su dormitorio.

Con expectación me dirigí tras ella al dormitorio que ya tenía arreglado y me preguntó directamente y sin preámbulo alguno que necesitaba saber si había tenido ya alguna experiencia sexual con alguna chica.

Sin poderlo evitar enrojecí contestando la verdad, es decir, que no.

Ella sonrió al notar mi turbación y me tranquilizó diciendo que se alegraba mucho y que no había ningún problema, simplemente era una información necesaria. Yo, al principio pensé que alguien le habría dicho algo, algún embarazo de alguna amiga… en fin, no sabía que pensar y sin dejarme aclarar mis ideas volvió a realizar otra pregunta igual de directa que la anterior: «Y a solas, te has masturbado alguna vez?» Otro nuevo sonrojo mío y mi dilación y duda le hicieron comprender que ya había realizado alguna que otra experiencia de ese tipo. Sin dejarme contestar me dijo: «No hace falta de contestes; ya veo que sí y me alegro, así será todo mas fácil».

Yo no sabía que pensar ni lo que mi madre buscaba, pero estaba tan nervioso como un flan y mi corazón latía que podía oírse.

Me encontraba de pie frente a mi madre, que estaba sentada en su cama mientras me miraba fijamente.

Ella bajó su mirada hasta mi entrepierna y sonrió alegre al notar lo abultado de mi pantalón corto de pijama y que yo no me había dado cuenta.

Efectivamente me encontraba en plena erección y era notoriamente visible. Yo no sabía como disimular, pues mi posición no me lo permitía, pero mi madre nuevamente volvió a tranquilizarme diciendo que no me avergonzase, pues eso era lo normal a mi edad y que ella ya lo esperaba. Mas aún, se alegraba de comprobar que era todo tan normal.

El siguiente paso que me pidió es que me bajase el pantalón, pero yo, ya evidentemente intranquilo, le dije que no, por favor; que sentía mucha vergüenza, pero me insistió diciendo que me tenía ya muy visto desde niño.

Yo no lo veía igual, pero ella, tomando la iniciativa, comenzó a bajarme el pantalón salvando con delicadeza el obstáculo de mi pene. Yo me dejé llevar.

Cuando me los bajó del todo, levanté los pies para que pudiese retirar el pantalón, con lo cual quedé en calzoncillos ante ella como único atuendo. Vi con terrible vergüenza, que por encima de la goma del calzoncillo sobresalía parte de mi pene, aunque mi madre no hizo observación alguna.

Yo, pensando que no se había percatado, traté de cubrirme, pero ella retiró mis manos.

Nuevamente desarmado frente a ella me despojó de esa última prenda, dejando mi cuerpo totalmente desnudo y mostrando en su plenitud mis atributos masculinos.

Llegado a este punto yo no podía suponer que es lo que mi madre pretendía en realidad, pues me parecía todo absolutamente irreal, un sueño fantástico y que despertaría enseguida.

No fue así. Yo, avergonzado, no me atrevía a preguntar nada y mi madre, empujándome suavemente, me sentó junto a ella en la cama y me dijo que me recostase sobre mi espalda, dejando las piernas fuera de la cama.

Mi pene mostraba ahora toda su extensión y auténticas dimensiones, que sin ser para nada especiales, si se encontraban en el máximo de su erección y volumen.

Mi madre cogió el miembro con una mano y comenzó a frotar con suavidad y lentitud. Yo cerré los ojos completamente avergonzado y sin saber que hacer, pero estaba seguro de que me moriría, pues el corazón me latía como nunca lo había sentido antes.

A los pocos segundos de esta actividad, comencé a sentir que mi semen llegaba puntual a su cita, lo que me causó mayor turbación por el hecho de que mi madre se apercibiese de mi estado real, pero no podía controlar la situación y me dejé llevar.

En un momento, sentí que el placer llegaba al máximo y comencé a moverme rítmicamente al mismo compás que la mano de mi madre, pero ella, en un brusco movimiento, apretó mi glande con firmeza y paralizó completamente el proceso dejándome absolutamente desconcertado.

La miré preocupado y me sonrió, llevándose un dedo sobre sus labios e indicarme que no dijese nada.

Mi mirada de curiosidad quedó satisfecha cuando mi madre me preguntó: «¿Qué te parece, has aprendido como se puede prolongar estos momentos de placer? Si no se hiciese alguna cosa, se terminaría enseguida, no crees?» Yo hice un gesto de ignorancia elevando ligeramente mis hombros y ella me empujó la cabeza para que nuevamente la volviese a apoyar en la cama y comenzó nuevamente a frotar mi pene.

Yo nuevamente me dejé llevar y a los pocos segundos de nuevo volví a perder el control y a moverme a su compás con violentos impulsos de mis caderas hacia arriba y abajo, provocando una mayor rapidez en alcanzar el orgasmo.

Nueva parada de mi madre y me ordena con autoridad que no me mueva para nada, que ella me enseñará como se hace.

Yo entre asustado y sobreexcitado, callé, cerré los ojos y me recline nuevamente sobre la cama, dejándome llevar completamente por ella, que reanudó su masaje, ahora extendiendo sus caricias a mis testículos, entrepierna, muslos, bajo vientre… etc., No cabe duda que sabía hacérmelo bien, pero yo no podía aguanta mas.

Se centró de nuevo en el pene y comenzó una frotación rítmica acompañada de una suave caricia en los testículos con la otra mano, con lo que el éxtasis no tardó en llegar en toda su extensión.

Sentí un chorro de semen sobre mi vientre mientras mi madre aceleraba la frotación, hasta dejar de sentir los latidos del placer mas intenso que había tenido nunca.

Ella sin dejar de acariciarme con delicadeza, me preguntó, casi susurrando y dejándome disfrutar del placer sentido, como me encontraba y que si me había gustado. Asentí con la cabeza sin abrir los ojos de vergüenza y ella cogió unas servilletas de papel que tenía preparadas –supongo que de antes de llegar yo a la habitación-, par limpiarme cuidadosamente.

Sin moverme de mi posición, sentí que me ponía mis calzoncillos y favorecí su maniobra sin decir palabra y moviendo mi cuerpo para facilitarle la colocación de las dos prendas, el calzoncillo y el pantalón.

Ella salió de la habitación llevándose el papel sucio y yo quedé allí, mareado, avergonzado y sin saber que pensar y por qué habría hecho aquello mi madre.

No sabía si salir de la habitación o quedarme allí un rato, pues me avergonzaba verle la cara a mi madre. Pensaba en mi padre, si se llegaba a enterar: que pasaría?.

Estuve así un rato largo, pero al fin salí comprendiendo que el encuentro con mi madre era del todo inevitable. Llegué al salón y allí estaba ella sentada sobre el sofá esperándome.

Me acerqué con la cabeza baja y me cogió de la mano acercándome a ella para que me sentase a su lado.

Ella, comprendiendo sin duda mi turbación, comenzó a hablar y explicarme lo que sucedía. Yo, sin mirarle a los ojos directamente, escuchaba tratando de comprender o encontrar una explicación a todo aquello.

Comenzó un relato que reproduzco a continuación casi al pie de la letra:

«Verás Jaime; esto que te he hecho lleva ya mucho tiempo decidido entre tu padre y yo. La razón es que queremos introduciros en la vida sexual plena nosotros, vuestros padres» –Cuando hablaba en plural supuse que se refería a mi hermana. Ella debió tener o tendrá otra experiencia similar con mi padre, posiblemente. Yo alucinaba, pero callé y escuché-

«Hace casi 30 años aproximadamente, cuando murió tu tío Julián, el hermano mayor de tu padre, sabes que el abuelo, que no conociste, padre de ambos, se suicidó verdad?. Pues bien la historia es que tu abuelo, hombre rudo y a la antigua usanza, quiso introducir a sus hijos en la vida sexual ‘hacerles un hombre’ como él parece ser que decía, de tal modo que cumplidos 15 años de tu tío Julián, su padre se lo llevó, con la oposición de su madre que sabía lo que iba a hacerle a su hijo y de él mismo, un chico frágil físicamente y muy sensible, quizá algo exagerado para su condición masculina, como digo se lo llevó a una casa de prostitutas cercana al pueblo donde vivían, en donde forzó a su hijo a mantener relaciones con una prostituta que le eligió él mismo entre las chicas más jóvenes de la casa, la cual se encargó de cumplir sobradamente el encargo del padre, a pesar de la resistencia del hijo, que vivió una trágica experiencia.

El hecho es que como consecuencia de aquel acontecimiento, el chico cayó en una profunda depresión y, además, contrajo una rara enfermedad –hoy mas conocida-, que le llevó finalmente a la muerte.

Su padre, considerándose responsable de aquello, no pudo resistir y se suicidó disparándose con su escopeta de caza. El resto ya lo conoces. Tu abuela quedó viuda con aproximadamente 38 años y tu padre, el hijo menor, huérfano con 13 años.

A pesar de que su madre compartía parte de la filosofía de su marido acerca de la virilidad y todo eso, no fue partidaria de forzar a su hijo a aquella experiencia, dado que conocía la condición de homosexual de su hijo mayor y que el padre se negaba a admitir, por lo que cuando tu padre llegó a una edad similar a la tuya, tuvo la mejor idea que se le puede ocurrir a una mujer inteligente con ella.

Consistía su decisión en educar en el sexo a su propio hijo llegada la edad de la pubertad y, de camino, ella recuperaría la actividad sexual que le había sido suspendida prematuramente con la muerte de su esposo en plena juventud de ambos.

Llegado aquel que ella consideró el momento adecuado, una noche le pidió a tu padre que le acompañase a su lecho para hacerle compañía, pues se encontraba sola y recordando a su marido y así consumó una primera relación sexual plena con su hijo que fue la primera de una serie de ellas y que se prolongaron hasta que tu padre, pasados los 22 años, le informó a su madre que tenía novia formal, que era yo, con la pensaba casarse.

A partir de ese momento, su madre le prohibió volver a mantener con ella ningún tipo de relación, dado que debía mantener fidelidad total a la mujer a la que pensaba entregarse en cuerpo y alma y puesto que ya tenía pareja estable con la que satisfacer sus necesidades sexuales sin tener que acudir a parejas ocasionales con alto riesgo de contraer graves enfermedades.

Desde entonces, tanto tu padre como yo le estamos muy agradecidos a tu abuela que supo enseñar bien a su hijo y asegurarse de que haría totalmente feliz a la mujer que hiciese su esposa, pues su experiencia la trasladaría a ella y la haría gozar de unos conocimientos que, de otro modo, no habría adquirido nunca.

Por su parte, tu padre hizo lo mismo con tu hermana a los 13 años y cuando tuvo su primera menstruación –ya que las mujeres se desarrollan antes que los hombres-, y desde entonces mantiene esa relación ocasional cuando tu hermana tiene necesidad de satisfacer su instinto, sin que en ningún momento haya sido esto causa de disgusto para ninguno de los tres que nos encontramos totalmente informados y participando de estas maravillosas y excitantes experiencias que a tu padre le rejuvenecen y que tu hermana le sirven para mantener un perfecto equilibrio psicológico al tener sus necesidades totalmente satisfechas y con total confianza y seguridad.

A partir de ahora, te podrás añadir a este perfecto grupo familiar y participar en cuantas fantasías se te ocurran a ti o a los demás, disfrutando tanto de la experiencia de tu madre, como de la juventud y pasión de tu hermana, dejándome de vez en cuando disfrutar de tu padre que, en ocasiones le agota en largas sesiones de sexo para su edad.

Ella, de alguna forma, es la que mas ha insistido en que te pongamos al corriente de todo lo antes posible, para poder participar contigo de sus juegos eróticos, así es que prepárate pues mañana por la noche llegarán ambos con la curiosidad de conocer tu opinión y saber si estas contento con esta nueva expectativa en tu vida, que yo me encargaré entre hoy y mañana de hacerte ver lo maravilloso de la misma.

Esa es la sorpresa que te teníamos reservada y a la que espero te unas sin reservas para disfrutar juntos de nuestra vida familiar segura y llena de experiencias nuevas.

Y bien, que opinas?

Bueno, mejor aún no respondas, pues debes digerir la noticia y tratar de verlo sin prejuicios y olvidando cuanto has oído hasta ahora acerca de la perversión que supone estas relaciones entre parientes cercanos, pues te puedo asegurar que conocemos muchas familias que lo practican a través de la consulta de tu padre, pues a una psiquiatra acuden todo tipo de personajes con las historias mas variadas, unas de ellas constituyen auténticas patologías, pero otras, que perturban la paz interior de muchas personas, no son sino el fruto de estos prejuicios que les inducen a pensar que lo que hacen es algo realmente perverso.

No es así y el tiempo te lo demostrará.

Ahora depende de ti el decirme si quieres seguir adelante o quedarte en donde estás, pues de ser así, no volveremos a hablar del tema y yo no volveré a ponerte en el aprieto de antes».

Ahora ya no le quitaba ojo a mi madre.

Observaba su cara de total tranquilidad y satisfacción al ver que yo también me había relajado, primero al saber que mi padre estaba al tanto de todo y no tendría consecuencias para mí y, segundo, porque esta sinceridad me había relajado y ya no me sentía tan avergonzado de la experiencia anterior, que ahora me parecía estupenda, ya que antes se mezclaron dos sentimientos opuestos, el de intenso placer y el de intenso terror y vergüenza, que no me dejaron disfrutar del todo.

«Bueno, que me dices?. Estoy esperando una respuesta y me estoy empezando a preocupar»

Yo le contesté simplemente un «bueno, no sé, vale» totalmente infantil o así me sonó a mí mismo.

Ella me dijo que me tomase un zumo de naranja del frigorífico, pues se me notaba la boca seca y me encontré liberado al no tener que contestar nuevas preguntas ni que hacer nada, ni mantenerme en su presencia, de modo es que me levanté enseguida y me marché a la cocina como me había dicho mi madre. Ella salió tras de mí y por el pasillo la oí alejarse.

Para relajarme encendí la tele de la cocina mientras me tomaba un zumo fresco que me sentó inmejorablemente.

Me serví otro y miraba la tele sin entender lo que decían, pues pensaba en todo lo sucedido y en la historia de mi madre.

¿Qué pasaría a partir de ahora? ¿Qué pensarían de verdad mi padre y mi hermana? ¿Era posible que estuviese sucediendo lo que decía mi madre desde hacía posiblemente 3 o 4 años sin yo saberlo? En fin, tenía tantas preguntas que no podía concentrarme en la televisión ni en lo que ocurría a mi alrededor; sería posible lo de mi hermana y mi padre? No podía imaginarme la situación que me resultaba impensable.

No había duda, su aire de complicidad cuando me anunciaron mi «bautismo de fuego» para hoy, no dejaba lugar a dudas. ¿Cómo sería una relación con mi hermana? En fin, lo dejé para mas adelante, aunque no me resultó desagradable este pensamiento; mi hermana estaba francamente bien, o al menos así me lo parecía a mí.

Capítulo II

La lección del día aún no había terminado y así me lo hizo saber mi madre cuando desde el salón, me llamó.

Acudí a su requerimiento enseguida y cuando llegué me pidió que me sentase a su lado.

Preguntó si ya estaba mas tranquilo y le contesté que sí.

Realmente ya estaba mucho mas tranquilo y relajado, pero aún tenía mas preguntas que me reservaba para otro momento, pues me sospechaba que la clase de sexo estaba aún por empezar.

No quería demostrar interés por ello, pero mas por vergüenza que por pasión, aunque esto no fue necesario, pues mi madre, tomando nuevamente la iniciativa, puso su mano sobre mi entrepierna, comprobando que yo tampoco había dicho mi última palabra.

Yo agaché la mirada y a ella la vi sonreír de reojo.

Me preguntó si me apetecía seguir, pues de no ser así, me dejaría. Yo contesté rápidamente que sí me apetecía, por lo que ella descubrió mi pene totalmente erecto de nuevo y comenzó nuevamente a frotar con delicadeza.

Ella lo dejó por un momento y me bajó a un tiempo el pantalón y el calzoncillo para quitármelos del todo, dejándome nuevamente desnudo y sentado en el sofá.

Ella se levantó y se quitó su bata de raso blanca que llevaba puesta y que le cubría hasta debajo de la rodilla.

Bajo la misma se me apareció una extraordinaria mujer con un provocativo atuendo, equipada de la ropa interior mas sexy que había visto nunca.

Llevaba un camisón corto de color verde y totalmente transparente. Le subía el camisón por encima de la rodilla aproximadamente una cuarta.

Bajo él se apreciaba con total nitidez unas medias negras sujetas por un liguero, también negro y bajo éste, una braga tanga, que apenas cubría su vello púbico.

El sujetador era igualmente negro muy transparente y dejaba ver claramente unos pezones erectos y muy oscuros, algo que me sorprendió.

Así quedó ante mí, de pie y yo sentado en el sofá desnudo.

Sonriendo me preguntó si le gustaba lo que se había comprado para la ocasión. Yo sin saber reaccionar dije que sí y tendí mis brazos instintivamente con la intención de acercarla a mí.

Ella se dejó llevar y yo apoyé mi cara sobre su vientre; mis manos, por detrás de ella, acariciaban sus nalgas desnudas, pues la braga se reducía a una cinta que recorría su trasero.

Mi excitación estaba subiendo a un límite que yo no conocía y ella lo notó.

Me pidió un momento de calma y se sentó a mi lado, agachándose sobre mi pene, comenzó a succionar y chupar, algo que me sobresaltó de momento, pero que no pude evitar… ni quise.

Me limité a meter mi mano bajo la parte superior de su camisón y alcancé sus pechos, mas duros de lo que me imaginaba.

Ella paró un momento para soltarse el sujetador y quitárselo del todo, de modo que mi acceso a sus pechos fue mucho mas cómodo.

No alcanzaba mas allá de su vientre, aunque ella evitaba que yo llegase mas allá, así es que me conformé con seguir apretando sus pechos. Ella me pidió que lo hiciese con mas suavidad y volvió a chupar.

Creí que me iba a correr de nuevo en breve, pero ella se ocupó de que el acto se prolongase indefinidamente, hasta el punto de que notaba mi pene dolorido de la dureza que había alcanzado, hasta que ella, apiadándose de mi tortura, comenzó a chupar y frotar a la vez y nuevamente alcancé un orgasmo terrible, algo que me hizo temblar hasta el último pelo de mi cuerpo; ella continuó chupando mientras notaba los espasmos de mi orgasmo y apreciar que ya mi pene alcanzaba unas dimensiones mas relajadas.

En ese momento se retiró y se limpió cuidadosamente y me limpió a mí que quedé exhausto sobre el sofá. Ella se marcho a asearse.

Yo quedé mareado sobre el sofá y sin saber que me estaba pasando y que me pasaría a partir de ahora. Recordaba lo que mi madre me había dicho sobre la fogosidad de mi hermana y pensaba que si lo de mi madre no era fogosidad, como sería lo de mi hermana!.

Estaría a su altura?. En fin, rápidamente llegó mi madre con su habitual sonrisa y con su bonito camisón verde, sus ligueros y tanga debajo y sin sujetador, que había dejado junto a mí, en el sofá. Alegre y tranquila me preguntó:

«Bueno, que tal la segunda lección??» Yo también estaba mas tranquilo y, ahora, mucho mas relajado. La verdad es que había tenido bastante por hoy, pero lo de la segunda lección me hacía sospechar que quedaba alguna lección mas que recibir.

Ella, sin mas preámbulo, se acercó de nuevo a mí, que aún estaba recostado en el sofá, y me preguntó si estaba dispuesto a recibir la tercera clase particular.

Yo alarmado le dije que no podría hacerlo otra vez y ella me aseguró que ahora, con la pasión en calma, la razón actúa con mas control y la experiencia será mas larga y gratificante. Me pidió que confiase en ella en este tema, cuya experiencia, estaba garantizada.

Yo le pregunté que ahora que me iba a hacer y ella dijo tajante: «Ahora serás tú el que me haga algo a mí, vale, pues a mí también me gusta y aún no he empezado, recuerdas?».

No puedo negar que me dio un vuelco el corazón, pues la verdad es que estaba algo mas tranquilo pensando que aún no había pasado nada irreparable, pero llegado el momento de hacer el amor con mi madre, habría traspasado la frontera de lo moral y éticamente correcto y entraría en un camino sin retorno, además que aún no terminaba de creerme al cien por cien lo de que mi padre estaba al tanto de todo y conforme con esto que estaba haciendo con mi propia madre.

Le pedí un momento de recuperación y ella se sentó a mi lado y, sin darme tregua, me cogió mi mano y la acercó a su sexo, permitiéndome lo que hacía un momento me había impedido.

Yo, ansioso, metí mis dedos por debajo de su braga mientras ella comenzó a soltar las pinzas del liguero. Lo primero que noté es un vello rizado y fuerte, distinto al que lucía en su cabellera e inmediatamente localicé su agujerito que se encontraba completamente húmedo y escurridizo.

Metí mis dedos y comprobé un calor especial y que la introducción era muy fácil, pero ella me retiró la mano para terminar de quitarse la ropa interior.

Se puso en pie y se quitó el camisón. La braga se la quitó y se dejó puesto el liguero, desprendido de las medias.

Tal y como predijo mi madre yo ya me había vuelto a poner a tono, mostrando otra vez una erección ejemplar. Yo mismo estaba asombrado de mi capacidad.

Ella, mas que asombro, mostraba satisfacción y no dejaba de sonreír. En esta ocasión yo le devolví la sonrisa. Le tendí mis brazos invitándola a unirse a mí y me tendió sus manos.

Se acercó, me colocó boca arriba en el sofá y se montó sobre mí, aunque sin permitir, de momento, la penetración.

Yo me arqueaba buscando y buscando con mi pene su vagina, que pensaba taladrar en el acto, pero ella me esquivaba con habilidad.

Por fin y tras un rato de jugueteo conmigo en el que me cogía las manos para acercarlas a sus pechos, etc., noto el calor de su sexo en contacto con la punta de mi pene.

Yo comprobé que estaba totalmente arqueado hacia arriba buscando este contacto, pero ella estaba decidida a hacerlo a su modo.

Restregaba mi miembro por su zona mas caliente sin lograr perforarla, pero ella disfrutaba enormemente con este jugueteo ante portam.

Cuando poco a poco y ocasionalmente conseguía introducir parte de mi verga en su vagina, ella se movía con habilidad perfecta permitiendo la penetración justo hasta el punto que ella quería y en este éxtasis me tenía cuando, de repente, sonó el teléfono.

Yo perdí el control por un momento y el sobresalto me inmovilizó.

Abrí mis ojos con espanto como si alguien hubiese descubierto mi crimen y mi rostro se contrajo del terror.

Ella me tranquilizó sujetándome y diciéndome que la espere un poco, que me estuviese quieto.

En cuanto ella se retiró de encima de mí y se levantó para atender el teléfono, yo instintivamente y al oír que era mi padre, me levanté inmediatamente tambien y comencé a vestirme muy asustado.

Ni qué decir tiene que mi pene quedó reducido sensiblemente y yo, sin saber que hacer, comencé a marcharme hacia la cocina, quizá evitando que alguien me viese junto a mi madre y averiguase lo que estábamos haciendo, pero ella, al pasar a su lado, me cogió por el brazo y me impidió que me alejase, acercándome hacia ella.

Efectivamente, el interlocutor era mi padre y yo estaba violento en extremo, sobre todo cuando mi madre, en un alarde de atrevimiento y picardía, me llevó mi mano hacia su sexo aún ardiente.

Yo trataba de evitarlo, pues tenía la sensación de que mi padre nos estaba viendo, pero ella insistía y me cogía mi pene y me arrimaba su trasero.. en fín, un descaro que parecía excitarle a tope.

Yo seguía la conversación que parecía totalmente normal.

El debía preguntar como iba todo y ella contestaba que mejor de lo previsto y parecían reír ambos.

Yo enrojecía de vergüenza suponiendo lo que mi padre pensaría, pero ella insistía sin entrar en pequeños detalles que todo estaba bien y que esperaba un fin de semana tranquilo y muy divertido, recalcando estas últimas palabras.

El cenit llegó cuando ella dijo que le pasaba conmigo para saludarle… en fin, yo no sabía que hacer ni qué decir; trataba de negarme con la cabeza y diciéndole a mi madre que le dijese que estaba en mi habitación o algo así, pero ella me dijo que mi padre quería hablar conmigo.

Por fin me puse y mi padre, tan normal como siempre, me preguntó que tal estaba. Yo le dije que bien y el insistió en nuevas preguntas tendenciosas, tales como que tal lo estaba pasando, si mi madre me había enseñado el «regalo», etc., a todo esto, mi madre me dio la espalda y agachándose ligeramente, cogió mi pene semierecto, y lo introdujo en su vagina, comenzando a moverse rítmicamente y logrando una excitación que me hacía perder el control de la conversación con mi padre y hasta se me cayó el auricular.

Ella, continuando con su acción, recogió el teléfono y le dijo a mi padre que le teníamos que dejar, pues tenía en ese momento a su alumno el clase y no quería que perdiese la concentración… oí reír a ambos y me tranquilicé, pero, a pesar de todo, aquello era demasiado para mí y yo no controlaba nada de lo que ocurría a mi alrededor.

Estaba avergonzado y muy excitado.

No obstante, yo no dejaba de empujar gozando a tope del momento de placer que estaba teniendo.

Cuando mi madre se despidió con un beso de mi padre, comprendí que aquello estaba perfectamente asumido por ellos y a mí me pareció que, de alguna forma, ya sí de verdad gozaba del beneplácito de mi padre para hacer con mi madre cuanto nos apeteciese a ambos.

En ese momento mi madre se separó de mí bruscamente, dejándome con el pene endurecido totalmente y enrojecido como un tomate, en una pose algo grotesca.

Se volvió hacia mí y me dijo que así no iba a ser mi primer «polvo» ni su primer «polvo» con ella.

Ese término malsonante me avergonzó un poco en boca de mi madre, pero no le di mayor importancia, pues lo que estaba esperando y deseando es saber donde consumaríamos finalmente este «polvo».

Me cogió de la mano y me llevó a su habitación nuevamente, tendiéndose sobre la cama boca arriba e indicándome que subiese sobre ella.

Yo no esperé una segunda orden y en un segundo estábamos otra vez a la faena; yo de un modo frenético que parecía encantar a mi madre, pues entre quejidos de placer, sonreía y me pedía cuidado y mas despacio.

Yo no podía mas y me había abandonado a la naturaleza, dejando que el orgasmo llegase sin control y esperando correrme como nunca antes lo había hecho, pero eso no era lo previsto por mi madre que, cuando notó que me iba a correr, me ordenó retirarme y tumbarme yo boca arriba.

La verdad es que faltó un segundo para soltar el poco semen que debía quedarme en los testículos, pero ella supo pararme justo a tiempo.

Me puse boca arriba y ella, de rodillas sobre mí, me cogió nuevamente en pene dándole un apretón al glande y bajando mi excitación en el acto.

A continuación acercó mi pene a su vagina y comenzó a frotarse su clítoris con ardor y pasión, algo que me excitaba a mí mas que a ella; así se mantuvo un par de minutos en los que su cara había perdido la sonrisa y la había sustituido por una mueca desencajada de placer, apretando los dientes y cerrando los ojos. Yo le apretaba los pechos y me dejaba llevar.

Al cabo de esos minutos, dos o tres, se sentó sobre mi pene introduciéndoselo totalmente y comenzó a moverse rítmicamente con una precisión y arte que me hacía enloquecer… posiblemente tanto como ella.

En hábiles posturas que permitían una perfecta penetración y compenetración y tras varios minutos mas de loco goce de ambos, la noté como se corría entre muecas de placer y quejidos de gusto y yo, sin poderlo ni quererlo remediar, me corrí intensamente, tiernamente, largamente, mientras mi madre continuaba con sus movimientos y rebajando la velocidad e intensidad progresivamente, hasta parar pasados varios minutos del orgasmo conjunto que habíamos tenido.

Después de un rato de abrazo conjunto en el que ambos estábamos sudando y en silencio, mi madre se incorporó nuevamente aún con mi verga dentro de ella, aunque ya sin la dureza de hacía unos minutos y me dijo: «Bueno, por mi parte te doy un sobresaliente, y tú que opinas?» Yo aún temblaba de placer y apenas podía articular palabra, pero contesté que había sido lo mejor de mi vida.

Que me había dado un gusto increíble. Que no me podía imaginar que hacer el amor era tan maravilloso y mas con mi madre, en casa con toda comodidad, aunque muy asustado, y sin riesgos de coger alguna enfermedad.

De repente me vino a la mente un problema que no había previsto y alarmado, le pregunté a mi madre: «Oye mamá, y no te quedas embarazada?». Ella me tranquilizó informándome de que cuando nací, tanto mi padre como mi madre su operaron para evitar embarazos posteriores, pues no deseaban tener mas hijos una vez que ya tenían la deseada pareja.

El problema sería con mi hermana, pues ella no estaba operada pero tomaba eficaces anticonceptivos para evitar este problema, así es que tampoco en ese caso debería preocuparme.

Parecía estar todo previsto y controlado, lo que me tranquilizó, especialmente el haberme asegurado de que mi padre era copartícipe y conocedor de este tema. Finalmente me preguntó si tenía alguna duda mas y aclarados todos los asuntos por mi parte me dijo que ya podría hacer cuanto quisiese sin ninguna preocupación, empezando ahora mismo si lo deseaba.

Le dije a mi madre que en este momento lo último que me pedía el cuerpo era repetir otra vez, pues no podía ni con las zapatillas que llevaba puestas.

Ella rió alegre y me aseguró que me quedaba mas fuerza de la que me creía, a la vista de la demostración anterior y que solamente eras las 1300 h del sábado y que teníamos todo hoy, incluida la noche, y todo el domingo para demostrarme lo contrario; tal y como dijo a continuación : «todo el fin de semana para estar muy juntitos, tanto que vas a estar dentro de mí casi todo el tiempo…». Aquello sonaba a amenaza, pero muy agradable.

Era la hora del aperitivo y tras él, mi madre me mandó a la ducha, haciendo ella lo propio después.

La comida la teníamos prevista para las 1430h como siempre, de modo es que aún teníamos tiempo para echar un polvo mas, calculé. Efectivamente, tras un refresco y una refrescante ducha, mi madre salió de la ducha, tal y como vino al mundo y se acercó a mí, pidiéndome que me desnudase de nuevo.

En fin, que voy a decir, obedecí como buen hijo que soy y me fui hacia el salón, pues me dijo mi madre que quería hacerlo allí una vez, pues le daba morbo.

Tanto los términos como el tono me hacían olvidar a la figura de madre que siempre había representado su persona para mí, empezando a convertirse en una amante apasionada y que sabía poner a tono a cualquiera, incluido yo mismo.

La cogí de la mano con firmeza y la arrastré al salón, en donde le dije se pusiese a cuatro patas sobre el sofá, en cuya posición empecé mi segundo polvo con toda la energía concentrada en una verga incansable. Ella tampoco desmerecía.

Su conejito parecía moverse solo y ardía; yo empujaba con fuerza sujetándola de las caderas, hasta que nuevamente me corrí sin control, esta vez tras un rato aún mas largo de duración, aproximadamente veinte o veinticinco minutos calculé.

Mi madre, en este polvo, se volvió a correr también, pero antes que yo, por lo que me pidió una tregua para tumbarse en el sofá boca arriba y pedirme que terminase de hacerle el amor sobre ella. En fin, otro polvo inolvidable.

Comimos y decidimos echarnos la siesta un rato para descansar, pero lo que hicimos fue hacerlo nuevamente; eso sí, después nos quedamos profundamente dormidos, despertándonos de nuevo el teléfono.

Era mi hermana. Habló con mi madre, adormecida y, por lo que entendí, ella también estaba interesada, como mi padre, por conocer los detalles de la experiencia.

Mi madre, ya mas despejada, parecía estar mas dispuesta a dar detalles de la situación y tras informar a mi hermana que lo habíamos hecho 4 o 5 veces, rió a carcajadas al oír de mi hermana que no me agotase, pues ella vendría mañana y quería hacerme su propia prueba.

Mi madre le dijo que por fin ya podría, como mi padre, cambiar de montura cuando le apeteciese, igual que haría mi hermana a partir de mañana mismo.

Oí a mi madre decirle a mi hermana que esperase un poco, pues quería hablar con ella mientras yo la penetraba y me pareció oír a mi hermana decirle algo así como que era una viciosa, el caso es que mi madre me dio la vuelta hacia ella y me pidió volver a penetrarla, aunque solo fuese un poquito para que mi hermana lo oyese, mi madre que se me estaba mostrando como una auténtica morbosa.

Yo lo hice y ella comenzó de nuevo a gemir. Yo di un pequeño grito que llegó a mi hermana atenta al teléfono, pero en mi caso era de dolor, pues tenía el pene completamente escocido y me dolía al penetrar a mi madre.

Ella me pasó el teléfono a petición de mi hermana, al parecer, quien me dijo entre risotadas, que guardase algo de fuerza para ella, pues pensaba adelantar el regreso para el domingo por la mañana y aprovechar el día para que «follásemos» –sus palabras textuales- los tres, pues le daba mucho morbo solo el pensarlo. Por la noche, cuando llegase nuestro padre, sería una auténtica orgía entre los cuatro.

La verdad es que yo no creía que llegase a mañana si mi madre se empeñaba en seguir haciéndolo, pues además de que ya no tenía fuerza alguna, el pito lo tenía enrojecido y me escocía cada vez que penetraba a mi madre. Medio dormido le dije que sí a mi hermana y me despedí de ella hasta el día siguiente.

Mi madre, cuando le dije que me escocía el pene, enseguida se apresuró a darme una pomada muy eficaz asegurándome que por la noche estaría en condiciones de nuevo de repetir la faena de por la mañana, incluso se fortalecía la piel con la aplicación de ésta pomada que ya venía usando mi padre hace tiempo, desde que comenzó a mantener relaciones sexuales con ambas.

El resultado estaba garantizado y me dijo estar dispuesta a demostrármelo durante toda la noche, especialmente ahora que mi hermana había anticipado su regreso para disfrutar del «botín».

Yo le aseguré a mi madre que no creía poder cumplir con mi hermana, pero ella lo dio por bueno asegurándome que así aguantaría mas; que no tenía importancia, pues estaba en plena forma y mi edad lo aguanta todo.

La tarde, gracias a la pomada que debía reposar sobre la piel entre 4 y 6 horas, pasó tranquila, viendo la tele y mi madre controlando el reloj. De vez en cuando se acercaba a mí para comprobar como evolucionaba mi pene.

Con lo reducido de su tamaño y cubierto de pomada, apenas se podía apreciar la evolución.

Me dijo que iba a la ducha y alrededor de las 2100h y pasadas ya cuatro horas de «abstinencia», mi madre apareció con otro conjunto super-sexy, esta vez sin camisón, compuesto de ligueros, braga de encaje blanca –como los ligueros-, medias de encaje con pequeños agujeros, blancas también, y un sujetador muy apretado que le hacían aparentar los pechos mas grandes y duros de lo que en realidad eran, aunque su dimensión no tenían nada que envidiar a los mejores que haya visto, sin llegar a ser exagerados.

Yo, habiendo aprendido la lección, le dije que estaba muy atractiva y que nunca me hubiese imaginado que mi madre resultase tan excitante; vamos que me parecía un auténtico «bombón». Ella se sorprendió de mi atrevimiento y me lo agradeció con una amplia y cariñosa sonrisa, diciéndome: «Pues este bombón, será para que se lo coma enterito mi niño!»

Inmediatamente comenzó a cuartearse la pomada sobre mi pene y éste a levantarse despertando de su letargo.

Mi madre se acercó y tocándolo, me preguntó si me dolía o escocía. Yo le dije que no y ella sonrió satisfecha. «Lo ves como funciona?» Me preguntó.

Me dijo que fuese a ducharme y que me lavase bien el pene, para después echarme ella otra crema lubricante que complementaría la acción de la anterior e impediría que surgiese nuevamente el problema. Mientras tanto, ella preparaba algo ligero para cenar y que quería acostarse pronto indicando, con una pícara sonrisa.. «para descansar, claro!».

Yo me fui a la ducha y cumplí con lo que me madre me había pedido, regresando a la cocina a comer algo. Allí estaba ella comiéndose un sándwich y preparándome otro a mí.

Estaba de espaldas a la puerta de la cocina y me llamó la atención verla, casi desnuda y con esa ropa interior tan erótica, en la cocina, haciendo sus labores domésticas con la misma naturalidad que otras muchas veces la había visto vestida como cualquier ama de casa.

Yo, mucho mas atrevido y ya menos preocupado de las consecuencias de esta relación, salí del baño con unos calzoncillos especialmente pequeños que apenas usaba por incómodos y que precisamente me había comprado mi madre hacía un poco tiempo y que mostraban mis atributos en toda su extensión, pues parecían ser tan elásticos que se adaptaban al tamaño de cada uno. Mi erección era completa y el calzoncillo lo demostraba sin disimulos.

Sin que mi madre lo notase, me acerqué por detrás de ella y la sujeté con mis manos dándole un empujón con mi pene en su trasero.

Ella, con sorpresa y placer, se llevó un pequeño sobresalto y rió la broma, volviéndose hacia mí, que seguí apretándola contra mí, ahora con mi pene sobre su vagina, y me dijo que tuviese un poco de paciencia, que ahora me iba a enseñar otra lección mejor que las anteriores.

Me obligó a sentarme y comerme un delicioso sándwich mixto que me había preparado y un gran vaso de leche fresca, diciéndome: «Esto es para recargar la pluma!» y rió de nuevo; yo también lo hice.

Me comí todo con apetito y deseo de comenzar cuanto antes la sesión que me tenia preparada mi mamá, y la volví a coger y a tocarle los pechos, pues me atraían con ese sujetador puesto.

Ella se dejó y llevó una de mis manos, muy despacio, hasta su braga, dejándome a mí que hiciese el resto.

Yo, inmediatamente salve el minúsculo obstáculo y metí mis dedos en su sexo, comprobando que estaba tan ardiente como antes y tan preparado para un nuevo encuentro como mi pene.

Ella dejó que la manosease cuanto quise. Yo aparté mi calzoncillo y desplacé su braga hacia abajo para penetrarla allí mismo, en la cocina, lo que hice con cierta dificultad; comencé a moverme y ella me acompañaba a mi ritmo, pero yo no me encontraba muy cómodo a pesar de que mi madre parecía disfrutar mucho, así es que esperé un poco hasta que ella quisiese.

Poco a poco nos fuimos calentando ambos y yo terminé por sentarme en una banqueta de la cocina y mi madre se quitó la braga y se sentó, de frente, sobre mí.

Ella misma se introdujo mi pene y comenzó nuevamente a moverse, pues yo no podía hacerlo.

Me contenté con quitarle el sujetador y comenzar a chupar sus tetas, algo que la hizo gemir y jadear.

Ella iba aumentando su velocidad y comprendí que se estaba corriendo, por lo que traté de favorecer su orgasmo facilitando sus propios movimientos y dándole pequeños mordiscos sobre sus pezones, pues me había dado cuenta de que se estremecía cuando lo hacía.

En unos minutos ella comenzó a dar auténticos saltos sobre mí y yo notaba que su flujo vaginal se derramaba sobre mis piernas, mojándome y llegando hasta la silla en donde estábamos fornicando.

Yo, entre algo incómodo que me encontraba y lo sorprendido que me tenía mi mamá mostrándose como una auténtica profesional o una viciosa, no podía correrme, así es me dediqué en exclusiva a echarle un polvo totalmente a su gusto, pues ella lo había hecho conmigo durante todo el día.

Pronto noté unos terribles espasmos en mi madre que movía la cabeza de adelante atrás y sus caderas moviéndose de tal modo que propiciaban una total penetración. Yo seguía a lo mío con los pezones y ella hacía el resto a su gusto –nunca mejor dicho-.

Cuando me retiró me cabeza de sus pechos comprendí que ya se había corrido y aún con los ojos cerrados, inclinó su cabeza apoyándola sobre mi hombro. Me dijo «Hijo, tengo que confesarte que creo que éste ha sido el mejor polvo de mi vida!.

No creas que con tu padre no estoy satisfecha, pero él es mucho mas conservador y solo le gusta hacerlo en la cama y con poca imaginación para las posturas.

También es verdad que el tampoco pudo hacérmelo así, pues debíamos cuidar estas actividades ante ti, que eras pequeño.

A partir de ahora y dado que tu ya estas integrado en nuestra pequeña comunidad sexual, me gustaría que siguieses haciéndolo como hoy; quiero decir, que donde me sorprendas y te apetezca, me asaltas sin piedad y allí mismo hacemos el amor, pues ya nadie se sorprenderá si nos pilla.

Me lo prometes?»; yo contesté: «Te lo prometo mamá. Te sorprenderé todos los días en uno u otro lugar, vale?» Ella, riendo a carcajadas, me dijo «me vas a resultar un poquito golfo, no?» Yo también reí la ocurrencia.

Levantando ya la cabeza me preguntó si me había corrido y le dije que no, pero que ahora no quería, pues me esperaba una larga noche de insomnio «verdad?» Asintió y volvió a preguntarme si me dolía el pene.

La verdad es que ya ni me acordaba del dolor que había tenido, así es que los dos nos alegramos de la rápida curación.

Creo que comprendió que me había dedicado en este último polvo a ella y me lo agradeció con sinceridad, pues, según me dijo luego, no es frecuente en los hombres el sacrificarse a favor de su pareja en esto del sexo.

Le pedí que se levantase para limpiarme, pues su flujo me había dejado chorreando y aunque me pidió esperar un poco disfrutando de mi erección, se levantó en unos minutos, durante los cuales se mantuvo abrazada a mí y yo, en aquel silencio y quietud, me pareció seguir notando unas pequeñas contracciones de su vagina apretándome el pene suavemente.

Creo que aún disfrutaba de un orgasmo pleno. Se levantó, nos limpiamos y me dijo que la acompañase a la ducha antes de acostarnos. Me pareció una idea excelente y una tentación y juntos nos fuimos al baño.

Mi mamá se quitó el liguero y las medias y llenó la bañera, poniendo a continuación el jacuzzi que yo no recordaba haber usado nunca. La verdad es que mi madre se sabía todos los trucos para sacarme hasta la última gota de mi «pasión».

Me tenía del todo encendido. Se metió primero en la bañera y me invitó a acompañarla.

Yo lo hice de inmediato, situándonos muy apretados, pues la bañera es mas bien pequeña… a pesar de todo supuse que sobraría sitio y llegado el momento, también cabría mi hermana. Bueno, pues sí, ya comenzaba a tener pensamientos eróticos con las dos mujeres de mi vida.

Por qué no? Ya mi mamá me había insistido en que en el seno de nuestra familia no existían límites.

Bueno, por ahora tenia mas que suficiente con mi madre y me dispuse a hacerla gozar otro ratito entre las burbujas del agua de la bañera, así es que me senté y le pedí a ella que se sentase sobre mí, pero esta vez, de espaldas; ni qué decir tiene que a ella le pareció de perlas y al momento ya estábamos a la faena otra vez.

Yo con mis brazos le cogía los pechos y les apretaba con placer y ella, sujeta a las asas laterales de la bañera, parecía hacer flexiones sobre mí.

La postura era algo incómoda para ella, de modo es que, pasados unos minutos en esa posición, me sugirió ponerse «como una perrita», según ella misma dijo textualmente y yo, desde detrás, penetrarla de rodillas. También me pareció bien y enseguida estábamos de esa otra pose.

Me gustó especialmente, pues también así se favorece una profunda penetración, pero yo, que me encontraba sorprendentemente fuerte y motivado por lo que me había dicho antes mi madre, me empeñé en hacerla gozar a ella nuevamente, de modo es que cada vez que sacaba mi pene para volverla a ensartar, le daba un pequeño restregón en su clítoris, y ella me mostraba su agrado con unos pequeños quejidos de placer.

A veces mantenía el pene fuera de su vagina y sujeto con mi mano derecha, solamente para frotar sus zonas vaginales mas eróticas, con un resultado extraordinario, pues ella no dejaba de colaborar en esos restregones moviendo su culito de un lado para otro.

De vez en cuando yo la penetraba de un gran empujón y por sorpresa, a lo que ella respondía con un quejido de placer cuyo volumen iba en aumento. La verdad es que empecé a pensar que la oirían en el patio de luces del piso, pues el baño deba a este lugar y el ventanuco que había cerca del techo del baño, casi siempre estaba abierto, como ahora.

Me sorprendió sobre todo la enorme capacidad de longitud que debía tener su vagina, pues mi pene debería rondar los 20 cm. y no llegaba a tocar fondo. En fin, pensé que eran cosas de la naturaleza.

Posiblemente tras 15 o 20 minutos de hacer el amor con toda la intensidad, mi madre me pidió, algo violenta, que si no me daría asco chuparle un ratito su conejito, ahora que estaba limpio del todo.

Yo, algo violento también, de dije que sí, por supuesto, que me encantaría, aunque interiormente tenía algunos reparos.

En fin, sería probar. Me hizo sentarme –casi tumbarme del todo, pues había ido dejando salir agua sin yo haberlo notado, en la bañera y ella, de rodillas, se acercó a mi boca, abriendo la vagina con sus propios dedos, para facilitar la introducción de la lengua, supuse, así es que me acerqué y comencé a lamer y chupar, un agujerito tremendamente caliente, pero limpio y no sabía ni olía mal, como llegué a pensar al principio. Todo lo contrario, resultaba agradable sentir en mi lengua unos pequeños latidos que daba toda su vagina.

Ella me llevó, cogiéndome la cabeza, justamente donde le gustaba que la lamiese, es decir, su clítoris, que notaba ahora perfectamente en la parte superior de sus labios menores, del tamaño de una alubia aproximadamente y endurecido, en contraste con el resto de su vagina que estaba, abrasando, lubricada y muy blanda.

Ella continuó facilitando mi labor con sus manos, hasta que el placer le hacía perder el equilibrio y se apoyó en los lados de la bañera dejándome solo en la labor; al instante la sustituí con mis manos y aquí ya comenzó un delirio y unos gritos realmente llamativos, por lo que no me quedó mas remedio que pedirle que se controlase pues nos estarían oyendo los vecinos.

Ella bajó el volumen de su voz pero me pidió que siguiese, por favor otro poco mas. Le prometí estar así cuanto ella desease y continuamos a la faena.

Pasados otros 5 o 10 minutos, mi madre volvió a estremecerse, ahora mas violentamente que antes, y volví a notar un chorro de abundante flujo vaginal caer sobre mí, aunque confieso que ni me sorprendió ni me desagradó.

Ella se movía con tanta violencia, que me resultaba difícil acercar mi lengua a su agujerito.

Poco a poco fue bajando la intensidad de sus movimientos y comprendí que nuevamente se había corrido. Parece que lo hice lo suficientemente bien como para merecer, otra vez, una exclamación de placer de mi madre que dijo: «Dios mío, que agustísimo estoy! Hijo, prométeme que me harás esto un millón de veces mas!» Yo le contesté: «Serán dos millones y esta noche otras 4 o 5 veces si nos da tiempo!» Ahora sí reía con satisfacción y me dijo que nos enjabonásemos ambos para ir a la cama, pues ahora me tocaba a mi disfrutar a tope.

Con tanta actividad y novedad, no había notado que yo ni siquiera me había subido el gusto, y, por supuesto, no me había corrido, algo que me extrañó.

Eso sí, mi pene mantenía una erección total y mi madre no hacía sino manosearme el pene, besármelo, restregarlo contra sus tetas, introducírselo en la vagina y pasárselo por todas las partes de su cuerpo. Daba la sensación de estar ansiosa de pene. ¿No sería suficiente con mi padre? En fín, ya lo veríamos mas adelante.

Nos aseamos y nos fuimos a la cama. Eran las 12 aproximadamente, por lo que con los pequeños lapsus entre actos, llevábamos fornicando unas 3 horas, además de lo que llevábamos ya durante la mañana y la siesta.

Le pregunté a mi madre, ya en la cama, que cuantas veces se había corrido, contestándome que aproximadamente 5 veces. Yo le dije que recordaba 6 orgasmos, pero que en la noche no había conseguido correrme todavía.

Ella me confesó que la pomada que me había dado, además de reconstituyente de la piel dañada, tenía una alta cantidad de anestésico, para evitar los dolores, por lo que mi sensibilidad se habría reducido tanto como para impedir el orgasmo, algo de lo que ella se alegraba muchísimo… y yo también. Pensé en volverlo a usar de madrugada para estar a la altura de lo esperado con mi hermana, a quien procuraría darle una sorpresa con mis conocimientos recién adquiridos y mi potencia, aunque fuese artificial.

Empezó mi madre a hablar, a la vez que manoseaba mi pene y mis testículos, contándome que hoy había sido el día que mayor placer sexual había logrado en su vida, incluso en su noche de bodas, que hizo el amor con mi padre 3 o 4 veces y se corrió otras tantas, no pasó de ser unos orgasmos sin mayor aliciente, como los de hoy, a los que además de mi estreno, que le daba ya de por sí un morbo extraordinario –el hacer el amor con un chico tan jovencito la excitaba a tope y además, sabiendo que era virgen, aún mucho mas-, se unía lo atrevido que había resultado y lo aficionado a practicar el sexo en todas sus variantes.

Me confesó que el polvo de la cocina, sentados en la banqueta, había sido el mejor de su vida y quería repetirlo cuando estuviésemos todos, para disfrute del colectivo.

El sexo oral practicado en la bañera, había sido algo nuevo para ella, por lo que le había resultado tan gratificante o mas que el polvo de la cocina, aunque me confesó que no hay nada, para ella, como sentir mi bien dotado pene, llegándole a lo mas hondo de su cuerpo; eso es inigualable.

Me aseguró tambien que desea hacer alguna vez, para probar, un griego conmigo, pues mi padre se negaba a ello, explicándome, pues yo no sabía lo que era eso, que era una penetración por el ano.

No me pareció muy atractiva la idea, pero le prometí meterle mi pene por donde ella quisiese y cada vez que quisiese.

Ella rió mi buena disposición y buen humor y me preguntó si me apetecía hacer el amor de nuevo.

Esta vez lo haríamos de la forma mas convencional: en la cama y yo sobre ella; eso sí lentamente y siguiendo sus instrucciones de sacar el pene en su totalidad en cada vaivén, para frotarle el clítoris.

Ella esperaría que yo me corriese, para ajustar su momento al mío, algo que las mujeres son capaces de controlar con casi total precisión.

Sin mas preámbulos y hacia la una de la madrugada, con la ventana del dormitorio abierta y corriendo una fresca brisa sobre nosotros, o mas bien sobre mí que, a mi vez, estaba sobre mi madre, como ya era habitual, comenzamos una nueva sesión que prometía ser algo mas tranquila, aunque sabía que mi madre se esforzaría por propiciarme un polvo perfecto.

Y así fue. Suavemente, rítmicamente y ya totalmente compenetrados, en cada vaivén frotando su clítoris con precisión y posterior penetración profunda, mi madre no dejaba de suspirar, pero ahora yo, totalmente desinhibido ya, también jadeaba de forma sonora, algo que me pareció excitaba mas a mi madre viéndome gozar y retorcerme de placer, estuvimos posiblemente una o dos horas, y la exageración no cabe en un relato cuyo contenido creo que nunca verá nadie, durante las cuales mi mamá se corrió dos veces conmigo y yo tuve un enorme e intensísimo orgasmo que mi madre supo hacer coincidir con el suyo, fueron y punto y final de una jornada increíble, que no fue sino el preludio de otra aún mejor y que contaré en otra ocasión:

 

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