Conquista en el parque
Hace algunos años, trabajaba yo en Guadalajara, Jalisco, en un despacho contable ubicado en el centro de la ciudad y rentaba un departamento frente a la Plaza Liberación, a un costado del Teatro Degollado.
Una noche, fastidiado de la rutina y el encierro de la oficina, decidí caminar para ir a mi refugio personal.
En el trayecto, estaba un parque, mismo que debía atravesar para llegar a mi destino.
Empecé a cruzarlo y en el silencio rescataba el sonido de unos suaves pasos atrás de mí.
Me detuve y los pasos también lo hicieron.
Este ensayo lo hice en dos ocasiones más pues era presa del miedo a ser atacado, es decir, golpeado o atracado, aunque en esa época no era común encontrarte con malhechores en cada esquina, como ahora.
En uno de mi ensayos, volví la cara y pude apreciar más cerca de lo normal a un atractivo hombre joven, aproximadamente de mi edad que en aquel entonces era 24 años.
Aceleré un poco el paso para despegarme de él, pero no lo conseguía, él también lo aceleraba.
Me estaba empezando a inquietarme y ponerme más nervioso y no atinaba a pensar de qué manera retirármelo.
Decidido me animé a preguntarle: ¿Te puedo ayudar en algo?, ¿Qué rumbo llevas?
Él, algo cohibido me dijo: ¿Eres de ambiente?… te vi desde cuadras atrás y te seguí porque tienes algo que me gusta mucho…. eres el tipo de hombre que he buscado siempre.
La verdad es que pensé en mandarlo muy lejos, pero la curiosidad de saber cómo le hacían estos tipos para ligar en la calle pudo más que mi intención y le dije que yo no sabía nada de joterías, que yo era muy hombre y de ninguna manera me prestaría para hacer sexo con otro macho.
Él solamente sonrió significativamente y entonces, me dijo que no podía hablar de algo si no lo había probado antes.
Yo le repetí que no lo había hecho ni lo haría, que buscara otro camino y otro cabrón, que no me interesaba su propuesta.
Sin embargo, no me despedía, quizá porque me interesaba saber hasta donde se atrevería, quizá yo no reconocía que sentía un hormigueo en mi verga y que me estaba imaginando que un hombre me la mamara, hacía mucho que nadie ponía su boca caliente en el cabezón de mi tranca.
Aceptó hablar conmigo, cuando le dije que la verdad es que tenía ganas
de conocer y charlar de sexo libremente con una persona con gustos diferentes…
Seguimos caminando, ahora muy despacio, uno al lado del otro y entonces le pregunté que era lo que le había gustado de mí y si muy seguido hacía eso de abordar a un hombre en la calle y decirle su preferencia sexual.
Durante la conversación noté que me estaba excitando, sobre todo cuando me contó como se había ligado a un vecino, sin saber que vivían en casas contiguas.
Lo más aventado fue que cogieron en la cocina mientras la esposa del vecino se daba un baño preparándose para ir a una fiesta de matrimonios.
No lo quería reconocer pero la verga se me estaba parando, casi estaba dura y eso… es signo de que estoy muy caliente.
Entonces Moisés, que era su nombre, me hizo la pregunta definitiva:
«¿Te gustaría que te masturbara o que te mamara la verga?… Dicen que lo hago muy bien.»
Le contesté que me estaba animando, pero que yo no lo iba a tocar a él para nada. Él estuvo de acuerdo.
No sé qué fue lo que me animó a llevarlo a mi departamento.
Él aceptó como si estuviera acostumbrado a hacerlo.
El camino a mi casa se me hizo eterno, una mezcla de curiosidad, temor y calentura me movían a decir que siempre no, pero en el fondo, deseaba conocer esa experiencia.
Al entrar, nos quitamos la ropa de abrigo y enseguida, como si yo también estuviera acostumbrado a recibir ese tipo de visitas fui a la cocina por dos cervezas y le ofrecí una mientras él me preguntó si estaba seguro de que quería seguir.
Yo le contesté que sí, con una seguridad que a mí mismo me sorprendió.
Acto seguido, él presionó con su mano sobre mi entrepierna y comprobó la tremenda erección que me delataba, me bajó la cremallera, se arrodilló y me sacó la verga, cuando vio el cabezón sobresaliente emitió un silbido que no supe si fue de deseo o admiración y empezó a chuparla como si fuese un helado de fresa, que es el que más me gusta.
Con su mano empezó un suave y delicado masaje en mis huevos.
Esto me acabó de poner calientísimo.
Con una habilidad extraordinaria, su boca en mi verga, subiendo y bajando rítmicamente, una mano en mis huevos y otra desabrochando mi cinturón, todo a la vez.
Sacó mi verga de su boca, tomó aire y me preguntó:
¿Por qué no nos ponemos más cómodos?
Nos levantamos y empecé a desnudarme delante de él, mientras el hacía lo mismo.
Nos sentamos los dos completamente desnudos y volvió a realizar la misma operación, su mano a mi verga y a masturbarme a la vez que se agachó sobre mi arma y empezó a hacerme una mamada espectacular; creí que me deshacía en su boca.
Extendí mi brazo y agarre su verga con una mano, y empecé a masturbarlo morbosamente.
Me estaba dando mucho placer, su cabeza subía y bajaba sobre mi reata que entraba y salía de su boca proporcionándome una intensa emoción.
La mano con la que me tocada los huevos fue lentamente bajando hasta que llegó a mi agujero trasero, Me gustaba
mucho lo que me hacía y aquel lubricado dedo entro con facilidad, no
opuse ninguna resistencia.
Cuando me metió el segundo note algo de escozor pero la mamada que me seguía dando daba sus resultados.
Levantó su cabeza y continuó masturbándome con una mano y metiéndome dos dedos por el culo.
Sabía lo que iba a intentar pero no opuse ninguna resistencia.
Su puso de rodillas en el suelo entre mis piernas y me fui deslizando hasta que mi culo quedó a la altura de su deliciosa vergota.
Estaba prácticamente tumbado sobre el sofá con el culo totalmente expuesto.
Me deslicé hasta que noté que algo duro entraba en contacto con mi agujero, era su vergota, dura, larga, gruesa, con abultadas venas en todo el falo.
El seguía masturbándome con una mano, con la otra trabajaba mi agujero y colocaba su herramienta en posición; se lubricaba con saliva.
Yo notaba como aquel intruso quería abrirse camino en mis entrañas, jamás nada tan grande, caliente y duro había entrado por allí.
Al principio me resistí, contraía el esfínter, pero poco a poco me fui relajando, sus consejos me ayudaron bastante, me decía que me relajara y disfrutara del momento y así lo hice.
Notaba como su cabeza iba entrando lentamente, abriéndose camino para que el resto del mástil entrara sin dificultad, me dolía un poco pero no era exagerado, la puñeta que me estaba haciendo ayudaba a que el dolor no fuera insoportable.
Noté cuando entró por completo su cabezota porque bajó la tensión, pero inmediatamente lo sentí entrar dentro de mi.
Notaba como entraba cada uno de los 22 centímetros de carne caliente, gorda y dura mi hasta entonces virgen culo, y no me
disgustaba aunque debo reconocer que aquel momento no fue el más placentero de mi vida.
Llegó un momento en que sentí que ya la tenía toda dentro y así me lo confirmó él, mientras no paraba de masturbarme.
Entonces empezó a entrar y salir, muy lentamente al principio, pero poco a poco aumentó el ritmo.
Aquello era muy distinto a todo lo que había experimentado con anterioridad.
Aquella enorme verga me estaba penetrando sin compasión alguna y así estuvo durante un buen rato, hasta que me la sacó y me dijo que me pusiera de pie, así lo hice, me hizo girar y apoyar las manos en el sofá doblándome por la cintura y abriendo mis piernas con las suyas.
Esa postura ya la conocía perfectamente pero siempre estaba detrás, nunca delante.
Apoyó de nuevo el cabezón de su verga en mi culo y esta vez entró sin mucha dificultad, tardó un poco hasta que consiguió la postura adecuada, tuve que doblar un poco las rodillas para que me penetrara con facilidad, pero una vez que estuvo bien situado me empezó a penetrar cada vez más fuertemente, sus embestidas iban en aumento y tuve que soportar algún que otro azote en mis nalgas.
Mi verga había perdido su rigidez pero estaba excitadísimo, sus embestidas seguían en aumento y así estuvo durante algunos minutos, castigando mi ya dilatado agujero que aguantaba perfectamente aquellos ataques.
Después de unos minutos noté que se iba a correr porque sus manos se agarraron fuertemente a mi cintura, sus embestidas se hicieron aún más potentes y noté como si su vergota creciera todavía más en mi interior, solté un grito ahogado, pero sólo era placer y de pronto, noté como eyaculó dentro de mí.
Se fue relajando muy despacio y sus acometidas bajaron en intensidad.
Mis piernas empezaron a temblar fruto de la tensión que había tenido que sufrir.
Cuando Moisés sacó su verga de mi culo, sentí como un hilo de su semen caía a lo largo de mis muslos.
El pasó sus manos por delante y me empezó a tocar de nuevo la verga, misma que no tardó en reaccionar y de nuevo se puso dura.
Me hizo sentarme en el sofá y de nuevo se puso de rodillas entre mis piernas, se metió mi tranca en la boca y empezó a darme una rica mamada.
Con una mano acompañaba su boca y con la otra me tocaba los huevos, pero yo necesitaba que me tocara mi dilatado agujero y le pedí me lo tocara, ahora sentía que algo hacía falta dentro.
De esa forma no tarde en vaciarme dentro de su boca, no le avisé, pensé que era el precio que tenía que pagar por haberme reventado el culo.
No le importó, se tragó toda la leche sin protestar.
Me dejó la reata completamente limpia con su lengua y cuando más tarde se sentó a mi lado, me preguntó:
¿Te ha gustado?
Yo no supe que contestar, sólo le di un apasionado beso y le pedí que me visitara cada semana, en viernes por la noche para «tomar la copa».
Seguramente pensarán que soy un degenerado.
Según yo sigo siendo heterosexual, pero qué riquísima experiencia pasé cuando juraba convencido que jamás haría sexo con un hombre.