Capítulo 2
- El inicio del juego
- La certeza
- La entrega
- La llegada a casa
- El primer encuentro
La llegada a casa
El entendio perfectamente, se acomodo como pudo la ropa y mientras iba de vuelta al asiento del chófer, ella con voz firme nos dijo, «Miren como me dejaron, arreglenme» señalando con sus ojos la tanga embebida en sus líquidos. Y como si hubiera dado una orden, ambos la ayudamos a poner todo en su lugar, pero como quien pone en pausa una película de la que desea ver el final.
Ella, apenas respiraba, su cuerpo todavía vibraba con la intensidad de lo que habíamos vivido en el coche. El deseo no se había ido. Solo se había mudado con nosotros.
La casa estaba en silencio, vacía. El aire estaba cargado. Denso. Como si todo fuera un escenario preparado para el erotismo que habíamos generado.
La guié hasta el sofá. Ella se dejó llevar sin decir una palabra. El otro se colocó detrás, despacio, como si supiera exactamente qué hacer con su presencia. Le rozó el cuello con los labios. Apenas. Pero ese roce la estremeció entera. Lo vi. Lo sentí.
Las manos se turnaban, entre caricias y quitar ropa. Ella, sentada al medio era la estrella de la noche y ambos disfrutábamos desnudandola, cada prenda q caí, aumentaba el deseo y abría camino a más piel.
Los besos y caricias eran el menú de entrada, alternando su boca, con las nuestras y la que quedaba libre, no esperaba, se ocupaba de sus pechos y su cuello, haciéndola estremecer con cada roce, yo sabía que ese era su punto débil, lo había explotado por mucho tiempo, pero a él, le bastaron minutos para darse cuenta.
Sentí que quería que aquello fuera eterno y ya solo nos quedaba la ropa interior. Necesitaba inventar una excusa para poder prolongarlo.
—¿Un trago? —le ofrecí, solo para darle un segundo más, para jugar un poco con el tiempo. Dijo que sí, con una voz que ya no temía, pero entendiendo perfectamente mis intenciones. Ya no dudaba. Estaba lista. Más que eso: estaba hambrienta y se iba a tomar el tiempo para saciarse.
Me levanté, mi erección estaba a tope, mi verga parecía explotar, necesita esa pausa.
Servi tres tragos mientras los miraba, desde lejos podía caer más en realidad, era Vale, mi mujer, comiéndose a besos con otro hombre y con sus manos, masturbandolo. El no era menos, su mano se perdía entre las piernas de ella y sus dedos desaparecían en su interior.
Me acerque lentamente y con una suave caricia en su cabello, di a entender que estaba alli. Ambos tomaron los vasos, y dieron unos pequeños sorbos pero antes que pudiera darme cuenta, ella poso su mano sobre mi pija y la apretó entre sus dedos con un leve vaiven. Levante la mirada y la mire a los ojos. Su sonrisa tenía una picardía que jamás había visto, una mezcla de placer y agradecimiento. De mi boca salió de un dulce «Disfruta este momento, es para vos».
Yo aproveché para tomar mi lugar, está vez, detrás de ella, quería estar cerca de ese culo q siempre fue mi obsesión.
Nos acercamos como si lo hubiéramos ensayado toda la vida, pero era puro instinto. Mis manos encontraron sus pechos. Los dedos del otro, su centro. Su cuerpo respondió con espasmos suaves, eléctricos, como si cada caricia encendiera un interruptor nuevo.
Casi sin dudas, lo supe: quería más. Y no solo yo. Ella también. Se le notaba en los ojos, en la forma de caminar, en cómo dejaba que el acariciara su piel sin pudor.
Me acerqué, le hablé bajito al oído. Le dije lo que me provocaba. Cuánto me excitaba verla así. Cuánto me enloquecía tenerla tan abierta a nosotros. Y es que no era solo el cuerpo… era su entrega.
El otro no tardó en tocarla. Directo. Con hambre. Su lengua recorrió su cuello como una pincelada caliente. Sus dedos bajaron sin pedir permiso. Y ella… no dijo nada. Solo se movió. Ofreciéndose. Rindiéndose a la experiencia. A lo que éramos los tres.
El, con ayuda de ella, le quito la única prenda que le quedaba, chiquita, mínima pero que ya se sentía que molestaba.
La vi tumbada, abierta de alma y de piernas. Hermosa como nunca. Me acerqué, le acaricié la cara, como si no pudiera creer que era real. Y entonces él se arrodilló y se perdió entre sus muslos.
Los sonidos húmedos, los gemidos rotos, los espasmos de su cuerpo… todo era música. Una sinfonía animal, pura. Ella se aferraba al sofá como si estuviera volando. Su espalda se arqueaba como una ola que no quiere romper. Con la mano apretaba su cabeza contra su cuerpo, con la otra acariciaba mi verga y me miraba con complicidad.
Cerré los ojos por un instante. Solo para guardar esa imagen en mi cabeza. Para siempre. Mi esposa, siendo adorada sin límites, con una libertad que brillaba como fuego.
El se paró y ella bajó nuestros boxers, al unisono, sus manos, una para cada lado, liberan nuestras vergas y nosotros terminamos el trabajo, que casi sincronizados, nos dejaba a los tres totalmente desnudos, sin barreras, sin nada que separara nuestras pieles.
Ella extendió sus manos y las acariciaba con cariño, las tocaba como aquel asesino que prepara y limpia su arma, sabiendo que pronto iban a ser herramientas para su placer.
Nos volvimos a sentar, nuestras manos se cruzaban en su sexo y cada boca, se había adueñado de uno de sus pechos. Su rostro se elevó al techo como si buscara algo en el cielo, cómo si eso aumentará su goce.
Yo supe —sin que nadie lo dijera— que estaba cruzando una frontera que no tenía marcha atrás. Y, lo confieso, me sentí orgulloso. Porque había soñado con esto. Pero vivirlo era otra cosa. Otra nivel. Más crudo. Más real. Más íntimo.
Ella se dejó caer de lado, hacia el, su intención, seguir devorando aquella pija, pero tambien dándome a mi, acceso a su sexo, que no tarde en tocar con las yemas de mis dedos, recorriendolo, desparramando sus jugos, que iban a ser la guia para que mi verga la penetrara.
Con cada momento que pasaba , nos íbamos acomodando, hasta que por fin, logré acercarme, abriendole las nalgas, la cabeza de mi verga en su entrada, ya no húmeda, si no empapada.
Presione suavemente, no quería darle una embestida, pero ella tenía otras intenciones, apenas sintió que estaba entrando, dió un empujón hacia atrás y se la clavo por completo, acompañado el movimiento con un gemido triunfal, ahogado por la otra pija que ocupaba su boca, festejando que, por primera vez, tenía a dos hombres dentro de su ser.
El sillón ya no nos bastaba, sin decir nada, solo con suaves movimientos, decidimos seguir en la cama. Me pare, le extendi la mano, la ayude a pararse y el la siguió..
Continúa….