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A través de la red

A través de la red

Me pregunto qué hago yo escribiendo esta historia. No lo sé. Supongo que necesito contarlo.

Tengo 30 años y siempre he sido un gran aficionado a la informática.

Por tanto, tan pronto Internet estuvo al alcance de mi bolsillo me aboné a un ISP.

De eso hace ya más de 5 años. Mi historia tiene similar edad.

Debo reconocer que he cambiado el final. En realidad no acabó como os lo cuento. Pero hubiera sido bonito recordarlo así.

Mi primer gran descubrimiento a través de la red, fue el IRC.

Mis primeros servidores eran americanos y mis canales favoritos hacían referencia a la informática.

Cuando apareció la red hispana empecé a conectarme a ella también. ¡Que tiempos aquellos!.

Éramos cuatro gatos. Los primeros canales eran de ayuda a los novatos y los que vinieron después derivaron rápidamente al sexo o a la informática.

Éramos pocos y bien avenidos. Nos molestábamos en contestar todos los privados y no necesitábamos scripts más que para hacer dibujitos.

Recuerdo muy bien las historias calientes del canal que montamos con “Wheels” (recuerdos si me lees. ¿Qué poco duró verdad?), las largas conversaciones con “Miel” en nuestro canal… Uff, me estoy poniendo nostálgico.

No había registros, ni bots y apenas ircops. Todo muy sano y, a menudo, altamente erótico.

Los canales #parejas, #parejas_y_trios, #trios o #sexo_parejas, estaban, muchas veces, semivacíos y la espera para que llegara alguien era larguísima.

La mayoría de los asistentes eran chicos como yo que sólo buscaban conversación divertida y quizá algo picante.

Las parejas eran tan escasas como las chicas pero tampoco importaba demasiado. Por cierto, entonces casi nadie disponía de foto. Que rápido cambió todo.

La red se profesionalizó y popularizó empezando una invasión de niñatos, farsantes, falsificadores, nukeadores, piratas… Seguro que algunos de vosotros lo recordáis.

Todo esta introducción viene a cuento porque mi contacto con esa gente fue el que picó mi libido.

Empecé a pensar en vivir nuevas experiencias como aquellas que me contaban. Probar aquello que me decían.

Eso era difícil con mi novia, a la que no apetecía, ni apetece a probar sexo con terceros.

Si, yo quería vivir las sensaciones de un trío ya que no podía ni soñar con el intercambio o el sexo en grupo.

Sorprendentemente, no tardé mucho en contactar con una pareja de mi misma provincia (Barcelona) y similar edad, con la que sintonice.

Nos contamos algunas fantasías e iniciamos una pequeña amistad. Él, al que llamaré Alberto, jugaba también con la idea de compartir cama y pareja con otro hombre.

Al cabo de un tiempo me propuso un encuentro. Él había hablado con su pareja (digamos que su nombre era María) y ambos estaban de acuerdo en conocer a alguien y experimentar.

Quedamos una noche en Sitges, justo al lado de la sirenita del Paseo Marítimo. ¿Conocéis ese lugar?.

Fuimos a tomar una copa, a picar algo y simplemente charlamos sobre eso y aquello. Casi todo intrascendente.

A veces introducimos el tema tabú pero sólo de pasada. Estuvo bien, aunque a veces los nervios nos atragantaban.

De todos modos, lo que más me impactó fue la belleza de ella. Era preciosa de verdad. Rubia, con unas formas que quitaban el hipo.

Pechos preciosos que no se molestaba en absoluto en disimular bajo prendas ceñidas y un trasero de locura. Si, ya sé que eso lo dicen todos aquellos que cuentan sus historias, pero es absolutamente cierto.

Era una mujer que invitaba al sexo y sin embargo parecía extremadamente dulce. Él, era un hombre delgado y fibrado.

Parecía puro nervio. Durante nuestra conversación me di cuenta que estaba acostumbrado a imponerse y me dio la sensación de tener un carácter fuerte.

El único pero que le pondría es que intentaba hacer valer su criterio siempre. Pero bueno, supongo que yo también me comporto así a algunas veces.

Cuando nos despedimos, quedamos en que escribirían o llamarían en caso de que les hubiera caído bien y decidieran finalmente probar la aventura.

No supe nada de ellos en muchísimo tiempo y no respondieron a mis emilios.

Así que supuse se habían olvidado de todo o no me habían encontrado suficientemente atractivo.

Tengo que ser sincero, esta última versión no me gustaba nada porque mi madre siempre me ha dicho que soy muy guapo. 😉

Un buen día, cuando volvía de una cena, y a eso de la una de la madrugada, me conecté y me encontré con Alberto de nuevo.

Me contó que no habían podido hablar conmigo porque habían tenido algún problemilla de salud y casi inmediatamente me propuso que nos viéramos esa misma noche. Me sorprendió, pero accedí.

Quedamos en una población en las cercanías de Barcelona donde ellos tenían un apartamento.

Me duché, me vestí y conduje por espacio de 45 minutos hasta el lugar indicado. Hacía un frío terrible en el sitio donde tuve que esperar.

De todos modos, Alberto no tardó nada en llegar. Llevaba el brazo escayolado.

Me dijo entonces que nos quedáramos un momento en el interior de mi coche porque no podíamos subir aún a su apartamento.

Charlamos un rato sobre lo que les había pasado últimamente y entonces pensé que, por suerte, esa misma noche no pasaría nada especial.

Digo por suerte porque yo estaba asustado. Si, asustado, excitado, confuso más bien.

Subimos y allí estaba ella, tan bella como la recordaba.

Tan atractiva y sexy como frágil. Alberto sacó unas cervezas de la nevera y empezamos a hablar. Yo estaba tremendamente tenso y ella también.

En cambio él parecía tremendamente excitado. Cuando yo había empezado a relajarme y parecía que no íbamos a pasar de allí, él se levantó diciendo que le permitiera quedarse a solas con su esposa unos segundos.

Se ausentaron y les oí cuchichear. No podéis imaginaros las mariposas que corrían por mi estomago. Que increíble cúmulo de sensaciones tuve.

Al poco, apareció Alberto con un albornoz y me dijo que le siguiera. Me condujo a su habitación.

Estaba a oscuras y cuando acostumbré mi vista a la penumbra, pude ver la silueta de ella recortada sobre la cama.

Llevaba un pequeño jersey de angora y unas braguitas blancas. Él se quitó el albornoz, se acercó a la cama, empezaron a besarse y me indico que me desvistiera. Yo no podía despegar mis ojos de la escena y así me despojé de mi ropa.

De nuevo las sensaciones se sucedían y mi cerebro estaba a punto de explotar. Me preguntaba qué hacía yo allí, qué necesidad tenía de todo aquello…

Estuve entonces un rato observándolos. Se besaban y besaban sin parar. Él la acariciaba por todo el cuerpo. Le lamía sus preciosos pechos, le tocaba su sexo…

Ella le besaba la boca, el torso, el pene…

Entonces empecé a animarme y empecé a acariciar su espalda. Deslicé mis manos por debajo del jersey y le acaricié los pezones suavemente. Estaban mojados con la saliva de él. Muy pronto entendí porque ella no se quitaba la ropa.

Tenía una pequeña cicatriz entre los senos. Supongo que ella creía que la afeaba. Ni mucho menos.

Hacía falta mucho más que eso para afear ese precioso cuerpo. Entre los dos la despojamos del suéter y de sus braguitas.

Seguimos acariciándola y besándola. Tenía una piel suave, muy suave y olía tan bien… Acerqué mis labios a su vagina mientras ella le lamía el pene a Alberto.

Tenía el sexo mojado por el tratamiento que le había dado su marido. Al contrario de lo que pensaba, no me importó en absoluto.

Al rato, él la cogió de la cintura y la penetró. Yo seguí acariciando su cuerpo sin llegar a creerme lo que estaba haciendo.

María cogió mi cara entre sus manos y me besó. Un beso tierno, como de novios.

No dejamos de besarnos mientras él no paraba de moverse dentro de su cuerpo. Por primera vez, tocó ella entonces mi pene.

No estaba precisamente en forma. Yo seguía nervioso. Lo metió en su boca y empezó a lamerlo, succionarlo y chuparlo. Reaccioné cuando cerré los ojos y me imaginé solo a su lado.

Cuando dejó de hacerlo, abrí los ojos y la besé de nuevo en los labios, sus preciosos labios. Pero entonces vi sus su mirada; brillaba.

Todo cambió de golpe. Me volví hacia él y me di cuenta de todo. Me había equivocado de buen principio.

Era una loba con piel de cordero. Quien realmente mandaba allí no era Alberto, era María. Su cuerpo dictaba la ley.

Me quedé unos instantes parado, mirándoles fijamente a los dos. Ya no estaba nervioso, ya no tenía miedos.

Me pareció entonces que Alberto me invitaba a imitarle. Quería que yo también disfrutara de ella. No tuve ni tiempo de reaccionar, María había cogido toda mi excitación y se la metió dentro, muy dentro.

Estaba mojada, húmeda, caliente, acogedora. Me derretía. Empezamos a movernos los dos al unísono.

Ahora era Alberto el que nos miraba con vicio. La misma María cogió su polla y la hizo desaparecer entre sus labios.

Ahora habían dejado de existir los penes, las vaginas y los pechos; todo eran pollas, coños y tetas.

Nos podía el instinto animal. El movimiento había dejado de ser suave, las caricias ya no eran caricias sino arañazos, los besos no eran besos, sino mordiscos. Pero no era dolor lo que sentíamos, era placer.

Nuestros cuerpos, fríos al principio, sudaban y emanaban olor de sexo.

María nos follaba a los dos, se concentraba en obtener lo máximo de nosotros.

Nos dejaba continuamente a medias sin parar de gemir. Aún hoy no se si tuvo algún orgasmo durante todo ese tiempo.

Solo se que las sabanas se pegaban a nuestros cuerpos y nuestros cuerpos se pegaban al de María.

Veraneé en el apartamento de su boca, viví en la casa de su culo y me instalé en el chalet de su coño.

No quedó nada en ella que no permitiera que disfrutaramos. Y no quedó nada en nosotros que no nos obligará a exprimir.

Alberto y yo ya no podíamos más, queríamos corrernos.

No hizo falta que se lo dijéramos. Paró un segundo, tan solo. Le miró a él, sonrió. Parecía una diosa, no, un demonio del sexo.

Me miró a mi y comiéndose golosamente mi polla me obligó a darle lo que quería. Me corrí como nunca sobre sus tetas.

A él le reservó correrse sobre su culo. Se que lo hizo a posta, quería que viéramos el fruto de su gobierno.

Ella mandaba y nosotros obedecíamos su ley.

Lo más sorprendente vino después. Cogió la nuca de Alberto y lo inclinó sobre su coño. De nuevo empezó a gemir.

Cada vez más fuerte hasta que, esta vez si, se corrió.

Yo estaba totalmente desencajado, mirando la escena y envidiando a Alberto.

A mi no me había permitido sentir su orgasmo en la boca.

No hubo nada más. Nos acostamos los tres agotados, respirando entrecortadamente.

Pasaron unos minutos y volvió a mi una sensación extraña. Me acerqué a su oído y le dije “Será mejor que me vaya”. Susurró un si y me besó.

Me levanté de la cama mientras él me observaba boquiabierto.

Cogí mi ropa y me fui hacia el comedor para vestirme. Anoté mi teléfono en un papel por si querían hablar conmigo.

Al irme, él apareció con cara de contrariado. “Lo siento Alberto, pero me queda un largo viaje a casa” “A María le ha parecido bien”

Creo que el quería que me quedase pero me indicó que estaba de acuerdo. No me despedí de María.

Bajé las escaleras hacia mi coche y conduje de nuevo a mi casa. Eran las seis de la mañana.

Durante mucho tiempo he pensado en ese día.

Nunca más he sabido de ellos.

Tampoco los he buscado en la red.

Estoy seguro que les hubiera gustado un final como éste.

Espero que finalmente hayan encontrado lo que buscaban.

¿Qué te ha parecido el relato?


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