Seis días cruzando los páramos de Nuevo Méjico sin más compañía que un caballo, seis días sin una comida caliente, seis días sin una bebida fría que llevarse a la boca, seis días sin rumbo, seis días sin más distracción que mis pensamientos, seis días pensando en follar no son buenos consejeros.
A menudo el desierto te engaña y se conjura con tus deseos y ves cosas donde no las hay, pero algo me decía que no era el caso, aquel pequeño rancho desvencijado y polvoriento no podía ser un espejismo, y a medida que me acercaba mis anhelos de ver vida se acrecentaban y apuraba el paso de mi caballo.
A lo lejos divisé a un hombre enjuto tratando de amarrar una res para marcarla, y junto a el una mujer de mediana edad, polvorienta, marcada por el trabajo, con el pelo descuidado y sucio.
Cuando advirtieron el polvo que mi caballo levantaba ella corrió a refugiarse en la casa, mientras él tomó un rifle y salió e mi encuentro en la vereda.
Realmente no debía de estar demasiado presentable, seis días sin agua, y con la constante presencia del sudor, no son los mejores aliados para una presentación en sociedad.
Apenas a cuatro metros de la cerca disparó al aire y me gritó «No esperamos ninguna visita, así que vuelva por donde ha venido», detuve mi caballo en seco y escruté al pequeño hombre, le miré directamente a los ojos intentando averiguar si estaba dispuesto a usar su arma para matar cualquier otra cosa que no fuese una nube lejana.
Cuando uno ha estado ante la desesperación de un hombre muchas veces, es capaz de reconocerla en sus ojos, y estaba claro que quien tenía enfrente no dudaría en defender su hacienda con sangre si llegaba el caso.
«Solo quiero un poco de agua… un poco de comida… y un poco de agradable compañía, los coyotes no son muy buenos conversadores, y seis días en el desierto ¿no le parece que son demasiados?».
Como era de esperar, lejos de convencerle, el pequeño luchador apunto su rifle hacia mí » Si continúa en esa dirección, en media jornada estará en Carson, y allí encontrará todo lo que necesite, y ahora márchese ¡o lo lamentará!», mientras daba la vuelta a mi caballo vi como su rostro mostraba un atisbo de la tranquilidad que da la presumida victoria, que seguro iba en crecimiento mientras yo me alejaba. A unos diez metros detuve mi caballo y sentí su pánico «Me pregunto…», dije y mientras giraba mi caballo desabotoné mi raído gabán, y cuando estuve de frente a él sentí ese placer que solo da el vencer al enemigo antes de la batalla.
Apenas le dio tiempo a acercar su ojo a la mira, porque la bala que le regalé se había alojado en sus pensamientos, un poco a la izquierda de la unión de las dos cejas, después de seis días sin disparar me había descalibrado un poco. «…¿que diablos hay en esa mierda de rancho para que estuvieras dispuesto a morir por ello?»
Continué vereda adentro y até mi caballo. Al descabalgar noté el cosquilleo en del culo que agradece un poco de descanso.
No esperaba otra cosa que una puerta cerrada, pero nada que una patada no fuera capaz de arreglar. Me preocupaba que la mujer estuviese armada, pero si aún no había disparado, no le sería fácil hacerlo de ahora en adelante, frente a unos ojos es jodido apretar el gatillo.
Nada más pasar la entrada mis ojos se empezaron a acostumbrar a la oscuridad, y tras unos momentos la divisé mirándome con el pánico escrito en la cara.
Me acerqué mirándola fijamente por si ocultaba algún revólver, pero si lo hubiese tenido no habría sido capaz de usarlo.
Cuando estuve frente a ella advertí que era hermosa a pesar de lo desarreglada que estaba, le acaricié la cara, siempre me ha gustado el tacto de una piel de mujer y le rocé los labios con mi pulgar, para luego metérselo entero y jugar son su húmeda lengua, para entonces ya tenía la polla apretándome la bragueta hasta casi hacerme daño.
De un tirón le desgarré el harapo que llevaba como vestido, y este dejó al descubierto unas tetas algo caídas pero era lo más hermoso que había visto en bastante tiempo, así que no dudé en estrujarlas con mis ásperas manazas curtidas por las riendas y el revolver, amasé su teta derecha y se la estrujé hasta que ella puso un gesto de dolor en su cara.» Hay dos formas de hacer esto, con sufrimiento o con sufrimiento y dolor».
Bajé mi mano hasta y terminé de quitarle el harapo, quedando tapada solo por unas bragas no muy limpias y unas medias de color indefinido, y tirando de sus bragas hacia arriba haciendo que se incrustase en su raja le dije «Un indio me dijo una vez que si no te lavas la polla y se te acumula la mierda te puede dejar de funcionar, y ninguno de los dos queremos que eso pase ¿verdad?», la agarré del pelo y la obligué a bajar la cabeza hasta mi entrepierna mientras liberaba a mi rabo de su presidio, después de seis días no estaba mucho más presentable que yo.
Apunté mi revolver a su cabeza y le dije, «recuerda, tu decides si quieres dolor!!!».
La cara de asco que puso me excitó aún más, «quiero que la limpies con la lengua primero y que quede lustrosa después con tus labios», comenzó a lamer mi asquerosa chorra y después ha chuparla tímidamente, pero no estaba para preliminares, así que de un empujón en su cabeza cayó al suelo.
Terminé de desabotonarme los pantalones y caí sobre ella, y de un tirón le arranqué sus asquerosas bragas, recorrí con mi mano su coño y era peludo y pegajoso, metí dos de mis dedos en su raja y luego los saqué y los olí, era un olor fuerte, y eso me empalmó más aún, se los metí en la boca y le dije «tú tampoco estás muy limpia zorra».
Ella sollozaba y decía a media voz «no, por dios, no», y entonces la abrí de piernas todo lo que pude y sin contemplaciones la embestí, y el primer pollazo fue tan bestia que hasta me hice daño, pero a ella debió de hacerle aún más daño a juzgar por el grito que pegó «tu marido no la tenía tan grande ¿eh puta?», mientras me aferraba a sus tetas con una de mis manos hasta estrujárselas con la otra tiraba de su pierna hacia arriba para abrirla lo más posible y metérsela lo más adentro posible.
Cada vez la embestía más y más fuerte y más y más deprisa, y a ella cada vez parecía dolerle menos y empezó a musitar una especie de oración, así que decayó un poco el espectáculo.
Cuando la saqué sin haberme corrido paró con sus oraciones, la levanté del suelo y la apoyé en una mesa que estaba al lado. La puse de tal modo que su culo apuntaba hacia mi, entonces ella comenzó a llorar de verdad y a gritar «No, eso no!!! Por Dios bendito, eso NO!!!», lloraba y lloraba, y gritaba y entrecortaba las frases… «¿por qué no rezas ahora puta?», cogí mi revolver y comencé a explorar su ojete con el, era peludo, y al intentar meterle el cañón ella gritó con todas sus fuerzas, eso me excitaba mucho.
Me escupí en la punta de mi aparato y comencé a empujar, pero estaba claro que el pequeño hombre no había gozado de la retaguardia de su beata señora, continué empujando y la zorra no paraba de gritar hasta que en una embestida comencé meter la punta, y a partir de ahí comencé un frenético empujón hasta que los huevos toparon con el comienzo de su raja, empecé un baile de metesaca como si en ello me fuese la vida, mientras ella gritaba y gritaba, y trataba de zafarse de mi, lo que me excitaba más y hacía que empujase con más ganas, así hasta que me corrí como una catarata, mientras ella bajaba el tono de voz y cambiaba sus gritos por rezos otra vez.
Minutos más tarde ya en la gloria se la saqué y me limpié la polla con sus bragas y me senté a la mesa. » Beata, tengo hambre así que cocina algo para mi antes del segundo acto».
Mientras esperaba la comida, había algo que me runruneaba por la cabeza, ¿por que si era una beata se había dejado follar sin un solo grito?, cuando se la había metido por el culo había gritado pero por el dolor físico, no por el mental, y seguro que era tan grande un dolor como el otro.
Había algo que no encajaba. De pronto un ruido en el techo me sacó de mis pensamientos y me puso en guardia, y encontré el porque de la sumisión de aquella beata a la que no habían echado un buen polvo en su vida…