Como buen machito le hacía guardia a mi virginidad, hasta que unos días antes de casarnos se la entregué completita en la sala de mi casa. Hasta la fecha queda una manchita de sangre en un cojín.
Yo no me aguanté y besé a mi compadre en la boca, le metía la lengua y sentía la suya respondiéndome muy excitado; él me dejó toda la iniciativa, lo acosté en el sillón y comencé a frotarme la vagina con su rodilla y mis senos en su cara.
Si te gustan las historias de hembras casadas y calientes, creo que mis puterías te encantarán.