Fue maravilloso ver como después de este primer orgasmo mi cuerpo se relajó y empecé a sentir de verdad lo que estaba dentro de mí, empecé a saborear aquel pene en mi interior, no era nada conocido, era algo nuevo y casi maravilloso.
Su fantasía era normal, pero no por eso dejaba de ser emocionante, irse a una isla con dos amantes, desde luego, uno su marido y perderse allí durante seis meses, sin preocuparse de nada, ni del dinero, ni los críos, ni las broncas de su jefe, ni de la compra diaria, ni la casa, solo sol, sexo y más sexo.
El dolor era fuerte pero para mi sorpresa no era insoportable, sentía un escozor muy fuerte, sentía como la sangre fluía en aquel punto con fuerza y una excitación para mi desconocida empezaba a invadir todo mi cuerpo.
Me comenta que es en este lugar, bien aislado acústicamente en donde se dan los mayores castigos, por supuesto sin mordaza para que la sumisa o sumiso pueda gritar todo lo que desee sin que nadie por ello haga el más mínimo caso, por supuesto también existen mordazas por si el castigador prefiere no oír los lamentos del torturado.
Ató un perro en cada argolla y yo fui llevada por toda la estancia con la correa, caminando a cuatro patas al lado de mi ama dándome tirones de vez en cuando para ir corrigiendo mi posición, un paso por detrás de mi ama pero no mas, siguiendo su ritmo de marcha, unas veces lento, otras más rápido, parándonos y enseñándome a sentarme con la cabeza alta y el culo a ras de suelo, era algo humillante
El olor a café me hizo suponer que el castigo había terminado o que se trataba de un descanso, pero no, era lo primero, fui desatada, entre las dos me sentaron en una silla, me ataron las manos al respaldo y las piernas muy abiertas a las patas.
Me acerqué al sofá, me senté en el suelo y le cogí una mano, intentó retirarla pero apreté con fuerza para retenerla, no podía pasar ni un segundo mas, era necesario iniciar una conversación e ir aclarando los puntos oscuros, desde luego muchos en mi comportamiento de las últimas semanas.
Los fines de semana los pasaba en Lugo, desde el viernes al medio día hasta el domingo a la noche, había solicitado permiso en el trabajo para durante dos o tres meses poder tomar las tardes de los viernes solo con la intención de irme con Sole a su casa y poder aprovechar un poco más el fin de semana.
Dos meses después y con una serie de retoques dados por Luis y Sole emprendí viaje a mi nuevo destino, Madrid había sido la ciudad elegida por la organización que me había adquirido, como lugar de entrenamiento y rodadura para posteriores viajes al extranjero.