Para ese entonces yo contaba con doce años, no era inexperto en las arte amatorias por ciertas experiencias que luego les cuento, pero me encontraba en una edad en la que la presión de evacuar mi necesidad sexual se siente en el abdomen, como un cosquilleo y desesperación tremenda.
De vez en cuando la espiaba en el baño abriendo la puerta sin que se diera cuenta, la veía enjabonarse y ahí mismo me volaba la paja utilizando una crema lubricante especial que un amigo me había regalado y que había robado a su padre que es proctólogo, la untaba en mi mano derecha y me acariciaba la verga suavemente y despacio, luego esperaba el preciso instante cuando se agachaba a enjabonarse los pies para acelerar el ritmo, cerrar los ojos imaginado metiéndosela por ese enorme culo
Luego de haber tenido la aceptación completa de ambos, mi madre y yo comenzamos a coger como depravados, aprovechábamos cada pequeño descuido para desaforadamente gozarnos mutuamente.