Ella llevaba meses colgada de ese perfil, de sus fotos y de sus vídeos. No podía dejar de leer ese perfil que se anunciaba como Cabronazo y que había dejado muy, muy claro que no aceptaba nuevas esclavas. Había contactado con él varias veces para rogarle que le aceptase, que no podía quitárselo de la cabeza, que estaba a su disposición, sin límites, sin reglas, para lo que quisiera. No podía rebajarse más, pero pese a ser ignorada, no se quitaba esas fotos de la cabeza, de esas esclavas siendo machacadas solo por gusto.

Había pasado casi un año desde su último mensaje, pero seguía revisando su perfil casi a diario, esperando nuevas fotos o videos, que llegaban con cuentagotas. Eso sí, cada material nuevo era como maná para su calenturienta mente.

Sin embargo, un martes, uno como otro cualquiera, ni siquiera era 13, recibió un mensaje de su idolatrada pero inaccesible fantasía. Era ÉL, el objeto de su deseo, el que le escribía. Como un manojo de nervios leyó la propuesta. Habría aceptado cualquier cosa con tal de poder conocerle y este plan no era una excepción. La propuesta era arriesgada, muy arriesgada, totalmente temeraria, pero no podía decir que no. Respondió que por supuesto, que estaría el viernes en el lugar y hora indicados y como le indicaba y que, si deseaba algo más, que estaba a sus pies («¡Ojalá!» Pensaba)

El viernes en el trabajo no daba una, estaba muy, muy nerviosa. Nada más comer (lo poco que pudo) se duchó a fondo, se arregló, avisó a sus amigas que se iba a pasar el finde fuera con gente del trabajo en plan «retiro espiritual» y salió de casa con tiempo de sobra. Llegó al chalé donde le habían citado con algo de tiempo, que se le hizo eterno.

A la hora en punto, llamó al timbre, esperando ver a su deseado Amo. Sin embargo, abrió la puerta otro tío, del mismo corte, pero no era ÉL, que le hizo pasar a la casa a través de un cuidado y muy privado jardín. Dentro, le hicieron quedarse en el recibidor, a esperar. Entonces llegó ÉL. Con unos vaqueros ajustados y una camiseta marcadísima. Desprendiendo un aura de seguridad y control irresistible y con aroma a sexo reciente que hizo que le temblasen las piernas.

– Tu eres la perra que lleva meses acosándome ¿no, perra? ¿Entiendes para lo que estás aquí? – Preguntó el Amo

– Si, Señor, lo tengo muy claro, Señor

Perfecto, perra, me alegro, nos vas a venir bien este finde. Ahora vas a pasar a esa habitación, te vas a desnudar, ponerte lo que esté en la cama y tomarte lo que está en la mesilla. Recuerda que hay cámaras en toda la casa menos aquí, así que, si quieres largarte, aun puedes.

– Gracias, Señor.

Dudó, pero apenas unas décimas de segundo. Contempló cómo se iba ese cuerpo que estaba provocando que fuese a hacer la mayor locura de su vida y entró en la habitación, que solo tenía una cama sin estrenar y una mesilla, nada más. Encima de la cama vio los objetos que iba a llevar las próximas 48 horas: unas muñequeras y unas tobilleras de cuero con argollas y un collar de cuero que era más un collarín que un collar de BDSM. Tardó muy poco en desnudarse y ponerse todo.

Lo siguiente era más serio. Encima de la cama había dos pastillas, blancas, y un vaso de agua. No sabía qué eran exactamente, pero conocía cuál iba a ser su efecto: sedarla y dejarla semiinconsciente durante horas. También sabía, por el mensaje de su Amo, que no sería las últimas del fin de semana pero que estaría controlado por un médico. El resultado final sería que durante 48 horas estaría sedada, inconsciente o casi, sin posibilidad de hacer nada para evitar que hiciesen con ella lo que quisieran, sin límites. Se había cogido la semana siguiente para recuperarse pero le daba pánico la posibilidad de que se pasasen de alguna manera y terminase en el hospital teniendo que dar explicaciones a una enfermera.

Aquí sí dudó más, pero apenas unos segundos. Se tomó las pastillas y esperó. Al cabo de un par de minutos, y cuando empezaba a marearse, vio cómo se abría la puerta y su amo, su ídolo, daba paso a dos tíos más, enormes, y les decía «Aquí tenéis lo que os prometí. Se ha tomado esto y tenéis que darle otra cada 8 horas, aunque Tomás, el médico, se pasará de vez en cuando. El domingo a las 5 vuelvo a por ella. No tiene límites, pero mejor no os paséis demasiado, que termine entera, me interesa volver a alquilarla. Recordad que toda la casa tiene cámaras y que le daremos los vídeos poco editados, así que…»

Hasta ahí llegó la consciencia de Laura.