Nínive 1984, instrucciones de usuario

Bienvenido al seductor mundo de productos bio-eróticos Olimpo Corp.

Ha adquirido usted el modelo Nínive 1984, versión 2.2, robot femenino para uso doméstico y en el mundo del espectáculo.

Nínive 1984 ha sufrido algunos cambios que hacen su uso aun más placentero que antes.

Con el mando a distancia que la acompaña el usuario puede programar fácilmente su lenguaje, orientación sexual, rasgos de comportamiento, sumisión y ciertas medidas corporales, como tamaño de los pechos, grosor de los labios, presencia o no de tacones, posición de los pómulos, etc.

Nuevos materiales sintéticos hacen que su piel y su carne sean más seductoras al tacto que cualesquiera otras que hayan en el mercado en el momento.

Estamos seguros de que disfrutará con la compañía de nuestra Nínive.

¡No se corte, haga realidad sus fantasías! Olimpo Corp. 13 Mayo 2023.

Nínive aun no estaba viva, seguía en su cajón, recién desembalada.

Pero no le hacía falta moverse para ser preciosa: tenía un cuerpo de infarto.

Uno ochenta de altura, delgada, pechos prominentes, piel de acero plateado, forma craneal perfecta, labios seductores, miembros esbeltos…

Tan sólo un detalle traicionaba su apariencia humana: el fino cristal visor, en el lugar de sus ojos,.

«¿Quién necesita una mujer de verdad, teniendo la bio-erótica?», pensó Olga.

Con dificultad, pues pesaba tanto como un ser humano, la volcó del cajón al sofá.

Antes de conectarla, se permitió el placer de contemplarla por última vez como un objeto, como una bella escultura, delicioso producto de la era futura.

Acarició su piel.

Tenía el aspecto del metal, pero era blanda y suave.

Le habían hablado muchas veces de aquella sensación, como de estar palpando una mujer verdadera envuelta en fino metal.

Por fin la conectó.

Sus brazos se movieron un poco, y su visor se encendió con una luz roja interna, delatando vida.

Miró a su alrededor y fijó su vista en Olga.

La sensación era inquietante.

– Por favor, introduzca parámetros básicos de programación -dijo con voz atonal.

Olga buscó el mando a distancia y leyó las instrucciones. Comenzó a programarla.

Aquella sería la última vez que Nínive se comportase como una máquina. Olga se relamió, regodeándose en este pensamiento.

Olga quería seducirla.

Nunca había conocido el placer de seducir a una mujer hermosa, desde el principio hasta el final, pasando por todas sus etapas, y acabando en el sexo salvaje y sin freno.

Para empezar, programó a Nínive con cierto grado de resistencia, para que fuera más emocionante.

No quería que respondiera a todos sus deseos y fantasías como una esclava.

Quería que pareciera humana.

Sin embargo la dotó de cierta picardía.

No sabía como comenzar. Completa la programación, Nínive le preguntó:

– ¿Qué hacemos ahora? …en un tono sorprendentemente humano.

Olga necesitaba una motivación, como la idea de arranque de una historia.

Se le ocurrió que comenzara como criada.

Siempre le había hecho gracia la fantasía típicamente masculina de la criada súper sexy que se pasea por la casa en minifalda, pasando el plumero por todos lados.

A la mañana siguiente le compró un traje de criada en una tienda de disfraces y le sugirió que se lo pusiera.

Nínive accedió divertida.

Olga observaba a su flamante robot paseando por casa, sacando brillo a los muebles, agachada para fregar el suelo, sirviéndole la comida.

Un día se acordó de la opción de los tacones y pulsó el mando a distancia.

Nínive se asustó cuando su cuerpo se elevó repentinamente.

De sus talones habían surgido dos finos tacones.

Se los fue alargando hasta dotarla de unos larguísimos tacones de aguja.

– Estás muy sexy así… -le dijo.

– Anda ya… -protestó Nínive.

– ¡En serio! Te los voy a dejar así… Si no te molestan, claro.

– En absoluto. Puedo andar perfectamente con ellos. ¿Y a ti te molestan? – ¡Qué va! – Entonces a mi tampoco, ama.

A veces le gustaba sentarse cómodamente en el mullido sillón y fumarse un cigarrillo mientras la observaba cumplir sumisamente sus tareas.

Miraba el meneo de su trasero al abrillantar la mesita baja de cristal.

A veces le apetecía asomarse a su escote.

– Por aquí te has dejado un poco de suciedad… -le indicó.

– Es cierto, ama.

Nínive se inclinó sobre la nueva mancha, y entonces pudo ver sus pechos apareciendo bajo la blusa.

Se balanceaban suavemente con sus movimientos atareados.

Se excitó imaginando su propia boca besando aquel hueco que quedaba entre ellos.

Se encontró con su seria mirada.

– ¿Qué pasa? -dijo- ¿Te gusta ver como trabajo? – Claro, es sólo eso.

– Me da la impresión de que eres una mirona, ama.

– ¿Qué? No voy a tolerar que me hables así… -Olga decidió improvisar el papel de ama rígida.

– Perdón, ama. Sólo quería entablar conversación con usted.

– ¿Conversación? ¡Estás aquí para trabajar, trabajar para mí! Eres una descarada! – Perdón, ama -dijo Nínive, confusa.

– Bueno, podría perdonarte.

– Gracias, ama.

– Quizá, si tú…

Soltando una calada de humo, Olga abrió sus piernas ante su sirvienta, deslizó una manó hasta sus braguitas y las retiró hacia un lado, dejando su sexo medio descubierto.

Nínive se levantó del suelo, inquieta.

– Disculpe, ama. Ya he terminado con la mesa. Creo-creo que tengo tarea en la cocina.

Y salió del salón.

Olga fue tras ella, descorazonada. Quizá había asustado a su amiga. Definitivamente no era una desvergonzada cualquiera.

En la cocina, Nínive pelaba fruta para una macedonia.

No miró a su ama cuando entró. Olga se situó detrás de ella y, después de dudar, se abrazó a su cintura. Nínive suspiró asustada.

– Nínive… -susurró Olga- Lo siento, he sido una desvergonzada. Perdóname.

– No hay nada que perdonar, ama. Yo soy su sirvienta. Quizá… quizá no soy lo suficientemente obediente.

Olga introdujo sus manos bajo la blusa negra. Una mano acarició su vientre y la otra ascendió tímidamente hacia sus pechos.

– Señora, yo…

– No me llames señora, ni ama…

Comenzó a acariciarle un pecho.

Era blandito y resbaladizo al tacto, cabía todo en su mano. Pellizcó el pezón, y comenzó a ponerse duro.

– … Sólo llámame «amor».

– Sí, amor.

– Eso es. Y ahora, ven aquí…

Le dio la vuelta y acercó sus labios.

La besó.

Sus labios eran fríos y calientes a la vez.

Tenían el frío del metal y el calor de la carne.

De sus labios pasó a su lengua.

La chupó, saboreó y mordisqueó.

– Amor mío, yo… -susurró Nínive.

– Calla, no digas nada. Desabróchate la blusa.

– Sí, amor.

Nínive se desabrochó la blusa, mientras le sonreía pícaramente. Olga se lanzó a probar sus pechos.

Los besó tiernamente al principio, cubriéndolos de besos, y finalmente los devoró con pasión, haciéndola gemir y asustarse de sus propios impulsos.

Chupeteó sus pezones.

Succionó intentando acoger toda la carne que pudo dentro de su boca.

Besó y mordisqueó aquellas grandes y redondas tetas de brillante metal carnoso.

– Amor -dijo Nínive-, creo que hay algo que te debo.

Se arrodilló ante ella. Tanteó bajo su falda y le quitó las braguitas.

Olga abrió las piernas y se subió la falda. La boca húmeda de Nínive fue subiendo por sus largas y suaves piernas, lentamente, hasta que por fin llegó a su pubis.

Se lo había afeitado para la ocasión. Besó sus labios vaginales, que ya empezaban a abrirse en flor. Su lengua buscó el clítoris.

– ¡Ah! – ¿Qué, amor? ¿Te he hecho daño.

– ¡Calla, tonta, sigue! ¡Mmmh! Lamió el bultito palpitante con la punta de su lengua, ágil y precisa, al principio lentamente y con cariño, al final frenéticamente y con rabia.

– ¡AH! ¡SÍ! ¡SIGUE! ¡MÉTEME UN DEDO! Nínive la penetró con un dedo fino y fuerte, mientras seguía lamiendo.

– ¡OTRO! ¡OTRO DEDO, CARIÑO, VAMOS! ¡AH, SÍ! Olga se sorprendió cuando uno de aquellos dedos precisos y esbeltos comenzó a rondar su ano. Nínive se lo introdujo en la boca y lo humedeció con esmero, embadurnándolo bien de su saliva sintética, calentita y resbaladiza. Su boca volvió a ocuparse del clítoris mientras su dedo la penetró suavemente por atrás. Olga, gimiendo de placer, subía y bajaba sobre aquel dedo, que se convirtió en el eje de su excitación.

– ¡OH, CARIÑO, NUNCA ME HABÍAN DADO POR DETRÁS! ¡QUÉ BUENA ERES CONMIGO! ¡MH! ¡AH-AH-AH-AAAAAAAAAH! Su primer orgasmo fue sobre los labios y los dedos de Nínive. Fue maravilloso.

Nínive se incorporó y comenzó a desnudarse.

– No, cariño, aun no -dijo Olga, resoplando.

– ¿Cómo? – Por hoy ya vale.

– Pero, amor, quiero seguir. Me ha gustado mucho, quiero hacerlo otra vez contigo, por favor…

– He dicho que no. Vuelve a tus tareas, es una orden.

Una noche, Olga volvió a casa, agotada por el trabajo.

Oyó a Nínive desde la cocina:

– ¡Amor, no pases a la cocina, por favor, estoy preparando algo especial!

Aquello la divirtió. ¡Un robot preparando una sorpresa! Se dejó caer al sofá y vio un poco la tele.

Al rato apareció Nínive con una bandeja, llevando un vestido de tirantes muy corto que le había permitido ponerse.

Los ojos de Olga se llenaron con un suculento plato de salmón especiado, guarnición de patatas y champagne.

– ¿Qué es esto? -preguntó sorprendida.

– La cena preferida de mi ama preferida -dijo Nínive.

– ¡Gracias, muchísimas gracias! Siempre aciertas, cariño. te mereces un beso.

Y le dio un beso en la mejilla, rozando la comisura de los labios. Si por su cuerpo corriera sangre, Nínive se habría sonrojado.

Olga comenzó a comer, y miró con lástima a su compañera.

– ¿No comes nada, de veras? -le preguntó.

– Lo siento, amor. Mi cuerpo no puede asimilar los sólidos, pero puede procesar los líquidos.

– Entonces, estás obligada a aceptar una copita de champagne.

Brindaron con dos copas de cristal fino y elegante. Observando los labios de su sirvienta robótica dar sorbos al líquido dorado, imágenes sugerentes pasaron por su imaginación.

– Y aun hay una última sorpresa para mi ama, ven… -dijo Nínive, al terminar la cena.

La cogió de la mano y la llevó al piso de arriba. Sus tacones de aguja resonaban en los peldaños de madera.

Olga pensó en la manera de Nínive de usar la palabra ama, supuestamente olvidada en aquella casa.

Aquello sólo podía indicar una cosa: presencia de sentido del humor. Y aquello la hacía aun más hermosa y deseable.

Nínive le había preparado un maravilloso baño caliente. Olga estaba agotada, así que aceptó con agrado.

– Voy a buscar las sales… -dijo la robot.

Olga se desnudó y se introdujo en la gran bañera. El agua caliente abrió todos los poros de su piel y la adormiló.

Nínive volvió con toallas y varios tarros de sales de baño de distintos colores.

– ¿Quieres meterte conmigo? -sugirió Olga- Vamos, quítate la ropa.

Nínive dejó caer el vaporoso vestido negro, se quitó la ropa interior e introdujo su cuerpo desnudo en el agua.

Perfumó el agua con sales y la llenó de espuma.

Enjabonó el cuerpo de su ama, le pasó la esponja por la espalda, los hombros y los brazos. Lavó su cabellera.

Olga se excitaba con las caricias de su sirvienta.

Dejó que sus manos extendieran el jabón por sus pechos.

La dejó acariciárselos y estrujárselos, brillantes y resbaladizos.

Aproximaron sus cuerpos y probaron a unir sus pechos, aplastando carne contra carne, rozando unos pezones con otros.

Se besaron dulcemente, sin prisa. Nínive se sumergió bajo el agua. No necesitaba oxígeno, podía estar allí abajo cuanto quisiera, sin límite.

Buceó hasta la entrepierna de su ama. Acompañada de la calidez y el aroma del agua, lamió su sexo.

Paseó su lengua arriba y abajo por la rajita, usó luego su lengua tiesa como un pequeño pene que intentara penetrarla. Olga sujetó su cabeza para que siguiera lamiéndola hasta el éxtasis.

Nínive resurgió a la superficie y salió de la bañera, chorreando.

– ¿A dónde vas? -le preguntó Olga.

– Sequémonos. Vamos al cuarto.

– Como quiera mi pequeña robot.

En el dormitorio de Olga, bajo la luz tenue de una lámpara cubierta con un pañuelo de seda rojo, secaron mútuamente sus cuerpos.

Nínive puso mucho empeño en secar la cabellera de su ama.

Olga se tumbó cuan larga era en su cama, extenuada. Nínive tenía una mirada maliciosa.

– ¿Qué? – Te he mentido -dijo Nínive.

– ¿Qué dices? – Te dije que el baño era la última sorpresa de la noche. Pero tengo algo más para ti.

De entre las toallas sacó su mando a distancia. Olga se asustó.

– Oh, cariño. No sé si sabrás usar eso… Ten cuidado.

– Mi ama, he estado estudiando todos tus gustos, lo que te excita de las demás chicas, su ropa, su manera de hablar y de moverse, sus rasgos, sus cuerpos… Finalmente creo que sé aun mejor que tú lo que de verdad te gusta.

Comenzó a pulsar el mando a distancia, y se produjo el milagro.

Sus labios se hicieron carnosos y redondos, incitantes al beso.

Sus piernas se volvieron aun más esculturales, acabando en un culo que se estaba apretando y tomando forma de corazón.

Sus hombros se ensancharon un poco, su cuello se volvió más esbelto.

Sus orejas fueron pequeñas y redondas.

Sus tacones se alargaron un poco más, hasta parecer imposible mantener el equilibrio sobre ellos.

Por último, Olga vio sus tetas crecer y crecer, hasta alcanzar el doble de su tamaño.

Dos enormes pechos, turgentes y desafiantes, de pezones redonditos, se acercaban a ella.

Los acogió entre sus manos. Los besó y lamió como si fueran dulces pomelos.

– Oh… Cariño… qué hermosa eres…

– Tómame, amor…

Quería poseer todo aquel cuerpo brillante y suave.

Acariciar y pellizcar aquellos pechos, hasta hacer que se corriera. Introducirse entre sus piernas para lamer aquel conejito plastificado.

Frotarse contra ella hasta barnizarla con su propio sudor.

Recorrer todos los rincones de su boca. Hacerla gritar de placer, acallar sus gritos con un beso enmudecedor.

Humana y robot eran una trenza de carne y metal blando. Sus piernas se enroscaban como serpientes.

El sexo de una buscaba el de la otra. Con la respiración acelerada, juntaron sus órganos y los frotaron hasta alcanzar juntas el clímax. – ¡OH, SIIII! ¡TE QUIERO! – ¡FÓLLAME! ¡NO TE PARES AHORA! ¡VAMOS! – ¡AAAAH! Unas chispas eléctricas surgieron del interior de Nínive y formaron un arco voltaico de clítoris a clítoris, multiplicando el placer hasta un extremo que jamás podría conocer de ninguna otra manera.

– ¡Oh, cariño, eres increíble, hazlo otra vez! – Tengo algo mucho mejor para ti, amor.

Nínive volvió a por su mando. Pulsó un par de botones y algo milagroso creció y se irguió en su cuerpo.

– ¿Te gusta? Es toda tuya.

– ¡Es una polla! ¡Una polla grande y brillante! ¡Mmmh! Olga no tardó un segundo en metérsela en la boca. La chupó, lamió y succionó sin delicadeza alguna, como una posesa. Nínive se corrió al momento, expulsando un líquido dorado y pequeñas chispas que azotaron la lengua de su ama.

– ¡Mmmh! ¡Qué bueno! Nínive bebió de la boca de su ama aquel semen robótico.

– Mh. Lo que imaginaba -dijo-. Sabe a champagne…

– Delicioso, cariño… Ahora, fóllame. Méteme este enorme órgano tuyo hasta el fondo…

– Tus deseos son órdenes para mí, mi ama.

Olga se dio la vuelta para que la penetrara desde atrás. El pene duro y brillante encajó dentro de ella como hecho a medida. Era enorme y llegaba hasta lo más profundo de su ser.

– ¡SÍ, SIGUE, SIGUE! ¡MÉTEMELA TODA! ¡HASTA EL FONDO! – ¡TOMA, MI AMOR! ¡TODA TUYA! ¡TODO PARA TÍ! – ¡SÍ, MÉTEMELA POR EL CULO, CARIÑO! ¡AH, SÍ! En un intercambio veloz, el pene desatendió la vagina y resbaló dentro de su ano. Entró y salió de él mientras le acariciaba el clítoris con una mano y con la otra le estrujaba las tetas. Penetrando su agujerito llegó de nuevo al más intenso orgasmo que conocieron sus cuerpos.

– ¡SÍ! ¡CÓRRETE EN MÍ! ¡AAAAAAAAAAH, DIOS! – ¡TOMA TODA MI DESCARGA, AMOR! ¡AAAAAH! El cuerpo de Olga se rellenó de dedos, de champagne ardiente, de metal duro y de descargas eléctricas que recorrieron su columna vertebral hasta su cerebro. El espasmo llenó cada rincón de su cuerpo, hasta el punto de volverse sorda para sus propios gritos y los de su amante robot.

Quedaron inmóviles, carne fundida con metal, sobre un charco dorado que se extendía por las sábanas.

Aquel fue el primer caso.

A partir de entonces, Olimpo Corps revisó sus modelos Nínive para que nadie volviera a morir a causa de los fallos eléctricos de sus modelos.