Llegué a mi casa absolutamente exhausta, apenas entré al ascensor me quité los zapatos que me mataban, había pasado todo el día del viernes metida en la biblioteca y sentía todos los músculos entumecidos, lo único que deseaba realmente era meterme en la tina un buen rato para relajarme e irme a dormir.
Cuando estaba por entrar a mi departamento sonó mi teléfono móvil que tenía guardado en el fondo de mi cartera, del susto solté todo lo que tenía en las manos, y empecé a buscar frenéticamente el teléfono, imagino que por causa del alboroto que hicieron los libros y los zapatos al caer mi vecino salió a ver qué sucedía, me quedé boquiabierta cuando lo vi semidesnudo, sólo vestía un short pequeño (ni siquiera busqué más el móvil), ya lo había visto un par de veces en el edificio, pero habían sido cruces fugaces y en todas esas ocasiones estaba vestido de traje, lo que supongo que le era exigido en su trabajo, era un hombre de mediana estatura, delgado, con el cabello un poco largo cayendo en rizos que le daban un aire a querubín recién caído del cielo, piel trigueña y un cuerpo precioso, no muy lleno de músculos pero bien definido, tal y como me gusta, en fin que viéndome parada en el sitio sin pronunciar palabra ni moverme, se dedicó a recoger lo que había tirado, su movimiento me hizo reaccionar pero cuando intenté agacharme para ayudarlo él me tomó de uno de mis pies mientras decía:
A ver Cenicienta, no deberías andar descalza.-
Me colocó suavemente los zapatos, me alcanzó los libros y se metió en su casa.
Entré en mi departamento algo «shockeada» aún tras haber visto a mi vecino en «paños menores» y además haber sentido sus manos firmes posándose en mi pantorrilla mientras con igual dulzura me colocaba los zapatos, tal era mi distracción que no noté cuando dejé la puerta entreabierta, y así, como flotando me dispuse a preparar el baño que antes deseaba pero que ahora realmente añoraba.
Estuve largo rato metida en la tina enjabonándome repetidamente y acariciando mis pantorrillas mientras recordaba sus manos que momentos antes se habían posado en ellas.
Cuando el agua comenzaba a enfriarse decidí salir de la tina y luego de comer un pequeño bocadillo me fui a acostar deseando esa noche soñar con ese adonis que tenía a tan pocos metros de mí.
Pero no tuve que esperar a soñarlo.
Estaba profundamente dormida cuando me sobresaltaron unas manos que me tomaban suavemente la cabeza y rodeaban mis ojos con una cinta de seda negra, en el momento me asusté mucho e intenté librarme de las manos que me asían, pero entonces escuché su voz:
Definitivamente eres una princesa de cuento de hadas, ahora pareces la Bella Durmiente, deja que además de a ti despierte tus instintos…
No sé por qué motivo no opuse resistencia, antes al contrario, dejé que vendara mis ojos y atara mis manos a los barrotes de la gran cama antigua que había heredado de mi abuela, yo acostumbro a dormir con una pequeña bata de seda que se ata sobre los hombros con unos pequeños lazos y sin ningún tipo de ropa interior, por lo tanto mi adonis no encontró obstáculo alguno cuando sus manos empezaron a recorrerme suavemente mientras susurraba a mi oído:
Hace tiempo que te deseo, te he escuchado gemir muchas veces y como nunca he visto que traigas a nadie me doy cuenta de que te falta alguien que te haga sentir, no imaginas cuántas veces he pensado tocar a tu puerta pero hoy me lo dijiste todo con tu mirada, sé que me deseas también y tu puerta entreabierta ha sido una invitación que no podía rechazar…
Pensé explicarle que había sido simplemente una distracción, pero sus manos recorriéndome y su aliento cálido en mi rostro no me permitían pronunciar palabra, así que me abandoné sumisa a sus caricias.
Comenzó besando mi oreja derecha y dejando su mano subir hacia mi pecho, poco a poco mi cuerpo empezó a temblar impotente por no poder acariciarlo, por no poder besarlo, le pedí que me besara y lo hizo mientras con una de sus piernas abría lentamente las mías, su beso se fue convirtiendo en un real torrente de pasión y su mano había descendido hasta mi sexo que masajeaba primero tímidamente y luego con firmeza, acariciaba con movimientos circulares mi clítoris con un dedo mientras iba metiendo uno a uno los demás haciéndome sentir un increíble placer, luego su boca se posó en uno de mis senos mordiendo levemente el pezón lo que me hacía sentir algo de dolor pero que no se equiparaba al placer que me estaba proporcionando.
Pronto comencé a contorsionarme en los estertores de un inmenso orgasmo, tan intenso que me hizo pensar que reventaría los barrotes de la cama. Cuando tomé conciencia de nuevo le pedí que me desatara, quería acariciarlo, quería darle placer también, pero no me lo permitió:
Aún la noche es joven mi querida princesa y no has terminado de experimentar todo lo que te tengo preparado, hoy dejarás el papel de princesa y dejarás salir al lobo que habita en ti.
Sus palabras me hechizaban y al mismo tiempo me hacían temer, ¿qué quería decir con «todo lo que te tengo preparado»?, ¿qué había planeado para mí y por cuánto tiempo lo había estado haciendo?. Pronto tuve respuestas.
Por un momento me dejó sola, lo sentí salir del cuarto y tras unos minutos de expectante espera regresó, se acostó a mi lado, me besó dulcemente en los labios y comenzó de nuevo ese juego de caricias que tanto me daban placer, pero mientras sentía sus manos posadas una en mi pierna y la otra en mi pecho, sentí otras que empezaban a recorrerme la otra pierna y subían poco a poco hasta mis ingles, forcejeé, indudablemente mi adonis había invitado a alguien para compartir mi cuerpo y así atada como estaba no podría defenderme, intenté gritar pero su boca no me lo permitía, no podía creer lo que estaba sucediendo, estaba completamente dominada.
Cuando me di cuenta de que no podría liberarme de las sedas que me ataban comencé a llorar y a gemir involuntariamente por el placer que mi cuerpo sentía con aquellas manos desconocidas que expertas trabajaban en mi entrepierna, cuando me sintió algo más tranquila mi adonis liberó mi boca de la suya para decir:
Eso es princesa, deja salir a esa fiera contenida, siente el placer, disfruta de nosotros, si no lo deseas dilo ahora, pero sé que lo quieres, no te reprimas, no te confundas, mira como gimes, mi hermano es un experto, por eso lo invité, vamos querida, libera tu placer como hace unos minutos.
Siempre había fantaseado ser acariciada por cuatro manos, besada por dos bocas y pensé que nunca me atrevería, pero ahora no podía contener mi deseo, el morbo que me producía imaginar el rostro y cuerpo de ese hermano que nunca había visto pero que estaba explorando mi interior con maestría, así que me entregué a las manos de mis príncipes, a esa noche, a mi noche.
Mis amantes se dieron cuenta de mi entrega así que pusieron manos a la obra, se acostaron uno a cada lado y comenzaron a besarme toda, a recorrer todos los espacios de mi cuerpo, era indescriptible la sensación de tener una boca comiéndome los senos y otra lamiendo y chupando alternativamente mi sexo descarado que se deshacía en jugos de tanta excitación, me desesperaba estar atada pero al mismo tiempo incrementaba mi placer saberme indefensa y objeto del incomparable placer que me regalaban mis amantes, en minutos comencé a sentir varias y sucesivas explosiones que subían desde mi vientre y estremecían cada uno de mis músculos, sentí mi cuerpo convulso moviéndose fieramente mientras sus bocas continuaban imparables pegadas a mí, como niños recién nacidos hambrientos en el seno de su madre.
Caí casi desvanecida y sentía mis muñecas adoloridas a causa de las ataduras, uno de ellos (ya no sabía cuál) se debe haber dado cuenta porque aflojó un poco las cintas y me dijo:
Debemos aliviar esto.
Salió y regresó tras unos minutos, yo estaba rendida, sentía que ya mi cuerpo no daría más aunque aún tenía deseo de ellos porque hasta ahora sólo había sentido el placer de sus bocas, pero ninguno me había penetrado, sin embargo ya me faltaba el aire y tenía una sed que me secaba la garganta, así que mojé mis labios para aliviarme un poco.
Qué desconsiderados hemos sido ¿verdad?, debes querer un poco de agua, bueno, traje esto para aliviar tus enrojecidas muñecas pero creo que lo agradecerás más si lo pongo en tu boca.
Y sentí algo helado que me recorría los labios, lamí desesperada y cuando sintieron que mi sed estaba saciada comenzaron a bajar con el hielo por mi quijada, pasando por mi cuello y deteniéndose en cada uno de mis pechos danzando circularmente por mis pezones, esto me excitó de nuevo y les pedí que me dejaran de torturar, que me hicieran suya, nunca pensé que pronunciaría tan descarada esas palabras y menos a unos desconocidos, pero casi a gritos les dije que los quería ya dentro de mí, que no aguantaba ni un segundo más.
Así que pronto sentí el peso de uno de ellos mientras poco a poco un miembro me penetraba unos centímetros regresándolos de la misma forma y un dedo jugaba con mi clítoris, es imposible describir la sensación que me embargaba y el deseo que me producían mis amantes, finalmente dejé a mi fiera salir y con mis piernas atrapé el cuerpo posado sobre mí atrayéndolo de un golpe a mis adentros y moviendo mis caderas rítmicamente, tras pocos segundos de nuestra danza sentí derramarse en mí el líquido caliente símbolo del éxtasis alcanzado, pero yo aún no estaba satisfecha, la fiera que hicieron salir de mí quería más y más placer y lo obtuve.
Ya no pedí sino que ordené que me soltaran y ellos lo hicieron con la condición de que no me quitaría la cinta de los ojos, efectivamente no me la quité, ellos no lo sabían pero me gustó la experiencia de sentir sin ver, decidida palpé sus cuerpos, los acosté en la cama y comencé a recorrer con mi boca sus pechos, besé a cada uno pero por más que lo intenté no pude distinguir quién era quién, ya que los dos tenían el mismo tipo de cabello y por lo menos a mis manos la misma complexión corporal, así que desistí de mi objetivo y continué saciando la sed que tenía de sus pieles.
Jugando con sus cuerpos me di cuenta de cuál era el que me había acariciado mientras el otro estaba dentro de mí y ese era a quien quería.
Me posé sobre sus caderas y lentamente me fui sentando sobre su miembro, jugando como ellos lo habían hecho, centímetro que avanzaba, centímetro que retrocedía, pero no pude aguantar mucho mi tortura ya que el otro estaba besando mi espalda mientras sus manos apretaban mis senos desde atrás, masajeando y pellizcando alternativamente, así que por fin me abandoné sobre mi corcel diciendo:
La princesa es experta en domar briosos corceles.-
Y comencé lentamente a trotar sobre él incrementando el trote que poco a poco se fue convirtiendo en un galopar desenfrenado manteniéndose hasta que un grito ahogado salió de mi garganta al mismo tiempo que un estallido de lava ardiente invadía mi interior.
Caí sobre su boca besándolo calmadamente y sintiendo sobre mi nuca el aliento cansado de mi otro amante que también se abandonaba sobre mi cuerpo mientras me iba quitando las cintas de mis manos y de mi rostro.
Descubrí que mi corcel era mi vecino que me sonreía satisfecho y que su hermano, con rasgos de ser un tanto más joven, era bastante parecido a él, les sonreí pícaramente y mientras pensaba qué diría mi abuela del uso que le había dado a su gran cama con barrotes de hierro forjado me quedé dormida entre ellos, con sus piernas enredadas en las mías, sus manos en cada uno de mis senos y las tres cintas de seda negra tiradas en el piso.
Excelente muy buen relato.