Capítulo 3
- El castigo de Claudia I
- El castigo de Claudia II
- El castigo de Claudia III
CAPÍTULO 3.1
En el tenue salón del apartamento de Manuel, el silencio solitario era perturbado por un húmedo sonido que llenaba el ambiente. Manuel estaba sentado en el sofá, suspirando con la cabeza echada hacia atrás. Frente a él, arrodillada, se encontraba Claudia, succionando su polla con una mezcla de delicadeza y voracidad que lo hacía perder la cabeza. Sus labios rojos y húmedos se deslizaban por todo su miembro, mientras sus manos acariciaban sus bolas con destreza.
—Claudia, cariño —dijo Manuel con voz entrecortada, justo cuando ella tenía su polla en lo más profundo de su garganta—, ¿conoces a una joven que vive enfrente? Algo mayor que tú, creo. Rubia, con gafas.
Claudia sacó lentamente el miembro de Manuel de su boca, dejando un hilo de saliva que conectaba sus labios con la punta de su polla. —Ahhh —suspiró, tomando aire—. Creo que sí sé a quién te refieres —contestó, meneando la polla con su mano y bajando a lamer sus bolas—. De pequeñas jugábamos juntas —prosiguió entre lametazos, mientras sus ojos brillaban con curiosidad.
—Pues lleva un tiempo espiando nuestros encuentros —soltó Manuel, sin poder evitar una sonrisa perversa.
—¿Cómo? —preguntó Claudia sobresaltada. Se levantó rápidamente y corrió hacia la ventana, escondiéndose entre las cortinas—. ¿Cuál es su ventana? —preguntó, moviendo su cabeza nerviosamente en busca de la chica de enfrente.
Manuel se levantó y fue hasta ella, aun con su miembro erecto moviéndose de un lado a otro. —Hoy no está, tranquila —dijo, rodeándola con sus brazos y besando su cuello con una mezcla de ternura y lujuria—. Pero la he visto, mirándonos.
—¿Desde cuándo lo sabes? —preguntó Claudia, molesta—. Su madre conoce a la mía y podría contárselo —siguió reprochándole a Manuel, aunque su cuerpo respondía a sus caricias, arqueándose contra él.
—Bueno, la vi hace algunos días y en varias ocasiones la he vuelto a ver a través de sus cortinas —contestó Manuel, a la vez que llevó las manos a los incipientes pechos de la joven, pellizcando suavemente sus erectos pezones—. Pero estoy seguro de que le excita vernos y no dirá nada. Volvamos al sofá.
Claudia le siguió con gesto torcido, no sin antes echar completamente las cortinas, lo que hizo gracia a Manuel. —No quiero que nadie más nos vea —dijo Claudia, aunque en su interior sentía una extraña excitación al pensar que alguien más los había observado.
—Túmbate —le dijo Manuel, a lo que ella hizo lo que le pidió, abriendo sus piernas de par en par, exponiendo su coño húmedo y listo para él.
—Estamos locos… mmmm —suspiró Claudia al sentir la lengua de Manuel entre los labios de su coño, lamiéndola con una mezcla de suavidad y ferocidad que la hacía temblar.
—Podrías hablar con ella… —dijo Manuel, esperando la reacción de la joven mientras continuaba con su húmeda tarea.
A lo que Claudia cruzó sus piernas, atrapando su cuello entre sus muslos. —¿Ya te cansaste de mí? —preguntó molesta.
Manuel, con sus manos, deshizo la presión de su cuello. —¿Quién ha dicho que sea solo para mí? —preguntó antes de volver a jugar con su lengua, hundiéndola profundamente en su coño.
—Mmm… ahh… ¿Cómo se te ocurre? No soy lesbiana —protestó Claudia, aunque su cuerpo se arqueaba hacia él, buscando más.
—Bueno, tranquila, olvídalo, solo era una idea —dijo Manuel antes de meter dos dedos dentro de la joven, moviéndolos con destreza y provocando gemidos de placer que llenaban la habitación.
—Mmm… sigue… —gimió Claudia, echándose hacia atrás, completamente entregada al placer que Manuel le proporcionaba.
Manuel siguió ya en silencio con su húmeda tarea, pero Claudia no podía concentrarse del todo. La idea de estar con otra mujer, o la de ver a Manuel con otra, volvía recurrentemente a su mente, haciéndola sentir extrañamente excitada. Sus gemidos se hicieron más intensos, más desesperados, mientras imaginaba a aquella amiga de la infancia metida entre sus piernas.
—Manuel… —susurró Claudia, mientras sus manos se aferraban a los cojines del sofá.
Manuel, con una sonrisa perversa, aumentó el ritmo de sus dedos, provocando que Claudia se convulsionara en un orgasmo intenso y liberador.
La abuela de Claudia esperaba junto a la puerta del edificio a su nieta con aire impaciente. Debía ingresar en unos días en el hospital para ajustar su marcapasos y quería hacer algunas compras antes —¡Esta jovencita siempre igual! —murmuró la anciana, ajustándose el bolso en el hombro—. ¡Vamos, Claudia! —le gritó cuando la vio llegar al final de la calle.
—¡Ya voy, abuela! —dijo Claudia, acelerando el paso.
Claudia salió al encuentro de su abuela, en cuyo rostro se dibujó un gesto de desaprobación al ver la vestimenta de su nieta. Llevaba un top ajustado que dejaba al descubierto su vientre plano y unos shorts tan cortos que apenas cubrían su culo.
—Venga, vámonos —dijo la joven, ignorando la mirada reprobatoria de su abuela.
—¿Así vas a ir? —le reprochó la anciana, frunciendo el ceño.
—¿Así cómo, abuela? —dijo Claudia, mirándose con falsa inocencia.
—Vas enseñándolo todo, qué vergüenza —le recriminó su abuela, sacudiendo la cabeza.
—Hace calor, abuela, y no seas exagerada —rió Claudia, mientras se ajustaba el top, lo que solo empeoraba las cosas.
—Así no se va a fijar en ti un hombre decente, solo patanes y babosos —prosiguió la anciana, cruzando los brazos.
—Ja ja —rió la joven—. «Si tú supieras, abuela», pensó para sí misma—. Bueno, ¿a dónde vamos primero? —preguntó Claudia.
—Vamos a la tienda de Mercedes a comprarme un camisón. No pienso ponerme el del hospital que se me ve todo. No soy tan fresca como tú —le contestó, volviendo a criticar a su nieta, aunque lo único que provocaba eran risas en ella.
Mientras iban por la calle lentamente, Claudia observaba el reflejo de su figura en los escaparates, consciente de la forma en que su ropa ajustada resaltaba sus curvas y algo más que eso. Sabía que su abuela no aprobaba su estilo, pero a sus dieciocho años, la rebeldía fluía en sus venas como un torrente. Después de elegir un camisón entre varios que la amable mujer de la tienda le sacó a su abuela, ambas salieron de la tienda, enfrentándose al sofocante calor del verano que envolvía las calles.
—Qué calor hace ya. Ahora vamos a la tienda de prensa a comprar unas revistas para leer en el hospital. Ya sabes que a mí… —la voz de su abuela comenzó a sonar distante en la cabeza de Claudia, que se había quedado casi petrificada. Por la calle venía la joven que vivía frente a Manuel. Pasó delante de ellas, mirándola de soslayo por encima de sus gafas bajo la atenta mirada de Claudia.
—… Claudia… Claudia… —volvió a resonar la voz de la anciana, sacando a Claudia de su ensimismamiento.
—Sí… sí, abuela. Un momento, tan solo —le dijo a su abuela antes de salir detrás de la otra joven—. ¡Susana! ¡Susana! —le dijo, elevando la voz.
La joven rubia se volvió con la mirada gacha hacia Claudia.
—¿Qué tal estás, Susana? Cuánto tiempo, ¿no? —le dijo con una falsa sonrisa.
—Hola… Claudia… —saludó con voz temblorosa—. Sí… hace mucho que no nos veíamos.
—Sí, casi desde que éramos niñas. Estoy pasando el verano aquí cuidando de mi abuela, bueno, más bien castigada aquí por mis malas notas —dijo Claudia riendo e intentando relajar la tensión.
Susana sonrió tímidamente, pero con su mirada baja.
—Oye, podríamos quedar y ponernos al día. ¿Te parece bien esta tarde? —le propuso Claudia.
—Como quieras, Claudia… —contestó Susana un poco comprometida a aceptar.
—Genial, nos vemos a las seis en la cafetería de la plaza, ¿te parece bien?
—Sí… está bien —respondió Susana tímidamente.
—Pues luego te veo —dijo Claudia mientras se alejaba y volvía con su abuela.
—Hasta después —se despidió también Susana, levantando la mano indecisa.
Claudia y su abuela retomaron el camino para continuar con sus recados.
—Podrías aprender de tu amiga, mira que recatadita va ella —le dijo la anciana.
—Ay, abuela, las apariencias muchas veces engañan, además, las que van de mosquita muerta luego son las peores —dijo riendo Claudia, con un destello travieso en sus ojos.
Casi eran las seis cuando Claudia iba calle abajo, camino a la plaza, con un torbellino de indecisiones en su cabeza. No sabía muy bien qué haría, qué diría o si su lado salvaje afloraría y qué le propondría.
Llegó a la desembocadura de la calle con la plaza cuando vio a Susana cruzar camino a la cafetería. Aún no sabía que iba a decirle. Tenía ganas de enfrentarla y recriminarle que los hubiera estado espiando, pero el morbo y el ansía de nuevas experiencias le hacían pensar en la proposición de Manuel. Suspiró hondo y fue a su encuentro.
—¡Susana! —gritó levemente Claudia, levantando su mano.
Susana se giró y le devolvió el saludo levantando tímidamente la mano.
Se sentaron en las mesas de afuera, al resguardo de una amplia sombrilla, mientras se sonreían nerviosamente la una a la otra, a la espera de que alguien de la cafetería acudiera y les tomara nota.
—Buenas tardes —les saludó una simpática camarera—. ¿Saben ya qué van a tomar?
—Yo tomaré un refresco de cola, bien frío por favor —pidió Claudia abanicándose con la mano.
—Yo igual —dijo también Susana.
Mientras esperaban, charlaban de forma trivial sobre el calor del verano.
—Aquí tienen sus refrescos —dijo la camarera, dejando los vasos en la mesa.
—Gracias —dijeron ambas casi al unísono—. Toma, cobra ya si quieres —dijo Claudia, dándole algunas monedas.
—Bueno, ¿y cuéntame de tu vida, Susana? —preguntó Claudia, intentando romper el hielo.
—Pues… no hay mucho que contar, sigo viviendo en el mismo apartamento con mi madre y estoy en mi segundo año de universidad —respondió Susana.
—Vaya, parece que te va bien —dijo Claudia.
—Y a ti, ¿cómo te va aquí con tu abuela? —preguntó la tímida joven, dando un sorbo a su refresco.
—Bueno… tú sabes mejor que nadie cómo me va aquí, ¿no? —soltó Claudia sin titubeos.
A Susana le tomó por sorpresa, haciendo que se atragantara con el refresco—. ¿A qué te refieres? —preguntó, con el rostro aterrado y tosiendo aún.
—No te hagas la tonta, sé que me has estado espiando con… Manuel, el de la frutería.
—Oye, lo siento mucho, te prometo que no lo haré más.
—Tranquila, solo quiero saber si se lo has dicho a alguien.
—No, te juro que no —dijo de inmediato Susana.
Hubo otro minuto de silencio.
—¿Qué te pareció lo que viste? —preguntó Claudia, con curiosidad y un atisbo de excitación.
—Eh… no sé… —titubeó Susana, desviando la mirada y apretando ligeramente sus muslos.
—Vamos, no seas mojigata. ¿Te excitabas? —preguntó Claudia, sin apartar la mirada de Susana, con tono sugerente y desafiante.
—Un poco… —dijo Susana con un hilo de voz, mientras su rubor aumentaba y sus muslos se apretaban aún más.
—¿Te tocaba mientras lo hacías? —continuó Claudia, la conversación comenzaba a excitarla, y su curiosidad ardía con fuerza.
—Sí… —respondió Susana, apretando aún más sus muslos, sintiendo el calor que se propagaba por su cuerpo.
Claudia la miró fijamente, su pecho ardía y un remolino de pensamientos surcaban su cabeza.
—¿Te gustaría verlo de más cerca? — le propuso Claudia.
Las palabras de Claudia sorprendieron incluso a ella misma, y a Susana aún más, que tuvo que colocarse bien las gafas del sobresalto.
—¿Cómo que más cerca? —preguntó la tímida joven, con una mezcla de incredulidad y excitación en su voz.
—Estar ahí presente, si te gusta mirarnos, ¿qué mejor que en primer plano? —dijo Claudia, con una sonrisa traviesa jugando en sus labios, mientras su corazón latía con fuerza en su pecho.
—No creo que deba, Claudia… —murmuró Susana con nerviosismo.
Claudia apuró su refresco, sacó un bolígrafo de su bolso y anotó su teléfono en una servilleta.
—A partir de hoy, las cortinas estarán cerradas, así que si quieres mirar, ya sabes. Aquí tienes mi teléfono —concluyó Claudia, entregándole la servilleta a la perpleja Susana.
Claudia se alejó de la plaza, dejando a Susana con la servilleta en la mano, con su mente llena de preguntas y su cuerpo temblando.
Ya en casa preparaba la cena con su abuela en la cocina. Como siempre, la anciana no perdía la oportunidad de regañarla por cualquier cosa.
—Mañana tendrás que ir a por verduras —dijo la anciana, justo cuando la notificación de un mensaje en el móvil de su nieta sonó—. Eso es, déjame sola cocinando, todo el día con el dichoso móvil —se quejó la abuela.
—Ay, abuela, es solo un segundo —respondió Claudia, cruzando la puerta al salón.
Tomó el móvil de la mesa y vio que era un mensaje de un número desconocido. “Soy Susana, lo haré”, decía el escueto mensaje. Un cosquilleo recorrió su cuerpo al leer esas palabras, y su coño se calentó solo de pensar en la situación. Con manos temblorosas, contestó: “Me alegra, te avisaré”.
—Venga, Claudia, llévate esto ya a la mesa —le gritó su abuela.
—Voy —dijo ella, soltando el teléfono y regresando a la cocina con una sonrisa pícara en los labios.
El resto de la noche, la sonrisa no se borró de su cara mientras ideaba decenas de planes para darle una sorpresa a Manuel. Claudia se retiró a su habitación, dejando a su abuela en la sala frente al televisor. Cerró la puerta con suavidad y se dejó caer en la cama. Sus manos de forma irremediable empezaron a recorrer su cuerpo. Levantó la fina camiseta de su pijama y sus pechos emergieron con sus pezones tan erectos que casi le dolían. Jugaba con ellos con la punta de sus dedos mientras con otra mano acariciaba los labios de su mojado coño. Sus dedos empezaron a entrar y salir cada vez con más velocidad, sus tetas se meneaban al compás y sus ojos se ponían en blanco cuando el orgasmo estaba a las puertas. Tuvo que morder la almohada para no gritar cuando su cuerpo se tensó y un chorro de fluidos salió de su coño.
—Joder… ¿qué ha sido eso? —murmuró para sí misma, pensando que se había orinado, pero vio que no tenía ese color. Había visto cosas así en el porno, pero no sabía que fuera capaz de sucederle eso. Ya totalmente relajada, consiguió conciliar el sueño.
CAPÍTULO 3.2
Eran las diez de la mañana cuando Claudia entró por la puerta de la frutería de Manuel. El sonido de la campanilla al abrir la puerta alertó a Manuel, quien levantó la vista y se encontró con la sonrisa traviesa de Claudia.
—Buenos días, Manuel —saludó con su característica sonrisa, consciente del efecto que tenía sobre él.
—Buenos días, Claudia —respondió él, devorándola con los ojos e intentando mantener la compostura ante las clientas que esperaban.
La joven se pavoneaba fingiendo mirar los estantes de frutas y verduras. Cogió un plátano, acariciándolo mientras miraba fijamente a Manuel, quien tragaba saliva ante la provocación descarada de la joven.
—Manuel, te cojo un plátano, es que no he desayunado nada. Luego me lo cobras —dijo Claudia mientras comenzaba a pelarlo, sabiendo muy bien el juego que estaba jugando.
—Sí, claro, como quieras —respondió él, fingiendo indiferencia a diferencia de su polla, que se endurecía tras el mostrador.
Una a una, Manuel fue atendiendo a las clientas mientras Claudia lo provocaba comiéndose el plátano y fingiendo hacer una mamada cuando solo él la miraba.
—Es temprano, si no te iba a dar yo un buen desayuno —le susurró cuando se quedaron a solas en la tienda.
—Bueno… luego puedes darme la merienda —sugirió ella mientras ponía la lista sobre el mostrador, alimentando el fuego del deseo que ardía entre ellos.
—Me gusta la idea —dijo él, cogiendo la lista y comenzando a leerla.
Claudia se acercó a él, susurrándole al oído detrás de la estantería donde estaban las patatas.
—Hoy tengo una sorpresa para ti —susurró, dejando que sus labios rozaran su oído, enviando escalofríos por su espina dorsal.
—¿Ah sí? ¿Y cuál es esa sorpresa? Dame una pista —dijo él, con una mezcla de curiosidad y excitación en su voz.
—¿Quieres un adelanto? —preguntó ella, apretando sus tetas con sus brazos.
Ella levantó su cabeza por encima de la estantería, asegurándose de que no les viera nadie, y se subió el vestido.
—Mmm ¿saliendo sin braguitas a la calle? —murmuró él, sintiendo cómo el deseo lo consumía.
—Es que hace mucho calor —contestó ella, acariciándose su coño, provocándolo aún más con cada movimiento—. Aquí tienes tu adelanto —dijo llevando sus dedos a la boca de él y bajándose el vestido.
Manuel degustó el sabor de sus fluidos, deseando saborear más. Terminaron con las bolsas y Claudia lo acompañó a la puerta, despidiéndose con una promesa de placer para más tarde.
—A las siete estaré llamando a tu puerta, hasta luego —dijo ella, saliendo de la tienda contoneando el culo en cada paso a sabiendas de que él la miraba.
Claudia dobló la primera esquina, soltando las bolsas en el suelo y sacando su móvil. “Hemos quedado esta tarde a las 7, ¿puedes?” escribió a Susana. Esperó unos segundos, impaciente, y recibió un “Sí”. “Quince minutos antes en tu portal?” volvió a escribir Claudia, recibiendo nuevamente la misma respuesta de Susana. Escribió un mensaje de despedida hasta la tarde y volvió a coger las bolsas, caminando de vuelta a casa con un fuego ardiente en su coño palpitante, sabiendo que la tarde prometía ser tan intensa como excitante.
Susana esperaba nerviosa junto a su portal. En su interior, un torbellino de emociones. El calor que ascendía por sus piernas se mezclaba con la excitación que palpitaba en su coño, dejándola casi sin aliento al ver llegar a Claudia. Parecía que ya no había vuelta atrás.
—Hola, Susana —saludó Claudia, notando la tensión entre ellas mientras intentaba ocultar su propio nerviosismo.
—Hola… Claudia —respondió la otra joven con un hilo de voz, su mirada revelando una mezcla de ansiedad y nerviosismo.
—¿Lista? —preguntó Claudia, buscando calmar los nervios de ella.
—Sí, pero… quiero dejar algo claro antes —dijo Susana, con voz temblorosa.
—Sí, claro, dime —respondió Claudia.
—Yo solo miraré, ¿de acuerdo? —afirmó Susana, buscando establecer límites claros antes de adentrarse en lo desconocido.
—Sí, puedes estar tranquila, él es respetuoso —aseguró Claudia, ofreciendo una sonrisa reconfortante—. Y si te sientes incómoda, paramos o puedes irte en cualquier momento.
—Está bien —aceptó Susana con una coqueta sonrisa, tratando de encontrar la confianza en sí misma para enfrentar lo que estaba por venir.
Ambas jóvenes llegaron a la puerta del apartamento de Manuel, donde el corazón de Susana latía con fuerza, casi ahogando el sonido de sus propios pasos.
—Ahora déjame a mí —dijo Claudia, apartando a Susana para que no pudiera verla por la mirilla.
Claudia tocó el timbre, sintiendo la emoción correr por sus venas mientras esperaba impaciente. Detrás de la puerta, los pasos se acercaban y la mirilla se oscureció. La puerta se abrió y detrás esperaba un sonriente Manuel.
—Buenas tardes, señorita —saludó, mordiéndose los labios al ver a Claudia.
—Querrás decir señoritas —corrigió Claudia, agarrando la mano de Susana y colocándola junto a ella, revelando así su sorpresa.
—Oh, vaya, qué grata sorpresa. Pasad, por favor —invitó Manuel, abriendo la puerta para dejarlas entrar.
—Ya te avisé que habría una sorpresa —dijo Claudia al pasar junto a Manuel, acariciando su cara con un gesto seductor.
—Hola, soy Manuel. Encantado —se presentó a Susana, ofreciéndole su mano con un gesto amable.
—Yo soy Susana, encantada también —respondió la joven, estrechando la mano que le ofrecía Manuel, sintiendo cómo su nerviosismo se intensificaba en presencia de aquel hombre atractivo y maduro.
Las dos jóvenes entraron hasta el salón, donde Susana se encontraba cohibida, nerviosa, y en su interior luchaba una batalla entre el deseo de quedarse y la tentación de salir corriendo. Manuel las invitó a sentarse en el sofá y les ofreció algo de beber, a lo que las dos agradecieron unos vasos de agua bien fría.
—Tranquila… —susurró Claudia a Susana, apretando levemente su muñeca—. Espera, Manuel, te ayudo.
Ya en la cocina, Claudia le explicó a Manuel las condiciones que había acordado con Susana, asegurándose de que todo estuviera claro antes de dar comienzo a sus perversiones.
—No hay problema con eso —respondió Manuel, mostrando su disposición mientras sujetaba los vasos de agua.
—Genial, aun así, vamos a darle un buen espectáculo —dijo Claudia, con una chispa traviesa en los ojos, antes de comenzar a acariciar su polla por encima del pantalón.
Ambos regresaron al salón, donde Manuel les sirvió los vasos de agua que las jóvenes bebieron casi de un trago, tratando de calmar los nervios que se agitaban en su interior como una tormenta. El silencio se hizo en el apartamento, solo interrumpido por sus respiraciones entrecortadas y los latidos acelerados de sus corazones, acompañados de miradas furtivas y sonrisas nerviosas que revelaban el deseo contenido.
—Bueno, dejémonos de rodeos, todos sabemos a qué hemos venido —dijo Claudia, levantándose y tomando la mano de Susana—. Siéntate tú en aquel, así no perderás detalle —sugirió, guiando a Susana hacia el sillón con un gesto juguetón.
Susana se levantó temblorosa por dentro, pero llena de curiosidad por lo que se venía, y se sentó en el sillón, preparada para presenciar el espectáculo que estaba por desplegarse ante sus ojos. Claudia, por su parte, no perdió el tiempo. Se sentó a horcajadas encima de Manuel, y sus lenguas comenzaron una húmeda danza, explorando cada centímetro de piel con ansia y deseo desenfrenado. Rápidamente, se despojó de su camiseta, dejando al aire sus perfectas tetas, mientras Manuel la agarraba por su culo, obligándola a rozar su coño con su miembro, creando una fricción excitante y deliciosa.
—Chupa mis pezones, Manuel… mmm —dijo Claudia, arqueando su espalda y ofreciéndole sus tetas.
Manuel obedeció sin dudar, pasando su lengua por sus pezones, succionándolos con fuerza, haciendo que se pusieran duros como piedras. Mientras tanto, Susana no perdía detalle. Permanecía inmóvil en el sillón, con las manos cruzadas en su regazo, presionando levemente su entrepierna que ya había comenzado a requerir atención, sintiendo cómo el calor y la excitación se apoderaban de su cuerpo.
Manuel, sin dejar de saborear los pezones de Claudia, la agarró del culo con firmeza y la tumbó en el sofá. Con un movimiento rápido, despojó a la joven de sus shorts, dejando al descubierto su coño, que ya brillaba con la humedad de su excitación. Separando sus piernas con delicadeza, Manuel se deleitó con la visión de su ardiente cueva, observando cómo los primeros hilos de fluidos se deslizaban por sus labios.
Sin perder tiempo, se inclinó sobre ella y enterró su rostro entre sus piernas, dejando que su lengua explorara cada rincón. Daba suaves lamidas separando los labios hasta llegar a su húmedo agujero. Claudia arqueó su espalda, elevando su pelvis hacia él mientras gemía, sintiendo cómo la lengua de Manuel se hundía más adentro y la llevaba a nuevas alturas de placer. Con una mirada traviesa miró hacia Susana, quien no podía apartar los ojos de la escena ante ella, Claudia se dejó llevar por las sensaciones abrumadoras que recorrían su cuerpo.
—Ahh… ufff… qué rico… —gritó Claudia entre gemidos, mientras sentía cómo dos dedos expertos se adentraban en su interior, acariciando su punto más sensible mientras Manuel jugueteaba con su clítoris a lengüetazos, llevándola al borde del orgasmo.
No pasó mucho tiempo antes de que Claudia se corriera, inundando la boca de Manuel con sus jugos mientras él los saboreaba con gula, disfrutando de cada gota de su esencia. Recuperando el control de la situación, Claudia se levantó y bajó los pantalones de Manuel, revelando su falo erecto antes de empujarlo hacia el sofá, invirtiendo los roles con una sonrisa traviesa en los labios. Manuel, complacido y excitado por la actitud juguetona de Claudia, intentaba liberarse de sus apretados pantalones mientras ella se arrodillaba frente a él y comenzaba a lamer su glande.
—Viene hoy con ganas, ¿eh? —comentó Manuel con una sonrisa pícara, agarrando su cabeza con suavidad y guiándola hacia su polla, sintiendo el roce de sus labios y la humedad de su boca mientras la mirada de Susana seguía cada movimiento con atención. Claudia, absorta en la mamada, apenas se dio cuenta de que Susana, que seguía asombrada y excitada por lo que presenciaba, apenas podía ver.
—Levántate —pidió Claudia a Manuel, quien aprovechó la oportunidad para deshacerse de sus pantalones, mientras su polla palpitante se bamboleaba ante los ojos ávidos de Susana, quien observaba con fascinación cada movimiento. Ahora sí, podía ver con detalle cómo Claudia lamía y chupaba los hinchados huevos de Manuel, antes de hacer que su miembro volviera a desaparecer entre sus labios, obligándola a tragarlo hasta lo más profundo de su garganta con habilidad y destreza.
—Arg…arg… —sonaba el gorgoteo de la garganta de Claudia.
Aquella visión fue demasiado para Susana, quien ahora sí deslizó su mano por debajo de sus bragas para acariciar directamente su encharcado coño. Manuel, sintiendo el ansia del deseo arder en su pecho, empujó su miembro erecto hasta lo más profundo de la garganta de Claudia, manteniéndolo allí por unos segundos que parecieron una eternidad hasta que ella, con un gesto desesperado, palmeó sus muslos en señal de que necesitaba aire. Con suavidad, pero sin pausa, Manuel retiró su tranca de la boca de Claudia, permitiéndole recuperar el aliento mientras un rastro de fluidos y saliva se deslizaba por su barbilla hasta llegar a sus pechos.
Sin darle tiempo a reponerse por completo, Manuel la levantó con autoridad, posicionándola de espaldas a él mientras él se sentaba en el sofá, con su miembro apuntando hacia el techo con una firmeza irresistible. Claudia se fue dejando caer lentamente sobre su falo palpitante, sintiendo cómo la cabeza abría camino en su mojada entrada.
—Ah… —suspiró Claudia al sentir la polla de Manuel penetrándola lentamente, mientras continuaba bajando, dejándose llevar por la sensación embriagadora de ser llenada por completo.
—Eso es… métetela toda… sigue hasta abajo —instó Manuel con voz ronca, sumergiéndose por completo en la deliciosa estrechez de Claudia.
Con movimientos suaves pero decididos, Claudia se dejó caer completamente, sintiendo cómo cada centímetro la llenaba por completo, arrancándole gemidos de placer mientras sus caderas se movían con un ritmo cadencioso y sensual. Sus ojos se encontraron con los de Susana, quien seguía observando con fascinación y excitación cada movimiento, entregada al éxtasis que estaba presenciando. Manuel comenzó a guiar los movimientos de Claudia, haciéndola subir y bajar sobre su polla con un ritmo frenético y enloquecedor. En cuestión de segundos, Claudia estaba cabalgando sobre él, sus pechos botaban descontroladamente, mientras el placer recorría cada fibra de su ser.
Claudia, sintiendo el ardor en sus piernas después de la intensa cabalgata sobre Manuel, decidió cambiar de posición, ansiosa por seguir explorando nuevas sensaciones y complacer los deseos de su invitada. Con un suspiro de alivio, sintió cómo el falo de Manuel salía de su interior, dejando un vacío que anhelaba ser llenado de nuevo.
—Ponte en cuatro, voy a follarte yo ahora —indicó Manuel con voz ronca, excitado por la perspectiva de tomar el control y satisfacer los deseos de Claudia.
—Sí, pero así, y tú de pie, que ella lo vea bien —respondió Claudia con una pícara sonrisa, arrodillándose y descansando su pecho sobre el asiento del sofá, ofreciéndole una vista privilegiada de sus nalgas tentadoras.
Manuel se levantó con determinación y se acercó a Claudia, quien estaba lista para recibirlo. Susana no podía apartar la mirada del miembro de Manuel, hipnotizada por la visión de su virilidad erguida y lista para la acción. Por un momento parecía que se dirigía hacia ella, haciéndola estremecer. Aunque un pequeño rastro de deseo se encendía en su interior, también se sentía abrumada por la intensidad del momento. Con movimientos precisos y decididos, Manuel se posicionó detrás de Claudia, agarrando su miembro con una mano mientras se apoyaba en el empinado trasero de la joven con la otra. Lentamente, comenzó a penetrarla, deslizando su polla en su interior con un cuidado casi tortuoso, provocando gemidos de placer en Claudia.
—Ohh… —gimió Claudia al sentir los huevos de Manuel chocar en su coño, sus paredes internas estirándose para dar cabida a su virilidad pulsante—. Dame duro… mmm…
Manuel, complacido por las súplicas de Claudia, comenzó a embestirla con fuerza. Sus movimientos eran precisos y coordinados, alternando entre embestidas cortas y rápidas y estocadas profundas y prolongadas que hacían que Claudia gimiera de placer con cada embate. Mientras tanto, Susana no podía contenerse más al ver cómo los huevos de Manuel chocaban contra Claudia. Con las piernas abiertas y las bragas bajadas, se entregaba al placer solitario, sus dedos hurgaban en el interior de su coño al ritmo frenético de los movimientos de Manuel sobre Claudia. Cada gemido, cada choque de carne resonaba en el apartamento, creando una sinfonía de pasión y lujuria que envolvía a los presentes en un éxtasis lujurioso.
—Por dios, Manuel… como me gusta… así fuerte… sí, sí… —gritaba Claudia, corriéndose una vez más bajo el embate implacable de Manuel.
—Vamos a darnos la vuelta, es de mala educación darle la espalda a nuestra invitada ¿No crees? —sugirió Manuel con una sonrisa traviesa, dando una última estocada profunda antes de cambiar de posición.
—Sí… —respondió Claudia con una risa juguetona, preparándose para enfrentar a Susana.
Manuel se colocó detrás de nuevo y volvió a ensartarla, esta vez arrodillado, sus piernas ya flaqueaban por el esfuerzo. La cabeza de Claudia se movía con cada embestida, pero sus ojos estaban clavados en los de Susana, compartiendo una mirada cómplice cargada de lascivia. Ambas jóvenes se sonreían de forma desinhibida.
Susana, debido a la excitación, cada vez estaba más suelta, y Claudia decidió aprovecharlo. Una de sus manos fue subiendo por los muslos de Susana, lo cual hizo que se tensara. Claudia siguió subiendo y, cuando la otra joven apartó su propia mano y abrió algo más sus piernas, supo que tenía vía libre.
Sus dedos empezaron a acariciar el coño de Susana, que empezó a respirar cada vez más fuerte y luego a gemir al sentir los dedos de su amiga en su interior.
Los dedos de Claudia entraron sin problema en la cálida y húmeda cueva de Susana, haciéndola saber que no era virgen. Viendo vía libre metió dos dedos hasta los nudillos provocando gemidos cada vez más intensos y suspiros de placer que llenaban el aire del salón. Susana, completamente entregada a las caricias de ella, se retorcía de placer, dejando escapar gemidos uno y otra vez.
Claudia, decidida a llevar a Susana al orgasmo, tiró de ella hacia el borde del sillón y se sumergió entre sus piernas. Era la primera vez que hacía sexo oral a una mujer, pero intentaba repetir lo que Manuel le solía hacer a ella y tanto le gustaba. Movía su lengua en círculos sobre el agujero de su coño, metiéndose hacia dentro cada vez que Manuel enfundaba su polla dentro de ella hasta la empuñadura. Sus dedos volvieron al interior de su tímida amiga y su lengua cambió a su diminuto clítoris.
—¡Aaaah… me corro… me corro! —gritó Susana, alcanzando un intenso orgasmo bajo la lengua de Claudia.
Claudia retiró su rostro y sacó sus dedos, satisfecha de haber conseguido hacer estremecer a su amiga. Mientras tanto, Manuel, sintiendo que el final estaba cerca, se levantó y se acercó a la cara de Claudia, listo para culminar el intenso momento de placer que estaban compartiendo.
—Arrodíllate —le pidió Claudia.
Ella tiró del brazo de Susana, haciéndola arrodillarse también. Susana, fuera de control, se dejaba guiar por ella, así que cuando la guio hasta el falo de Manuel, solo pudo abrir la boca y chupar aquel gran trozo de carne.
Manuel, al borde del orgasmo, sacó su polla de la boca de Susana y comenzó a liberar chorros de espeso semen sobre sus rostros. Susana cerró instintivamente la boca y los ojos, mientras que Claudia, ansiosa por saborear cada gota, abrió la boca para recibir el regalo de Manuel con un ansia voraz. Lamía el semen de la cara de Susana y luego le metió su lengua en la boca. Ambas jugaban con sus lenguas, mientras Manuel puso su falo, algo ya flácido, entre ellas, fundiéndose en su danza de saliva y semen.
Finalmente, exhaustos pero radiantes de satisfacción, los tres se dejaron caer en el suelo, respirando entrecortadamente y riendo entre susurros por la experiencia que acababan de vivir.
Después de refrescarse y limpiarse, decidieron que era hora de despedirse. Manuel, abriendo la puerta, les preguntó si volverían al día siguiente.
—Yo seguro —respondió Claudia con entusiasmo.
Los ojos de Manuel se posaron en Susana, quien volvía a su característica timidez. Después de un momento de vacilación, Susana respondió tímidamente.
—Puede ser… —murmuró casi en un susurro.
Manuel suspiró, agotado pero satisfecho, mientras las dos jóvenes abandonaban su apartamento. En el portal de Susana, Claudia y ella se despidieron con una sonrisa cómplice.
—¿Quieres que te acompañe? Es tarde —ofreció tímidamente Susana.
—No, tranquila. La casa de mi abuela está cerca. Además, ¿quién te acompañaría a ti luego? —bromeó Claudia, despidiéndose con una mirada traviesa.
—Escríbeme cuando llegues —agregó Susana antes de separarse.
—Descuida, luego hablamos —respondió Claudia, desapareciendo en la noche con una sonrisa en los labios.
Ninguna de las dos mencionó lo que acababan de vivir; sabían que había mucho que asimilar y procesar antes de poder hablar de ello con claridad.
CAPÍTULO 3.3
Claudia abrió los ojos despertada por el sonido que hacia el repartidor del gas butano, haciendo chocar las bombonas para avisar al vecindario. Mientras yacía en su cama, los recuerdos de la tarde anterior se deslizaban como una suave brisa por su mente. El verano se estaba revelando más salvaje de lo que había imaginado, y el recuerdo de sus encuentros con Manuel y ahora con Susana encendía una llama ardiente en su interior. Se levantó a orinar y al bajar sus braguitas, encontró la prueba tangible de su excitación, un indicio palpable de los deseos que bullían dentro de ella. Mientras desayunaba, absorta en sus pensamientos, la voz constante de su abuela en el fondo, su teléfono móvil rompió el silencio con un suave zumbido. Con manos temblorosas, Claudia abrió el mensaje de Susana. La pregunta de Susana sobre la hora del encuentro provocó una sonrisa traviesa en el rostro de Claudia.
«¿A la misma hora que ayer?» respondió Claudia, su pulso acelerado por la emoción.
«Genial, te espero en mi portal» fue la respuesta de Susana, seguida de un emoticono sonriente. El coño de Claudia latía con deseo, y tuvo que contenerse para no dejar el desayuno a medias y correr a satisfacer sus ansias en su habitación.
A la hora acordada, Claudia se encontró frente al portal de Susana, donde la joven la esperaba con un vestido similar al del día anterior. Una sonrisa se dibujó en el rostro de Susana al ver a Claudia acercarse.
—¿Lista? —preguntó Claudia mientras se acercaba a Susana, su voz cargada de emoción y anticipación—. Manuel no tiene ni idea de que vamos a repetir la hazaña hoy.
—Sí, pero… —comenzó Susana, su voz titubeante.
—Ya sé lo que vas a decir —la interrumpió Claudia, anticipando las palabras—. Sé que ayer me pasé y crucé tus límites…
—No… no es eso… hoy… —empezó a decir Susana interrumpiéndola, buscando el valor para continuar—. Hoy quiero participar. Desde el principio.
El rostro tímido de Susana contrastaba con la perversa sonrisa de Claudia.
—Mmm, qué traviesa —bromeó Claudia, su voz teñida de deseo—. Pues entonces, no perdamos más tiempo. Vamos a darle una buena tarde.
Manuel se aproximó a la puerta de su apartamento, preguntándose quién podría estar llamando a esa hora. Miró por la mirilla y su corazón se aceleró al ver a las dos jóvenes esperando afuera. Un instinto salvaje lo llevó a acariciar su polla mientras las contemplaba.
—Buenas tardes, pensaba que no ibais a venir hoy —dijo, recorriéndolas con la mirada de arriba abajo al abrir, sintiendo el deseo arder en su interior.
—Si estás ocupado, nos vamos —respondió Claudia con una sonrisa traviesa, acariciando sugerentemente uno de sus pechos.
—No, por favor, pasad. Estáis en vuestra casa —insistió Manuel, abriendo la puerta para dejarlas entrar.
Una vez dentro del salón, Manuel rodeó sus caderas con sus brazos—. ¿Queréis tomar algo? —preguntó.
—Sí, algo rico —respondió Claudia, cogiendo la mano de Susana y llevándola hasta la polla de Manuel—. ¿Verdad, Susana?
Susana no pudo evitar sentir una oleada de calor al tocar la virilidad de Manuel. Asintió tímidamente, sin poder apartar la vista de su mano sintiendo cómo aquella polla comenzaba a crecer en bajo sus dedos. Él deslizó sus manos de las caderas hasta los firmes culos de las dos jóvenes, subiendo sus vestidos, acariciándolos con suavidad mientras disfrutaba del tacto de sus pieles. Mientras Susana seguía absorta acariciando aquel tentador bulto en los pantalones, Claudia se inclinó hacia él y sus lenguas se encontraron en un ardiente beso lleno de pasión y deseo.
Claudia tomó delicadamente el rostro de Susana y lo acercó al de ellos dos, invitando a la joven tímida a unirse al beso. Manuel respondió buscando los cálidos labios de Susana, sintiendo cómo poco a poco ella se dejaba llevar y empezaba a jugar con su lengua también. Sus manos ascendieron por las espaldas de las jóvenes hasta llegar a sus pechos, donde las acarició con firmeza.
Mientras Susana y Manuel seguían mezclando sus salivas en un beso apasionado, Claudia hábilmente apartó la mano de la joven y desabrochó los pantalones de Manuel, dejándolos caer al suelo. La punta de su polla sobresalía por el calzoncillo, así que, con un gesto rápido, Claudia lo liberó por completo, dejando al descubierto toda su erección.
Instintivamente, Susana tomó el falo de Manuel con su mano tal como vio la oportunidad y comenzó a acariciarlo con suavidad, mientras Claudia se agachaba para lamer la cabeza con picardía y destreza, provocando gemidos de placer en él que no podía creer lo que estaba sucediendo. Hacía apenas unos minutos estaba aburrido viendo las noticias en la televisión, y ahora se encontraba en medio de una situación increíblemente excitante, con una hermosa joven rubia acariciando su polla mientras otra joven morena lo succionaba con pasión y habilidad.
Claudia se levantó del suelo y, con una actitud sensual, llevó a Manuel y a Susana hasta el sofá. Empujó suavemente a Manuel, haciéndolo sentar en el sofá, mientras ella se colocaba detrás de Susana con una mirada llena de deseo. Sus labios encontraron el cuello, besándolo suavemente mientras dejaba caer las tirantas de su vestido, no llevaba sostén por lo que se quedó frente a él con tan solo sus diminutas braguitas. Con sus pequeñas manos, recorrió el vientre de la joven tímida, subiendo hacia sus delicados pechos y rozando suavemente sus pequeños pezones rosados, los cuales se erizaron al contacto de sus dedos.
Manuel, absorto en el espectáculo sensual que tenía ante sus ojos, se acariciaba la polla mientras observaba cómo Claudia desnudaba lentamente a Susana, mientras se quitaba apresurada si propia ropa. El deseo ardía en sus venas mientras se inclinaba hacia adelante, atrapando a ambas mujeres entre sus brazos y atrayéndolas hacia él, dejándolas caer a cada lado suyo. Las dos mujeres se entregaron a un apasionado beso, mientras Manuel aprovechaba la oportunidad para saborear los pechos de ambas, alternando entre uno y otro con sus labios y lengua, provocando gemidos de placer en ellas. Sus dedos exploraban las curvas de sus cuerpos, deslizándose entre los cachetes de sus culos y buscando el calor de sus húmedas rajitas. Las dos jóvenes se dejaron caer de rodillas al suelo, quedando la polla de Manuel a escasos centímetros de sus caras. Claudia la tomó con su mano y se la ofreció a Susana, quien no dudó en atrapar el glande entre sus labios para luego empezar a engullirlo. Claudia se agachó un poco más y comenzó a chupar sus huevos.
Manuel pasaba sus manos por la cara mientras suspiraba y casi se corre cuando Claudia comenzó a subir hasta encontrarse con su glande y la lengua de Susana. Subían y bajaban por los lados de su polla hasta que su glande se veía atrapado entre sus lenguas.
—¿Saben? —interrumpió Claudia—. Hoy me apetece mirar a mí —dijo, tomando por sorpresa a Susana, que una vez Claudia se sentó en el sillón se quedó sola con aquel trozo de carne para ella sola. Manuel y Claudia se miraron con complicidad. Él agarró su polla y con la otra mano en la nuca de Susana la guio hasta ella. Estuvo un rato haciéndole tragar hasta donde podía sin darle opciones de sacarla.
—Cómele el coño, Manuel, verás qué rico sabe —instó Claudia.
Él la hizo ponerse de pie en el sofá y, haciéndola flexionar un poco las piernas, posó el coño de Susana en sus labios. Su lengua comenzó a hurgar entre sus labios, haciendo que las piernas de la joven temblaran cuando la pasaba por su clítoris, soltando un leve suspiro. Los fluidos de la joven corrían por el rostro de Manuel, que sin poder esperar más la hizo poner las rodillas en el sofá y encañonó su polla hasta su coño. Susana, al sentir la cabeza rozar los labios de su rajita, se empezó a dejar caer, deseando sentirse llena.
Él la agarró de su culo cuando ella llegó al final del tronco de su polla. Con sus manos apretaba a la joven hacia abajo mientras su pelvis hacía fuerza hacia arriba, intentando penetrarla lo más profundo posible. Susana suspiraba y apretaba la muñeca de él para que no siguiera empujando, y cuando él la liberó de la presión, ella misma empezó a subir y bajar suavemente. Entonces Manuel se echó hacia atrás y la dejó hacer. Claudia se masturbaba en el sillón sin perder detalle de la cabalgada que estaba ofreciendo Susana, que empezó a gritar desbocada cuando él la agarró de su culo y, haciéndola caer sobre su pecho, la taladró de forma frenética, estrellando sus huevos contra su culo.
—Así, Manuel, dale duro a esa zorrita, mira cómo le gusta —dijo Claudia, animando a Manuel a seguir clavándosela de forma salvaje.
Tras unos minutos, tuvieron que darse un respiro para recuperar el aliento. Manuel notaba el acelerado aliento de Susana en su pecho cuando sintió el de Claudia en sus huevos, que se había acercado a gatas sin que se dieran cuenta.
—Vamos, ponte en cuatro —dijo Manuel, dándole una cachetada en el culo a Susana cuando recuperó el aliento. El sonido de la palmada resonó en la habitación, seguido de un gemido de placer de la joven.
Susana se incorporó, dejando salir la encharcada polla de Manuel, y girándose se encontró con los labios de Claudia. Claudia le ofrecía sus tetas, mientras Manuel pasaba la cabeza de su miembro buscando la entrada de su coño. Susana, con las mejillas sonrojadas y los ojos llenos de deseo, se inclinó hacia adelante, tomando uno de los pezones de Claudia en su boca, chupándolo con ansia mientras Manuel la penetraba de nuevo lentamente.
—Mmm, así, Susana —susurró Claudia, arqueando la espalda y ofreciéndole más de sus tetas—. Chúpame bien, putita.
Manuel, sintiendo cómo el coño de Susana se ajustaba perfectamente a su polla, comenzó a moverse con más fuerza, empujando hacia adentro con cada embestida. Susana gemía entre los pechos de Claudia, mientras su lengua jugueteaba con los pezones duros de la morena. Claudia, sintiendo el calor de la lengua de Susana en sus tetas, se tumbó en el suelo, agarrando la nuca de la joven hasta hacerla arrodillar y guiándola hasta su coño. Susana no dudó en empezar a lamer y chupar, aunque sin mucha idea de cómo hacerlo realmente. Sus movimientos eran torpes, pero llenos de deseo, lo que solo excitaba más a Claudia.
—Así, cariño, lame mi coño —susurró Claudia, mientras sus manos se enredaban en el cabello de Susana, guiándola hacia su entrepierna—. Mmm, sí, así.
Manuel, observando la escena, no pudo contenerse y comenzó a follar a Susana con una fuerza desmedida. Sus embestidas eran rápidas y profundas, haciendo que Susana gritara y gimiera fuera de sí mientras su cara chocaba contra el coño de Claudia. La joven intentaba lamer y chupar, pero entre los envites de Manuel y sus propios gemidos, le era complicado concentrarse.
—Aaahhh… me corrooooo… —resonó la voz de Manuel entre los gemidos de las dos jóvenes. Rápidamente, él se colocó delante de ellas, y Claudia se arrodilló junto a Susana, que esta vez sí esperaba con la boca abierta para recibir la carga.
Manuel descargó su leche entre las dos bocas de las jóvenes, que lo recibían con gusto y risas. Claudia y Susana se miraron, compartiendo una sonrisa lasciva antes de juntarse y compartir el preciado néctar, sus lenguas lo empujaban de una boca a otra mientras sus manos recorrían sus suaves cuerpos.
Una vez más, los tres yacían tirados en medio del salón, desnudos, cubiertos de fluidos y compartiendo miradas y risas nerviosas. Entre ellos se había creado una lasciva conexión y era tan importante el propio placer como provocarlo en los demás.
—Como buen anfitrión, debo ofreceros un refrigerio —dijo Manuel, levantándose y extendiendo una mano hacia cada una de las jóvenes—. Después de todo, habéis trabajado duro.
Claudia y Susana se rieron, tomando las manos de Manuel y levantándose. Los tres se dirigieron al baño, donde se lavaron rápidamente, compartiendo miradas y sonrisas cómplices mientras se secaban.
—¿Vendréis mañana? —preguntó
Manuel antes de abrir la puerta y dejarlas marchar, mientras acariciaba sus culos.
—Siiii —dijeron ambas casi al unísono, sus voces llenas de promesas y deseo.
Manuel les dio un húmedo beso a cada una antes de abrir la puerta, y las vio alejarse por el pasillo, preguntándose si en algún momento se despertaría de este increíble sueño.
CAPÍTULO 3.4
Los encuentros en el apartamento de Manuel se convirtieron en una rutina excitante y adictiva para los tres. El sexo se manifestaba en cada encuentro, ya fuera con las dos jóvenes juntas o con alguna de ellas por separado. Susana, inicialmente tímida e insegura, se había ido soltando poco a poco bajo la influencia de Manuel y Claudia, quienes la guiaban hacia su mundo de perversión y lujuria. Sin embargo, la intervención de la abuela de Claudia iba a forzar una pausa que se extendió más de lo deseable debido a ciertas complicaciones en la salud de la anciana. La joven pasaba las noches en el hospital acompañando a su abuela hasta el medio día, que era relevada por su madre cuando salía del trabajo y se iba a la casa de la anciana, cayendo rendida en la cama.
—Deberíamos darle una sorpresa a Claudia mañana —dijo Susana mientras pasaba un dedo por su cara, llevando el resto de la corrida de Manuel a sus labios.
—Tú también echas de menos su coñito, ¿eh? —dijo Manuel, sacudiendo su polla frente a su cara.
—Mucho —contestó ella, dándole una última chupada—. Iré mañana al hospital a ver si le sonsaco a qué hora estará en casa de su abuela.
—Vamos a darnos una ducha, anda —dijo él, ofreciéndole su mano para que se incorporara, para luego darle una buena cachetada en su culo—. Me gusta lo zorrita que te estás volviendo. A lo que ella, con una risilla traviesa, corrió hacia la ducha.
A la mañana siguiente, el médico miraba las gráficas de los análisis y le hacía varias preguntas a la anciana, mientras Claudia escuchaba atentamente, esperando buenas noticias.
—Bueno, pues yo creo que vamos por el buen camino —dijo el médico, esta vez dirigiéndose a las dos—. La dejaremos unos días más para asegurarnos de que la nueva medicación sigue funcionando igual de bien y luego a casa, ¿de acuerdo? Bueno, os dejo que ya están aquí las auxiliares para asearla, señora.
—Gracias, doctor —dijeron las dos.
Claudia salió para dejar a las dos mujeres trabajar y aprovechó para bajar a la cafetería a desayunar. Bostezaba por el pasillo del hospital cuando sus ojos lagrimosos reconocieron un rostro familiar. Al otro lado del pasillo, Susana levantó su mano saludándola, y las dos, con paso rápido, fueron a encontrarse frente al ascensor.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó Claudia.
—Pues a ver cómo te iba —dijo la sonriente Susana—. ¿Qué tal sigue tu abuela?
—Pues el médico acaba de pasar y dice que en unos días se podrá ir a casa.
—Oye, eso es genial.
—Sí, menos mal, porque estoy cansada de pasar las noches aquí ya —dijo Claudia, dejando caer sus hombros, señal de cansancio—. Ahora la están aseando e iba a desayunar, ¿vienes?
—Sí, claro, vamos.
El ascensor se abrió y las dos entraron, dándole al botón de la planta baja. —. ¿Y Manuel? Espero que lo estés atendiendo en mi ausencia —preguntó Claudia, aprovechando que estaban a solas.
—Sí… —dijo Susana, acercándose a ella—. Te echamos de menos —dijo antes de comenzar a besarla.
Claudia respondió a ese beso con su lengua—. Mmm —gimió, rodeándola con sus brazos.
“Ting” sonó el ascensor, avisando que había llegado a la planta baja, haciendo que las jóvenes se separaran de inmediato y salieran del ascensor entre risas.
Tras desayunar y charlar, ambas jóvenes se despidieron—. Bueno, espero veros en unos días, tenemos mucho tiempo que recuperar —dijo Claudia, ya en la puerta del hospital.
—Sí… en unos días nos vemos —dijo Susana con mirada traviesa.
Claudia se quedó mirándola mientras se alejaba, pensando en cómo había cambiado Susana y cómo le gustaba que fuera así.
Susana tomó el camino, satisfecha de marcharse con la información que había venido a buscar. Sacó su móvil y escribió a Manuel:
“Dice que su madre suele llegar a las tres y sobre las cuatro llega a casa de su abuela”.
“Genial, allí estaremos”, contestó Manuel.
“Mejor la dejamos dormir unas horas, se la ve cansada. Creo que sobre las siete es buena hora”.
“Tienes razón, bien pensado. ¿Vendrás hoy?”.
“Hoy no puedo, además resérvate que mañana tendrás que darnos bien duro a las dos”, dijo Susana, seguida del emoticono del diablito sonriente.
“Qué putita estás hecha, y cómo me gusta. Mañana nos vemos entonces, un poco antes de las siete allí”, contestó Manuel.
Susana se despidió de Manuel con una sonrisa traviesa y se adentró en el siguiente destino de su día: el Sex-shop. Al entrar, sus ojos curiosos recorrieron los estantes llenos de juguetes sexuales y accesorios eróticos, sintiéndose como una niña en una tienda de caramelos.
El dependiente, un hombre con una expresión entre sorprendida y desconcertada, no podía ocultar su confusión al ver a Susana, con su apariencia de niña buena, en un lugar como ese.
—¿Puedo ayudarte en algo, jovencita? —preguntó.
Susana lo miró fijamente, sin titubear, y se acercó al mostrador con determinación.
—Buenos días, dilatadores y lubricante anal —declaró sin rodeos, desafiando cualquier tabú.
El dependiente casi se atraganta con el chicle al escucharla, sin poder creer lo que estaba oyendo.
—¿Cómo dices? —balbuceó entre toses, tratando de recuperar la compostura.
—Ya me has oído, dilatadores y lubricante anal —repitió Susana con firmeza—. ¿Tienes algo en mente?
Ante la mirada atónita del dependiente, Susana, sin vacilar, se subió un poco el vestido, se quitó las bragas y se giró, abriéndose los cachetes, mostrando su ojete y su rodadito coño al dependiente con una sonrisa traviesa en los labios.
—Soy virgen, y mira qué cerradito lo tengo. ¿Qué me recomiendas? —dijo con voz sugerente e inocente, provocando una erección inmediata en el dependiente.
Después de unos momentos de incredulidad y asombro, el dependiente logró recuperar el sentido y buscar lo que Susana necesitaba. Sacó un juego de dilatadores anales con varios tamaños y un lubricante especial con anestésico para aliviar cualquier posible dolor.
—Este juego trae varios tamaños para ir subiendo de grosor, te vendrá genial —explicó el dependiente, tratando de mantener la calma.
—Me gusta —respondió Susana, todavía con las bragas en la mano—. ¿Y el lubricante?
El dependiente, todavía algo aturdido por la situación, le entregó un pequeño bote de lubricante y explicó sus propiedades.
—Estupendo, ¿cuánto es todo? —preguntó Susana, mostrando una sonrisa pícara mientras sacaba el dinero.
—Son 50€, pero para ti te lo dejo en 40€ —respondió el dependiente, metiendo todo en una bolsa.
—Oh, qué amable —dijo Susana, entregándole el dinero y colocando sus bragas en la mano del dependiente como propina.
Con una sonrisa traviesa, Susana salió por la puerta, dejando al dependiente perplejo y con las bragas en la mano.
—Pero qué cojones… —murmuró el dependiente, sin poder creer lo que acababa de suceder.
Claudia recorrió la casa de su abuela con una sensación de somnolencia, pero al abrir la puerta, se encontró con Susana y Manuel, este último sosteniendo una cesta llena de frutas y verduras frescas.
—Ey, ¿qué hacéis aquí? —preguntó Claudia con un bostezo, invitándolos a entrar y asegurándose de que nadie los viera desde el pasillo.
—Dejo esto en la cocina —dijo Manuel, refiriéndose a la cesta.
—Sí, déjala en la cocina, gracias por el detalle —respondió Claudia.
—En realidad era para disimular —añadió Manuel riendo, mientras se dirigía hacia la cocina.
Susana abrazó a Claudia con cariño. —Te echamos mucho de menos —dijo, comenzando a besarla con ternura.
—Y yo a ustedes… no saben cuánto… —respondió Claudia, correspondiendo al beso—. Déjenme darme una ducha y estoy con ustedes.
Unos minutos más tarde, Claudia salió envuelta en una toalla, pero para su sorpresa, encontró a sus dos invitados completamente desnudos en el sofá, acariciándose mientras la esperaban. Sin dudarlo, dejó caer la toalla al suelo y se unió a ellos.
—Tengo entendido que Susana te ha tenido bien atendido, ¿no? —preguntó Claudia a Manuel, mientras acariciaba sus huevos.
—Desde luego, está mucho más… ¿cómo decirlo?… suelta —respondió riéndose, mientras acariciaba a Susana.
Claudia poco a poco se fue arrodillando hasta quedar en el suelo y, sin mediar palabras, engulló el falo de Manuel. Su cabeza subía y bajaba con maestría, saboreando cada centímetro de aquel trozo de carne caliente.
Mientras tanto, Susana aprovechó para colocarse detrás de Claudia y, separando los cachetes del culo de esta, comenzó a lamer su coño.
—Ah, sí… cómeme… —gimió Claudia, apretando la cabeza de Susana contra sí antes de girarse y continuar con su mamada.
Susana abrió más las nalgas de Claudia y, con la punta de su lengua, comenzó a jugar con su ano, provocando una reacción inesperada en Claudia.
—Ey… ¿qué haces? —exclamó Claudia, sobresaltada al sentir la lengua de Susana explorando su oscuro agujero, fingiendo una leve resistencia.
—¿No te gusta? —preguntó Susana con una mirada lasciva.
—Es… raro, pero sigue —respondió Claudia, antes de que la mano de Manuel la guiara nuevamente hacia su polla erecta.
Sin que ninguno de los dos se diera cuenta, Susana había agarrado su bolso y sacado los artículos que había comprado en el sex-shop el día anterior.
—Ahh… ¿qué es eso? —preguntó Claudia al sentir el frío lubricante en su callejón trasero—. ¿Y eso? —volvió a preguntar, más extrañada aún al girarse y ver el conjunto de dilatadores.
Manuel tampoco sabía nada de las cosas que traía Susana y se incorporó, cogiendo uno de los dilatadores y mirándolo con extrañeza—. ¿Qué perversión tienes pensada?
—Bueno… quería que el reencuentro fuera especial, y ¿qué mejor manera que… siendo Manuel quien nos estrene nuestros estrechos culitos?
—Estás loca, eso debe doler mucho —dijo Claudia, estupefacta.
—Bueno, no tiene por qué, si se hace bien —respondió Manuel, esgrimiendo el dilatador de mayor tamaño en su mano.
—Así es, podemos probar y si nos duele o no nos gusta, paramos ¿qué te parece? —dijo Susana, acariciando uno de los pezones de Claudia—. Anda, di que sí.
—No sé… ¿me prometen que pararán si lo pido? —dijo Claudia, empezando a ceder ante la insistencia de sus amigos.
—Sí, lo prometemos —dijeron Manuel y Susana casi al unísono, con una sonrisa en sus rostros.
—Pónganse de rodillas en el sofá, déjenme a mí los honores —les pidió Manuel.
Claudia se arrodilló primero, seguida de Susana, ambas con una mezcla de curiosidad y nerviosismo en sus miradas, ofreciendo sus culos. Manuel se acercó con el lubricante en la mano, listo para abrir esos estrechos ojetes. Susana y Claudia intercambiaron una mirada llena de complicidad, listas para dar un paso más en sus perversiones.
El lubricante frío sobre los pliegues de sus anos provocaba escalofríos de placer por sus cuerpos, aumentando aún más su excitación.
—Uhh… está frío —rio Susana.
—Ahh… —gimió Claudia cuando el dedo de Manuel invadió su ano.
Manuel tomó el dilatador más pequeño y, tras aplicarle un poco de lubricante, lo introdujo suavemente en el interior de Claudia. Un gemido de sorpresa escapó de sus labios al sentir el tope del dilatador en sus nalgas.
—¿Ya? —preguntó sorprendida por lo fácil que fue—. No ha sido para tanto.
—Bueno, ese es el más pequeño —dijo Manuel, empujándolo un poco más para asegurarse de que permaneciera en su lugar—. A ti te toca empezar con el siguiente tamaño, Susana —añadió, sosteniendo otro dilatador en la mano.
—Tú solo mételo —dijo Susana, abriendo los cachetes de su culo con determinación.
Manuel no se hizo de rogar y repitió el proceso con Susana, deslizando suavemente el dilatador en su interior. Se apartó un poco del sofá para admirar la erótica imagen de las dos mujeres con esos artefactos incrustados en sus traseros.
—Bueno, dejemos que hagan su trabajo —dijo Manuel, acariciándose la polla y poniéndolo a punto para la siguiente fase. Se colocó detrás de Claudia, pasó el glande por su coño y la penetró con suavidad, sintiendo el calor y la humedad de su interior.
—Ah… Dios… cómo lo echaba de menos —gimió Claudia.
Manuel alternaba entre una y otra, aumentando gradualmente el tamaño de los dilatadores, sintiendo cómo cada uno entraba con más dificultad, pero terminaba cediendo por completo a la dilatación.
—Creo que ha llegado el momento —anunció Manuel cuando el dilatador más grande llevaba un rato en el ano de Claudia—. ¿Estás lista?
—No, pero hazlo —respondió Claudia entre risas, tratando de ocultar su nerviosismo.
Susana separó los cachetes de Claudia mientras Manuel retiraba lentamente el dilatador, dejando al descubierto el ano dilatado.
—Wow… se te ha quedado bien abierto —exclamó Susana, sorprendida por la imagen ante sus ojos.
El ambiente estaba cargado de una tensión excitante mientras Claudia se preparaba para esta nueva experiencia. Apoyó su rostro en el cojín del sofá, indicando a Manuel y Susana que estaba lista para dar el siguiente paso. Susana abrió el bote de lubricante y cubrió generosamente el falo de Manuel, preparándolo para la penetración anal.
—Uf… uf… —resoplaba Claudia, sintiendo cómo el glande de Manuel abría paso
Manuel, con paciencia y cuidado, comenzó a empujar, evitando forzar la entrada y permitiendo que el culo de la joven se fuera acostumbrando. Con cada suave empuje, una parte más de la polla de Manuel encontraba su camino hacia el interior de Claudia, quien, aunque apurada, trataba de aguantar y disfrutar.
—Ya… ya no lo metas más… uf… —rogó Claudia, sintiéndose abrumada por el dolor.
—Está bien, tranquila —respondió Manuel con calma, deleitándose con la suavidad de las paredes de su recto y deteniendo su avance para permitir que Claudia se acostumbrara.
Después de unos segundos de pausa, Manuel comenzó a moverse suavemente, sin profundizar más, adaptándose al ritmo de Claudia y aumentando la velocidad a medida que ella se iba sintiendo más cómoda con la penetración. Susana, por su parte, estaba absorta en la escena, habiendo cambiado el dilatador por el más grande y usándolo para penetrarse a sí misma con cada vez más facilidad. Los gemidos de Claudia se mezclaban con los sonidos del lubricante y el crujido del sofá. Manuel aumentaba el ritmo de sus movimientos, permitiendo que su miembro ganara terreno en el estrecho culo de Claudia. A pesar de los gemidos de placer y dolor que escapaban de los labios de Claudia, ella no puso impedimento alguno, entregándose por completo a la intensidad del momento.
—¡Ahoraaa… ahoraaa… mételo… mételo todo! —gritó Claudia entre gemidos, anhelando sentir la plenitud del falo de Manuel dentro de ella.
Manuel cumplió el deseo de Claudia y hundió el resto de su mástil hasta que su vientre chocó con las nalgas de la joven, quien soltó un grito mezcla de dolor y placer al sentir su culo totalmente lleno.
—Ves, al final entro todo —dijo Manuel con satisfacción, admirando su proeza mientras Claudia se debatía entre el dolor y el placer.
—No te muevas…. Uff, mi pobre culo… —rogó Claudia entre jadeos, sintiendo el ardor y la presión en su interior.
Mientras tanto, Susana, impresionada por la escena que se desarrollaba frente a ella, se follaba el culo con más fuerza a sí misma con el dilatador, deseando ansiosamente que llegara su momento. Después de unos minutos de tregua, Manuel comenzó a moverse nuevamente. Con movimientos suaves y cortos, comenzó a penetrar y retirar su miembro lentamente, permitiendo que el estrecho agujero de Claudia se adaptara gradualmente a su presencia, expandiéndose poco a poco para acomodarlo.
—Oh, Manuel… sigue… no pares… como me gusta… mmm —rogaba Claudia entre gemidos extasiados, sus manos se aferraban al borde del sofá mientras su cuerpo se arqueaba hacia atrás en respuesta al placer que inundaba cada fibra de su ser.
Susana observaba con admiración y un atisbo de envidia mientras seguía estimulándose con el dilatador, sintiendo la excitación palpitar en su cuerpo al presenciar la entrega total de Claudia a aquel nuevo placer. El sudor perlaba la piel de Manuel mientras continuaba moviéndose dentro de Claudia con una destreza y habilidad que demostraban su dominio en el arte de dar placer. Sus embestidas eran precisas, cada movimiento calculado para hacer temblar a la joven.
—Esto debimos hacerlo antes —murmuró Claudia entre susurros entrecortados por sus gemidos.
Manuel, embriagado por la lujuria y la pasión del momento, respondió a las súplicas de Claudia aumentando el ritmo de sus embestidas y luego sacaba su polla hasta que podía ver el glande, sacando un gemido de alivio a Claudia, para suavemente meterla completamente de nuevo, sacándole un quejido a la joven.
—Oh, qué rico está tu culo, cariño… mmm… como te entra todo… —dijo Manuel, deleitándose con la imagen de su polla desapareciendo una y otra vez.
Un extraño aroma a sexo impregnaba el aire, mezclándose con los gemidos y susurros lascivos que llenaban la habitación, creando una sinfonía de placer que envolvía a los tres en una espiral de pasión incontenible.
Entonces, el ruido de algo caer en la entrada sobresaltó a los tres amantes. Susana y Manuel giraron hacia la entrada y se quedaron petrificados.
—¿Qué pasa? ¿Qué ha sido eso? —preguntó Claudia sin poderse girar antes de escuchar el ruido de la puerta cerrarse—. Sácala, Manuel, sácala… ah —pidió totalmente aterrada, seguido del sonido que hizo la polla de Manuel al abandonar el placentero agujero.
—Mierda, era tu madre —fue lo único que alcanzó a decir Manuel.
—¿Cómo que mi madre? Ella debería estar en el hospital, joder, joder, vaya cagada —repetía Claudia, dando vueltas por el salón con una mano en su cabeza y otra en su dolorido culo.
—Se ha montado en su coche y se va —dijo Susana, que se había asomado discretamente por la cortina aún con el dilatador metido en su culo.
—Por favor, tenéis que marcharos —pidió Claudia, caminando de un lado a otro—. Y llevaos esta mierda de aquí —dijo, dándole una patada a la caja de los dilatadores.
—Tranquilízate, Claudia —intentó decir Manuel.
—¿Qué me tranquilice? Mi madre acaba de vernos mientras me dabas por el culo en el sofá de mi abuela. ¿Cómo carajo quieres que me tranquilice? —le interrumpió, llena de ira.
Manuel y Susana no quisieron agravar la situación, así que recogieron y se vistieron en silencio. Ya en el pasillo del edificio, Manuel intentó disculparse de nuevo.
—Oye, Claudia, lo sentimos mucho. No nos imaginamos que podría pasar esto.
Pero Claudia no dijo nada más, con lágrimas corriendo por sus mejillas, simplemente cerró la puerta. Se volvió a duchar y, con la cabeza como un hervidero, se dirigió al hospital, temiendo encontrarse con su madre.
Abrió la puerta de la habitación y se asomó poco a poco, esperando encontrarse con la cara de ira de su madre, pero para su alivio, ya no estaba.
—¿No te has cruzado con tu madre? Dijo que como ya estabas por venir, se iba ya.
—No, abuela, no la he visto.
A los pocos días, por la mañana, el médico le dio el alta a la anciana y ambas volvieron a casa.
En los siguientes días, Manuel y Susana intentaron hablar con ella, pero no les cogía el teléfono ni contestaba a sus mensajes. Cuando Manuel iba a llevar el pedido de frutas y verduras, procuraba no estar en casa o no salir de su habitación. Si su abuela la enviaba a la tienda, cogía una de las bolsas de la frutería que había por casa para luego ir a otra tienda. Parecía que el triángulo de perversión y lujuria se había desmoronado por completo.
PRÓLOGO
Manuel estaba sentado en la silla de la trastienda enfrascado en sus pensamientos, se iluminaba su rostro recordando los primeros juegos con Claudia y todo lo que vino después para luego terminar lamentándose como había terminado. De repente una perversa idea cruzó su mente.
— Vamos a follarnos a su madre.
— ¿Cómo? — preguntó Susana arrodillada sacándose la polla de la boca.
— Si no puedes con tu enemigo, únete a él— sentenció acariciando el rostro de la joven para luego llevar su mano hasta la nuca obligándola a tragarse su polla completamente — y tú, me vas a ayudar.
Echó su cabeza hacia atrás y siguió disfrutando de la húmeda boca de Susana.
Continuará…