Capítulo 1

Capítulos de la serie:
  • El castigo de Claudia I

CAPÍTULO 1.1

Manuel, un hombre maduro que rozaba los 55 años, se encontraba frente al espejo del baño, ajustándose la camisa con movimientos lentos y mecánicos. Sus manos, por años de trabajo en su humilde comercio, temblaban levemente mientras se abrochaba los botones. El reflejo que le devolvía el espejo era el de un hombre cansado, con el rostro marcado con algunas arrugas por el paso del tiempo y la pérdida. Cinco años habían pasado desde que el cáncer se llevó a Elena, su esposa, y con ella, la luz que iluminaba su vida. Ahora, solo quedaba un vacío que ningún recuerdo podía llenar. Su rutina diaria se reducía a su pequeño negocio de frutas y verduras, un refugio que le permitía distraerse de la soledad que lo consumía, pero no de las tentaciones de la carne. El deseo, ese fuego que nunca se apagaba del todo, ardía en lo más profundo de su ser, una llama que anhelaba ser alimentada, aunque fuera por un instante fugaz. Más de una vez pensó en pagar por satisfacer las demandas de esa llama, pero nunca lo hizo. No por deshonor o vergüenza, sino porque sabía que no le llenaría. El necesitaba algo real, aunque fuera sin amor, pero que fuera por puro deseo y no por el intercambio de dinero.

Se pasó una mano por el rostro, como si intentara borrar las huellas de la tristeza, y se dirigió a la entrada de su casa. Allí, frente al espejo del recibidor, se ajustó el cinturón y se echó un último vistazo.

— Manuel, aun te mantienes en forma — se dijo dándose unas palmadas en el vientre.

Y no se equivocaba en su percepción, siempre fue un hombre activo y aunque, era evidente su madurez, aparentaba tener algunos años menos. Antes de salir, como cada día, su mirada se detuvo en la foto de Elena que colgaba en la pared, sonriéndole como si el tiempo no hubiera pasado. Respiró hondo, agarró las llaves del coche y salió. Tenía pedidos que entregar, un compromiso que había adquirido hacía algún tiempo. Había comenzado a vender a domicilio frutas y verduras a personas mayores del barrio que no podían salir de sus casas sin cobrarles por el transporte. Aunque si aceptaba alguna que otra fiambrera de comida casera, bizcocho o cualquier otro tipo de agradecimiento sincero de aquellas personas necesitadas. Era su manera de sentirse útil, de llenar de alguna forma el vacío que lo acompañaba cada día.

Mientras tanto, a unos cuantos kilómetros de distancia, Claudia salía de la ducha con un movimiento involuntariamente sensual, como si cada gesto suyo estuviera diseñado para cautivar. Su cuerpo brillaba, húmedo, resaltando cada curva, cada línea de su joven figura y exuberante. Sus grandes tetas, firmes y redondas, se balanceaban elegantemente con cada paso, sus pezones erectos miraban hacia el techo, desafiando a la gravedad. Su culo, redondo y firme, parecía esculpido por manos divinas, una tentación que invitaba a ser tocado, acariciado, poseído. Las gotas de agua resbalaban por su piel canela, creando un efecto hipnótico que realzaba su belleza natural. Su cabello castaño, húmedo y desordenado, caía sobre sus hombros en mechones seductores, enmarcando un rostro angelical con labios carnosos y una mirada llena de anhelos prohibidos.

Rosa, su madre, entró con una mirada que anticipaba lo que se avecinaba. A sus 36 años, era una mujer que había sabido conservar su atractivo, aunque el paso del tiempo y las preocupaciones le habían añadido algunos kilos adicionales. Su cuerpo, aunque no tan firme como el de su hija, tenía una sensualidad madura, con caderas más anchas y con dos tetas aún más generosas que descansaban con naturalidad bajo su bata. Su rostro, aunque marcado por algunas líneas de expresión, conservaba una belleza serena, con ojos oscuros que reflejaban tanto la firmeza como la ternura de una madre que había criado a su hija sola.

—¡Claudia, no puedo creer que vayas a repetir el curso! — exclamó Rosa, su voz mezclando frustración y preocupación mientras le tendía la toalla. —Te lo advertí una y otra vez sobre la importancia de tus estudios. ¿Cómo esperas tener éxito en la vida si no te esfuerzas?

Claudia, envuelta en la toalla que apenas cubría su cuerpo, miró a su madre con una mezcla de rebeldía y desafío. Sus ojos brillaban con una chispa de insolencia, como si supiera que su belleza le daba cierta ventaja en cualquier discusión.

—No es tan grave, mamá. Solo fue un mal año. Puedo recuperarlo— respondió con un tono desafiante, mientras se secaba el cabello con movimientos lentos y deliberados, como si quisiera provocar.

Rosa suspiró, visiblemente molesta, y cruzó los brazos sobre su pecho, resaltando aún más sus curvas. Su bata se abrió levemente, dejando entrever un escote que hablaba de una feminidad que no había perdido con los años.

—No es solo un mal año, Claudia. Esto pone en peligro tu futuro. ¿Quieres desperdiciar las oportunidades que te he brindado? No puedo permitir que arruines tu vida de esta manera.

Claudia soltó un bufido de exasperación y se alejó de su madre, dejando caer la toalla al suelo con un gesto dramático.

—¡Qué bien, mamá! ¡Ojalá te consigas un novio y me dejes vivir mi vida! — exclamó con voz exasperada, mientras salía del baño con pasos enérgicos, su culo se movía con una naturalidad que parecía burlarse de la situación.

Rosa la siguió intentando mantener la calma, pero sus palabras reflejaban su enfado.

—No es solo sobre tus planes, Claudia. Se trata de asumir responsabilidades y aprender de tus errores. Necesitas entender las consecuencias de tus acciones— respondió en tono firme, aunque su mirada se perdía por un instante en la figura de su hija, como si recordara su propia juventud y las decisiones que la habían llevado a ser madre tan joven. En busca de un castigo ejemplar para su hija, tuvo una idea —Tendrás que pasar el verano en casa de tu abuela y cuidar de ella como una forma de aprender responsabilidad— dijo en un tono que no admitía réplica.

Claudia, al escuchar esto, se detuvo en seco y se giró hacia su madre, su rostro reflejaba una mezcla de incredulidad y rabia. —¿En serio, mamá? ¿Ese es tu gran plan? ¿Arruinarme el verano? — preguntó con voz temblorosa, sus ojos brillando con lágrimas de frustración.

Rosa no cedió. —No es arruinarte el verano, Claudia. Es enseñarte que las acciones tienen consecuencias. Y si no aprendes ahora, nunca lo harás— respondió con firmeza, aunque en su interior luchaba por no ceder ante la mirada suplicante de su hija.

Claudia estaba furiosa, no solo por el castigo, sino porque sabía que pasar el verano de sus recién cumplido 18 en casa de su abuela significaba perder la oportunidad de explorar su sexualidad, de conocer chicos, de vivir las experiencias que tanto anhelaba con sus amigas ahora que ya era mayor de edad. Sin decir una palabra más, se metió en su habitación dando un portazo, dejando a Rosa sola el pasillo con sus pensamientos.

CAPÍTULO 1.2

El verano había comenzado y Claudia llevaba ya varios días instalada en casa de su abuela. El calor abrasador se colaba por las ventanas, haciendo que cada movimiento fuera una lucha contra el sudor que resbalaba por su piel. Se esforzaba en limpiar el salón, aunque su mente estaba lejos de las tareas domésticas. Llevaba un top suelto que dejaba al descubierto su vientre plano, mostrando la parte baja de sus tetas cada vez que levantaba los brazos y unos pantaloncitos cortos que se ajustaban a sus caderas, realzando sus curvas sensuales. Cada vez que se inclinaba para recoger algo del suelo, el tejido de los shorts se estiraba, dejando al descubierto el inicio de su redondo y provocativo culo.  La abuela, sentada en el sillón, se dedicaba a doblar la ropa con manos temblorosas mientras lanzaba miradas de reproche hacia su nieta. —Claudia, asegúrate de limpiar bien los rincones. No quiero que quede ni un poco de polvo— dijo con voz firme, aunque un tanto quebrada por la edad. Sus ojos se detuvieron en un tanga diminuto que sostenía entre sus manos. Lo observó con curiosidad y cierta perplejidad, frunciendo el ceño mientras lo agitaba en el aire. —Estas prendas diminutas que usan las jóvenes de hoy en día… ¡no entiendo cómo pueden ser cómodas! — murmuró para sí misma, sacudiendo la cabeza con desaprobación.

Claudia, que estaba agachada limpiando debajo de la mesa, levantó la vista con impaciencia. —Sí, abuela, lo entiendo. Estoy limpiando, ¿no ves? — respondió con un tono un tanto insolente, mientras se pasaba una mano por la frente para apartar el sudor que le caía sobre los ojos.

La abuela, insistente en su deseo de enseñar responsabilidad a su nieta, se levantó del sillón apoyándose en su bastón. —Aquí has venido a aprender a ser una persona responsable, Claudia. La limpieza es una parte importante de ello— dijo mientras se acercaba a su nieta, mirándola con una mezcla de firmeza y preocupación.

En ese momento, el timbre de la puerta sonó de manera insistente. La abuela suspiró y le pidió a Claudia que siguiera limpiando mientras ella iba a abrir la puerta. —Quédate aquí, termina con esto— ordenó antes de dirigirse hacia la entrada.

Se escuchó la voz de un hombre saludando a su abuela, diciendo que venía a entregarle un pedido. La abuela cruzó el salón seguida por Manuel, quien llevaba una caja llena de verduras y frutas frescas en sus brazos. El hombre, de rostro cansado pero amable, parecía incómodo bajo el peso de la caja, aunque su mirada se iluminó al ver a Claudia inclinada, con el culo en pompa frente a él. —Claudia, déjame presentarte a Manuel— dijo la abuela con una sonrisa sin percatarse de la inapropiada postura de su nieta. —Es un señor muy amable que me trae verduras y frutas.

Claudia, al escuchar a su abuela, se enderezó lentamente, quedando la fina tela del short metida por su provocativo culo. Manuel, sin poder evitarlo, clavó su mirada en aquel tentador detalle, sintiendo cómo el calor del verano se intensificaba en su cuerpo. Claudia giró la cabeza percatándose de la indiscreta mirada de aquel maduro repartidor hasta que sus miradas se encontraron.

—Mucho gusto, Manuel. Soy Claudia, su nieta— dijo con una sonrisa coqueta, mientras jugueteaba con un mechón de su cabello.

Rápidamente, Manuel agachó la mirada, sintiéndose avergonzado por su reacción. —El gusto es mío, Claudia— respondió con voz un tanto temblorosa, mientras ajustaba la caja en sus brazos para ocultar la incomodidad que sentía.

Desde la cocina, la abuela llamó a Manuel para que dejara la caja encima de la encimera. Esa interrupción rompió el hechizo del momento y Manuel se dirigió a la cocina con las frutas y verduras, aunque no pudo evitar lanzar una última mirada furtiva hacia las tetas de Claudia antes de desaparecer tras la puerta. Claudia siguió limpiando, pero aquel hecho la había dejado confundida y ligeramente excitada. El recuerdo de la mirada de Manuel, la de un hombre de verdad y no de cualquier capullo de su instituto, sobre su jugoso culo le hizo sentir una mezcla de nerviosismo y excitación. Su mente se llenó de imágenes atrevidas y fantasías lascivas por unos instantes. Mientras pasaba la mano por su frente, sintió el calor de la excitación palpitar entre sus piernas sin saber muy bien por qué. Manuel salió de la cocina sosteniendo la caja vacía en sus manos mientras la abuela lo acompañaba hacia la puerta. —Gracias de nuevo, Manuel. Eres un ángel— dijo la anciana con una sonrisa cálida.

En ese momento, Claudia se adelantó con la excusa de abrirle la puerta, dejando a la vista una vez más parte de su provocativo culo, esta vez intencionadamente. La mirada lasciva de Manuel se clavó en aquel tentador espectáculo, sintiendo cómo el deseo comenzaba a arder en su interior. —Hasta otro día, Manuel— dijo Claudia con una sonrisa más que coqueta, mientras se inclinaba levemente para que su escote revelara un poco más de sus juveniles y turgentes tetas.

Manuel tragó saliva con dificultad, sintiendo cómo su polla respondía a la provocación de la joven. —Ehh… Sí, hasta otro día…— balbuceó, saliendo de la hipnosis que provocaba Claudia en él.

Finalmente, Manuel se marchó y Claudia cerró la puerta detrás de él. Se dirigió rápidamente al salón, diciéndole a su abuela que no se encontraba bien y que luego continuaría. —Como de costumbre, poniendo excusas— le recriminó su abuela, aunque Claudia, sin hacerle mucho caso, cerró la puerta de su habitación.

Una vez a solas, Claudia se tiró sobre la cama, sintiendo cómo el calor entre sus piernas se volvía insoportable. El recuerdo de las miradas lascivas de Manuel, ese hombre maduro que parecía devorarla con los ojos, no dejaba de dar vueltas en su cabeza. No podía evitarlo. Necesitaba aliviar esa sensación. Sin pensarlo dos veces, metió la mano dentro de sus shorts, encontrando su coño ya empapado. Sus dedos se deslizaron sin pudor por su raja húmeda, sintiendo cómo los labios estaban hinchados y ardientes. Movió las caderas suavemente, buscando más presión, más fricción, más de todo. Con una mano ocupada en su coño caliente, la otra se dirigió hacia sus tetas, apretándolas con fuerza, amasándolas. Sus pezones, duros y oscuros, respondieron al contacto endureciéndose. Pellizcó uno con los dedos, tirando de él, mordiendo su labio para contener un gemido que amenazaba con escapar de su boca. El sonido de sus jugos empapando sus dedos se mezclaba con los jadeos que intentaba contener. Estaba demasiado caliente, demasiado cachonda.

Se masturbaba sin miramientos, como si algo le exigiera más y más. Sus dedos presionaban la entrada de su virginal coño sin llegar a introducirse. Cambiaba subiéndolos para concentrarse en su clítoris hinchado y sensible. Lo frotaba con furia, con pasión, como si quisiera sacarle hasta la última gota de placer. Las caderas de Claudia se movían al ritmo de sus dedos, empujando hacia arriba, buscando esa sensación que la llevaría al orgasmo. Tuvo que agarrar la almohada y morderla para ahogar los gemidos que amenazaban con escaparse. Su abuela estaba al otro lado de la puerta, y no podía arriesgarse a que la escuchara. Pero no podía parar. No quería parar. Cada movimiento de sus dedos la acercaba más a ese punto de no retorno donde el placer se volvía una explosión incontrolable. Finalmente, llegó. Su cuerpo se tensó, las piernas se abrieron más y un temblor violento la recorrió de pies a cabeza. Se corrió como nunca antes, con un orgasmo tan intenso que casi la dejó sin aire. Los espasmos la atravesaron una y otra vez, sacudiéndola con una fuerza salvaje que la dejó jadeante y temblando, con los dedos presionando su raja empapada. Cuando el último temblor desapareció, Claudia dejó caer su cabeza sobre la cama, completamente agotada pero satisfecha. Su mente, aún nublada por el placer, intentaba entender por qué aquel hombre, ese hombre maduro y serio, la había puesto tan cachonda. No lo sabía, pero tampoco le importaba. Con una leve sonrisa en su dulce cara, se dejó atrapar por el sueño, mientras sus dedos aún jugueteaban perezosamente en su coño húmedo.

CAPÍTULO 1.3

El verano avanzaba, y con cada visita de Manuel a la casa de la abuela de Claudia, la joven se volvía más descarada, más provocativa. Le encantaba jugar con fuego, sabiendo que Manuel no podía resistirse a su cuerpo joven y voluptuoso. Y él, por su parte, ya no se molestaba en disimular. Sus miradas eran descaradas, llenas de deseo, y su excitación era evidente cada vez que Claudia se movía cerca de él. En una de esas visitas, Manuel llegó con la caja de frutas en sus manos, listo para dejarla en la cocina de la abuela. Claudia, con una sonrisa pícara en los labios, se acercó a la caja y sacó un plátano. Lo peló lentamente, deslizando los dedos por la cáscara antes de llevárselo a la boca. Metió una buena parte del plátano entre sus labios, chupándolo con una lentitud que hacía que Manuel se sintiera mareado. Sus ojos se encontraron con los de él, y Claudia no pudo evitar notar cómo su mirada se oscurecía de lujuria. En su mente, Manuel imaginaba que era su polla dura la que Claudia estaba chupando con tanta hambre.

—Me encanta el plátano, ¿a ti no, Manuel? —preguntó Claudia con voz dulce, pero cargada de provocación, mientras sacaba el plátano de su boca y lo mordía con descaro.

Manuel tragó saliva con dificultad, sintiendo cómo su entrepierna se tensaba aún más. —Sí, claro —murmuró, tratando de mantener la compostura mientras se dirigía a la cocina con la caja. Pero no podía evitar que su mente se llenara de imágenes lascivas, Claudia de rodillas frente a él, chupándole la polla con esa misma intensidad, con sus labios rojos y húmedos envolviéndola, y su lengua jugueteando con la punta. Soltó la caja rápidamente, sacó las verduras y salió de la cocina con prisas, murmurando un adiós apresurado a la abuela. No podía quedarse allí ni un segundo más. Iba directo a la puerta, evitando mirar a los lados, pero entonces una voz lo detuvo.

—Adiós, Manuel, hasta otro día —dijo Claudia desde el sofá, con una voz que mezclaba inocencia y picardía.

Manuel no pudo resistirse. Giró la cabeza y lo que vio lo dejó sin aliento. Claudia estaba tumbada en el sofá, con las piernas abiertas, una caía hacia el suelo y la otra apoyaba en el respaldo. Su short ajustado dejaba al descubierto la forma perfecta de su coño, completamente marcado por la tela, parecía estar pidiendo a gritos ser tocado. Manuel sintió que se correría allí mismo, en medio del salón, solo de verla.

—Manuel, que te dejas la caja aquí —sonó la voz de la abuela, sacándolo de su éxtasis. Manuel volvió sobre sus pasos, casi tropezando, y le quitó la caja a la anciana con brusquedad. Esta vez, salió casi al trote de aquella casa que se le antojaba un infierno de tentaciones. Subió a su furgoneta, la arrancó con manos temblorosas y resopló, agobiado. Su polla estaba tan dura que le dolía. Sabía que no podría seguir con el reparto sin antes aliviar la presión que sentía en la entrepierna. Hizo una parada en su casa y se hizo una paja. Apenas tuvo que esforzarse, con lo cachondo que le había puesto Claudia la leche empezó a brotar en cuestión de segundos.

Un día, la abuela de Claudia le informó que al día siguiente su madre, Rosa, vendría a buscarla para llevarla al médico. Le pidió a Claudia que permaneciera en casa por la mañana, ya que Manuel vendría a traer verduras y le pidió que fuera amable con él. Claudia, con una leve sonrisa lasciva en los labios, le respondió a su abuela. —No te preocupes, abuela, me encargaré de él —dijo, mientras en su mente urdía un plan morboso y pecaminoso para poner a prueba a Manuel de una vez por todas.

Esa noche, Claudia se preparó para el plan que tenía en mente. Se desnudó en el baño y se depiló completamente el coño, dejando su piel suave y lista para lo que fuera a venir. Sus manos se deslizaron por su cuerpo, acariciando sus tetas, pellizcando sus pezones duros, mientras imaginaba a Manuel tocándola, besándola, imaginándose como sería sentir su polla llevándose por delante su virginidad y follándola sin piedad. El deseo la consumía, y no podía esperar más. En medio de su excitación, Claudia notó un mango de cepillo del pelo cerca de ella. Sin pensarlo dos veces, lo tomó y lo chupó con lujuria, imaginando que era la polla dura de Manuel. Luego, lentamente, comenzó a frotarlo contra su coño mojado, disfrutando de la sensación de la rugosidad del plástico. Cada movimiento hacia arriba y hacia abajo aumentaba su excitación, y su clítoris, hinchado y sensible, respondía enviando oleadas de placer que la hacían gemir en voz baja.

—Mmm, Manuel… —susurró Claudia, imaginando que era él quien la estaba frotando la punta de su polla. Sus caderas se movían al ritmo de sus fantasías, presionando en el agujero de su coño apretado. Los gemidos apagados llenaron el baño mientras se entregaba al placer, imaginando a Manuel frente a ella, observando cada uno de sus movimientos, deseándola tanto como ella lo deseaba a él. Con cada roce del mango del cepillo, Claudia se acercaba más y más al precipicio del orgasmo. Finalmente, su cuerpo se sacudió con espasmos de placer mientras el orgasmo la envolvía por completo. Se apoyó contra la pared del baño, jadeando, recuperándose del intenso momento. Sabía que estaba lista, aunque no sabía hasta dónde se atrevería a llegar si su plan se cumplía. Mañana, Manuel no tendría escapatoria.

A la mañana siguiente, Claudia se despidió de su madre y su abuela, quienes se marchaban al médico. Una vez que cerró la puerta, corrió excitada hacia su habitación, sintiendo cómo el calor entre sus piernas se volvía insoportable. No podía esperar más. Tenía un plan, y estaba decidida a llevarlo a cabo. Dentro de su cuarto, se despojó de su ropa lentamente, disfrutando del cosquilleo que recorría su cuerpo. Sus pezones se endurecieron al instante, y su coño ya estaba empapado, listo para lo que fuera a venir. Decidida a provocar a Manuel al máximo, eligió un short diminuto de tela elástica que se ajustaba a la perfección a su cuerpo, se lo coloco sin ropa interior, marcando con claridad los labios de su coño. Cada pliegue y contorno se hacía visible a través de la tela, invitando a la mirada lasciva de cualquier hombre que tuviera la fortuna de verla. Complementó su atuendo con un top blanco, ajustado y casi traslúcido que apenas cubría sus oscuros y erectos pezones, dejando ver sus pechos tentadores con total descaro. Satisfecha con su elección, Claudia se sentó en el sofá, impaciente y ansiosa, sintiendo cómo el calor se acumulaba entre sus piernas. Cada minuto que pasaba se volvía más excitante, y su coño palpitaba de deseo. Sabía que en cualquier momento Manuel llegaría.

El timbre sonó, y Claudia saltó del sofá como un resorte, apresurándose a abrir la puerta. Al hacerlo, se encontró con Manuel sosteniendo la habitual caja de verduras en sus manos. Con una sonrisa pícara en los labios, lo invitó a pasar y juntos se dirigieron a la cocina. Claudia se movía de manera provocativa, contoneando su culo delante de él, sabiendo que su mirada estaba fija en cada uno de sus movimientos.

—Vaya, Manuel, qué sorpresa verte aquí. Estaba estudiando… — dijo mintiendo descabelladamente — Mi abuela no está en casa… parece que estamos solos —dijo Claudia con una sonrisa juguetona, mientras se acercaba a él con pasos lentos y calculados.

Manuel la miró intensamente, sintiendo cómo su polla se endurecía aún más dentro de su pantalón. —Espero no ser una distracción, Claudia. Estás muy guapa hoy —respondió con voz ronca.

Claudia rio coquetamente y dio una vuelta sobre sí misma para que Manuel pudiera escanearla completamente. —¿Tú crees, Manuel? Es que la temperatura ha subido un poco aquí —comentó, bajando su mano por sus tetas hasta el inicio de su pubis con picardía.

La atracción sexual era más que evidente entre ellos. Cada mirada y gesto estaba cargado de deseo y provocación. Mientras Manuel soltaba la caja en la mesa de la cocina, Claudia sacó una jarra de agua fría de la nevera con la intención de ofrecerle un vaso. Con una sonrisa provocativa, Claudia le tendió el vaso de agua.

—Toma, Manuel, seguro que estás sediento. Mi abuela siempre me dice que te trate bien —dijo Claudia con voz sugerente, mientras sus ojos lo desnudaban sin pudor.

Justo cuando iba a darle el vaso, Claudia fingió tropezar y parte se derramó sobre su torso. El agua empapó su top, volviéndolo ahora completamente transparente y revelando por completo sus tetas. Sin perder tiempo, Claudia comenzó a darse sacudidas con la mano, haciendo que rebotaran de manera tentadora. Manuel llegó a su límite y, en un acto impulsivo, le levantó el top a Claudia. Con una mirada de deseo, se abalanzó sobre sus grandes y firmes tetas, tomando sus pezones entre sus labios y chupándolos con desesperación.

—¡Oh, sí, chúpalos, si más fuerte, Manuel! Hazme tuya… quiero sentir tu lengua en todo mi cuerpo —gimió Claudia desatada, mientras sus manos se aferraban a su cabeza, empujándolo más contra sus tetas.

Manuel agarró fuertemente el culo de Claudia y la sentó en la mesa de la cocina. Sus lenguas húmedas se entrelazaron en un beso apasionado. Manuel descendió hacia sus tetas una vez más, chupándolas con dedicación mientras Claudia se retorcía de placer. Manuel le quitó el diminuto pantalón, dejando al descubierto el virginal coño de la joven. Manuel se tomó su tiempo para admirar aquel espectáculo, memorizando cada detalle. Los labios del coño de Claudia estaban mojados por la excitación y entre ellos comenzaban a emanar fluidos. Con suavidad, Manuel acarició el coño de Claudia con sus dedos, frotando cada rincón. Intentó meter uno de sus dedos con dificultad, pero ella lo detuvo agarrando su muñeca con una mueca de dolor. Manuel entendió y entonces hundió su cabeza entre las piernas de la joven ardiente, comenzando a lamer y chupar su coño que cada vez se volvía más mojado y delicioso. La lengua de Manuel se movía con destreza, recorriendo aquel juvenil manjar, provocando gemidos de placer en Claudia.

—¡Sí, sí, sigue comiéndome el coño! ¡No pares, me estás volviendo loca! —jadeó Claudia intensamente, mientras sus caderas se movían al ritmo de la lengua.

Las lamidas danzaban habilidosamente sobre la entrada de su raja, llevándola al borde del orgasmo. Cada lamida, cada succión, era una embestida de placer que la sumergía en un torbellino de sensaciones y sus gemidos resonaban en la cocina, mezclándose con los sonidos húmedos de su coño. Manuel intensificó su arremetida con la lengua, aplicando una presión firme y rítmica en el clítoris. Sus movimientos se sincronizaban con la creciente cadencia de los gemidos de ella. Los músculos de la joven se tensaron, su respiración se aceleró y su cuerpo se arqueó en respuesta al placer abrumador que la envolvía. El orgasmo la arrastró como una ola, haciéndola temblar y convulsionarse. Sus gemidos se convirtieron en un grito ahogado mientras su cuerpo se rendía al placer. Manuel siguió lamiendo y acariciando suavemente el coño de Claudia, prolongando el gozo hasta que finalmente se relajó y recuperó el aliento. Claudia se incorporó y no pudo evitar notar el enorme bulto que tenía Manuel en su pantalón. Su erección parecía desbordarse y amenazaba con romper el pantalón. Manuel se abrió la bragueta y, sosteniendo su polla dura, se la ofreció a Claudia. —¿Hoy te apetece comer plátano también, Claudia? — le preguntó con una sonrisa lasciva.

Claudia, sin apartar sus ojos completamente abiertos, se bajó de la mesa y se arrodilló, admirando aquella polla grande y dura que tenía delante. Con algo de miedo y torpeza debido a su falta de experiencia en el sexo, Claudia comenzó a masturbarle. Manuel quitó la mano de Claudia de su polla, la agarró con su propia mano y la guio hacia su boca, ella instintivamente la abrió para envolverla con sus labios. Comenzó a chupar torpemente al principio, pero rápidamente comenzó a hacerlo con más habilidad, moviendo su cabeza, aunque haciendo gestos de arcadas cada vez que el glande de Manuel se acercaba a su garganta.

—¡Así, muy bien, sigue chupando mi polla, me encanta cómo lo haces! —exclamó Manuel complacido, mientras sus manos se entrelazaban en el cabello de la joven, guiándola suavemente.

Claudia, motivada por las palabras de Manuel y guiada por su instinto, intensificó sus movimiento, aumentando el ritmo y la presión de sus succiones. Cada vez más confiada y cómoda, se dedicó a jugar con su lengua y sus labios, acariciando y envolviendo los hinchados huevos de Manuel. Claudia sentía una mezcla de emociones al tener una polla por primera vez en su boca, con su textura suave pero firme, su olor, con el sabor ligeramente salado de su piel. Le encantaba y descubrió la sensación de poder que le daba tenerlo completamente a su merced. Cada movimiento de su lengua lo hacía gemir, y eso la excitaba aún más. Manuel, completamente entregado, agarró la cabeza de Claudia, obligando a meterse la polla cada vez más adentro, mientras ella se esforzaba en su exquisita tarea. —Así, traga putia, sigue chupándomela así ¿Ves lo que consigues provocandome? Vas a hacer que me corra… — le decía Manuel, mientras follaba su boca caliente.

La voz de Manuel y la idea de una inminente corrida excitaba aún más a Claudia, que abrió aun mas su boca subiendo el ritmo de la mamada. Con un gemido gutural, Manuel sintió cómo el orgasmo se apoderaba de su cuerpo. Oleadas de placer recorrieron su ser, y su polla comenzó a palpitar en aquella boca húmeda. La sacó, seguida de hilos de babas de la joven, y con rápidas sacudidas comenzó a cubrir la cara de Claudia con su semen caliente. Ella intentaba atrapar cualquier chorro con su lengua para saborear la leche de Manuel, disfrutando cada gota que caía sobre su piel. Mientras Manuel jadeaba de excitación, Claudia volvió a mamar su polla que comenzó a perder dureza, limpiando cualquier resto de semen que quedara. Manuel la miraba con satisfacción.

—Me encanta cómo limpias mi polla con tu boca.

—Y a mí me encanta el sabor de tu leche —respondió Claudia con una sonrisa picarona, después de llevar hasta su boca restos de la corrida de su mejilla con su dedo.

Claudia se dirigió al baño para limpiarse, mientras Manuel se recompuso la ropa. Poco después, ella regresó aún desnuda, con sus tetas botando por los saltitos de excitación que le provocaba lo sucedido. Pasó sus brazos por detrás de Manuel y comenzaron a besarse apasionadamente. Claudia separó sus labios de los de Manuel por un momento —Lamentándolo mucho, mi madre y mi abuela volverán pronto, así que sería mejor que te marches antes que te vean — le dijo, con cierto pesar. Sabiendo que su madre sospecharía con tan solo mirarle a la cara.

Se despidieron con más besos, disfrutando de los últimos momentos juntos antes de abrir la puerta. Manuel bajó las escaleras con cuidado, sintiendo aún temblaban sus piernas del intenso orgasmo que Claudia le había brindado con su ardiente mamada, sabiendo que este encuentro en la cocina había sido si no solo el comienzo. Claudia, por su parte, cerró la puerta detrás de Manuel y se apoyó en ella, su cuerpo temblando de emoción, con el sabor del semen aún en sus labios y su mente llena de preguntas sin respuesta. Ese encuentro había despertado una pasión voraz en ella, una sed insaciable de explorar los límites del placer y la lujuria.

¿Volverían a encontrarse Claudia y Manuel en una situación así? ¿Se atreverá Claudia a entregar su virginidad? ¿Sera Manuel el encargado de abrirle las fronteras del placer sin inhibiciones ni tabúes?

Continuará…

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