Siempre que suelo acompañar a mi marido a sus viajes me aburro como una ostra y él lo sabe perfectamente.
Aquel nuevo viaje caribeño no iba a ser menos, así que decidí que, aunque no conociese a nadie en ese nuevo país podría darme una vuelta por esa pequeña ciudad costera y distraerme un poco, al fin y al cabo, podía entenderme porque se hablaba castellano y no era difícil alquilar una embarcación y disfrutar de aquel magnífico día y de aquel maravilloso lugar.
Sin embargo, mi marido no me permitió ir sola bajo ningún concepto por esos lugares sin ningún tipo de protección, así que pidió ayuda a uno de sus colaboradores que resultó ser un atractivo y joven ejecutivo argentino que le acompañaba en muchos de sus viajes y que al tiempo era el director de su oficina en Buenos Aires.
Aceptó gustoso ser mi guía y protector. Mi marido nos presentó:
– Mira cariño, este es uno de mis más fieles colaboradores y además nuevo socio de la compañía en América del que tanto te he hablado…
Extendí mi mano y le saludé:
– Así que ¿tú eres…?
– Diego, para servirle en lo que necesite. -contestó estrechando mi mano y al hacerlo sentí un calor que recorrió todo mi cuerpo.
Su acento argentino me cautivó.
Me pareció un hombre muy atento, cortés y guapísimo, su tez morena resaltaba sobre unos hermosos ojos color café, su pelo negro bien peinado y sus labios remarcados le hacían enormemente atractivo, para colmo llevaba una camiseta ajustada lo que hacía remarcar sus músculos, en fin, que todo aquello me gustó desde el primer momento y debo reconocer que tuve una atracción sexual hacia él fuera de lo común, por qué negarlo…
Tampoco parecía ser la única en tener esa atracción ya que la mirada que me dirigió de arriba a abajo por todo mi cuerpo con unos ojitos llenos de deseo, era todo un poema…
– Diego, si no te importa, ¿podemos tutearnos? – le pregunté
– Por supuesto, para mi resultará más cómodo también.
Así que allí me encontraba yo, dispuesta a conocer aquella hermosa ciudad y muy bien acompañada por aquel atractivo socio de mi marido.
Paseamos por varias de las tiendas junto al puerto y allí Diego me invitó a un té helado y tras buscar varios sombreros, me regaló una pamela muy bonita para protegerme del sol.
Muy caballerosamente se ofreció a cumplir todos mis deseos y yo naturalmente me dejé llevar. A una siempre le gustan esas galanterías.
Compramos algo de fruta y unas botellas de un vino blanco riquísimo.
Nos dirigimos al puerto en busca de que algún amable nativo nos enseñase la costa y nos dejáramos acariciar por aquel sol caribeño.
Camino del puerto me di cuenta de que era objeto de muchas miradas, a pesar de ir acompañada, me sentía observada y al mismo tiempo admirada.
Mi juventud, unido a mi larga melena rubia era algo que hacía atraer automáticamente la vista de muchos hombres; si a todo aquello le sumamos unas seductoras gafas de sol, un vestido blanco corto con mucho vuelo mostrando mis morenas piernas y realzadas con unas sandalias de tacón fino, convertían todo el conjunto en un complemento perfecto para que fuera el objeto de algún comentario de admiración, algo que debo reconocer, me gusta y me excita enormemente.
Nada más llegar al lugar donde los veleros estaban atracados en el puerto, se nos acercaron varios de aquellos lugareños dispuestos a ofrecernos sus servicios turísticos.
Diego discutió las tarifas con algunos de ellos, pero las ofertas no parecieron ser de su interés. Yo le dejaba organizar a él, porque le veía muy dispuesto y muy seguro de lo que hacía.
Notaba como las miradas de todos aquellos hombres se hacían lascivas a mi paso o al menos eso me parecía, quizás el sol, quizás el sentirme atraída por Diego, el estar en un lugar diferente, desconocido… o por todo a la vez, no lo sé, pero el caso es que estaba supercachonda.
Diego hacía las veces de mi esposo, me tomaba por la cintura con toda la naturalidad del mundo y a mí me encantaba sentirme atrapada por sus musculosos brazos, me presentaba como su mujer, algo que no me incomodaba, al contrario, me hacía sentirme bien, incluso por mi cabeza pasaban imágenes en las que Diego me abrazaba y me acariciaba por todo el cuerpo, pero no dejaban de ser malos pensamientos…
Al final del puerto quedaban tan solo dos veleros y tras discutir el precio con el primero nos dirigimos hacia el último: un joven nativo, que nada más verme me desnudó con la mirada y se enjuagó los labios con su lengua.
Se le veía muy fuerte y muy guapo, con una tez curtida y morena, más incluso que la de Diego, un pelo moreno rizado, unos ojos marrones y unos labios muy gruesos que me parecieron divinos. Ambos se saludaron como dos viejos y buenos amigos y se dieron un abrazo muy efusivo.
No pude adivinar, aunque si intuir, algo que se dijeron al oído en susurros, que sin duda era referente a mí, sobre todo cuando ambos miraban directamente hacia mis muslos.
– Bienvenida a bordo, espero que disfrutes del paseo… Mi nombre es Yami. – Me saludó al tiempo que me daba dos besos y me agarraba por la cintura.
Aquel hombre me parecía algo atrevido, pero lejos de incomodarme pareció agradarme su descaro. Sus miradas hacia mí no cesaban y Diego parecía disfrutar con la situación.
Yo me sentía en la gloria pues estaba a punto de embarcar en un pequeño velero y acompañada de dos hombres jóvenes, guapísimos, desconocidos y que desbordaban erotismo, sensualidad, deseo, lascivia, pecado…, ósea, una mezcla explosiva para una mujer solitaria y caliente como era yo en ese momento.
El viaje comenzó lentamente y la suave brisa nos acompañó a medida que nos alejábamos del puerto.
Diego y yo nos sentamos en la borda de aquel velero mientras nuestros pies se mojaban en el agua del mar. Yami llevaba el timón y de vez en cuando nos sonreía amablemente, pero sobre todo a mí, incluso guiñándome un ojo.
El calor se iba haciendo asfixiante y yo estaba caliente por dentro y por fuera.
Sentía como aquellos dos chicos también se calentaban, lo sentía cuando sus miradas y sus ojos brillantes lo delataban y cuando yo mostraba mi lado más sexy posible utilizando unas poses más que seductoras, cruzando las piernas, estirando mi espalda, hinchando el pecho o acariciando mi largo cabello rubio.
– Ufff. Vaya calor… – le dije a Diego abanicando mi cara con mi mano.
– Ya lo creo, a medida que nos metemos mar adentro la temperatura va en aumento. -contestó él.
– Si tuviera un bikini… – dije con cierta doble intención .
– Es verdad, no hemos caído en la cuenta, podíamos haber comprado unos bañadores antes de partir… – contestó Diego.
El hecho de tener mis pies metidos en el agua no bajaba mi acaloramiento.
– Si quieres puedes quitarte el vestido, al fin y al cabo, tu ropa interior haría las veces de un bikini ¿no te parece? – me propuso Diego.
– No creo que sea lo correcto… – contesté
– Mujer, no te preocupes, aquí solo estamos nosotros tres, nadie más te va a ver…
Yo me hice de rogar, no me parecía la propuesta más correcta en tal situación y menos aun tratándose de dos hombres que no conocía de nada y que no dejaban de observarme con descaro y deseo.
– Si quieres yo también me puedo quitar la ropa…. – me dijo.
Sin dudarlo, Diego se levantó y me ofreció una bonita actuación, quitándose la camisa, mostrándome su poderoso torso desnudo, por cierto, muy bien depilado, como a mí me gusta, para después bajarse los pantalones y quedarse con unos calzoncillos tipo bóxer, pero bien ajustaditos, marcando paquete.
Cuando volví la mirada hacia atrás, pude ver como Yami ya se había despojado de sus pantalones y estaba también en calzoncillos, el cachondeo invadía aquel barco y a todos nosotros.
Con la calentura que tenía encima y aunque me daba cierta vergüenza, me animé y como una autómata me puse en pie al tiempo que fui soltando la cremallera lentamente como para ofrecer a mi compañero, mejor dicho, a mis dos compañeros, una buena sesión de striptease.
Después lo dejé caer lentamente hasta que la prenda acabó en el suelo. Me quedé de pie frente a Diego con mi reducida ropa interior: un bonito conjunto blanco de sostén y braguitas con encajes.
Aquel conjuntito era bastante sexy ya que era semitransparente y podía adivinarse tanto mis rosados pezones a través de la tela, como los pelos recortados de mi pubis.
La braguita era muy reducida por detrás y sin ser tanga se metía en la rajita de mi culo. Con toda la naturalidad volví a mi posición y me coloqué a su lado sentada en la borda.
De reojo miré hacia la popa del barco y veía como Yami estiraba el cuello intentando observarme bien, aquello era lo más excitante que me podía pasar.
Estaba como sola en el mundo y deseada por dos hombres a la vez, algo que siempre había soñado.
Cuanto más notaba sus miradas sobre mí, más seductores eran mis movimientos, rozaba mis muslos con las manos, acariciaba mi larga cabellera… hinchaba el pecho para realzarlo y mostrarlo en toda su intensidad…
Yami se acercaba de vez en cuando con el disimulo de colocar alguna vela del barco o alguna cuerda, pero sin duda lo que él deseaba era verme de cerca.
Yo también a él que cuando le miraba su amplia y musculosa espalda me hacía temblar, además a mi lado estaba Diego que estaba buenísimo, era todo un sueño…
Una vez que nos alejamos bastante de la costa, Yami detuvo la embarcación, echó el ancla en aquellas aguas tranquilas y nos dejamos mecer en aquella dulce y caliente brisa del Caribe.
Allí reinaba un silencio que solo se interrumpía por las pequeñas olas que golpeaban contra la embarcación.
– Parece que estamos solos en el mundo – le dije a Diego mientras le ofrecía mi mano tumbada junto a él.
Él la tomó dulcemente y los dos cerramos los ojos. Así permanecimos unos minutos.
Cuando los abrí Yami se acercó hasta nosotros y nos ofreció dos copas del vino blanco bien fresquito al tiempo que se sentaba a mi lado y se servía otra copa para él. Allí estaba yo entre dos chicos desconocidos y los tres con una evidente calentura.
Así permanecimos los tres no sé por cuanto tiempo, sin decir nada, tan solo disfrutando el momento y el maravilloso sol.
– Con este sol tan fuerte nos pondremos morenos enseguida ¿no? – le pregunté a Diego.
– Y tanto… – contestó – aunque lo mejor sería quitarse toda la ropa para que no nos quede la marca ¿no es cierto Yami?.
– Si, desde luego… -dijo este.
– ¿por qué no nos desnudamos? – preguntó Diego.
– No, no me parece bien, Diego, perdóname, casi no te conozco para hacer algo como eso y mucho menos a Yami… ¿no crees?, perdóname, pero creo que no deberíamos… – le dije.
– Por eso no te preocupes, Yami está acostumbrado, ¿no ves que él lleva a muchas turistas que se tumban en cubierta a tomar el sol desnuditas?
– ¿En serio? – pregunté con cierta inocencia.
– Claro, es algo normal por aquí – contesto seguro Yami.
– Pero… es que no me atrevo, no me desnudo nunca delante de nadie…. – les dije con rubor.
– Mira, es tan sencillo como esto. – dijo Yami poniéndose de pie y bajando sus calzoncillos de repente hasta los tobillos. Todo su cuerpo desnudo apareció ante mi sin darme tiempo a reaccionar. Instintivamente dirigí mi vista hacia su miembro que estaba algo excitado, sin llegar a estar en erección, pero me pareció muy grande. Sin duda que estaba acostumbrado a ponerse en pelotas en el barco porque no tenía ninguna marca de bañador, tenía un cuerpo fuerte y precioso.
Yo no sabía qué decir, pero cuando volví la cabeza hacia donde estaba Diego, éste ya estaba poniéndose de pie y despojándose de su calzoncillo.
No me lo podía creer… Ahí estaba yo sentada y a cada lado de mi dos tíos buenísimos completamente desnudos. Volví a dirigir mi mirada hacia sus miembros y ambos estaban casi en erección.
– Ahora es tu turno – dijo Diego mientras extendía su mano para ayudarme a levantarme.
– Pero… – dije algo apurada.
– No hay peros, no sería justo que tú no te pusieras como nosotros ¿no? – me rebatió Diego.
Miré a uno, luego al otro, luego a sus dos hermosos aparatos. Luego seguí resistiéndome.
– Chicos, es que me da mucha vergüenza…
– Por qué? – preguntó Yami – ¿prefieres que te desnudemos nosotros?
Aquello sin duda que era una encerrona y un plan bien trazado por aquellos dos bandidos…
No tenía salida y aunque dudé, ellos me insistieron una y otra vez, me armé de valor, me puse en pie y desabroché los corchetes del sujetador en mi espalda, saltando éste como un resorte.
Mis tetas botaron como dos flanes ante la atenta mirada de aquellos hombres.
Después bajé lentamente mis braguitas que se enrollaban en mis sudorosos muslos a tan solo unos centímetros de sus alucinadas caras y en apenas un minuto me quedé completamente desnuda frente a ellos.
Ni yo misma me creía lo que estaba haciendo, pero allí estábamos los tres en pelotas y admirando nuestros respectivos cuerpos, era como un juego de niños con toda la inocencia del mundo…, por lo que me importaba poco todo lo demás.
Aquellas dos pollas que parecían rodearme estaban ahora en pleno rendimiento y no deseaba otra cosa más que sentirme ensartada por alguna de ellas.
La de Diego era hermosa ligeramente curvada y con un glande ancho, no excesivamente grande, pero si de un buen tamaño, pero la que era realmente espectacular era la de Yami: gruesa, larga y aparentemente dura como una roca, un aparato de bestiales dimensiones, o sea de las que dan miedo.
Yami se lanzó de cabeza al agua y nos invitó desde allí a imitarle, así lo hicimos, nos bañamos durante un buen rato los tres juntos y jugamos en el agua como tres críos, disfrutando del placer de nadar sin ninguna ropa.
El primero en salir del agua fue Yami que fue el que me ayudó a subir extendiendo su mano. Su enorme polla se veía grandiosa y todavía más cuando se quedó a pocos milímetros de mi cara. Después Yami ayudó a subir a Diego.
– Debéis secaros rápido y daros alguna protección solar – nos advirtió Yami – aquí el sol pega muy fuerte y llega a abrasar…
Nos ofreció unas toallas y Diego se ofreció voluntario para secarme rápidamente.
A continuación, Yami se puso tras de mí y sin preguntar comenzó a aplicarme la crema por la espalda, primero por los hombros, luego fue bajando hasta mi cintura y la esparció sin miramientos por mi culo con toda la naturalidad del mundo. Al sentir sus manos en mi culo, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
– Vamos, ayúdame… le pidió Yami a diego para que se animara a broncearme también.
Cuando sentí sus manos sobre mis hombros cerré los ojos para percibir sus caricias a la vez: Yami me extendía la crema por la espalda con mucha suavidad, sus manos dibujaban mis curvas, rozando mi cintura, pero cuando quise darme cuenta, en un instante me estaba sobando el culo con fuerza aprovechando su disimulo para meter su mano de vez en cuando entre mis muslos y rozar mi ano, mientras Diego empezaba por mis brazos y mi ombligo.
Cuando llegó a mis tetas empezó a embadurnarlas por los costados y en un momento estaba sobándolas con todo su afán, la sensación era deliciosa, imagínate: dos tíos buenísimos en pelotas, al igual que yo y sobándome con mucho arte mis tetas y mi culo.
Yo no pude hacer otra cosa que cerrar los ojos y sentir como aquellas cuatro habilidosas manos me acariciaban por todos lados. Diego llegaba hasta el borde mi pubis, pero parecía no decidirse a bajar más.
– Vamos, dale bien por todos lados, no se vaya a quemar….este sol es abrasador…
Diego, haciendo caso a la sugerencia de su amigo, metió su mano entre mis piernas y cuando sus dedos llegaron a mis inglés, creí desfallecer, mi corazón parecía salirse por mi boca, luego comenzó a sobar mi sexo cuando yo no pude reprimir un profundo gemido.
Notaba como aquellas manos ya no solo estaban esparciendo el bronceador, sino que simplemente se metían entre mis piernas, en mi culo, en mis tetas… aquellos dos chicos eran unos expertos proporcionando placer.
Yami en mi espalda me sobaba las tetas con ganas, mientras Diego me acariciaba entre las piernas y me metía dos de sus dedos en mi coñito mojado, tuve que agarrarme a los brazos de Diego, porque en un momento creí perder el equilibrio y en apenas unos minutos tuve un orgasmo intenso y profundo, mientras me tambaleaba y jadeaba de gusto…
– Ahora nosotros- – dijo Yami ofreciéndome la crema.
Empecé por él y le esparcí la crema por la espalda, por su culo, por su pecho, disfrutando de aquel atlético cuerpo, hasta bajar a su enorme tranca que parecía estar mirándome y pidiéndome que la agarrara entre mis dedos.
Sin dudarlo le masajeé bien aquella polla y disfrutando de su tacto y de la cara de placer que él ponía.
Era un aparato increíblemente grande y apenas me cabía en la mano, podía notar lo dura que estaba y como mis dedos disfrutaban de sus rugosidades; yo le sonreía y él agradecía mis caricias cerrando los ojos.
Diego no quería quedarse sin hacer nada y mientras su compañero disfrutaba de mis caricias, él hacía lo propio conmigo y me abrazaba por detrás acariciando mi cintura y mis pechos… su polla rozaba mi culito como si fuera accidentalmente, pero se notaba que no era así, pues cada vez eran más las veces que se juntaba a mí por mi espalda hasta tenerlo completamente pegado a mí y colocando su polla entre mis posaderas.
Yo seguía masturbando lentamente a Yami, hasta que éste me separó la mano de su aparato mientras me rogaba:
– Por favor preciosa, no sigas, que voy a estallar.
Sin duda lo que él pretendía era seguir disfrutando por más tiempo de la situación sin correrse. Así que me giré y me dediqué de lleno a Diego y también lentamente le embadurné con aquel bronceador por la espalda, por su culo y por su pecho…
Yami no perdía el tiempo y a pesar de haberme bronceado todo el cuerpo seguía dándome caricias por todo el cuerpo, por la cintura, por los muslos, me sobaba las tetas y yo gemía de gusto…
Diego me abrazó y al tiempo Yami se pegó tras de mí. Así que estaba pegada a dos cuerpos llenos de lujuria y deseosos de sexo.
Tomé con mi mano la polla de Diego y empecé a masturbarle, al tiempo que éste me besaba en la boca.
Nuestras lenguas jugaron un rato y al final acabamos los tres besándonos sin importarnos nada. Mi lengua salía de una boca para entrar en otra y sus manos juguetonas sobaban todo mi cuerpo.
Al mismo tiempo yo les masturbaba con mis manos, me encantaba sentir aquellas pollas durísimas entre mis dedos… ¡que sensación!
Me arrodillé, me puse frente al tieso miembro de Diego y sin pensarlo dos veces comencé a besarle desde su base hasta la punta mientras le miraba a los ojos, después me metí la punta en la boca y a continuación me la introduje entera para mamársela con fuerza. Él estaba alucinando cuando su pene desaparecía dentro de mi boca.
Yami se arrodilló también y se colocó detrás de mí cuando comenzó a sobar mi culo con fuerza. Tiró de mi culo hacia atrás y me quedé prácticamente a gatas. En esa posición Yami aprovechó para meter su lengua en mi culo, algo que hizo que me estremeciera de gusto y apretara más mi boca sobre la verga de Diego.
La lengua de Yami hacía maravillas en mi caliente culito y sentía un cosquilleo por todo el cuerpo que me hacía tiritar, después atrajo de nuevo mis caderas hacia él y noté como su enorme polla intentaba hacerse paso en mi coñito, pero al ser tan grande tenía dificultades, pero al final colocó su punta sobre los labios mojados de mi sexo y de una enérgica embestida me la metió hasta dentro.
Creí morirme de gusto, notar como aquella cosa tan grande se abría paso dentro de mí era la sensación más placentera del mundo. Mientras tanto yo seguía comiéndome el miembro de Diego y de vez en cuando le miraba fijamente a los ojos para demostrarle lo bien que lo estaba pasando con aquel improvisado trío.
Diego me tocó la cabeza en señal de la corrida que se le venía encima y sosteniendo fuertemente con mi mano su polla dejé que múltiples chorros embadurnaran mi cara, mi pelo, mis tetas.
Yami seguía follándome con fuerza por detrás y cuando apreté mi culo contra él, noté como aquella polla se hinchaba aún más para correrse dentro de mi coño.
Sus chorros me invadían y parecía estar metiéndome litros y litros de su caliente leche. Aquello no era normal, parecía una manguera con toda su presión…
Después fue el turno de Diego que estaba como loco por penetrarme, me invitó a tumbarme en el suelo y al tiempo que me abría las piernas me decía cuánto le gustaba mi cuerpo. Así se quedó observándome y acariciando suavemente mis tetas.
Yami me chupaba el cuello y mi oreja izquierda…
Diego pasó su polla lentamente por mi rajita mientras su polla iba creciendo más y más, cuando de repente me la metió entera con todas las ganas.
Yo creía estar en el cielo, aquel placer era intensísimo y muy gratificante, más aún cuando Yami se puso detrás de mi cabeza tal y como estaba yo tumbada y pasaba su enorme polla por mi cara, rozando mis párpados, mi nariz, la comisura de mis labios, de vez en cuando yo sacaba la lengua para atraparla y sentirla dentro de mi boca, al final se colocó de lado, la colocó entre mis labios y en un movimiento enérgico la metió hasta mi garganta y empezó a follarme literalmente la boca.
Al principio me sentía mal porque parecía que iba a vomitar cuando aquella enorme verga se introducía tan adentro que me rozaba la campanilla, pero al final pude acostumbrarme a su ritmo y la sensación era maravillosa, nunca había tenido algo tan grande y tan duro en la boca, la sensación de estar comiéndome algo así me encantaba, era el sueño de mi vida…
Aquellos dos toros bravos se corrieron a la vez, Diego en lo más profundo de mi con su pene clavado hasta los huevos y Yami sacando la polla de mi boca y soltando chorros por todas partes embadurnando mi cara, mis ojos, mi pelo…
Permanecimos tumbado en la cubierta del barco los tres abrazados y en apenas media hora cuando ya se habían recuperado me estaban follando de nuevo, en todas las posiciones imaginables, de pie, tumbada, de rodillas, en cuclillas… y yo, desde luego, disfrutaba como una loca con aquellos tíos.
No contentos con destrozarme el coño con sus duros y potentes miembros, quisieron probar mi agujerito posterior y tumbándome boca abajo, me esparcieron una crema para lubricarme bien y con el culo en pompa me fueron sodomizando por turnos, primero uno me ensartaba su polla hasta el fondo y tras diez o doce metidas dejaba paso libre al otro.
Sentir cuando salía un pene de mi pequeño orificio y sentir el otro era algo que me extasiaba de gusto, era un placer fuera de lo normal.
El primero en correrse fue Diego, que pareció pasárselo de miedo por los gritos que daba de gusto.
Nada más sacarla fue Yami quien quiso terminar su labor y tardó un poco más en correrse dentro de mi culito, no sin antes hacerme sentir un orgasmo como nunca había sentido y dejando gritar al aire un aullido como si de una loba se tratase…
Después de unas horas llenas de placer, Yami orientó el barco hacia la costa, pues ya se estaba haciendo tarde, Diego me metía su miembro en la boca o me acariciaba el clítoris con su lengua, luego se cambiaban y mientras Diego conducía la embarcación, Yami me daba un gusto increíble con su enorme verga y así disfrutamos del viaje de vuelta hasta acabar completamente extenuados.
Poco antes de llegar a la costa nos vestimos como si nada hubiera pasado, Yami se despidió de mí con dos besos, Diego me llevó al hotel junto a mi marido y este le agradeció mucho el haberme tenido bien atendida y lo cierto es que lo estuve, en aquel pequeño crucero me atendieron de maravilla…