Kiko vivía en un apartamento con Carla.
Kiko siempre había dicho que ambos solamente compartían el apartamento y nadie pudo comprobar lo contrario.
Un día, Kiko invitó a su madre a cenar.
Durante la cena, la madre no pudo quitar su atención en apreciar lo hermosa que era Carla, la compañera de apartamento de su hijo.
Ella siempre había tenido sospechas de que su hijo tenía relaciones con Carla y, al verla, la sospecha creció.
Miraba a Carla y, por el modo en que ambos se comportaban, se preguntaba si estarían acostándose.
Kiko, observando aquella mirada especial y leyendo el pensamiento de su madre, le dijo:
– Mamá, sé lo que estás pensando. Te aseguro que Carla y yo sólo somos compañeros de apartamento.
Una semana después, Carla comentó a Kiko que, desde el día en que su madre vino a cenar, no encontraba el cucharón grande de plata para servir la sopa.
– Conociendo a mi madre -replicó Kiko-, dudo que ella se lo haya llevado. Voy a escribirle una nota y se la enviaré por E-mail.
La nota decía: «Querida mamá: No estoy diciendo que tú tomaras el cucharón de plata, pero tampoco estoy diciendo que no lo hicieras. El hecho es que ha desaparecido precisamente desde que tú viniste a cenar . Te quiere, Kiko.».
Unos días más tarde, Kiko recibió una nota de su madre que decía: «Querido hijo: No estoy diciéndote que te acuestas con Carla o que no te acuestas con Carla, pero el hecho es que si Carla se acostara en su propia cama, ya habría encontrado el cucharón que yo puse bajo sus sábanas. Cariños, mamá.».