No sé cómo sucedió, pero el recuerdo de Gaby me golpeó de improviso, trayéndome imágenes que tenía semi olvidadas.
La última vez que supe de ella fue por un llamado telefónico y en esa oportunidad me contó que estaba felizmente casada, viviendo una tranquila vida de dueña de casa y dedicada a su esposo.
Y no me dio ninguna esperanza de verla, pues no tenía tiempo para «aventuras», aunque me dijo que guardaba un lindo recuerdo mío. Esa fue la última vez que escuché su voz y también la última vez que pensé en ella.
Pero hoy, sin previo aviso, como un asaltante de camino, de improviso, surge de la oscuridad de mi pasado la imagen de Gaby nuevamente para apoderarse de mis sentidos y traerme recuerdos hermosos de instantes sublimes entre ambos.
La recuerdo como la primera vez que me la presentaron: su pelo negro que llegaba hasta su hombro, un hermoso rostro blanco de grandes ojos negros y labios pulposos, un cuerpo que sin ser delgado mostraba una generosa distribución de sus atributos.
Estaba enfundada en su jumper azul, con su blusa blanca y zapatones negros. Venía saliendo de clases con un grupo de amigas a pasar una tarde de alcohol y sexo con un grupo de jóvenes entre los que me encontraba yo, aunque a mis treinta años no podría clasificarme en ese grupo.
Manuel me había recomendado mucho a su amiga Gaby, con la que no habría problemas para tener una aventura, según me había dicho. Aun así, me sentí cohibido con su frescura juvenil, su risa fácil y sus ojos inmensos.
«Trátalo bien, chica, que es mi amigo» Le dijo Manuel al tiempo que hacía sentar a mi lado en el auto en que emprendimos la marcha hacia las afueras de la ciudad. Llegamos a un lugar solitario, cubierto de árboles y un césped que invitaba a tenderse sobre él y disfrutar de esa asoleada tarde de verano. Bromeamos un largo rato, bebiendo entusiasmados, hasta que las parejas se fueron perdiendo por diferentes lugares en busca de intimidad. Y Gaby y yo quedamos solos, ella sonriendo animada y yo turbado aún por su belleza.
Conversamos de cosas sin importancia, hasta que finalmente me atreví a tomarla entre mis brazos y besarla, a lo que ella accedió dejándose llevar. El momento fue de tal intensidad para mí que no me atreví a incursionar y preferí mantenerla estrechada a mí besándola repetidamente, disfrutando la delicia de sus labios y sintiendo que tenía entre mis brazos una de las mujeres más bellas que había conocido.
Pasados unos instantes, ella tomó mi mano y la llevó a uno de sus senos, por debajo de su blusa, el que apreté nerviosamente, sintiendo en mi palma la dureza de su piel y un pezón duro que acaricié suavemente. Aún con mi experiencia en estas artes, me sentía tímido como un adolescente ante esta muchacha de diecisiete años que me ofrecía su cuerpo. No me atrevía a seguir incursionando en ella pues deseaba que lo que debiera suceder entre ambos debiera ser un ambiente más propicio que ese. Sentía como una falta de respeto hacia ella el intentar hacerle el amor ahí, sobre la hierba, a campo traviesa.
«Quiero hacerlo, pero no aquí»
«¿Por qué?»
«Prefiero llevarte a un lugar donde nadie pueda interrumpirnos, sin interferencias. ¿Te parece?»
«Si»
«Entonces veámonos mañana, a la salida de tu colegio, ¿ya?»
Ella estuvo de acuerdo y continuamos charlando acerca de nuestros amigos, de nuestro futuro encuentro y de nosotros, hasta que las parejas empezaron a volver después de sus encuentros amorosos. Y ante las miradas inquisitivas de Manuel, Gaby se apoyó en mí y me besó, dando a entender con ello que lo que debía suceder entre ambos había sucedido, lo que motivó una sonrisa satisfecha en mi amigo.
Al día siguiente la esperaba ansioso en mi auto frente a su colegio, cuando aparece ella y me sonríe al verme. Sube al vehículo y me besa suave pero ligeramente para evitar mayores comentarios de sus compañeras que nos miraban con miradas cómplices.
«¿Lo saben ellas?»
«Sí, se los conté y querían conocerte»
«¿Por qué?»
«Bueno, porque les dije que me gustabas mucho»
Y nos fuimos en busca de la privacidad de un motel alejado del ajetreo de la ciudad. Ingresamos y estacionamos sin que nadie delatara su presencia, como es normal en estos lugares. Ya dentro de nuestra cabaña, nos sentamos en la salita, uno frente al otro, y brindamos con el champagne ya dispuesto en la mesa de centro por la administración.
Mientras conversábamos, mi vista se posó en sus piernas que estaban ligeramente separadas, insinuando un paisaje que se perdía en la oscuridad de la falda. Envalentonado por el champagne, mi vista se puso más indiscreta, lo que no pasó desapercibido a Gaby que lentamente empezó a abrir sus piernas para regalarme el panorama del interior de sus extremidades cada vez más expuestas, hasta que finalmente apareció al final de estas la blanca mancha de sus calzones. Y todo ello lo hacía con una mirada fija en mí y una seriedad que denotaba lo a gusto que se sentía poniéndome caliente.
Yo dejo la copa en la mesa y me levanto lentamente, me aproximo, le subo lentamente la falda hasta que queda a la altura de su cintura. Para ayudarme a que la falda suba, Gaby levanta su cuerpo del sillón y aprovecha de acomodarse de manera de facilitarme lo que ella sabía venía dispuesto a hacer.
Me pierdo entre sus piernas y empiezo a morder suavemente su sexo por encima del calzón, mientras tomo sus nalgas entre mis manos, que las aprietan con fuerza. Entonces ella levanta sus piernas y las pone por encima de mis hombros, con lo cual mi tarea se torna mucho más fácil. Le hago a un lado el calzón y meto mi lengua entre sus labios vaginales que se mueven acompasadamente de atrás hacia delante mientras sus piernas espolean mi espalda.
El ritmo de mi incursión se acelera en tanto uno de mis dedos se acerca peligrosamente a su cavidad posterior, preparando el terreno para lo que pudiera suceder por ese camino más tarde. A Gaby parece gustarle el color que estaba tomando la situación pues se desabrocha la blusa y suelta su sostén para posteriormente empezar a dar masajes a sus senos, los que atrapados uno en cada mano son acercados y alejados en un manoseo febril por parte de su dueña. Me doy cuenta que quiere unas manos masculinas sobre sus senos, pero prefiero hacerla esperar un rato antes de hacerle los honores a sus redondeces.
Mi dedo se posa en la entrada de su gruta trasera y siento que Gaby se estremece y los movimientos de su cintura se aceleran más aún, como si quisiera ir al encuentro del intruso que tiene posado atrás. Pero detengo la incursión y la dejo con los deseos de continuar el juego táctil, al que deseo volver más tarde. Lo primero es lo primero.
Bajo sus pies de mis hombros, detengo mi inspección a sus dos aberturas y me levanto. Me saco la verga y la dejo expuesta frente a sus ojos, que la miran con deseo. Sin que se lo pida me toma el trozo de carne y lo engulle golosa. Y empieza a darme la mamada más deliciosa que mujer alguna me haya dado. Nunca antes ni después ha habido mujer que me hiciera gozar tanto con su boca como Gaby. Siempre que me mamó la verga me llevó a los límites del gozo y esa es una imagen que conservo de ella que hace que mi instrumento se envalentone ante su recuerdo y añore los deliciosos lengüetazos y caricias bucales que Gaby le prodigaba tan amorosamente.
Recuerdo que rodeaba el tronco de mi herramienta entre sus labios abiertos que paseaba hasta la base de la misma para posteriormente introducirse en la boca las bolas, que acariciaba entre los labios y el paladar. Pero la sensación más exquisita que recuerdo es la de sus labios cubriendo sus dientes y sirviendo de pasillo a mi tronco mientras se introduce en el interior de su boca, produciendo en éste un cosquilleo suave y delicioso que me hacía acabar mucho más pronto de lo que yo hubiera querido.
Siento como Gaby recorre mi arma por vez primera, desde la cabeza hasta las bolas y su lengua se pone a la entrada de mi esfínter, produciéndome una impresión casi eléctrica su lengua mojada posada en mi parte posterior.
Empieza a tragarse toda mi verga, suavemente, lentamente, mientras siento por vez primera el exquisito cosquilleo de sus dientes cubiertos por sus labios que rozan todo el trozo de carne pletórico de semen. La sensación es tan rica y tan sorpresiva que acabo de inmediato y pierdo el equilibrio, yendo a dar al piso mientras mi líquido seminal cubre su boca, su cara, el piso y el sillón.
«Te pasaste, cariño» Logro decir cuando recupero el aliento a medias. Y ella se queda sonriendo, orgullosa del efecto que había causado en mí su masturbación bucal.
No paro de alabar lo exquisito de la experiencia vivida y la interrogo admirado acerca de la manera en que aprendió a mamar una verga tan deliciosamente, pero ella hace un mohín y se limita a tomarme de la mano y llevarme a la cama, donde me desnuda y me deja acostado, para terminar de quitarse la blusa, el sostén, la falda y el calzón frente a mí, con una lentitud exasperante.
Ya desnuda se sube a la cama, se para sobre mí, con un pie en cada uno de mis costados y se sienta lentamente sobre mi verga, de frente a mí y sin quitarme la vista. Se empieza hundir sobre mi pedazo de carne que va desapareciendo poco a poco entre su mata de vello púbico y noto la cara de gozo al sentir cómo su interior es invadido por mi intruso que encuentra un camino expedito. La tomo de las nalgas y la aprieto de manera de completar rápidamente la introducción, lo que parece ser la señal de partida para Gaby, pues empieza a subir y bajar sobre mi vientre, metiéndose y sacando mi tronco de su vulva, mientras masajea sus senos y me mira con una semi sonrisa en la boca.
Es tanto su ardor que se hecha hacia delante para que sea yo quien tome la iniciativa sobre sus senos, los que llevo a mi boca y empiezo a mamar desesperadamente mientras intento llevar el ritmo de los movimientos pelvianos de Gaby, que grita calladamente por el gozo que siente en su interior.
«Rico, rico. Más, más»
Llevo uno de mis dedos desde su nalga a su hoyo posterior y lo introduzco un poco para ver la reacción de mi compañera de juego. Sentir mi dedo intentando penetrar su trasero fue más de lo que Gaby podía soportar y terminó de descontrolarse y sus gritos aumentaron de volumen, pidiendo más.
«Si, dámelo, m´hijito»
«¿Lo quieres adentro?»
«Sí, métemelo»
Y hecha su trasero hacia atrás, como si quisiera apurar la introducción. Le hundo el pulgar hasta el fondo y empiezo un movimiento de mete y saca que intento equiparar al que hace mi verga saliendo y entrando en su vulva
«¡Ayyy, m´hijito rico, qué rrrrrricccoooo!»
«Tómalo, m´hijita, ahí va. ¡Qué ricoooooooo!»
«Dámelo todo, ahora, ¡yaaaaaaaaaaa!
Y se sacude espasmódicamente regalándome sus jugos vaginales que fluyen copiosamente desde su interior a mi verga, se confunden con mi eyaculación y terminan corriendo por mi estómago hasta alcanzar las sábanas.
Se recuesta a mi lado y le ofrezco un cigarrillo, que ella acepta encantada. Me recuesto a su lado, aspiro el humo y sonrío satisfecho de haber encontrado en Gaby la compañera perfecta para el sexo y creo que ella también está satisfecha con lo que hemos hecho. Eso me dijo la intensidad de su eyaculación, los gritos de satisfacción cuando tenía su orgasmo y los besos que me prodigó posteriormente, cuando recostaba su cabeza en mi pecho.
La veo fumar tranquilamente, con una leve sonrisa entre las comisuras de sus rojos labios, mientras su pecho sube y baja. El espectáculo de su cuerpo juvenil desnudo junto a mí me devuelve el deseo recién satisfecho y siento que la pasión se manifiesta nuevamente en el fluir de sangre a las venas de mi miembro viril, que empieza a tomar dimensiones respetables, lo que no pasa desapercibido a Gaby que sonríe orgullosa.
Dirijo mi mano a su sexo y siento en la palma la pegajosa humedad de nuestros líquidos seminales . Ella me mira, aspira el humo de su cigarrillo que después apaga lentamente, se toma un sorbo de champagne y . . .
Pero lo que viene es otra historia.