Días de sexo y sexo VI

Por la tarde los tres, ya que Jaime no nos acompañó, fuimos a la playa. Estirado sobre la tumbona, me dormí durante un buen rato. Al despertar, ninguna de las dos estaba a la vista, y tampoco sus ropas.

No las vi por los alrededores, pero una pareja que estaba cerca me dijo que se habían ido con unos turistas. Así que me fui a casa. Afortunadamente Elena me dejó un juego de llaves.

Llegaron sobre la medianoche, borrachas como cubas. Las estiré juntas sobre la cama de Elena, y se durmieron de inmediato. Les quité la ropa, y vi que ninguna llevaba ni el bikini ni tampoco ropa interior.

Eva tenía restos de semen en su vientre y en la entrada de su vagina. Del culo de Elena, aún se intuía alguna gota blanca. Ambas parecía que no habían perdido el tiempo.

Con una toallita húmeda, las limpié tanto como pude. Tuve tentación de hacer algo con ellas aún dormidas, ya que sus cuerpos respondían a la estimulación. Los pezones emergieron como picos desafiantes, y los labios vaginales empezaban a cumplir su función lubricadora.

Cogí una mano fláccida de Eva, y la acerqué a la vulva de Elena. Logré dejarle dos dedos en el culo y dos en el coño, las tapé y me fui a dormir.

Por la mañana, estaban ojerosas, con resaca, y sin recordar cómo habían llegado a casa, ni tampoco nada sobre la posturita en que las dejé dormidas.

Me explicaron que unos turistas les preguntaron por una dirección, y que, al verme tan dormido, me dejaron un momento para llevarlos. Era un matrimonio bien parecido, con marcado acento alemán. Se iban turnando en el relato:

-Cuando llegamos al lugar que habían pedido, nos dijeron si queríamos subir, que iban a una fiesta, y que a los anfitriones no les parecería mal, máxime cuando les ayudaron a encontrar el sitio.

Aceptamos, y subimos a un piso, donde se estaba celebrando una orgía en el estricto sentido de la palabra. El hombre que abrió habló en alemán con nuestro acompañante, sonrió y nos dio acceso. Todos eran alemanes. La proporción de parejas estaba un poco desequilibrada, porque varias mujeres tenían encima a dos y a hasta tres hombres. Conté unas 30 personas, afirmó Elena.

-Todos nos miraron y saludaron. Vino una mujer a desnudarnos. Nos dejamos hacer, en parte alucinadas por el espectáculo, en parte excitadas ante una experiencia que difícilmente te puede pasar. Aunque algunos hombres tenían barriga prominente, sus falos no desmerecían nada.

-Chapurreando, nos dijeron que es un grupo bastante estable, que normalmente no se relaciona con otros si no están seguros de que no tienen enfermedades venéreas. Nos enseñaron unos análisis de todos (el control era realmente muy riguroso), y nos pincharon un dedo para sacarnos una gota de sangre y con ella hicieron un test de sida rápido (nunca ví uno así en España). Salió negativo, y entonces accedimos definitivamente al meollo.

-Nos separamos, dijo Eva. Más forzadas que por interés nuestro. La mujer que nos desnudó se quedó con Elena, y yo estuve con otra mujer, por cierto enorme, que tenía dificultades con cinco hombres. Evidentemente me prefirieron a mí, y enseguida empezaron a lamerme por todas partes, hasta que ya perdí el control y empecé a mamársela a dos a la vez mientras el tercero hurgaba en mi culo y coño con lengua y dedos.

-Yo, interrumpió Elena, fui llevada hasta un grupo de hombres inactivo, seis o siete. Nos esperaban, y nos pusimos a la obra. Uno cogió un lubricante que empezó a restregar por mis agujeros hasta hacerlos muy resbaladizos. Los dedos entraban y salían de mis orificios con una facilidad pasmosa, y pronto fueron sustituidos por pollas. Mientras era follada por dos a la vez, aquella mujer me pellizcaba los pezones. Decía cosas en alemán, que debían ser divertidas para ellos, pues reían. Supongo que sobre mi persona.

Sudábamos mucho, y para beber nos daban un combinado, que si bien era refrescante, tenía alcohol, así que se nos subió a la cabeza.

-Recordamos que muchos nos follaron varias veces, y que llegamos a tener dos a la vez en el coño, retomó Eva. Pero cuando acabó y cómo nos trajeron, no. Estábamos trompas.

Por la tarde debía reincorporarme a la base. Mientras volvía, Eva estuvo mamándomela hasta que me corrí.

Les quedaba toda una semana junta aún, sin mí. Yo volvería a verla el fin de semana, y el domingo, regresaba a Madrid. Ni siquiera Elena me explicó qué hicieron esos días solas, pero baste decir que, sobre todo Eva, que no trabajaba, el viernes estaba ojerosa pero morena, lo que quiere decir que por lo menos lo hizo al aire libre.

Los días pasaban con lentitud. Me sorprendió dejar de recibir cartas de Eva, y que no atendiera mis llamadas. Su hermana o su madre siempre me decían que estaba estudiando en la facultad. Y lo bueno es que aprobaba, me decían ellas. Supongo que se tiraba al profesorado a cambio, porque sabía que seguía con las visitas a Ana, aunque cada vez más espaciadas, y coincidía con ésta en alguna de las «fiestas» que montaba el mismo que la inició en las orgias. No obstante, salvo alguna foto que la propia Ana mandaba, no tuve más referencia visual de Eva.

Y por fin llegó la licencia, y el regreso a Madrid. Me despedí apenado de Elena, con la promesa mutua que nos volveríamos a ver, bien en Madrid, bien en Las Palmas.

Al llegar a casa, tras saludar efusivamente a mi familia, llamé a Eva.

Naturalmente tampoco estaba. Se ve que era muy amiga de otra estudiante, y para preparar los exámenes, estaba casi toda la semana en su casa. Una coartada perfecta. No obstante, su hermana me dijo que le parecía que estaba saliendo con otro, a juzgar por cómo se vestía. Con Sara siempre tuve una confianza como si fuera mi propia hermana.

Al ser un poco más mayor que Eva (22 años), y sin novios conocidos, siempre pensé que se quedaría para vestir santos. Si Eva era la racionalidad, la seguridad y el cariño lo ponía Sara. Así que decidí hablar con ella, y, aunque suavizada, y ligeramente retocada, le expliqué, cuando nos vimos, toda la historia, incluida la relación con Elena, y la iniciación de Eva.

Habíamos quedado en una céntrica cafetería, y cuando acabé la narración, sus ojos reflejaban indignación y excitación a la vez.

-Eres un maldito cerdo, me dijo. Pero ahora entiendo muchas cosas.

-¿Cuáles? pregunté

-Va siempre en taxi, no le pide dinero a mis padres, viste de súper lujo, la ropa interior que lleva ahora es de la más cara, alguna vez que la he visto desnuda y me ha extrañado verla rasurada, y su sexo muy abierto, comparado con… y se calló.

-¿Con el tuyo?

-Sí, con el mío. No sé si ella lo sabe todo, pero con tu comportamiento, no me extraña que te esquive.

-Sara, repuse. No me arrepiento, ni siquiera de haber empujado a Eva a ir por primera vez a la fotógrafa, pero todo lo demás, lo hizo ella porque quiso, no lo olvides. Lo probó y le gustó. Y debo decirte que en Canarias, esos días que pasé con ella fueron de los mejores de mi vida. Supongo que tus padres no saben nada, ¿no?

-No, claro. Para ellos es un modelo de virtuosismo, y saca buenas notas en la facultad. Imagino cómo.

Sonreímos ambos.

-¿Y no has hablado con ella?

-No, ya es mayorcita para saber qué hace.

Salimos del local, y seguimos hablando mientras caminábamos. Le pregunté qué sabía del supuesto nuevo acompañante.

-En realidad, nada. Es muy hermética en todo esto. Sólo me dijo que la cubriera, porque no quería que nadie se enterara de ello. Pero parece que tiene dinero, por los lujos que tiene. En cierto modo, la envidio. Yo, con 22, a punto de acabar Económicas, sí, pero sin un duro. De todos modos, intentaré sonsacarle alguna cosa. Por de pronto, sé que viene hoy, pero tarde. Si quieres, quédate en casa, mis padres se van a dormir pronto, y así me harás compañía hasta que llegue.

Acepté. Pero antes pasé por casa y cogí algunas de las fotos más buenas de las que hizo Ana. Y efectivamente, los padres de Eva y Sara apenas cenaron, se fueron a dormir, y allí me quedé hablando con ella. Cuando reinó por fin el silencio, le dije que había traído algunas fotos que Eva se había hecho. Al principio puso cara de no querer verlas, pero la curiosidad fue más fuerte, y se las mostré. Alucinó, no sólo por las poses, sino por la cara de placer que tenía. Me lo iba comentando, y yo iba añadiendo coletillas:

Que si mira que se mete, mírala a los ojos cómo goza… la estaba excitando, y lo notaba. Me arriesgué y puse una mano entre sus muslos. No hubo resistencia, ni siquiera cuando rocé su clítoris a través de la fina tela de sus bragas. Suspiró, y aproveché para besarla. La recliné sobre el sofá sin despegar mis labios de los suyos.

La desabroché la blusa, y levanté el sujetador sobre sus pechos. Eran suaves al tacto, pequeños pero muy sensibles. Sus fresones se irguieron al roce de mis dedos, y gimió cuando los rodeé con la lengua. En ese punto, sus manos luchaban desesperadamente por bajarme los pantalones y tocar mi rabo.

Su falda ya estaba subida hasta la cintura, lo que aproveché para ir trazando surcos de saliva por todo su cuerpo hasta llegar al triángulo de oro. Para su desesperación, le saqué las bragas con mis dientes. Imploraba, suspiraba chupar y tocar mi polla, así que me di la vuelta, y dejé que lo hiciera mientras me comía su coñito.

Sara no tenía novio entonces. Aunque sus curvas eran peligrosas, su poco pecho y su rostro vulgar, no la hacían muy popular entre los chicos. No obstante, para mí siempre tuvo el atractivo de lo prohibido. No era virgen, pero había tenido pocas oportunidades. Y a mí me parecía que su lengua era mucho más experta de lo que pensaba.

-¡Métemela! fue lo único que dijo. Me senté en el sofá, ya desnudo, y ella se despojó del resto de las suyas. Interpretó perfectamente la idea, y se sentó sobre mi mango. Notaba la calidez y la estrechura de su coño, cómo se iba adaptando al intruso.

Cuando ya se estaba corriendo, una voz sonó:

-Hola, ya veo que has vuelto… y tú, mi hermanita mosquita muerta, menudo putón estás hecho. Creo que debes tomar clases…

Era Eva. Había regresado.

Continuará…