La nueva modalidad

A las cinco de la tarde cerré la tienda y me dirigí al videostore de siempre.

La colección de películas para adultos ahí era impresionante.

Como no tenía programada ninguna salida esa noche, como yo traía una calentura de a mil y necesitaba correrme como un demonio, decidí que esa noche vería una o dos películas, me metería a las salas de chat de siempre, en donde podría sostener una relación cibersexual, además de las consultas típicas a las páginas porno que nunca descuido.

El videostore estaba solo. Habían habilitado una sección nueva e incrementado el volumen de películas disponibles.

Le pregunté al encargado qué era esa nueva sección mientras miraba algunas cajas de películas: las de Cheeks, que me mataban; las orgías; las dobles y triples penetraciones. El encargado, un tipo flaco y como enfermo, me dijo que eran salas individuales de video que se rentaban por un lapso de quince minutos.

Qué poquito. ¿A poco en quince minutos se la jalan? Me pregunté en voz alta. Hay quienes sí. Bueno, la modalidad de las salas de video no es nueva, añadí. Es que son diferentes. ¿Por qué? ¿qué tienen? Es una masturbación asistida.

A chingá. Qué es eso. Que alguien te la jala mientras ves la película. Ah. ¿Y quién la jala? Pues yo, dijo en encargado. No, ni madre. ¿No tienen viejas aquí, que la jalen? Sí, pero llegan más tarde.

Nunca me lo hubiera imaginado, porque lo conocía desde hacía tiempo, pero ese encargado flacucho resultó ser un tío gay.

¿Te gusta chuparla? Le pregunté mientras le pagaba las dos películas que había elegido. No. No soy gay, pero ese trabajo deja buen dinero. Yo sólo la jalo. Y la unto. ¿Y la qué? La unto. Yo ofrezco una masturbación manual (la manuela) y una doble masturbación. ¿Cómo es eso? Pues muy fácil. Hay clientes que se excitan (y que no son necesariamente gays) cuando se la jalan junto con otra verga. A chingá, cómo. Sí, haga de cuenta que pega su verga a la mía y con mi mano las masturbo a ambas. Soy experto en venirme al mismo tiempo que el cliente.

¿Y eso le excita a sus clientes? Sí. Glande con glande. Huevos con huevos. El cuerpo de la verga untado al cuerpo de otra verga. Y al final, que la leche de ambos salga simultáneamente.

A chingá. Eso es gay. No, no necesariamente. Porque, ¿qué son las dobles y hasta triples penetraciones sino una forma de frotar las riatas? Pues sí, pero dentro de una yegua. Es lo mismo. ¿A poco no se la ha jalado mientras ve una doble mamada? No, pues sí. Pero todo eso me huele a gay. Cada quien lo ve según quiera. Y, por pura curiosidad, ¿Cuánto cuesta? Le sale en doscientos. Ah, jijo. Está caro. Pero no lo olvida.

Como andaba rayado, y como lo caliente no mira ni distingue orientaciones, le pagué la cuota y le pedí que reprodujera una película de orgías privadas. Me pidió que me metiera a la sala uno mientras reproducía la video y cerraba la tienda.

La sala era pequeña. Tenía un monitor en el techo, estratégicamente puesto ahí para poder recostarse en el sillón y jalársela con toda comodidad. El monitor comenzó a reproducir los créditos de la película. Me abrí el pantalón y comencé a masajearme la verga.

Me gusta ponerle salivita para que la fricción no cause problemas. La primera escena de la película, bastante amateur, trataba de una chica rubia que le chupaba el coño a otra a un costado de la piscina. Las tetas de ambas rubias eran preciosas, globos masticables.

Comencé a experimentar una erección lenta, suave. Mi masaje era pausado, no había prisa. En eso llegó el encargado. Miró mi verga y cogió un bote como de ketchup que contenía alún líquido lubricante. Le dije que no, que esas chingaderas olían a madres y que para qué. Cómo quiera. A mi me gusta la pura salivita.

Bueno, dijo. ¿Cómo quiere su masturbada, solo o untado? Qué pinche nombre tiene esa modalidad, le dije. Bueno, cuál. Pues la untada, chingue a su madre, le dije mientras, curiosamente, las dos rubias se trababan en la posición de tijera, frotando cadenciosamente sus coños encima de un flotador cama de alberca, al mismo tiempo que se acariciaban sus tetas. El flaco se abrió el zipper y dejó salir su riata.

Era gruesa y no muy larga. Y me quitó las manos de mi verga, como diciéndome: «es mi turno». Yo estaba recostado en el sillón de forma que me quedaba justo en frente el monitor del techo.

El flacucho se sentó mis piernas colocando su verga frente a la mía. Sin quitarse el pantalón ni quitarme el mío, fue acercando su glande rosado al mío, ambos fuera del zipper.

El primer rozón fue como accidental. Sentí una breve oleada eléctrica. Luego descansó toda su verga sobre la mía y se sobó lentamente. Ambas vergas comenzaron a adquirir volumen, a incrementar su talla. Las dos viejas de la película, que ya habían experimentado un orgasmo, eran visitadas por tres tipos.

A una le tocaron dos, a los que comenzó a mamárselas con pasión. Las dos riatas dentro de su boca. Para cuando volví la mirada a mi verga, el flacucho ya la tenía erectísima.

Frotaba con cierta parsimonia nuestros glandes. Frenillo con frenillo. Luego tomaba su glande y lo hacía recorrer todo el cuerpo de mi verga.

Y luego hacía lo mismo con la mía. Ambas tenían más o menos el mismo tamaño. Instintivamente comencé a pompear. Y él también. Y ambos jadeamos.

Entonces tomó ambas vergas con su mano y las comenzó a masturbar. Y ambos, al movimiento de su mano, le ayudamos con sendas pompeadas sincronizadas. Sin darme cuenta, dejé de ver el monitor para concentrarme en la frotación cada vez más veloz de nuestras vergas durísimas.

Cada vez que las coronas de nuestros glandes coincidían y se frotaban, cada vez que los jugos espermáticos se deslizaban entre las dos riatas bien erectas y lubricaban el movimiento cíclico, yo sentía que iba acercándome a la culminación, me estaba a punto de correr.

La cabezota roja de mi verga le dio la señal al flacucho, que se esmeraba por demás bien, y cuando presintió que mi corrida era inminente entonces arreció las sacudidas y comenzó a pompear más vigorosamente. Por un instante sentí que era tal el calor que se desprendía de nuestras riatas que iban a acabar fundiéndose en una. Sus huevos, a cada pompeada, se estrellaban con los míos. Tuvo que cambiar de mano más de una ocasión.

Era mucho el esfuerzo. Ya no pude evitarlo y mi cuerpo se tensó y dejé de pompear, me arqueé hacia su riata para que el contacto fuera más fuerte y comencé a sentir un incendio en la punta de mi glande que comenzó a descender por mi verga a mis ingles y piernas y estómago.

El flacucho se tensó también y cuando sintió mi leche corriendo por sus propia riata y en su mano, cerró lo ojos y se empezó a venir de una forma descomunal.

Alcancé a ver nuestras riatas apretadísimas en su mano (cerrada en ellas con mucha fuerza), las dos cabezas abrazadas, viniéndose al mismo tiempo, escupiendo su leche y estremeciéndose como moribundas. Tal vez hasta gritamos.

Cuando finalizamos no nos podíamos mover. Soltó las dos riatas para apoyarse en el sillón. Nuestras vergas seguían unidas, ahora por el efecto de la leche de ambas.

Pegajosas, aún hipersensibles. Su riata se deslizó para atrás, cada vez más fláccida.

El flacucho se levantó y me tendió una toalla. Me limpié y subí el zipper. Sentí mareos: había sido una mega avenida. Salí de la salita todavía con cara de qué pedo. Fui directamente al mostrador, donde había dejado las películas que iba a comprar.

El flacucho ya estaba ahí, como si nada.

Son doscientos más de lo de las películas, dijo.

hay pedo. Le pagué. Salí de ahí con la insana impresión de que volvería. La experiencia no había sido tan mala.

Puta madre, dije, nada más falta que yo me haga gay. Y que quiera, de ora en delante, untar mi verga con otras. No suena mal, dije, se viene uno con madre.