Derritiendo nieve I
Hace ya unos años, cuando tenía 18, con mis compañeros de estudios nos fuimos de viaje de egresados a la ciudad de San Carlos de Bariloche, un lugar paradisíaco en el sur de la Argentina.
Éramos un grupo entre chicas y chicos de 25 personas, con un coordinador, llamado Fernando, un bombón de 20 años que hacía su primer viaje con nuestro grupo.
Cuando llegamos la nieve que caía del cielo nos recibió mágicamente como anunciando lo bien que lo íbamos a pasar.
Nos distribuimos en las habitaciones de a grupos de a cuatro.
Tres de mis compañeros que además eran mis amigos vinieron conmigo a una de ellas.
Se llamaban Sebastián, Roberto, y Francisco. A mi, como ya sabrán me dicen Gato.
Los días pasaban tranquilos, con algunas excursiones a hermosos lugares, pero nada de acción.
Hasta que una tarde, me sentía descompuesto y por eso no fui al paseo con el grupo, quedándome en el hotel. Grata fue la sorpresa al oír que otro coordinador suplantaría a Fernando, que también se sentía mal.
Una vez que el grupo se marchó Fernando me invitó a jugar a las cartas a su habitación, acepté la invitación y hacia allí nos dirigimos, en el sexto piso del hotel.
Habría pasado una hora cuando Fer me dijo que tenía algo de sueño, y que se tiraría a dormir un rato, que si quería me podía acostar también, así descansábamos los dos.
En la habitación había dos camitas muy cerca una de otra, y nos acostamos.
Comenzamos a hablar de las chicas de mi grupo, y él me confesó que había una que realmente le gustaba.
Yo lo escuchaba atentamente, parecía obsesionado con esta chica que se llamaba Mónica.
Entonces, medio haciéndome el dormido le pregunté que le haría si tuviese la oportunidad de estar solo con ella.
Y amigos, debo confesarles que su respuesta me dejó helado.
Se bajó la cremallera de sus jeans, sacó una pija hermosa, como de 22 cm y bien gruesa, la tomó entre sus manos ante mi atónita mirada y me dijo: «le doy con esto hasta que me pida por favor que pare».
De mi boca salió un leve «guauuuu» que Fernando percibió inmediatamente.
Realmente creo que un hilo de saliva se me escapó por la comisura de mis labios. Mi pija se paró instantáneamente.
Sin dejar de menearse la pija, el chico me miró a los ojos y me dijo «¿Parece que te gustó?…¿Qué harías vos si fueras Mónica?» Una repentina tos me invadió, me hice el ahogado y me fui hacia al baño.
Mi cabeza no dejaba de pensar en esa pija. Y en esa propuesta. Volaban por mi mente cientos de cosas que yo haría con semejante pija a mi disposición.
Me lavé la cara y cuando regresé a la cama, Fernando se había quitado los pantalones y estaba con un hermoso bóxer negro que casi me infartan.
Su pija todavía bien dura marcaba su grueso contorno bajo la tela.
«¿Y…pensaste ya que me harías?» me dijo cuando llegué a mi cama. Mientras que con la palma de su mano recorría su miembro. «¡No jodas, que después no te la bancás!» respondí, y con una sonrisa él se bajó el bóxer y ofreciéndome su pija me dijo que él se la bancaba siempre.
Y me guiñó un ojo.
Estiré una mano hasta alcanzar su pija y comencé a pajearlo muy despacio. Él cerró los ojos y comenzó a gemir.
Me levanté y me arrodillé al lado de su cama, y sin dejar de pajearlo, comencé a pasarle la lengua por los huevos.
Que cosa más rica, estaban perfumados, eso me calentó muchísimo.
Mi boca fue subiendo, la lengua recorría toda su extensión hasta llegar al glande, rosado y liso, maravilloso. Jugueteaba con la punta de mi lengua, y le daba leves mordiscos a ese palo enorme que tenía para mi.
Me fui desvistiendo, dispuesto a disfrutar por todos lados lo que Fernando me ofrecía.
Él se sacó la remera que tenía y quedó completamente desnudo y a mi disposición. Chupé durante unos minutos y me tiré desnudo a su lado. Sin decir nada (en esos momentos las palabras suelen esta de más), apretó con sus manos mis tetitas, y se las llevó a la boca, mientras frotaba contra mi pierna si pija ensalivada por mi chupada.
Yo apoyando mis manos en su cabeza, la guié hasta que nuestros labios se encontraron en un beso salvaje.
Me mordió los labios, me pasó la lengua por toda la cara y el cuello.
Tomó mis manos con las suyas y estiró mis brazos por encima de mi cabeza, y apretó de tal forma que me dejó casi inmovilizado.
Se subió arriba mío y cruzando una pierna a cada lado de mi pecho, dejó su pija a centímetros de mi boca.
Yo intentaba chupar, pero la posición era realmente incómoda con semejante pija. Pero a él no le importaba, fregaba su pija y sus huevos por mis labios, por toda mi cara.
Al rato, se puso de pie y fue hasta el baño, al regresar traía consigo un pote de crema de enjuague parar el pelo, me puso de rodillas al borde de la cama y se untó los dedos con mucha crema.
La sensación de la crema fría en mi culo era impresionante. Uno de sus dedos logró entrar, y después otro.
Ya con dos dedos dentro comenzó a moverlos en círculos propiciándome un inmenso placer. Yo mientras, me masturbaba.
Cuando me notó bien dilatado, sacó sus dedos y apoyó la cabeza de su miembro en mi entrada, y empujó suavecito.
El dolor era insoportable, y sólo me había metido la cabeza.
Se quedó quieto un rato esperando que mi culo se acostumbre a ese grosor, y empujó un poco más, llegando a meterme casi hasta la mitad su pija.
Yo le decía que me dolía mucho, pero él no me escuchaba. Era ahora o nunca, volvió a empujar y me la enterró hasta los huevos.
Estrellas de todos colores aparecieron ante mis ojos, una lágrima recorría mi mejilla, pero lo peor ya había pasado.
Ahora venía el placer. Comenzó a moverse despacio, el dolor poco a poco iba dejando lugar a una sensación tan especial que no la puedo describir con palabras.
Yo ya ni me masturbaba, tenía la sensación de que iba a acabar sin tocarme, y no me equivoqué, mientras él se movía dentro de mi, mi pija empezó a vaciar de leche mis testículos sobre la sábana.
Él apuró sus movimientos, me agarraba con las dos manos por la cintura y me taladraba sin piedad.
Mientras balbuceaba: «¡Mirá como disfruta el putito, y decía que le dolía!».
Me sacudía más y más fuerte, hasta que noté que estaba por venirse, y le pedí que lo hiciese dentro de mí.
Apreté fuerte mi culo contra su pija y pude sentir como me llenaba de leche las tripas.
Cuando dejó de eyacular, la sacó y me pidió que se la chupara un rato más. Así lo hice, y la mezcla de sabores era algo inolvidable.
Se la chupé un buen rato, hasta que nos fuimos a bañar.
Y después realmente nos dormimos.
Cuando llegó el grupo, me fui a mi habitación, y le conté a Sebastián lo que había pasado, ya que él era mi confidente en estos temas desde hacía años.
Nunca había pasado nada con Seba, simplemente éramos buenos amigos.
Él no era gay. Mientras le contaba con lujos de detalles lo que había sucedido, noté como su bulto comenzaba a crecer.
Se había excitado por mi relato.
Y me lo dijo. Yo no sabía que hacer, pero él solucionó mi problema inmediatamente.
«No me cuentes más», me dijo… «Mejor mostrame como se hace».
Y bueno, como era un buen amigo, le mostré.
Pero eso, es para otra historia.