La Toyota Rav4 roja de Alejandra iba atravesando la autopista rápidamente, es difícil determinar si ella estaba más ansiosa que nosotras, los instantes en que descuidaba la palanca de cambios y la vista en la carretera para introducir la mano en su ajustado jean, mirar por el espejo retrovisor y cerrar los ojos con el contacto de sus dedos en su húmeda y ansiosa vagina era lo que me hacía sospechar del peligroso punto en que su lívido ya fuera incontenible y tuviera que detenerse en media carretera para unirse a nuestra inesperada fiesta.

Yo te tenía contra el piso trasero de la camioneta, me movía violentamente y te gemía lo irresistible que eras, con vasta maestría había sacado minutos antes tu blusa y tu sostén y me deleitaba con tu erecto pezón que a causa del movimiento del carro a veces se me salía de la boca arrancándonos a ambas gestos de desesperación; tus manos se enredaban en mi cabello, me lo halabas firmemente con el fin de que nunca fuera a alejarme de la fuente que me tenía ensimismada, movías las piernas entrelazadas con las mías en un vaivén rítmico y excitante, fruto del ritmo de la música que invitaba a la sensualidad, entrecerrabas los labios y gemías tal como en nuestro último encuentro, recordé los detalles más estremecedores de éste y me aventuré a lanzar mis manos al botón de tu pantalón «Diésel» desabrochándolo con gran facilidad, me alegró el hecho que en cada nuevo encuentro contigo te convulsionabas y lo disfrutabas como si fuera la primera vez, igual que sucedía conmigo, habías sido una enorme casualidad del destino en mi vida, encontrarte fue tener muchísima suerte, en medio de esa creciente excitación descubrí que cada día te quiero más.

Una vez con ese pantalón fuera de tus piernas me dediqué a besarte el abdomen y los muslos con el fin de excitarte tanto que cuando te tocara en tu punto clave estallaras en un orgasmo sin igual, la carretera estaba mojada, íbamos a casi 100 kilómetros por hora, era peligroso pero nos desbordaba enormemente las hormonas, no teníamos idea del lugar al que Aleja iba a llevarnos, no teníamos idea cuándo se nos había perdido así la cordura, para desnudarnos frente a esa conductora desconocida teníamos que haber estado muy excitadas, no era para menos.

Seguí lamiendo tu suave piel, esa que me contagia y me persigue en las noches, la que no se va nunca de mi mente, a veces tocaba puntos estratégicos porque se te erizaban los vellitos y estirabas con toda tu fuerza los dedos de las manos en señal de desesperación: querías que te embistiera ya, pero en mi plan aún no seguía complacerte del todo, debía lamerte de nuevo los pezones, tocarte el culo, arañarte la espalda suavemente, clavarte las uñas casi imperceptiblemente en tu omoplato, morderte la oreja y besarte, lo hice todo muy bien, sentía tu desesperación y tu inminente corrida, callé tus gemidos con un beso profundo y te hice señas de abrir las piernas, tu clítoris recibió felizmente los ágiles movimientos de mi mano, luego te penetré frenéticamente con el dedo que preferías y me separé para seguir frotando tu vagina y mirarte la expresión durante ese orgasmo tan enloquecedor.

Me sentí bastante bien, volteé la mirada y descubrí a Aleja mirándonos con una cara de morbo y una sonrisa cómplice que a nadie nunca le había visto, sonreí por el trabajo hecho y la escenita montada, me agaché de nuevo y te besé, inesperadamente y con una fuerza que no te conocía me pusiste en la misma posición en que estabas y me empezaste a tocar las tetas por encima de la blusa, las magreabas con fuerza, apretabas tus manos en mi entrepierna sintiendo las costuras del pantalón, abrí las piernas y te rodeé la cintura, nos movíamos como si me estuvieras penetrando, lo deseabas, se notaba en tu expresión, tu mirada y tus movimientos, jadeabas violentamente, me confesaste que podías tener sexo conmigo todo el tiempo, que ya no importaban los riesgos, que sentías la adrenalina al tope porque tener sexo conmigo en medio de una tormenta, frente a una desconocida y en un carro a toda velocidad te había puesto inesperadamente más cachonda en menos tiempo del normal y que ahora querías hacerme correr como nunca antes.

Me quitaste la blusa y me bajaste el sostén sin desabrocharlo, me lamiste las tetas por la parte exterior y luego atacaste los pezones, sacaste su punto máximo de erección, hiciste recorrer enormes oleadas de placer en todo mi cuerpo, sin que ninguna de las dos lo esperara Aleja ordenó con una voz muy autoritaria que me terminaras de desnudar y me empezaras a chupar la vagina, nos miramos y sin saber por qué le obedecimos, una vez sin pantalón ni tanga abrí las piernas tanto como el reducido espacio trasero de la camioneta lo permitía y vi cómo tu cabeza se hundía en mi raja arrancándome frases sueltas, gritos e inesperados movimientos, sentí que con un poco más de esas caricias iba a correrme y te lo advertí, al escucharlo Aleja buscó en un maletín que tenía en la parte delantera y te pasó un consolador:

– «Penétrala -te dijo con su habitual voz autoritaria- ¿no era eso lo que querías?»

Te quedaste mirándolo con sorpresa, yo te lo arrebaté y lo contemplé por pocos instantes. Decididamente me lo quitaste y me lo apretabas contra el clítoris moviéndolo circularmente, quería desesperadamente que me penetraras, seguías haciéndolo y a la vez me mirabas, esas miradas tan profundas me confundían por momentos, estaba descubriendo que estaba renunciando a mi casi declarada bisexualidad, esas sensaciones que experimentaba a tu lado me hacían pensar seriamente en la forma de estar más tiempo contigo, empezaba a apegarme a ti.

Me sacaste de mis pensamientos cuando sentí que me habías penetrado violenta y profundamente con el consolador, me asusté porque descubrí que Aleja miraba muy poco la carretera por concentrarse en su insistente y urgente masturbación, tú seguías sin descanso metiendo y sacando ese objeto de mí, estabas arrancándome sensaciones totalmente nuevas y enteramente placenteras, no tardé mucho en correrme, sentí la relajación de mis músculos vaginales y abrí los ojos para descubrirte observando morbosamente mi incontrolable éxtasis.

Me senté y te besé, casi siempre seguía esto, nos besábamos tan tiernamente como podíamos y nos susurrábamos el enorme cariño que nos estábamos tomando.

Recordé que teníamos una compañía y volteé a mirarla, no supe cómo habíamos llegado a eso, era extraño pero llamativo, Aleja se había corrido muy exitosamente, lo sabía por la expresión en su rostro, nos dijo que pronto llegaríamos.

Miré complacida la carta, estaba tan bien detallado que estaba segura que Cata viviría de nuevo en su mente el encuentro más loco y excitante que hemos tenido, sabía que con esto la obligaría al menos a llamarme, aunque la final intención era que me recordara tanto que al menos viniera por mí; con esta carta mi amiga entendería al menos un poco lo que yo sentía cuando estaba con ella, volví a leerla, recordé detalladamente las escenas y como «recordar es vivir» me sumí de nuevo en mis pensamientos descuidando por completo el lapicero y la escritura sabiendo sin embargo que debía continuar:

Luego de ir por ella al hotel donde se había quedado ese fin de semana con doña Clara y enterarme felizmente que regresarían a su ciudad el siguiente día en la madrugada le propuse salir a alguna parte; mi cariño por Cata había crecido cada vez más, si bien es cierto que nos unía una enorme complicidad lésbica pero a la hora de hablar con cordura siempre actuábamos como dos amigas normales, seguíamos completándonos las frases, seguíamos con los mismos gustos, aún sentíamos que teníamos una buena amistad, el nombre de «mejores amigas» me parecía más apropiado que el de «amantes» y supuse que sería correcto dedicar algún tiempo a charlar así fuera de tonterías que a calmar nuestros gustos y nuestra hambre carnal.

Después de dar vueltas por mi pequeña ciudad terminamos metidas en el primer bar con buena apariencia que encontramos pues estábamos cansadas de caminar y caminar, la charla que sostuvimos aún martilla en mi conciencia:

– «Cuando regrese a casa terminaré con Pablo. -Me dijo decidida- luego de vivir todo esto contigo descubrí que lo mío con él no es amor.»- «Yo creo que tienes razón, él está contigo por exhibirte, recuerda que eres hermosa.»- «¿Exhibirme? Tal vez, pero eso no es lo que me importa, creo que te amo más a ti.»

Cata nunca había usado esa palabra conmigo pero a mí no me parecía mal, yo también estaba empezando a amarla, quería pasar más tiempo con ella, era cierto que entraría a la universidad y que eso era razón suficiente para mudarme de ciudad, mis padres lo aceptarían y estarían tranquilos sabiendo que comparto un apartamento con una amiga (los padres de Cata tampoco verían nada extraño y accederían fácilmente a dejarnos vivir solas y juntas) pero de todas formas no podía justificar las materias que perdiera por estar ocupada en otros asuntos, me conocía bien y sabía que aún no era lo suficientemente responsable y paciente como para dedicar sólo algunas noches a mi electrizante amiga y terminaría por invertir todo el tiempo en ella.

– «Oye Andrea, te estoy hablando, estás distraída, ¡pon el café en la mesita que lo vas a regar!»

Cata me sacó de mis pensamientos abruptamente, sin pensar las cosas le dije a quemarropa:

– «¡Vivamos juntas!»- «¿Qué? -la pregunta flotó incómodamente en el aire- pues yo te adoro, pero no sé cómo sería algo así… de todas formas la idea es bastante llamativa…»

Luego de ese comentario Cata me miró a los ojos, estaba considerando seriamente esa propuesta, pero comprendimos inmediatamente que aceptarlo sería vivir con la idea de ser lesbianas, pareja, novias, situación que traería además posibles celos, fidelidad casi obligatoria y renunciar a los placeres (aunque eran pocos sí existían) de ser seducida por un hombre y admirada y otros más que la sociedad heterosexual brindaba. De todas formas lo nuestro era totalmente preferencial y sabía que tanto Cata como yo nos moríamos por vivir juntas así fuéramos sólo unas adolescentes enloquecidas.

El comentario se quedó en «veremos» porque sin darnos cuenta una chica se sentó con nosotras, decididamente ordenó un trago ligero y nos abordó de una manera sorpresiva con una extraña voz autoritaria que lejos de ser desagradable tenía mucho poder de convicción e hizo comentarios sueltos, sin dejarnos decir una palabra agregó al final:

– «Ustedes dos tienen algo, ¿cierto?»- «Algo… ¿cómo qué?»

Pregunté tratando de darle tiempo al tiempo. Ella respondió:

– «Es obvio, se adoran, se les nota demasiado, no se preocupen por mí, ¿sabían que este bar es más homo que hetero? -nos explicó la inesperada desconocida- Yo soy bisexual, estoy entre enredarme en una rápida aventura con ese hombrecillo interesante que está allí -señaló una silla a casi tres mesas de la nuestra- o proponerles algo increíblemente loco a ustedes… lo digo porque tienen cara de amar los riegos.»

Su último comentario me hizo recordar la escenita en la piscina del hotel de mi amiga, sonreí por esos placenteros recuerdos; luego miré a Cata y con la mirada le dije algo como: «Si el plan es interesante, sabes que terminaré por convencerte» ella captó mi mensaje porque con un suave movimiento de cabeza me dio un «No» rotundo para luego mirarme con cara de súplica y misericordia: Cata amaba los toqueteos conmigo, el sexo y los orgasmos, pero cada riesgo le causaba un desorden de adrenalina que en ocasiones era incómodo, pero al final era siempre placentero.

– «Mire, yo creo que usted se equivocó -dijo Cata sintiendo el ambiente mucho más pesado de lo normal- o nosotras al entrar aquí…»- «¿Qué propones?»

Interrumpí groseramente a mi amiga al preguntarle esto a la desconocida. Tomé la mano de Cata y le tiré un tierno beso como pidiendo disculpas, no sé si me las dio porque desvié la mirada atenta a la excitante respuesta.

– «Muy simple, ¡un trío!»

Sonreí ante la idea, Cata se sonrojó de tal manera que sonreí aún más al verla, ella se acercó y me susurró suavemente:

– «Andrea creo que esto es el límite, no vas a decirle que sí, ¡esto es una locura!»- «Demasiado excitante para negarnos, ¡no me digas que no te suena ni un poquito…!”- «¡Por Dios ya te pasaste! Es suficiente tener algo entre nosotras, ¡¿ahora vas a involucrar a alguien más?!»- «Confía en mí, somos dos contra una, ¡no pasará nada que no queramos!»

Me separé, le extendí la mano a la desconocida y nos presentamos:

– «Muchísimo gusto, soy Andrea, ella es Catalina.»- «Soy Alejandra, ¡mucho gusto también! ¿Entonces qué responden? ¿Lo toman o lo dejan?»

Distraje la mirada con el fin de pensar un poco las cosas, me di cuenta que se nos había ido la tarde caminando y hablando en el bar y que eran las nueve de la noche, en unas horas tendría que despedirme de Cata para no volverla a ver en un largo tiempo, me imaginé las eternas horas que pasé extrañándola, queriéndola, deseándola y ahora la iba a dejar ir tan fríamente como la vez anterior, en las vacaciones, además recordé que en ese domingo sólo nos habíamos dado algunos besos y un simple abrazo cuando la saludé en el hotel, no habíamos tenido sexo y si de experimentar se trataba la excitante propuesta de Aleja sería perfecta.

– «¡Andrea! ¡¿Vamos o no?! -Preguntó impaciente Aleja- el carro está afuera, listo a ir a donde sea.»- «¡No! -dijo Cata- ¡no iremos! Nosotros…»

Interrumpí a mi amiga halándola del brazo, yo estaba de pie y miré a Aleja para luego decirle que obviamente iríamos y no dejaríamos escapar esta oportunidad, salimos y nos montamos a la camioneta, vi el cielo blanco, la enorme amenaza de lluvia, la cara de horror de Cata, nos hicimos en la parte trasera del carro y me quedé mirando la placentera expresión de Aleja por el espejo retrovisor, encendió el motor y arrancó tan rápido como pudo, desviándose por la autopista y acelerando cuánto podía.

Me estiré y prendí la radio, puse mi emisora favorita y escuché un disco de esos que manejan un ritmo que invita al peligro, a la seducción, a la sensualidad y al sexo, llevé el ritmo y miré la enorme sonrisa de Aleja que me indicaba cogerme a Cata con frenesí. Sin rodeos, explicaciones, prejuicios ni miedos me le tiré encima y la empecé a besar tocándole violentamente el busto, sentí la presión que hacía para que me separara pero ella sabía que yo no tenía vuelta atrás, terminó por dejarse hacer y dejar pasar el tiempo hasta que se excitó y empezó a disfrutar de la escena que estábamos dándole a nuestra hambrienta anfitriona.

Fui empujando a Cata hasta acostarla en el piso de la camioneta, le desabroché la blusa casi arrancando los botones, esa música pesada me había puesto más cachonda que de costumbre y sentí el fuerte impulso de poseerla, al verla sin blusa ataqué el sostén y casi dañándolo lo desabroché, empezando a chuparle los pezones, vi cómo entrecerraba los labios, cómo gemía silenciosamente, cómo hacía esos gestos de desesperación al soltar su pezón de mi boca, le besé todo menos la vagina, haciendo que se desesperara, la besé, la apreté, la mordí y al final, cuando presentí que su corrida era inminente, le toqué el clítoris con muy óptimos resultados…

Acto seguido intercambiamos de posición gracias un movimiento violento suyo, me desnudó y me empezó a chupar el clítoris, los movimientos que hubieron antes de esa escena me habían revelado que quería penetrarme con lo que fuera e inesperadamente Aleja le había pasado un consolador bastante conveniente, pensé que estaba pasando de una corta bisexualidad a una placentera homosexualidad, volví a recordar las ideas de vivir con Cata y todo eso, pero lo consideré confuso en ese momento, de repente sentí la profunda penetración y la agradable sensación del consolador dentro de mí para luego experimentar un arrebatador orgasmo y descubrirla mirándome con morbo luego de la vivida experiencia.

Alejandra se había masturbado peligrosamente mientras manejaba y ahora tenía una cara de placer que aunque la hacía ver conforme revelaba de alguna manera que aún quería mucha más guerra. Al poco tiempo habíamos llegado a un pequeño pero muy elegante bloque de apartamentos, parqueamos el carro y entramos en un cómodo apartamento adornado con muy buen gusto.

Me había quedado mirando los detalles que le daban el toque tan acogedor a ese lugar, al tiempo que trataba de imaginar a quién pertenecía ese apartamento, cuando me volteé descubrí a Cata con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, sintiendo las manos que apretaban sus tetas por encima de la blusa mientras ella estaba situada delante de Aleja.

Sentí unos celos enormes, ¿quién diablos se creía Alejandra para tocar a MI chica de esa manera? Descubrí que eso tarde que temprano tenía que pasar, aceptar esa loca invitación incluía infidelidad entre Cata y yo y la obligación de vernos disfrutando del sexo en brazos de una «aparecida», sentí un vacío en el estómago y no me excité ni en lo más mínimo viendo esas imágenes, me quedé quieta y no supe qué hacer; Cata fue la primera en rogarme que saliéramos corriendo cuando escuchó la idea de Aleja y ahora que yo misma la había llevado a eso la veía disfrutando con una cara de placer sin igual, contrario a lo que esperé de esta situación, esas escenas estaban carcomiéndome por dentro.

Traté de relajarme aunque fuera un poco, en un difícil movimiento Cata logró abrir los ojos y salir de su feliz disfrute poniéndose a mi lado:

– «Tenías razón, fue una buena idea.»

Y empezamos a besarnos, Aleja se perdió de vista, regresó unos segundos más tarde con una bolsa, no pude saber exactamente qué contenía pues el impreso de la tienda en la bolsa no se alcanzaba a ver bien. Cata me desnudaba rápidamente, a veces se relajaba y dejaba de proporcionarme violentos magreos para tratar de traer a colación mi ternura con suaves caricias, pero la excitación podía más y regresaba a los movimientos frenéticos sobre todo mi cuerpo; al menos estaba saliendo de mi asombro y mi irritación y estaba empezando a sentir un hilillo de placer que se hacía cada vez más copioso y oportuno.

Sin esperarlo Aleja me haló hacia atrás, me hizo voltear la cara y besarla, el primer beso de mi vida con otra chica que no fuera Cata, me gustó, tanto que pensé peligrosamente en renunciar del todo a mi bisexualidad; mientras era desvestida por completo por mi amiga Aleja seguía besándome con pasión y desenfreno, una vez desnuda ellas se desvistieron también, mientras se besaban o se tocaban morbosamente y cuando no teníamos ni una prenda encima empezamos realmente con la acción.

Cata, presa de un impulso que yo desconocía, empujó a Aleja y la tiró pesadamente sobre la alfombra, le abrió las piernas y se hundió sin preámbulos en su húmedo e hinchado clítoris, empujándolo, chupándolo, lamiéndolo y tocándolo sin ningún tipo de orden.

Aleja estaba acostada así que Cata se encontraba agachada a la altura de su vagina y podía verse desde una perspectiva bastante provocativa su chorreante sexo y su redondo culo, mientras se cimbreaban deliciosamente durante la labor. Al verme tras ella, Aleja estiró la mano y me tiró la bolsa, reconocí la inscripción: era de un sex-shop, sonreí maliciosamente y volteé todo el contenido en el piso, Cata se separó un instante y miró el reguero de jugueticos, me miró como cuestionando cuál usaría o qué le haría, pero me limité a hacerle una mueca ordenando que siguiera en su trabajo.

¡Realmente que decisión más difícil! Esa tal Alejandra era realmente una ninfómana, tenía cosas que yo nunca antes había visto, objetos con extrañas inscripciones, tarros con contenidos desde olorosos hasta coloridos, pero pensé que no era el momento de mirar qué tenía y qué no, tenía que pensar cuál de todos esos objetos usar en el provocativo panorama que tenía enfrente.

Aleja se dio cuenta de mi inexperiencia con los juguetes y se separó con gran esfuerzo de mi amiga, se sentó a mi lado y me dijo mostrándome un pene de doble punta antes de regresar a su lugar:

– «Usa este, es delgadito, así que puedes metérselo por donde quieras sin que le duela, un poco de lubricante y ya está. Cuando lo hagas, puedes metértelo por el otro lado, el disponible.»

Me quedé mirando el objeto, realmente estaba haciendo las cosas muy lentamente porque Cata se separó de nuevo de la vagina de Aleja y tomó el juguete insertándoselo sin problemas, yo me acerqué, me incorporé un poco y me penetré tal como Aleja me había propuesto, empecé a moverme un poco más fuerte que Cata, como empujándola desde atrás, de modo que pareciera yo fuera la única que la penetrara. Era realmente increíble la sensación de ser penetrada mientras a la vez me cogía a Cata.

Unos minutos más tarde Aleja continuaba en el piso, Cata generosamente sobre su chorreante vagina y yo puesta atrás penetrando y siendo penetrada por Cata con el juguete que Aleja nos había propuesto. Obviamente Aleja se vino más rápido, llevaba más tiempo, cuando se repuso un poco se separó haciendo que Cata se apoyara en los codos sobre la alfombra y cerrara los ojos gracias al doble placer que yo le estaba dando: ahora no sólo la estaba penetrando con el juguete, me había untado un poquito de lubricante en los dedos y con suavidad los metía en su ano, miré a los lados, me encontré a Aleja terminándose de acomodar uno de esos consoladores que vienen pegados a una tanga, ni siquiera la excitación, el ambiente, ni un momento como aquellos impidió que me riera, Cata se volteó y me miró, al igual que Aleja, realmente ese tipo de juguetes yo sólo los había visto en películas porno y siempre me habían parecido bastante cómicos, cuando pasaban esas escenas me reía más de lo que me masturbaba y esta no fue la excepción, Aleja esbozó una sonrisa y luego, mientras se me acercaba untando lubricante al aparato, me dijo maliciosamente, como sintiéndose burlada:

– «Vamos a ver si te da tanta risa después de mostrarte cómo se usa…»

Una vez acomodada detrás de mí me hizo abrir un poco más las piernas y a pesar de que yo ya estaba siendo penetrada me hizo incorporarme un poco hacia adelante, me puso la punta del aparato en el culo y empezó a empujarlo con muchísima suavidad, de modo que no fuera a dolerme, sacándolo cuando menos me lo esperaba y arrancándome copiosos gemidos de placer al retirarlo; como yo ya llevaba un buen rato penetrándome mutuamente con Cata la hice llegar al éxtasis y haciendo que se retirara un poco me incorporé perfectamente y me puse de forma que la penetración que Aleja llevaba a cabo fuera completa y profunda, ella no se hizo rogar y terminó por meter el aparato, para asombro de las tres, hasta la base, tan profundo que grité al principio, era la primera vez que alguien -o algo- me penetraba por ahí.

Cata me hizo levantar un poco, se metió debajo de mí y empezó a chuparme el clítoris con afán mientas aprovechaba para esculcarle bajo el aparato a Aleja, pellizcándola y penetrándola por momentos, a veces lo hacía con tanta maestría que Aleja descuidaba el movimiento rítmico de sus caderas por soportar el placer que recibía de los ágiles dedos de Cata pero al sentir que yo la empujaba, tratando de llamar su atención, regresaba a la normalidad y cimbreaba de nuevo sus caderas.

Como Cata estaba debajo de mí y yo tenía que agacharme un poco me pegué de su aún chorreante vagina y la succioné con ganas; ellas dos ya habían tenido su orgasmo, faltaba el mío, estaba recibiendo tanto placer que la explosión pareció nunca acabar, luego de esto Aleja sacó el aparato y me senté para tomar aire, Cata se acercó y me besó, yo llevé una mano a su busto y otra a mi clítoris, pero ella, muy atenta, me llevó la mano hasta su clítoris y puso la suya sobre el mío, seguimos besándonos, pero no contenta me soltó y me metió una de sus piernas bajo una de las mías, haciendo una especie de tijera de modo que nuestras vaginas quedaran en contacto total, empecé a moverme pero al instante permití que el trabajo lo hiciera sólo Cata: estaba muriéndome de placer, apenas tenía fuerzas para sostenerme; Cata separaba a veces una mano de su apoyo y apretaba sus tetas con soltura; las muecas y expresiones que hacía eran de total morbo y eso me ponía a cien, miré a mi lado y vi a Aleja recostada en la pared, con un vibrador que de sólo verlo excitaba más, penetrándose totalmente mientras veía nuestros movimientos.

En un momento Cata me tomó de la cintura y me apretó, cerró los ojos y se acercó aún más, dio griticos consecutivos y se sonrojó, había llegado al orgasmo, le dije que me esperara y sonriendo siguió frotando nuestras vaginas y acariciándome el busto y la espalda, efectivamente alcancé el éxtasis momentos después y me separé casi acostándome para respirar y recuperarme, pero aún no estaba cuerda cuando sentí a Aleja pesadamente sobre mí besándome y lamiéndome ágilmente desde las orejas hasta el cuello, ella, a pesar del vibrador, no se había venido aún y aunque bien pudo alcanzar el orgasmo prefirió esperar y hacerlo así, fue bajando hasta mis pezones, que casi mordía y mirando hacia atrás le dijo a una ya recuperada Cata que lubricara bien el vibrador y se lo insertara en el ano, ella no se hizo rogar, cuando tenía el aparato totalmente lubricado cambió de idea y prefirió hundir su cabeza en el panorama que Aleja le brindaba, arrancándole gemidos y movimientos bruscos, Cata estiró sus manos y le tomó las tetas, apretándolas también, finalmente me vine y tras de mí Aleja con grandes movimientos y cómicos griticos.

Me quedé acostada, en estos últimos 15 minutos había resistido mucho, Aleja tenía demasiada resistencia, sentía que las fuerzas me faltaban y cerré los ojos, oí, en medio de mi merecido descanso, nuevos gemidos y el roce de la piel cuando se hace con frenesí y ganas, abrí los ojos para averiguar qué pasaba y me encontré a mis amigas en un 69 bastante excitante, aunque Aleja estaba puesta debajo y no se movía mucho, mi amiga se encargaba de chuparla con ganas y de cabalgar sobre ella pesadamente, al notar que Aleja no se esmeraba mucho en la labor descubrí que también se encontraba muy cansada, tanto, que al final descubrió el vibrador que mi amiga había dejado muy bien lubricado y listo en el piso y sin advertencias la penetró con él, ella, sorprendida, se despegó por un instante de la vagina de Aleja, luego trató de regresar, pero nuestra amiga hacía el trabajo demasiado bien que terminó por separarse definitivamente y dedicarse únicamente a recibir tanto placer.

De nuevo Aleja no quiso advertir nada, sacó el aparato de la vagina de mi amiga y la penetró, con suficiente suavidad, por el ano, haciendo que Cata se calmara un poco, presa del temor que le doliera, no fue así, una vez penetrada se empezó a mover, al igual que la mano de Aleja sobre el vibrador, aumentando de nuevo sus gemidos, sus movimientos, sus gestos. Cata llegó al merecido orgasmo entre una bulla impresionante, que lejos de ser desagradable, era totalmente excitante, de todas formas, sentí que quería descansar un poco más.

Traté de hacer la cuenta del número de orgasmos que había sentido, pero me dio pereza pensar, traté de poner mi mente en blanco cuando sentí que Aleja y Cata se ponían a lado y lado, totalmente cansadas, respirando pesadamente y cerrando los ojos por largos instantes, pensé que finalmente nuestra escena se había acabado, miré el reloj, hice cuentas, ya eran las 11:10PM, debía tener en cuenta el tiempo que tardamos en llegar aquí y otros detalles, al final descubrí que me era imposible determinar durante cuánto tiempo habíamos tenido sexo, pues todo había iniciado en el carro y además no sabía si aún quedaban sorpresas, me senté, Cata se estaba quedando dormida, pensé que debíamos apurarnos pues Cata no podía tardarse mucho, descubrí luego que Aleja me estaba mirando mientras se despejaba la boca para decirme en son de burla y en el fondo presa de un verdadero interés:

– «¿Y tú quién eres? es decir, ¿qué haces? Te encontré de repente, cumplí mi fantasía de un trío con dos desconocidas, ahora creo que seré adicta al sexo todo el resto de mi vida gracias a ustedes dos, me interesa saber al menos a quién traje a mi casa y quiénes fueron las responsables de hacerme sentir más de tres orgasmos en menos de dos horas.»

Me reí, me acosté otra vez, debía tener presente llevar a Cata a su casa a una hora que no fuera muy tarde, ella tenía que madrugar, de todas formas lo que Aleja decía era cierto, teníamos que saber con quién habíamos tenido tremendo sexo, además estaba cayendo tremenda tempestad así que me pareció oportuno esperar un poco.

Antes de responder miré a Cata, estaba dormida, tiernamente dormida, me dije a mí misma que la dejaría descansar mientras me encargaba de averiguar quién era Aleja, respondí:

– «Tengo 17 años, salí del colegio el año pasado. Conozco a Cata hace cinco meses, en unas vacaciones a final de año, ella no vive en esta ciudad, lo de nosotras empezó allá en nuestras vacaciones, nos volvimos a ver el viernes con la esperanza de tener el sexo que tanta falta había hecho en este tiempo, pero jamás creímos que llegaríamos a esto…»- «¿O sea que ésta es la segunda vez que tienen sexo?»- «No, en las vacaciones teníamos cada que podíamos y desde que ella llegó ayer hemos aprovechado cada oportunidad. Ahora tú, dime algo de ti.»- «Yo tengo 18 años, soy bisexual desde los 15, me había dado ocasionales besos con mi mejor amiga presa de una enorme curiosidad y un día, tras avanzar lentamente, terminamos desnudas aquí en mi casa, experimentando nuestra primera vez con una chica. Luego de eso a ella le costó mucho asumirlo y dejamos de hablar, ahora sólo nos saludamos, es realmente una pena, yo de verdad la quería. Después de eso los encuentros con mujeres ocurrieron muy pocas veces, por falta de chicas, tiempo o lugares, hasta hoy, en que ocurrió esta maravillosa coincidencia. Además los anteriores siempre eran en presencia de un hombre, por eso digo que después de lo vivido hoy tal vez sea adicta al sexo con las chicas para siempre.»

Hablamos otros 15 minutos, le comente lo incómodo que había sido pasar cinco meses sin Cata, le dije que mejor recuperara a su anterior amiga, después de esto seguramente la extrañaría como a nadie. Miré el reloj, pronto sería media noche, le expliqué a Aleja que Cata partía al siguiente día y que no podía tardar mucho, ella comprendió y se ofreció a llevarla a ella al hotel y a mí a mi casa en su camioneta, se lo agradecí sinceramente. Nos vestimos y me incorporé para despertar a Cata, casi sonámbula se puso la ropa, por tanto sueño que tenía decía cosas sin sentido que a Aleja y a mí nos hacían reír copiosamente, por fin en el carro nos acomodamos de la misma forma en que estábamos cuando veníamos, pero esta vez, yo sostenía a Cata y le acariciaba el cabello para que durmiera plácidamente. De repente me puse a darle besitos en todas partes y ella terminó por despertarse, se volteó y me besó como era debido, empezamos a tocarnos y a calentarnos, pero esta vez era con mucha ternura, no queríamos más sexo, queríamos hacer el amor, no sabíamos en cuanto tiempo nos volveríamos a ver.

Aleja, no sabiendo si estaba más excitada o más enternecida terminó por desistir de masturbarse otra vez y mejor mirarnos con un hilillo de envidia en los ojos mientras nos llevaba lentamente, para darnos más tiempo, a casa. Cuando Cata y yo acabamos pronto llegamos a su hotel, me bajé y la acompañé hasta la puerta de su habitación, se me encharcaron los ojos cuando le di el abrazo de despedida, prometimos, al igual que en nuestras vacaciones, seguir hablando con asiduidad y procurar vernos pronto.

Aleja me llevó a mi casa, me confesó que le gustaría tener alguien como Cata… o como yo, insistí en que buscara a su anterior amiga y me despedí con un sincero abrazo.

Hoy tengo 24 años, me he visto con Cata muchas veces más, ella efectivamente terminó con Pablo y creo que él aún no se explica por qué, yo estoy haciendo el traslado de la universidad para irme a vivir a su ciudad, con ella. Hace poco me encontré a Aleja, iba con una chica: había recuperado a su amiga y felizmente vivían juntas, también me confesó que vernos aquella noche en tremenda ternura la había puesto demasiado sensible y no quería regresar a casa sola, por eso regresó al bar y se encontró aún al hombrecillo interesante, regresó con él a casa y tuvo nuevos orgasmos, que la ayudaron a despejar su mente, sonreí al recordar su fogosidad, ella por su parte se alegró al saber que Cata y yo estaríamos viviendo juntas en menos de dos meses.

Tengo que terminar la carta, Cata y yo convenimos que nuestros recuerdos de adolescentes son los que más celosamente guardamos, pienso que éste escrito será tremenda sorpresa para ella. O tal vez la sorprenda más con lo que tengo aquí a mi lado para regalarle: uno de los mismos chocolates que ella le robó al papá para regalarme el día de nuestra primera vez, uno de los mismos que le regué en la comisura de los labios, el causante de todo lo que pasó en nuestras vacaciones.