Capítulo 2
- Mi sirvienta me llevó para ser usada
- Mi sirvienta me llevó para ser usada II
CHARLINES
Me senté en la mesa de la cocina y desayuné. Nada más terminar, me sentía algo mareada y me subí al cuarto a tumbarme en la cama, me había entrado mucho sueño de repente.
Cuando desperté estaba colgada del techo, con mis manos atadas a una cadena. Hacía frío y lo sentía mucho, intuí que estaba desnuda y el lugar olía a humedad, seguramente era un sótano o algo así. Tenía la boca muy seca y no sabía cómo había llegado allí.
Aunque podía apoyar bien los pies en el suelo, me dolían los brazos de estar colgada, no sabía cuánto tiempo llevaba así. Un pequeño resquicio de luz entraba por las rendijas de la tarima que había sobre mí. Intenté gritar, pero tenía la boca tapada con una bola de goma, que apenas me dejaba emitir sonidos. Se escuchaban voces, risas y algún grito de mujer.
La verdad es que me estaba empezando a embargar el miedo. Tras lo que me pareció una eternidad, apareció Virtudes con un hombre. Un hombre rudo, gordo y mal parecido, este hombre era el marido de Virtudes. Sus manos eran como un martillo pilón y tenía una siniestra sonrisa. Se me acercó lentamente y apretó mis pechos con ambas manos, manos rugosas que lijaron la piel.
- Tiene buenas tetas esta putita.
Bajó sus manos a mi culo y lo azotó con la palma. Creí morir, un ardor desconocido calentó mis carnes. La bola en mi boca acalló mi grito.
- Jajaja la putita no está acostumbrada a estas caricias.
- Virtudes, hoy le castigaré ese hermoso culo, mañana sus tetas y al día siguiente la descolgamos y dejaremos que se reponga y vuelva a caminar. Esta puta será buena para servir las mesas.
- Como usted diga don Genaro, creo que será una buena puta.
Virtudes salió de ese cuarto lóbrego y húmedo. Don Genaro, como así quiso que le llamara, acarició todo mi cuerpo, entreteniéndose en mi coño. Esas manos me raspaban de tal manera que parecía que me iba a levantar la piel. Me dio varias vueltas alrededor y se paró en mi espalda. Me acarició el culo, sus manos raspaban mucho y la caricia no era muy placentera. Sin previo aviso, su gorda mano se estampó con suma fuerza en mi trasero, joder… cómo dolía. Mi culo se calentó rápidamente. Alguna vez me había azotado mi marido, pero para nada tan fuerte.
Casi sin descanso me volvió a azotar, varias veces, en la número doce perdí la cuenta. Tenía el culo ardiendo, un calor extraño atravesaba mi cuerpo, subiendo hasta mis pezones. Era algo raro, nunca lo había sentido. Don Genaro me dio la vuelta y se puso frente a mí. Me miró a los ojos y sonrió.
- Menuda cara de puta se te ha puesto.
Apretó con suma virulencia mis pezones, los apretó durante un rato. Yo me creía morir, parecía que me los fuera a arrancar, pero extrañamente, mi coño se inundó. La mezcla entre el dolor, y el calor en mi culo, me producía un extraño placer. Cuando soltó mis pezones y los acarició en su punta, me corrí, me corrí como pocas veces me había corrido.
- Muy bien putita, muy bien, serás una buena puta, por la cuenta que te trae.
Sacó unas pinzas de su bolsillo y primero me mordió un pezón con la pinza, creía morir de dolor. Después me mordió el otro e inexplicablemente, me volví a correr.
- Tranquila putita, en poco tiempo te dejará de doler.
Me dio agua de un cazo y me dejó ahí colgada. Mis brazos me dolían horrores, pero mis pezones los tenía como anestesiados. Esa noche me quedé dormida de puro cansancio. Pensaba en como el cabrón de mi marido me había vendido a esa puta y a don Genaro. La sangre me hervía, pensaba en ese cabrón y como me había tratado. Seguro alguna le prepararía si salía de ahí.
Mis pensamientos pararon, cuando una muchacha de poco más de quince años se me acercó y me dio algo de comer. Comí con ganas, tenía mucha hambre, también me dio agua y procedió a lavarme con una esponja. Tenía mis pechos llenos de babas por la bola y con el polvo tenía también una fina capa negra sobre ellos.
- Hija hueles como un gorrino
La muchacha me lavó, diría que, con cariño, no se entretuvo en exceso en parte alguna de mi cuerpo, pero me lavó con esmero. Al pasar por mis pechos, el dolor volvió, pero rápidamente volvió a desaparecer. Tenía los pezones extremadamente sensibles. La muchacha me dedicó una sonrisa y salió.
Me quedé de nuevo sola y atada a esa cadena. Los brazos me dolían horrores y casi ya no los sentía. Creo que sería medio día, cuando don Genaro apareció en el sótano, tras él iba una mujer bastante entrada en carnes con una bata abotonada por delante que buscó una silla y se sentó en ella.
Don Genaro se acercó a mí sonriente, me apretó los pechos y el dolor volvió como un navajazo.
- Tranquila putita, tranquila, ahora sabrás lo que es el dolor.
Acercándose a una de las pinzas, la abrió y creí que mi pezón se caía rebotando en el suelo. La bola de mi boca me produjo un dolor como nunca había sentido. Creí que me desmayaba ahí mismo. Pero don Genaro acercó su boca al pezón, produciéndome una extraña mezcla entre el placer y el dolor.
Estaba como en una nube, cuando observé que la mujer que había venido con don Genaro había abierto su bata y con dos de sus dedos, se abría también el abultado coño donde asomaba un clítoris de un par de centímetros por lo menos. La mujer lo había untado de saliva y observando la escena se masturbaba con cierta lentitud.
En estas estaba cuando don Genaro soltó la otra pinza y ahora si perdí el conocimiento. No sé cuánto tiempo estuve así, pero desperté en el suelo con las manos en la espalda y me habían quitado la bola de la boca. La mujer estaba frente a mí, con su coño abierto y su clítoris expuesto.
- Ahora le vas a chupar el coño, como tú quieras, pero tendrá que correrse en dos minutos. Una vez pasen los dos minutos, te daré un latigazo con este pequeño látigo, cada quince segundos, hasta que se corra. Ah no se ocurra chillar, si lo haces serán dos latigazos más cada vez. ¿lo has entendido?
Yo asentí con la cabeza, cabeza que la mujer asió en sus manos y me acercó a su coño. El coño estaba húmedo y la verdad me daba un poco de asco. Ella me acercó a su sexo y yo torpemente lo lamí de abajo arriba, no lo había hecho nunca. La mujer movía mi cabeza refregando todo su coño por ella.
- Un minuto.
No sabía qué hacer y saqué mi lengua y empecé a lamerla. La mujer me dejó hacer, pero me mantenía pegada a su sexo.
El primer latigazo me pilló por sorpresa y chillé, chillé fuerte y otros dos me cayeron seguidos. Estos los acallé acercando mi boca al hinchado clítoris. Lo sorbí, para amortiguar mi chillido y la mujer gimió. Ya sabía lo que tenía que hacer, ataqué ese inflamado órgano con mis labios y mi lengua, hasta conseguir que la mujer se corriera regando mi cara. Aun así, había recibido seis latigazos más que se notaban en finas líneas rojas que resaltaban en la blanca piel de mi culo.
- Muy bien putita, ahora serás mi esclava y trabajarás para mí en el bar. Si no lo haces recibirás una buena paliza diaria hasta que cedas, ¿tú verás?
No tenía opción, si no obedecía, me pegaría una paliza diaria y ese hombre pegaba duro. Me lanzó un vestido que tapaba lo justo, si me agachaba se me vería el culo.
- No se te ocurra ponerte ropa interior, a partir de ahora ya no la vas a necesitar.
Yo asentí con la cabeza. La mujer a la que había comido el coño, me agarró de la mano y me llevó a una habitación.
- Esta será tu habitación. Este es un pueblo alejado de todo y a partir de ahora tú serás la nueva atracción. Cuanto más ganemos mejor vivirás, mejor comerás y mejores serán tus cuidados. Así que ya sabes, se una buena puta y procura que el bar esté lleno y dejen un buen dinero. Las propinas son tuyas así que serán íntegras para ti. Todos los días al finalizar, yo misma te las daré.
- Gracias, señora, procuraré ser una buena puta.
Ahora mismo solamente era un trozo de carne, un trozo de carne que tenía que ganarse el sustento dejándose vejár cada día y cada segundo de ese día. El bar no abría sus puertas hasta las siete de la tarde que era cuando los hombres terminaban su trabajo e iban a tomar una cerveza.
Ese día, mi primer día, me lavé el pelo, me peiné y me vestí con el único vestido que tenía. Era un vestido blanco con botones por delante y como ya dije, justo me tapaba el culo.
Tras vestirme, coloqué mis tetas dentro del vestido para que se viesen más atrayentes. Bajé cinco minutos antes de las siete y me presenté en la barra. Don Genaro me miró y me dijo.
- Suéltate dos botones, contigo tenemos una mina de oro.
Tras darme un azote en el culo, me sonrió.
- No se te ocurra protestar a ningún cliente y se amable con ellos.
Yo me dispuse tras la barra y colocaba los vasos y las copas limpios en su respectiva estantería. Sobre las ocho el bar se empezó a llenar, hasta esa hora, apenas habían entrado tres hombres que aún permanecían ahí.
- Deja la barra y ve a servir por las mesas.
Salí de la barra y se levantó un revuelo de murmullos. Fui caminando entre las mesas, mientras mi culo era acariciado sin descanso. Pero en una de las mesas donde había cinco hombres, al llegar uno fue más osado y metió su mano entre mis piernas y su dedo en mi coñito. Mientras sus compañeros se decidían qué tardaron un rato, él no dejó de meter su dedo en mi coño.
La verdad es que sabía lo que hacía y empecé a calentarme y lubricar, el hombre lo notó y me sonrió mientras metía otro dedo. Tenía los dedos gordos, muy gordos y me llenaba entera.
- Esta putita se deshace entre mis dedos, mírenla cómo me busca.
Realmente yo acompañaba el movimiento de la mano subiendo y bajando mi cuerpo. Estaba a punto de tener un orgasmo. Mi respiración se agitó y me corrí en el momento que un dedo atravesó mi culo. El hombre de mi coño sacó sus dedos goteando y se los llevó a la boca. El que profanaba mi culo aun siguió un rato hasta que todos decidieron que tomar.
Estaba muy caliente y mi coño chorreaba mostrando en mis piernas esa excitación. Volví a la barra y los llevé con una sonrisa, su consumición. La noche fue transcurriendo con toque por todas las partes de mi cuerpo, pero el bar hizo una buena caja y yo también.
Caliente como una perra me fui a dormir casi a la una de la madrugada. Al día siguiente, don Genaro en el desayuno se me acercó y acariciando mi pecho con sus manos rugosas, me dijo.
- Ayer lo hiciste muy bien, el jueves, que habrá más gente, quiero que les bailes, tú sabrás lo que has de hacer para ganarte un buen dinero. Ese día te dejaré usar ropa interior.
- Gracias don Genaro, yo me encargaré.
Los nervios se apoderaron de mí, yo desnuda, ante un montón de hombres ¿cómo lo haría? Una cosa es provocar, insinuar, pero desnudarse, no sé, creo que me quedaré con la tanga y ya iremos viendo. El martes y el miércoles pasaron sin pena ni gloria. Unos magreos por aquí, el dedo en el coño por allá…
Esos días hubo muy buena caja y cada vez había más hombres en el local. Yo estaba contenta y me trataban muy bien, la verdad, me empezaba a gustar ese morbo de ser la muñequita de todos.
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