Divagaciones de una mujer casada
¿Saben?, somos una pareja de Laredo, Tamaulipas; México. Mi esposo y yo siempre platicábamos del sexo y de tantas cosas que se podían experimentar, hasta que un día ya decididos, lo logramos…
Recuerdo que era un día como hoy, pero del mes de diciembre cuando hicimos una cita con un hombre conocido virtualmente para formar un trío.
Llegó la hora de la cita, mi esposo sumido en sus pensamientos y yo temblado por ser mi primera vez en este medio, y más aún, mi primera vez con un segundo hombre que no fuera mi marido.
Yo sudaba, mi corazón palpitaba más fuerte en cada paso que daba, y la distancia se me hacia más corta; el ruido de los coches, el rechinar de las llantas, rompían el eco silencioso que reinaba en mi mente.
De pronto, un hombre parado frente a nosotros nos sonreía amablemente…
– ¡Hola, soy yo!-, nos dijo. -¿Y ustedes?, la pareja-
– Sí-, le contestamos casi al mismo tiempo.
Después del protocolo de presentación y haciéndole saber que no disponíamos de mucho tiempo, nos dirigimos hacia un hotel.
Él tomó su carro, y nosotros el nuestro. Yo seguía temblando y mis manos sudaban, era un miedo combinado con la emoción; mi boca reseca, mis ojos y mis oídos atentos a cualquier comentario de mi esposo; ya a lo lejos el vehículo rodaba a gran velocidad con el hombre que pronto me tendría con su verga en mi boca.
Todo fue tan rápido que de pronto ya estábamos entrando a la habitación; mi esposo y yo nos miramos y con esa mirada silenciosa sin palabras nos dijimos mutuamente ¡HAZLO!
– ¡Entra mi reina!-, susurró mi marido…
– Si papito-, le contesté.
Ya adentro de la habitación, los tres nos sentamos en la cama. Pues bien, me armé de valor y rompí el silencio diciendo:
– Si me permiten, pasaré al baño-, y los dejé solos.
Ya en el aseo, entrecerré la puerta para escuchar lo que pudieran comentar y escuché que platicaban entre ellos; escuché cómo le decía ese hombre a mi marido, que todo iba a salir bien, etc. Salí del baño y tomé asiento en la cama:
– Pues bien-, dijo él tomándome de las mejillas. ¡Qué guapa es tu esposa!, permíteme felicitarte-, y se paró pasando hacia el baño.
Estábamos mi marido y yo sumidos en nuestros pensamientos, cuando se dejó escuchar un chorro de agua de la ducha, que caía tan fuerte que mi imaginación voló tan lejos, que pensé en el tamaño y grosor de su pene; pero ya era demasiado tarde para arrepentirme de lo que estaba a punto de suceder. El muchacho salió y se sentó junto a mí diciendo:
– Chiquilla, mi chiquilla linda… ¡Mira nomás cómo estas temblando!-, y me tomó entre sus brazos deslizando su mano dentro de mi diminuto vestido.
Sentí como tocaba mi vagina una y otra vez mientras que su lengua recorría toda mi cara y mis tetas; ya para entonces estaban mis pezones completamente erguidos. Cerré mis ojos y con movimientos temblorosos y torpes, toqué su miembro, un falo que sólo en las películas había visto; duro y grueso.
Me desvistió lentamente y yo hice lo mismo; él sin dejarme de besarme, tomó mi cabeza y lentamente me llevó a su macanota que golpeó ligeramente mi boca. Yo buscaba a mi esposo, quería sentirlo también… ¡Qué me diera seguridad!, y así lo hizo.
Ya desnudos los tres, sentí esos dos trozos de carne dentro de mi boca; el hombre no dejaba de chulearme y decirme piropos…
Poco a poco me acomodó de manera que pudiéramos mamarnos los dos, y así lo hicimos. Él con esa experiencia que lo caracterizaba lamió mi vagina muy rico; al grado que todo me daba vueltas.
Y yo, con su verga dentro de mi boca, la que empecé a chupar tan fuerte y a la vez, tan delicado. Sentía su jugo chorrear por mis mejillas mientras que mi esposo nos miraba emocionado, sabía que aunque no me tocara, él estaba disfrutando.
Fue cuando mi cuerpo se estremeció y dejé salir un berrido de mi garganta; ese jadeo caracterizado por un función erótica. Empecé a gemir y gemir, aprovechando mi trance emocional, el muchacho que hasta hacía unos momentos le tenía miedo, ahora lo estrechaba contra mi cuerpo y a gritos le pedía que me la metiera.
– Métemela papito, cógeme mi rey-, le repetía y él muy ingrato seguía lamiendo mi cuca.
De pronto grité tan fuerte que mi esposo brincó, prácticamente saltó hacia la cama.
– ¿Qué tienes chiquita? ¿Qué tienes mi vida?-, me decía…
– Nada papito, nada… –
– ¿Cómo que nada?… Mira nada más cómo te tienen-, y el hombre haciendo gala de su experiencia, me nalgueaba una y otra vez, diciendo:
– ¿Te gusta, mami, te gusta, chiquita?-
– Sí, si… Más, más… Te juro que jamás me habían cogido así, tú eres el segundo en mi vida papacito… ¡Ay papi, cuánto estoy disfrutando!-
– Dime que te gusta, dime anda, dime por favor-, y así con un movimiento brusco caí bocabajo jadeando de placer…
De mis poros brotaba ese olor a sexo, y fue ahí cuando sentí que mi cuerpo recibía algo extraño por mi parte trasera… Grité con todas mis fuerzas, y a la vez, buscaba a mi marido para saber que era lo que estaba pasando, pues esto no estaba dentro de nuestra aventura. Mientras que ese hombre que a escasos minutos lo acababa de conocer se movía rítmicamente, y me murmuraba al oído:
– ¿Te gusta mamita? ¿Te gusta putita?-
– Sí, si me gusta. Muévete más y más… –
Poco a poco se fue haciendo más lento el movimiento hasta quedar lo dos completamente estables; fue cuando mi esposo se acercó abrazándome y besándome en los labios…
– Estuviste formidable-, me dijo mi maridito…
Se recostó, y yo en recompensa de la felicidad que había experimentado, me monté en él, abriendo mis piernas y acomodando su reata en mi vagina; y entre gemidos y gemidos, ese hombre que teníamos como invitado, nuevamente hizo de las suyas. Se montó sobre mí y me penetro por mi culo. De veras que fue algo cachondísimo, que no logro comunicar por este medio. Y es que sentirse enchufada por dos vergas, es algo soñado.
Sentía como se juntan las dos reatas dentro de mi cuerpo… No, no lo puedo describir; es aquí donde me tiemblan las manos, donde mi corazón palpita y mi mente se detiene por la emoción. Y después, ya montada sobre mi marido, seguía moviéndome al ritmo del vaivén con el muchacho trepado sobre mí, con su trozo dentro de mi culito, y hacía sus movimientos más acelerados, pero bien sincronizados, sin ser lastimada por ninguno de los dos. Sentí como el chorro de leche entraba dentro de mi ano, mientras que la verga de mi esposo también se relajaba… Ahí nos quedamos sin movimiento alguno, yo en medio de los dos, sin hablarnos sin decir nada y así terminamos.
Nos vestimos, y salimos del hotel, sintiendo una oleada de aire que cubría mi cuerpo, un aire que jamás había sentido. El hombre se despidió y nosotros nos retiramos. Pero esta velada no podía terminar aquí, pues ya eran las 11:45pm y decidimos caminar sobre la Avenida Guerrero, calle principal de esta ciudad. Al frente teníamos un centro nocturno; y el movimiento de la gente nos invitaba a divertirnos. Recuerdo que caminamos hacia el norte por esa avenida, el ruido de la gente me dio la idea de probar mis dones de mujer fatal, y mientras seguíamos caminando, empecé a mover mis caderas y con ese vestido tan diminuto que llevaba puesto, mis nalgas casi quedaban al descubierto.
Cada paso que daba sentía que se me subía más, y más el vestido; y el rozar de mi pantimedia era como una invitación a gozar el sexo. De pronto nos paramos y mi esposo me dijo:
– Chiquita, esta es tu noche, vive lo que ya empezaste-, ¡me proponía dejarme solita!… -Yo te cuidaré a distancia-, y así de repente me quedé sola…
Vi mi reloj, ya eran las 00:37… Caminé respirando profundo por esa avenida principal, moviendo rítmicamente mis nalgas; mientras caminaba otra vez el ruido de mi pantimedia estaba ahí, confundido con el sonido de mis zapatillas. Los muchachos que pasaban junto a mí, me decían cosas que no alcanzaba a entender; al voltear hacia atrás, vi a un par de hombres caminaban aprisa, tratando de darme alcance. Los carros se paraban para verme, pues mi vestido dejaba ver toda mi figura femenina, mis redondas y paradas nalgas eran ya en ese momento el centro de atracción. De repente escuché una voz diciéndome:
– ¿Cuánto mamacita?… -, yo ruborizada por lo que me estaban diciendo, me armé de valor y contesté:
– ¿Cuánto qué?-
– Si mi reina, ¿cuánto por tus nalguitas?, ¿cuánto por toda la noche?… –
Y fue ahí que sentí en mi cuerpo algo muy bonito, sentí que podía ponerle precio a mi cuerpo y a la vez, disfrutar de las vergas que tanto me enloquecen, y hasta tener la opción de escoger a mis amantes. Ya con ese pensamiento seguí caminando con un movimiento más acentuado, movía mis caderas, pero al cruzar la calle, recuerdo que era la “Venezuela” porque tiene nombre de un país, sentí que escurría algo entre mis piernas; me toqué discretamente y olí mis fluidos procurando que nadie me viera, y descubrí que era el semen, que por el movimiento de mis caderas empezaba a salirse de mi cuevita, semen de mi esposo, pues con él, no uso preservativo. Al verme así, lo primero que se me ocurrió fue entrar al centro nocturno.
Recuerdo que era el “Golden”, no se me olvida pues, tiene nombre de joven y yo en ese momento me sentía adolescente al sentir chorrear el semen por mi vagina, esa vagina que por largos años permaneció para un sólo hombre, ahora había probado lo rico de la vida. Ya adentro, me dirigí hacia una mesa; hasta ahí llegó un camarero; pedí una bebida, y no terminaba de decirle cuánto era cuando un caballero se acercó y dijo:
– Lo que consuma la señorita, yo lo pago-, acepté coqueteándole a la vez.
– ¿Brindamos?-, le dije levantando mi copa y la bebí toda.
Al momento ya me estaban sirviendo la siguiente… Después de unos minutos, nos paramos a bailar; ya en la pista me tomó de la cintura y me empezó acariciar y a besar lentamente mi cuello, después, mi boca, mientras que una mano la deslizaba tocando mis nalgas y tratando de separar mis redondos cachetes traseros con su dedo y tocando el hilito de mi tanga y dejándolo soltar. Yo a la vez, le palpaba la verga con la rodilla y él metía su pierna dentro de las mías; y así pasaron varias melodías. Yo me sentía como reina, pues era un lugar que jamás había pisado; de pronto sentí que su mano se metía en mi cuca y tuve que abrazarlo más para que no se viera, pues había mucha gente sentada.
No supe que pasó, pero conforme pasaba la melodía, sentía que los otros hombres que estaban bailando, también me agarraban las nalgas, mientras que mi hombre seguía masturbándome y fue cuando me pidió las nalgas, diciéndome:
– ¿Entonces que mi reina, cuanto por tu culito?… ¿Me recuerdas?, soy yo el que te las pidió primero allá afuera-
– Si papi, tócalas, son tuyas; agárralas, siente lo nalgona que estoy-, y metiéndome las dos manos, me manoseó sabroso.
Sacó una mano y la metió por delante…
– Mami, ¡te estás chorreando!-
– ¡Ay sí!… Sigue, sigue así-, y volvió a insistir…
– ¿Cuánto por toda tú?, tienes un culo riquísimo… Anda di que sí-, yo ya casi desnuda y en la pista de baile le dije:
– ¿Serías capaz de pagarme 50 dólares por este culo que he conservado para ti?… ¡Mira papito!, todos los hombres me están viendo como me muevo… ¿Serías capaz de pagarme?… –
– Si mamacita, sí… Tus nalgas me tienen loco desde que te vi saliendo del hotel, te pago eso y más chiquilla… –
Fue cuando le agarré fuertemente la verga y le dije:
– Papi, si me pagas seré tu esclava y haré todo lo que me pidas en esta noche-, y viendo el reloj me dijo.
– No culona, son las tres de la mañana, sólo hasta las seis es suficiente-… y así casi desnuda, me sacó del centro nocturno.
Un poco mareada, me le prendí del cuello y me dejé conducir hacia la salida, él sin dejarme de acariciar mis nalguitas me sacó a la calle, y así con una mano dentro de mis pezones y la otra tocándome las nalgas, me pedía:
– Muévelas más mi reina, más sexy-
– Ay papi, parezco puta-
– ¿Y no lo eres cabrona?-, me dio una nalgada, y yo, haciendo gala de mi trasero lo dejé mover lo más cachondo que podía.
Los hombres me chiflaban, los carros pitaban y gritaban:
– Móchate güey… ¿Cuánto por la vieja?… Es mucha hembra para ti-, y yo más me movía.
Se me hizo cortita la distancia que caminamos para llegar a la Suburban de modelo reciente, y entre beso y beso, me tomó de la cabeza haciéndome un movimiento, me pidió que se la mamara; y por supuesto que se la mamé…
– ¿Me vas a pagar?-
– Si mami-, y en ese momento sacó cinco billetes de a diez dólares… -Tómalos mamacita con esto compro tu hermoso cuerpo por el resto de la noche-
– Si papito soy tuya-, y mamándosela dentro de la camioneta emprendimos el viaje rumbo al hotel.
Mamaba y lamía su falo por las calles de Laredo. En un movimiento logré ver el pino de fin de año, que en esas fechas estaba en la plaza; yo empinadota y con mis nalgas de fuera, estaba ahí. Mamé y chupé la verga de ese hombre que ya me consideraba de su propiedad, y así de repente paró la marcha y me dijo:
– Bájate chiquita-, al sentarme volteé hacia atrás y logré ver la cortina de una cochera eléctrica.
– ¿Dónde estamos?-
– No temas… -, y abrazándome y tomándome de mis nalgas, me empezó a desvestir.
Yo lo empecé a besar, pero me dijo:
– No ricura, yo te voy a coger… -, sentí el cambio de vocabulario.
Ya desnuda, me cargó y me llevó al interior de la casa, acostándome en la recámara, me empezó acariciarme lentamente. Tocaba mis nalgonas, mi culito y sentía deslizar su mano dentro de mis piernas; me clavó lentamente su dedo en mi ano, mientras que con su boca me metía la lengua dentro de mi papaya. Seguí mamándole la verga, deslizando mi lengua sobre el tallo y el glande, los huevos y su pecho; él a la vez, seguía chupándome mi raja y mi culito. Me tomó de las piernas y echándoselas al hombro, en el momento que se ponía el condón y me dejo ir su verga lentamente por mi trasero, mientras, me besaba en la boca.
Cambiamos de posición y me ensartó por la vagina. Me sentía desmayar por la felicidad que estaba sintiendo. De repente me dijo:
– Ahora si nalgona, sentirás lo que es ser realmente una puta… Es el momento que sientas lo que es verga… –
– ¿Qué pasa papacito?-, le decía yo.
Sentí un escalofrío cuando se dejaron ver seis hombres, ya junto a la cama, con las vergas bien paradas, al momento que él decía:
– Ahí la tienen es toda de ustedes, nomás páguenme, así fue el trato… -, y vi como cada uno de ellos sacaban sus billeteras y le pagaban a mi galán.
Comprendí en ese momento que era víctima y que me estaba vendiendo. Al momento, uno de ellos me tomó de los cabellos y con fuerzas me atrajo hacia su pene ya completamente mojado y babeando por el semen; se lo empecé a mamar, mientras que otro me mordisqueaba las nalgas, y otro me lamía mi papaya completamente mojada de leche; otro más por el cuello… Eran tantas manos que mi cuerpo se hizo diminuto, sintiendo todo mi cuerpo mojado, oliendo a semen. Mi vagina, mi culito, mis chiches, mi boca, mis ojos y todo, estaban humedecidos por el semen que emitían las vergas que en ese momento tenía en todo mi cuerpo.
Tomándolos de los huevos, les lamía la verga, uno por uno; después, a todos juntos. Era tanta la calentura que no me di cuenta hasta que estaba ensartada por mi vagina, montada en el más gordito, mostrando mi redondo y carnoso culo a los demás, y así facilité que me ensartaran otra verga por mi trasero; ya penetrada por las dos partes, no faltó otro que me la diera en la boca, mientras que los otros dos me mordían con gran placer mis pezones. Y así en movimientos rítmicos, se dejó sentir la leche por mi recto, tomando el lugar el que tenía en mi pezón derecho, un hombre bien vergudo, que cuando me la metió, se dejó escuchar mis aires intestinales, llenándolo de emoción, y al mismo tiempo, dándome de nalgadas. Y entre gritos de placer, siguió el otro, el del otro extremo de mis pezones.
Ese hombre, me agarró de las greñas, diciéndome:
– Ábrete de patas hija de la chingada, que mi verga será la que sólo se venga dentro de tu lindo bizcocho; que por eso pagué para sentir tu linda raja-, y sin pensarlo más, me ensarto con todas sus fuerzas, haciéndome gritar de felicidad, pues me tocó la parte más sensible, la parte del placer.
Con las patas para arriba y con toda la verga adentro, se la empecé a mamar al otro, a ese que todavía no me había cogido; de repente sentí chorrearse en mi boca, haciendo un movimiento hacia un lado, dejé que todo el semen escurriera por mis mejillas. Así me tenían cuando brincó uno sobre la cama y me tomó de los brazos, cargándome; y él otro me tomó de los pies, bajándome de la cama. Dos de ellos me tomaron de las manos y el otro de un pie y el otro del otro pie, levantándome en peso, mientras que otro se acostó en la alfombra con la reata bien parada, me subieron y me bajaron en peso, ensartándome por mi culo, esa verga. Mientras, yo gritaba de dolor y placer a la vez, y en un momento me dejaron sobre ese hombre que era el último que me faltaba… Yo sobre el cuerpo del hombre, ensartada por el bizcocho.
Me moví lentamente hasta sacarle la leche… Se levantó y me quedé inmóvil bocabajo, con mis nalgas hacia arriba, como pidiendo más verga… De pronto sentí que me bañaban con sus orines, eran todos ellos que no cesaban de reírse y con las trancas bien paradas, dejando salir sus meados que caían en mi cuerpo… Yo inmóvil, seguí ahí, sin decir ni hacer nada, sólo disfrutando… Me volteé dejando al descubierto mi bizcochito todo bien cogido, recibiendo ese líquido dorado y tibio en todo mi cuerpo, en mi cara, en mi pelo, en mis chiches, y en todo mi cuerpo completamente mojado con semen y con líquidos dorados…
Me paré y me sentí borracha y toda temblorosa… Volteé hacia todo alrededor pero no vi a nadie, estaba sola; di unos pasos y sentí caerme, apoyándome en la pared, caminé hacia una ventana, corrí la cortina y ya estaba amaneciendo. Como pude me dirigí hacia un buró y ahí estaba una nota, que decía: «Mamacita, te esperamos en el mismo lugar, aquí tienes tu pago»…, y ahí dentro de una cajetilla de cigarrillos estaba el dinero, que todavía conservo conmigo. Lo tomé y caminé hacia la puerta así desnuda como estaba, pues no encontraba mi ropa; yo recordaba que me la había quitado en la cochera.
Al salir, ya había amanecido, vi hacia la calle y allá fuera estaba mi vestido todo enrollado, mis medias y mi tanga; mis zapatos casi a media calle. Sin pensarlo salí así desnuda y los tomé tan rápido y regresé… No me di cuenta que estaba un taxi estacionado, me vestí y salí, en el momento que el taxista me decía:
– Señorita, tengo instrucciones de llevarla adónde usted me diga-, y así como pude, me subí al taxi y le dije:
– Por favor, lléveme a… –
Me senté adelante y me recosté en sus piernas, lentamente le saqué la verga y se la empecé a mamar…
PD Mi esposo es un caramelo, y nos queremos de verdad.