Sucedió en un mal momento de nuestra relación. Meses sin saber de él, de ellos. Así que un día, sin más, llegué al gimnasio casi de madrugada, y a un entrenador con argolla de matrimonio que me miraba por atrás hace años le pedí que me ayudara con unas máquinas.

Quería sexo, solo eso. Y su instinto de macho como mi torpe curiosidad coincidieron. En el gimnasio casi vacío a esa hora en que aun no aclaraba me apoyó de mis glúteos al alongarme, me acompañó apegado a mi espalda en la remadora haciéndome sentir los músculos de sus brazos, o entre las pesas me sostuvo desde mi cintura abrazándome mas tiempo del necesario. Estaba claro que deseaba él como yo. Es la proxémica de los gimnasios.

Cuando llegó mas gente y salía para el trabajo se acercó y así, al pasar, me invitó a conocer unas nuevas máquinas. “Están en bodega y las estoy probando, y me gustaría hacerlo contigo, tu también vienes los viernes y sábados por las tardes, podría ser ahí…”. Claro, sabía perfectamente que días iba, lo que me dio seguridad, quiero decir, seguridad que se había fijado en mí, que le interesaba. “Qué lindo, sí, hagámoslo, me encantará, tú me dices” le comenté sin detenerme y escapé entre asustada y algo presumida.

Tengo cincuenta años, y al gimnasio van chicas de 20. Es cierto que estoy en muy buena forma, mucho boxing me deja delgada, fuerte de piernas y una cintura de menos de 60. Y soy bastante bonita, frente ancha, nariz respingada y labios delgados. No soy alta, no, y visto como oficinista traje sastre y tacos de 10 centímetros y ando siempre apurada no sé porque. En el trabajo me llaman a mis espaldas “la muñeca del diablo” por lo de bonita y mala entiendo. Y es cierto, me ha tocado despedir mucha gente.

No fui el viernes al gym, (no quise parecer muy interesada), pero sí el sábado a última hora. Iba decidida a todo. Lo peor que me podía pasar, pensaba, era que él no estuviera o que se hubiera arrepentido, sabía que eso castigaría mi ego y me costaría mucho reponerme, o tener mal sexo, quiero decir, que fuera un tipo de mecha corta como dicen. O violento. Me pasaba miles de películas…

Guardé la ropa en el casillero y salí al salón ansiosa y sorprendida por mi osadía. Si no está, no era para mí, pensé. Pero estaba. Tomé una trotadora y en el reflejo del vidrió vi que conversaba con otro entrenador. Quince minutos después busqué una multifuncional y cuando la ajustaba se acercó “Tienes que usar este cinturón con esta máquina, para cuidarte la espalda” me dijo amable y ayudó a ajustarme un cinturón muy ancho, como de boxeador, que aprieta y me deja mas acinturada de lo que soy. “Luego te vengo a buscar para bajar, no te canses” susurró sonriendo a media voz.

No es muy alto, un metro setenta y como ochenta kilos, tiene poco pelo y toma anabólicos. Claro ha pasado su vida en gimnasios. Y ancho de brazos y piernas. Duro y algo tosco como todos los entrenadores del Fitness. Y casado. Me pregunté quién sería su esposa. Si se imaginaría que su marido se tira a una alumna mayor que él y seguro que también de ella.

Hice flexiones con cuidado, pero la máquina igual exigía mucho. Pensaba en cuanto tardaría en regresar y llevarme a la bodega. Pasé de longar piernas a los brazos. Hacía meses que no tenía sexo, y en verdad no era que lo necesitara. Debiera escapar, de ir a recoger mis cosas y regresar a mi departamento. Pero me quedé, tenía curiosidad de cómo sería el tener sexo después de JL. Después de haber dejado que me usara como me usó, que me entregara a sus amigos para sus perversiones por años, y reconozco que no podía evitar rescoldos de vergüenza, emociones que permanecían vivas sobre mi piel.

Mi entrenador volvió sonriente. “Vamos”, me dijo, “mi señora distribuye al lado y debí ir a dejarla, Despejado el camino. Y no, no te saques la correa ni las muñequeras, que vamos a ver las máquinas”. Me pareció de mal gusto que hablara de su esposa. También era cierto que bajaba a ver las máquinas, y si había entendido todo mal? Si solo quería mostrarme las máquinas?. Estúpida, me dije, seguro que quiere mostrarme máquinas, como puedo ser tan imbécil. Por eso habla de su esposa. Me dieron ganas de regresar. No. Estoy mal.

Sí, mal. Jorge Luis, JL mi amante, no me ha llamado hace meses. Así que estoy sola nuevamente. 24 años de casada, abandonada de un día para otro, y ahora me deja mi amante. Y este tipo, entrenador… quizás nunca me miraba mi trasero, quizás jamás pensó en nada conmigo, y yo. Yo haciéndome ideas. Así descendimos hasta la bodega inmensa solitaria y helada, era como el estómago de un viejo barco encallado. Cerró unos portones de fierro que recién traspasáramos y encendió unos focos sobre una multifuncional inmensa negra reluciente que como las fauces de un dinosaurio (están de moda los dinosaurios por eso lo digo) se abría dispuesta a recibir a su presa. Postergué mis deseos de decirle que me quería ir y no pude evitar en pensar en una silla de ginecólogo.

“Te atreves? A probar la máquina?, es modelo que es muy complejo y por eso no salió comercial, permite de todo, acostarte como en un caballeta, darte vuelta para flexiones, separar piernas y brazos y regular la resistencia, tiene manillas y también brazaletes que te atan a ella inmovilizándote… súbete” Me invitó mientras bajaba el taburete a mi altura y me tomaba de la mano y me ayudó así a que silenciosa me sentara en ella. “Sabes, puedes antes bajarte el pantalón, verás que se siente mejor, ahora estamos solos” El timbre de su voz me sonó con un dejo entre urgido e imperioso y titubeé, era rebelarme o someterme. Y tenía mas costumbre en lo segundo.

Puse los pies en el descanso y bajé los legis de mi sudadera, tenía un hipster negro elasticado que era pequeño y me protegía bien. Me senté nuevamente en el banquillo y dejé que me pusiera ambos tobillos sobre los posa-pies a cada lado de la máquina. Los rodeó con una gruesa cinta adherente negra atándolos uno a cada lado. Luego separó los posa-pies que arrastraron mis piernas abriéndomelas frente a él.

Estaba en zapatillas y medias, con un protector hipster, un cinturón negro anchísimo y un muy ajustado peto. Apoyé recta mi espalda al respaldar y respiré profundo. “No te preocupes de nada, solo déjame a mi, de acuerdo?” y sentí el calor húmedo de su cuerpo rozando del mio. Los focos solo alumbraban el lugar donde estábamos dejando sus fronteras en tinieblas pobladas de embalajes y máquinas y estantes desarticulados. El silencio abrigaba cierta perversidad.

  • “De acuerdo” le dije son una sonrisa. No había que tener mucha imaginación para saber que vendría. “Solo me preocupa que no haya una cámara. A tu señora no le gustará que te vean acá, conmigo, así en calzones además”.
  • “Si, hay solo una a la entrada, allí afuera, en el pasillo, pero la apagué antes de bajar” tomó mi mano, abrió el adhesivo de la muñequera, me la subió y rodeo apresándola junto a una manilla sobre mi cabeza al tiempo que su pecho quedaba sobre mi cara la que sintió la tela de su camiseta. Su pecho estaba caliente y no olía mal.

Se alejó unos centímetros tomó mi otra mano y de igual forma la dejó atada sobre mi cabeza, no era el manos arriba que te ordenaba jugando el entrenador, sino el ángel de codos cual alas atrás y arriba y las manos sobre la cabeza y los pechos adelantados. Luego rodeó mis codos con anchas cintas adhesivas y las ató a las protecciones de los fierros para brazos.

  • “Esta es la máquina que quería mostrarte” me dijo retrocediendo y mirándome.

Estaba sentada en calzón, las piernas separadas, los brazos atrás sobre mi cabeza también atados y separados por esos brazaletes de género reforzado que hacían que mis pechos quedaran expuestos exageradamente delante de mí, con esa luz encima y rodeada de silencio y oscuridad.

  • “Intenta juntar piernas y codos, acá se marca la resistencia”, indicándome al parte interna de mi pierna, con sus dedos. Se había acercado mucho a mi nuevamente y detenido entre mis piernas, y me preguntó “me permites” posando toda su mano en la parte interna de mi pierna.

Estaba inmovilizada absolutamente, atrapada en esa máquina. Aun traspiraba por la posición en que me había puesto, seguro me brillaban las axilas y mis pechos se han visto planos por el peto que en esa posición escasamente los tapaba. Era el momento en que debía pedirle que me soltara, suéltame o grito, o dejarle seguir y ya tenía una idea de cómo se daría ello. O como me daría yo.

  • “Claro” le dije, y a media voz “te permito… sigue”

Subió su mano por la parte interna de mi pierna inmovilizada, pasó lento sus dedos por sobre la tela del calzón y se detuvo allí, la mantuvo sobre mi sexo. Me miró a los ojos y no soporté su mirada. Bajé mi vista consternada. Mi respiración se alteraba ostensiblemente y me mordía un labio.

  • “No vendrá nadie, no?” Susurré.
  • “Nadie, como mi esposa dices?, o tu esperas a alguien” me preguntó haciendo chiste y sin dejar de acariciar mi sexo sobre el calzón ya húmedo.
  • “Claro como tu esposa”
  • “No, la María no baja acá, es mas no sabe de este lugar” lo dijo subiendo su mirada hasta mis pechos que el peto acusaba no poder ocultar lo parado de mis pezones “pero podría haber una sorpresa, digo, alguien mas podría bajar” murmuró como pensando en voz alta.

Su pantalón corto ya no podía ocultar su erección, primero pensé que usaría un protector que se lo mantenía apretado pero no, ahora se alzaba notoriamente.

  • “Cuéntame…, a ti te gustan las sorpresas?” Lo preguntó de forma tan inocente, tan transparente que no resistí un; “Te confieso que sí, claro, me pueden gustar” y antes de terminar de decirlo tomé conciencia de mi error. Me mordí un labio, Me puse mas roja de lo que estaba y esbocé un “son bromas”
  • “Claro son bromas“ me dijo y subiendo su mano tosca hasta mi cuello rodeándomelo con otra gruesa cinta adhesiva negra con la cual me lo selló al fierro que estaba en el respaldar.
  • “Estas lista muñeca”, me dijo y agregó luego de mi mirada de espanto y sorpresa, “eeehhhyyyy no me mires así, acá todos saben que en tu trabajo te dicen la Muñeca del Diablo. Lo contó un ingeniero que te trabajaba allí contigo y te vio un día acá. No, tu no lo viste. Y no sabes que mas dijo….”

Su cercanía y mi inmovilidad, el calor de su cuerpo y junto a mis piernas desnudas, sus manos ásperas que habían aprisionado mi cuello hacían que mi sexo se humedeciera esperando su violación.

  • Qué más dijo? Pregunté mas por un formalismo que por real curiosidad, quería tener sexo ya, ya. Y sabía que él sabía. Y se movía entre mis piernas, lento, dándose el gusto.

La perversión a la que me había entregado hacía mas angustiosa mi rendición y sentía que el tormento de mis músculos atrapados, de mi senos dilatados, ese sometimiento, me hacía ver fácil, depravada, corrupta. Me miró, recuerdo que me miró a los ojos. Se dio vuelta hasta casi salir de esa isla de luz en medio de la bodega fría y oscura, y cogió algo de las estanterías ya desahuciadas entre un ring de boxeo y unas colchonetas, y regresó con una tijera en sus manos y clara decisión. Sin preguntarme, desde mi estómago y sobre ese cinturón de boxeador comenzó a cortar el peto dejando mis diminutos senos saltar descubiertos, sudados y duros. Llenos de deseo. Luego metió un dedo atravesando el calzón que también cortó. Se bajó algo el pantalón, lo suficiente para que saltara delante cual gimnasta un sexo de como 20 centímetros rojo, duro y húmedo en su punta. Me miró a la cara y luego sin decir palabra medio se agachó, y con un hábil forcejeo que seguro había hecho muchas veces antes, subió el asiento al cual me había atado dejando mi entrepierna a la exacta altura de su verga.

Mis pechos subían y bajaban frenéticos, medio me mordía los labios, y mis manos aunque atadas temblaban, tenía que tener las pupilas dilatadas, y unas gotas de sudor me caían por las sienes. Con una mano se afirmó de la parte alta de la máquina y con la otra apuntó su arpón, que sin titubear dejó sentir su cabeza en mi vagina y luego empujó, sin dilación ni cuidado, empujó y me atravesó una violación brutal, violenta, profunda. Me traspasó. Sin asco alguno me traspasó, ensartándome en él.

Afiebrada de voluntad buscaba participar pero no me había percatado de cuan inmovilizada estaba a esa máquina. Solo podía intentar adelantar mi cadera pero era inútil. El subió su otra mano a la parte alta y sujeto allí movía su cadera penetrándome como gimnasta que era. El collar me ahogaba y los brazos tenían ronchas donde trataba de moverlos pero era imposible. Un vasto río de escalofríos, de lodo húmedo y cálido caía desde mi espalda y se aposentaba en mi bajo estómago pesando como sacos de arena. Mis ojos hipnotizados por esas caderas que golpeaban mi entrepierna y el pelo apelmazado cubriéndome la frente pastosa me acusaba violada, y cada golpe me abandonaba a su voluntad hasta que no lo soporté mas y me vine toda por entre mi estómago y ese dulce calambre bajó a mi entrepierna hasta hacerme desfallecer. Gemía. Gemía como perra mientras esa masa de músculos que ya solo alcanzaba a presentir frente a mi sudaba. Apretaba los labios, se colgaba de las manos y me llenaba de esperma caliente. Suspiré.

Todo fue escurriéndose entonces pausado, sin diálogos ni preguntas. Su verga se contraía lenta mientras mostraba su sonrisa satisfecha entre sus axilas depiladas y sus bíceps brillantes. Lo que quedaba de mi colgaba de esa máquina. Ni una sonrisa, parco me soltó muñecas, codos y el cuello del respaldo, lo que me dio un respiro.

  • “Qué mas dijo?” Volví a preguntar con el poco aliento que me quedaba, estirando torpe mis delgados brazos.
  • “Que eras frígida” respondió después de un rato.
  • “Ya, ya…” murmuré desilusionada, molesta , “Y tú, ¿le creíste?”
  • “Bueno, tenía mis dudas. Incluso habían apuestas.”
  • “Apuestas?”
  • “Con mi socio acá y el que era administrador y que supimos lo de Muñeca del Diablo”.
  • “Tu, y quienes mas… qué socio acá?”
  • “Ese, el amigo que está allí”. Y en la penumbra se dibujaba, de pie, inmóvil, otro de los entrenadores, mirándome quien sabe desde cuándo. Y una corriente helada trepando como gusano de mil pies me subió por mi columna.

Continúa:

Me interesa saber que opinas en faglar2244@hotmail.com