Carla y yo habíamos planeado un juego. Ella aceptó mi desafío: vestirse provocativa para tentar a los técnicos que venían a instalar el router. Yo me escondí en el mueble, cámara en mano, listo para registrar la escena y después reírnos juntos. Lo que no esperaba era que el juego se descontrolara.
Carla apareció con un short de pijama diminuto, que apenas cubría sus nalgas y se le metía entre las curvas, y un top viejo, roto y corto que dejaba entrever su piel. Coqueteaba con ellos, sonriendo, caminando de manera sexy, dejando que sus ojos hablaran más que sus palabras. El joven técnico, inexperto, no podía dejar de mirarla, mientras el mayor intentaba disimular, aunque era evidente que también estaba prendido.
Cuando terminaron la instalación y preguntaron si necesitaba algo más, Carla los miró fijo, me buscó con la mirada de reojo, y dijo con voz cargada de picardía:
—Sí, necesito algo… hace mucho que estoy sola. Lo que necesito es verga.
Dicho eso, se arrodilló frente a ellos, sacó la lengua y los miró con una sonrisa descarada. Los técnicos se quedaron helados un segundo, hasta que el joven, excitado, sacó su miembro y se lo ofreció. Carla lo tomó con una mano y comenzó a chupárselo con ganas, tragando profundo, haciendo sonidos húmedos que llenaron la habitación. El mayor no resistió más: sacó la suya, más grande y gruesa. Ella alternaba entre uno y otro, llenándolos de saliva, tragándoselos hasta el fondo, disfrutando tanto como ellos. Los hombres gemían y la agarraban del pelo para marcarle el ritmo, y Carla se dejaba llevar, encantada.
—Me encanta tenerlos a los dos… usen mi boca todo lo que quieran —murmuró entre jadeos.
La escena se volvió desenfrenada. Se la metían de a ratos, uno tras otro, mientras ella gemía y se tocaba entre las piernas, ya empapada de deseo. Después de varios minutos, el mayor le dijo con voz firme:
—Desnudate. Quiero ver todo ese cuerpo.
Carla obedeció. Se sacó el top y el short, quedando completamente desnuda, la piel erizada, los pezones duros de excitación. Se abrió con una mano y empezó a tocarse frente a ellos.
—Soy suya, fóllenme duro. Quiero que me usen como a su puta.
El joven la tumbó de espaldas y la penetró de una sola embestida. Carla gritó y arqueó la espalda, recibiéndolo con placer. El mayor se puso a su lado y le metió la verga en la boca mientras el otro la follaba. Sus gemidos quedaban ahogados por la garganta ocupada, mientras se estremecía con cada movimiento. Sus tetas eran manoseadas, su cuerpo sacudido sin pausa, y ella lo disfrutaba al máximo.
El joven no aguantó mucho. Se apartó y Carla, jadeando, lo miró con los labios húmedos y abiertos.
—Quiero tu leche en mi cara —pidió.
El chico se corrió con fuerza, bañándole la cara, la boca y la lengua. Ella lo lamió toda, chupándose los dedos con una sonrisa excitada. Mientras tanto, el mayor la tomó de los brazos, la puso a cuatro patas y, de una sola estocada, se la hundió toda. Carla gritó, moviendo las caderas para recibirlo, jadeando cada vez más fuerte.
—¡Más! ¡Dame más! —gritaba.
El joven, aún excitado, se acercó de nuevo y le ofreció su verga en la boca. Carla lo tomó con avidez, gimiendo ahogado mientras el mayor la follaba brutalmente desde atrás. Era puro desenfreno: dos hombres usándola a la vez, y ella entregada, completamente feliz.
El mayor aceleró el ritmo, cada vez más salvaje, hasta que Carla suplicó:
—¡Acábate adentro! ¡Llename toda!
Con un gemido ronco, él se corrió profundo dentro de ella, descargándose sin piedad. Carla acabó al mismo tiempo, temblando entera, con las piernas cediendo bajo su propio peso.
Los técnicos, exhaustos, se vistieron y se fueron, todavía sorprendidos por lo ocurrido. Carla quedó en el suelo, desnuda, sudorosa y con la piel húmeda de semen, sonriendo con satisfacción.
En ese momento no pude resistir más. Salí de mi escondite y me acerqué a ella. Carla, todavía de rodillas, me miró con picardía.
—¿Te gustó el show?
No respondí. La tomé de la cintura, la puse en cuatro y la penetré de golpe. Carla gritó, aún sensible, pero empezó a moverse contra mí, pidiéndome más. La follé con fuerza, con toda la excitación acumulada al verla ser usada por otros dos. El sonido húmedo de nuestras embestidas llenaba el cuarto, mezclado con sus gemidos sin control.
No aguanté mucho. La embestí hasta el fondo y acabé dentro de ella, gimiendo con fuerza. Carla acabó conmigo, estremeciéndose de placer. Quedó tirada en el piso, agotada, pero con una sonrisa cómplice.
La ayudé a levantarse y la llevé a la ducha. La lavé suavemente, en silencio, mientras ella me abrazaba con ternura. Después nos acostamos, exhaustos, entrelazados. Ninguno dijo nada: lo que había pasado ya estaba marcado en nuestros cuerpos.