Capítulo 1

El chico va despacio por el sendero. Por suerte es noche de luna nueva y todo el camino se ilumina para él, como si hubiera un reflector apuntando en esa dirección.

El único sonido que se percibía a la distancia era el de los grillos.

Se sentía algo sobrecogido, extraño, si se quiere. Tal vez porque había escuchado ya demasiadas historias de fantasmas y de maníacos o por el temor natural de los seres humanos a lo desconocido, el caso es que la noche y sus secretos lo asustaban un poco, no lo podía negar. Trató de tranquilizarse recitando una rima, pero hasta su voz se oía extraña en solitario.

La blanca toga que llevaba, sujeta con un broche dorado, hacía que le picara todo el cuerpo. Estaba desnudo bajo la toga; el roce de la tela contra su cuerpo se sentía algo raro, era una sensación que experimentaba por primera vez. El frescor sobre sus partes y la fricción contra sus tetillas y la fina piel de su trasero le irritaba un poco, es cierto, pero lo excitaba a partes iguales; tanto que se retrajo el prepucio por debajo de la tela, para sentir el roce allí también, llevándose a la boca un poco de precum que se había acumulado.

Apuró el paso y, cuando llegó a la primera línea de abetos, se internó en el bosque. Aspiró profundamente; siempre le había agradado el olor del abeto mojado por el rocío. A pesar de toda su expectativa por el encuentro, aquella sobrecogedora sensación aún no desaparecía; por momentos, incluso se sentía observado, volteaba la cabeza constantemente, pero no había allí más que camino y árboles.

Siguiendo el sendero entre los abetos, llegó al claro del bosque. La plataforma de las sandalias era muy delgada y casi sentía los guijarros en las plantas. Se sentía desfallecer al momento de recostarse de la gran roca que se encontraba allí.

Se puso en lordosis, como si esperara a algo o a alguien. Debía tener la adrenalina disparada al máximo, ya que el corazón le latía casi en las sienes y transpiraba profusamente. En aquellos momentos no tenía ni la menor idea de si lo que alteraba sus signos era el miedo o la excitación.

De repente sintió un crujido de ramas a su espalda y luego gruñidos. Resolló tres veces y obtuvo cinco resuellos en respuesta a los suyos, de lo que sea que estuviese detrás de él. Estos ruidos deberían haberlo asustado, pero contrario a eso, una sonrisa pícara asomó a su rostro.

Una criatura peluda se acercó sigilosa al chico, quien podía sentir su ronca respiración erizándole los vellos de la nuca. Uno supondría que por instinto debería correr, pero el muchacho se quedó allí en lordosis, con su culito elevado al aire.

El mancebo sintió aquel par de manos, o lo que fuera que tuviera esa cosa, tomando los extremos de su toga y elevándolos hasta el primer tercio de su espalda. La curvatura de su espalda relucía como el lomo de un pez y su pálido trasero brillaba a la luz de la luna.

Una de aquellas manos de pelo hirsuto se apoderó de sus tetillas y comenzó a acariciarlas; los pezones erectos del chico lucían como dos pequeñas montañas, tanto por el aire cortante de la noche como por las hábiles maniobras de la criatura. Aquel muchacho empezó a gemir y elevó el trasero aún más.

El chico estaba ahora erecto y su rosado balano dejaba escapar varias gotas de precum. La criatura comenzó a masturbarlo lentamente con la mano libre, mientras se reclinaba en su espalda. El chico sentía el velludo púbis de aquella bestia sobre su trasero desnudo.

La criatura apuntó el balano de su peluda verga justo contra el hoyito del chico y comenzó a presionar, abrazándolo por el estómago. El joven sentía aquella verga intrusa abriéndose paso entre sus carnes; el roce del pelo en su mucosa era demasiado para él, estaba a punto de venirse, pero resistió como pudo.

La criatura se seguía recargando sobre su espalda mientras empujaba. Era una suerte que estuviera recostado de la roca; de lo contrario, no habría podido resistir ni su peso ni sus fuertes embestidas.

Ambos estaban sumamente excitados. Los gemidos casi femeninos del muchacho se mezclaban con los guturales gruñidos de esa cosa. El chico sintió el chorro dentro de sus mucosas, unos pocos segundos antes de eyacular profusamente contra la roca.

La criatura salió con todo el cuidado que pudo del interior del muchacho; tenía unos modales muy finos para ser una criatura del bosque. Los dos se rodaron y se recostaron exhaustos contra la roca.

Luego, la criatura del bosque emitió el sonido más extraño que ninguna criatura del bosque pudiera emitir.

—¿Tienes la toma?

Un nuevo crujido de ramas se sintió y ambos vieron asomarse la silueta de una chica.

—Por supuesto, Matías confirmó, Perla. —Esta vez nos quedaron mejores que nunca.

—Eso significa que ya puedo quitarme esta cosa.

Matías tiró de la máscara hacia arriba y esta salió por completo. Mostrando la cara de un chico de rizos negros, pecas y labios gruesos.

La máscara era de un sátiro, con sus cuernos curvos y puntiagudos. Los sátiros en la mitología suelen ser lujuriosos.

Andrés, el otro chico, soltó una carcajada.

—Mejor te hubieras dejado la máscara. ¡Lo arruinaste todo!

Matías, en represalia, forcejeó con Andrés y lo besó apasionadamente. Andrés rodó de manera ágil, quedando sobre él.

Matías tomó entonces su balano y comenzó a rozarlo con el de Andrés.

—Chicos, háganme un espacio… —pidió Perla comenzando a desnudarse.

Los chicos le hicieron señas con la mano para que se acercara. De lo que pasó luego solo el bosque fue testigo.