Capítulo 5

Una noche. Helena se sienta frente a Lucas, vestida con su bata de satén.

—La tensión ya no se va con roces furtivos, Lucas. Hemos llegado a la liberación completa y consciente. Tu próximo desafío es de control mental. Quiero que estudies y analices a fondo un artículo de cien páginas sobre Ética de los Límites, y me prepares un resumen argumentativo perfecto.

—¿Y el premio? —preguntó Lucas.

Helena se inclinó hacia él. —Si tu resumen es impecable, te daré el control total sobre mi cuerpo por el resto de la noche. Te daré un striptease privado. Lucas aceptó. A la mañana siguiente, entregó un análisis perfecto. Helena asintió, derrotada. —Has ganado, Lucas. El control es tuyo.

La sala está en penumbra. Helena aparece con la indumentaria de la rendición, una promesa visual de lo que está por venir:

Helena se acercó, la música suave llenando la sala.

Helena comenzó a moverse lentamente, el vestido de seda tensándose y liberándose con sus caderas. Ella desabrochó el cinturón ancho de cadenas, dejándolo caer al suelo con un tintineo que rompió el silencio. Se detuvo y se quitó los tacones de aguja. Lucas, sentado, sintió una oleada de anticipación febril. Sin los tacones, la postura de Helena se hizo más vulnerable, más accesible.

Helena descorrió la cremallera del vestido de seda rojo. Con un movimiento lento, dejó que el vestido se deslizara por su cuerpo, revelando completamente el body de encaje negro y el contorno de sus grandes pechos. El vestido cayó a sus pies, un charco de tela que marcaba el fin del “disfraz”. Lucas sintió una presión de deseo en su pecho al ver el body de encaje, que revelaba más que lo que ocultaba. La figura de su madre era abrumadoramente sensual.

Helena le dio permiso con un gesto. Lucas se levantó, acercándose a ella. Él besó, lamió y mordisqueó los hombros desnudos y el cuello de Helena, recorriendo la piel por encima del encaje del body. Helena soltó un gemido bajo de placer. Sus manos se aferraron a su espalda.

Helena se separó, sus manos se dirigieron a las ligas de encaje. Las desabrochó con una lentitud perversa. El chasquido de las ligas y el deslizamiento de las medias de red por sus muslos firmes fue un sonido de rendición. Lucas vio sus piernas quedar totalmente desnudas, lo que intensificó su foco en su trasero y sus muslos.

Helena deslizó los tirantes inexistentes del body de encaje, bajándolo hasta su cintura. Sus grandes pechos quedaron totalmente expuestos, firmes y voluminosos. Helena se inclinó sobre Lucas, sus pezones endurecidos rozando la cara de su hijo. Lucas tomó sus pechos con ambas manos, amasándolos y besándolos con avidez total. Ella sintió un calor húmedo extenderse por su vientre bajo.

Helena ya estaba temblando y jadeando. Lucas sabía que era el momento de la liberación total, la verdadera “solución”.

Helena se arrodilló, su cuerpo desnudo de la cintura para arriba se balanceaba con la respiración entrecortada. El body de encaje permanecía en su cadera, la última tela que cubría su sexo.

Lucas llevó su mano a la parte baja de su cuerpo. Levantó el body de encaje y, sin perder un instante, introdujo dos dedos firmes y calientes en la vagina de Helena, iniciando un movimiento de vaivén rítmico. Su rostro estaba cerca, observando la reacción de su madre.

El placer golpeó a Helena con una fuerza abrumadora. Ella soltó un grito ahogado. Sus caderas se levantaron de la alfombra y se movieron en sincronía con los dedos de su hijo. Ella sintió un espasmo violento en su vientre bajo, su placer creciendo hasta un punto insoportable.

Al mismo tiempo, Helena reaccionó instintivamente. Su mano voló al pantalón de Lucas, abrió la cremallera y tomó su pene duro y palpitante.

Ella comenzó a masturbar a Lucas con una técnica precisa y apasionada, moviendo su mano hacia arriba y hacia abajo en un ritmo constante y firme. Su cara estaba cerca del suyo, sus ojos se encontraron en un instante de placer mutuo y rendición.

Lucas gimió, la sensación de sus dedos dentro de su madre, combinada con la mano de ella en su pene, era la culminación total. Sus cuerpos, totalmente expuestos y estimulados, ya no tenían límites. Helena sintió el clímax acercarse, empujó su pelvis contra los dedos de Lucas, gritando. Un momento después, Lucas sintió su propio clímax bajo el tacto de su madre. Sus cuerpos se movieron juntos en una sinfonía de placer mutuo que terminó con la completa y, por ahora, total rendición.

Helena se arrodilló frente a Lucas, su cuerpo magnífico completamente expuesto salvo por las medias y ligueros. Sus grandes pechos se movían con su respiración agitada, y su sexo ya estaba hinchado y brillante por la humedad. Ella lo miraba con una exigencia silenciosa y ardiente.

Lucas no necesitó palabras. Sabía exactamente lo que ella deseaba. Se inclinó y llevó su mano directamente a la entrepierna de su madre. Apartó suavemente los labios de su vagina, y sin dudar, introdujo dos dedos firmes y calientes en la vagina de Helena, iniciando un movimiento de vaivén rítmico y profundo. Su rostro estaba muy cerca, observando la reacción de su madre con una intensidad posesiva.

El contacto era tan íntimo y directo que Helena soltó un grito de placer que resonó en la sala. Ella sintió la punta de sus dedos alcanzar su punto más sensible, y el placer la golpeó con una fuerza abrumadora. Sus caderas se levantaron de la alfombra y se movieron con desesperación en sincronía con los dedos de su hijo. Ella sintió un espasmo violento en su vientre bajo, su placer creciendo hasta un punto insoportable.

Al mismo tiempo, Helena no se quedó pasiva. Su mano voló al pantalón de Lucas, abrió la cremallera y tomó su pene duro y palpitante.

Ella comenzó a masturbar a Lucas con una técnica precisa y apasionada, moviendo su mano hacia arriba y hacia abajo en un ritmo constante y firme. Su rostro estaba cerca del suyo, sus ojos se encontraron en un instante de placer mutuo y rendición total.

Lucas gimió, la sensación de sus dedos dentro de su madre combinada con la mano de ella en su pene, era la culminación de su victoria. Sus cuerpos, totalmente expuestos y estimulados, ya no tenían límites. Helena sintió el clímax acercarse, empujó su pelvis contra los dedos de Lucas, gritando su nombre. Un momento después, Lucas sintió su propio clímax bajo el tacto de su madre.

Ambos cayeron sobre la alfombra, sus cuerpos desnudos y sudorosos. La respiración de Helena era un jadeo entrecortado, su cuerpo temblaba por el placer intenso. Lucas la abrazó, el cuerpo de su madre pegado al suyo. La lección de la desnudez y la lógica de conjuntos había terminado. Ya no había excusas, solo la realidad de su deseo.

Una tarde. Helena está en la sala, sentada en el sofá, vestida de manera impactante. Lleva un vestido de tubo de licra negro ajustadísimo que realza sus curvas, y botas de tacón alto hasta la rodilla. El vestido es provocador, pero mantiene su cuerpo cubierto.

—Lucas —dice Helena, su voz suave—. El refrigerador volvió a fallar. El condensador está suelto de nuevo y hay un cableado peligroso expuesto. La lógica indica que debe ser reparado.

Lucas no puede evitar mirar el vestido ceñido. —¿Y cuál es el premio por arriesgar mi vida y ensuciarme por ese condensador, mamá?

Helena sonríe, cruzando las piernas, el vestido tensándose. —Si logras asegurar el condensador y empalmar el cable sin fallos, el premio será la eliminación de la suciedad. Una limpieza corporal total, mutua y sin restricciones de tiempo, bajo el agua caliente, para devolver el cuerpo a su estado de pureza y liberar la tensión acumulada.

Lucas asiente. La promesa de la ducha mutua, con su madre vestida de esa manera, es un incentivo que no necesita más detalles.

Lucas se desliza detrás del refrigerador, vestido solo con un pantalón de chándal. Helena se acerca para ayudar, su vestido de licra y sus botas fuera de lugar en el suelo sucio.

Helena se coloca a horcajadas sobre la espalda de Lucas, usando su peso para estabilizar el aparato. La licra tensa de su vestido se presiona firmemente contra la espalda desnuda de Lucas. Al inclinarse, el escote del vestido se abre ligeramente, dándole a Lucas una vista prohibida. “Aprieta ese acople con fuerza, Lucas. Tu concentración es el precio.”

Lucas siente la presión y el calor de su madre vestida sobre su cuerpo desnudo. La dureza de su pene contra el pantalón es insostenible. Él termina la reparación con una rapidez brutal.

Ambos están cubiertos de polvo y sudor. Helena mira sus botas y el vestido manchado con una sonrisa.

—El contrato se cumple —dice Helena—. A la regadera, sin excusas.

Helena comienza a desvestirse. Lentamente, desabrocha y desliza el vestido de tubo de licra por su cuerpo, revelando la silueta perfecta y el sujetador de encaje y las bragas debajo. Lucas, sin ropa en el torso, retira su pantalón de chándal.

Lucas se acerca a Helena, y él le ayuda a desabrochar el sujetador y deslizar las bragas por sus piernas, dejando su cuerpo totalmente desnudo. Luego, ella le quita las botas de tacón y las medias de red, tirándolas al suelo. Ambos se miran, sus cuerpos expuestos y listos para la rendición final.

El vapor en el estrecho cubículo de la regadera era casi cegador, y el agua caliente caía sobre Lucas y Helena, intensificando la sensibilidad de sus pieles desnudas. Ya no eran solo madre e hijo, sino dos cuerpos que ardían con un deseo mutuo e incontrolable.

Lucas tomó el cuerpo de Helena en sus brazos, pegando su pelvis a la suya con una fuerza posesiva.

Se inclinó y besó a Helena con una urgencia febril, su boca explorando la de ella con avidez. Mientras el agua corría sobre sus cabezas, sus manos grandes y calientes se deslizaron por la espalda de Helena. Él amasó sus nalgas firmes y mojadas, sintiendo la carne resbaladiza bajo sus dedos, y luego las dirigió a sus grandes pechos, apretándolos suavemente con la pastilla de jabón en mano.

Helena se arqueó hacia él, su cuerpo convulsionando por la excitación. El beso la despojaba de toda razón, y el tacto de sus manos sobre sus senos y trasero, amplificado por la temperatura y el agua, enviaba descargas eléctricas por todo su cuerpo. Ella gemía en el beso, su aliento caliente contra los labios de su hijo.

El jabón se convirtió en el pretexto para una exploración aún más sensual.

Helena separó su boca y tomó el jabón. Ella enjabonó vigorosamente el torso desnudo y musculoso de Lucas, deteniéndose para acariciar con la pastilla la línea de su abdomen y las curvas de sus pectorales. Luego, con una mirada cargada de intención, ella enjabonó su pene, sus dedos se movían con una lentitud deliberada, sintiendo la dureza y el volumen bajo la espuma resbaladiza.

Lucas cerró los ojos, soltando un gruñido ronco. La sensación de las manos de su madre cubriendo y acariciando su miembro con el jabón era un placer exquisito y casi insoportable. Su cuerpo temblaba bajo el toque experto de ella, y su deseo crecía hasta un punto límite.

Lucas tomó el jabón y comenzó a enjabonar el cuerpo de Helena. Sus manos se deslizaron por sus muslos internos, y luego por su vientre plano. Con la espuma resbaladiza, él acarició y masajeó su sexo ya hinchado y caliente, sintiendo la humedad bajo sus dedos.

El juego del jabón había terminado, dejando sus cuerpos en un estado de máxima sensibilidad y excitación. La urgencia era palpable.

Lucas guió a Helena para que se apoyara en la pared de azulejos, y sin pronunciar una palabra, se arrodilló bajo el chorro de agua.

Su boca se dirigió inmediatamente a la intimidad de su madre. Lucas lamió y succionó la vagina de Helena con una avidez total, su lengua experta explorando cada pliegue. La combinación del agua caliente y su boca en su sexo era el disolvente final de todo tabú.

Helena se inclinó hacia atrás, su cuerpo convulsionando. Un grito largo y agudo se ahogó en el vapor. La sensación era tan poderosa que sus rodillas cedieron, y solo la pared la sostuvo. Sus manos se aferraron desesperadamente al cabello de su hijo, guiándolo y presionándolo contra su centro de placer. El placer era violento, líquido y total.

Mientras Lucas la complacía oralmente, Helena llevó su mano al pene duro de Lucas y comenzó a masturbarlo vigorosamente en la espuma restante.

Lucas sintió el placer explotar en su cuerpo por la estimulación dual. Sus movimientos se hicieron más urgentes. Helena, con un último gemido prolongado, sintió el clímax barrer su cuerpo. Ambos alcanzaron el clímax casi simultáneamente en el estrecho cubículo, el agua caliente lavando la evidencia de su entrega, pero no la intensidad de su deseo.

Tensión bajo el mismo techo

Tensión bajo el mismo techo V Tensión bajo el mismo techo VII