Crecí con una completa ausencia de educación sexual, y a los 20 años tuve a mis hijos, un varón y dos mujercitas, gemelas, en circunstancias difíciles, su padre se dedicó a su trabajo y nunca más se dedicó a mí, a no ser en fechas muy esporádicas.

Aunque al principio no estaba preparada para la maternidad, desde el primer día quise darle a mis hijos lo que yo nunca tuve, una educación sexual sana y abierta.

Me preparé durante años, leí sobre Educación Sexual Integral (ESI), compré cursos, asistí a talleres y me uní a grupos de apoyo para madres.

Fue en mi primer grupo para madres, durante la pandemia, donde escuché algo que me impactó profundamente, varias mamás decían con naturalidad frases como «Yo soy la primera mujer en la vida sexual de mi hijo» o ‘La forma más segura de evitar riesgos es que su educación sexual práctica sea con nosotras’.

Mi primera reacción fue horrible ¿cómo era posible que madres e hijos pudieran tener ese tipo de relación? pero con el tiempo, escuchando sus experiencias y fundamentos, comencé a entenderlo.

Me explicaron que no se trataba de algo impulsivo o así porque si, sino de un proceso consciente y respetuoso que inicia desde la infancia con diálogo abierto sobre sexualidad, y que solo después de los 18 años, ya siendo adultos, puede ir hacia la práctica, siempre basada en el consentimiento mutuo y el amor.

Después de mucho reflexionar, y viendo la confianza y madurez de mi hijo, decidimos embarcarnos en este camino de ESI desde hace tres años.

Las primeras prácticas fueron como usar un condón, como tocarse adecuadamente, pero la más importante para mi fue la primera vez que tuve relaciones con mi hijo, fue maravilloso, el cuerpo desnudo de mi hijo, su espléndido pene, sus rítmicos movimientos durante la penetración y la suavidad con la que me trataba, me terminaron de convencer de que habíamos tomado la mejor decisión.

Con él desde ahí decidí no utilizar preservativos, porque era la primera vez de mi hijo y quería algo especial, además de que no había riesgo por estar usando métodos anticonceptivos, las clases avanzaron al punto de que ahora podemos hablar de fantasías o juegos sexuales como parte de algo común.

En cuanto a mi salud, el mantener una dieta sana, hacer ejercicio y siempre intentar tener un cuerpo adecuado para rendir sexualmente con mi hijo, me ha hecho una mujer completamente nueva, feliz y sana.

Ha sido un viaje de aprendizaje constante, ternura y conexión profunda.

A través de nuestras clases, no solo le he enseñado sobre anatomía, placer consentido y salud reproductiva, sino que hemos construido una forma única de expresar nuestro amor.

Él ha crecido como un hombre seguro, respetuoso y consciente de su sexualidad, y yo he encontrado una plenitud sexual que nunca imaginé.

Sé que esto puede sonar controvertido para muchas, pero para nosotros es parte de nuestro vínculo y amor. Hacemos salidas a moteles y a hoteles lujosos, me encanta que me grabe y luego ver los vídeos juntos, la excitación que sentimos la desahogamos con mucha pasión, me fascina oírlo gemir cuando se la chupo, y me subyuga sentirme suya cuando me penetra con esa fuerza de hombre pleno en sus veinte años.

Lo mejor es cuando se come mi vagina, no necesita mucha experiencia, me basta con el amor que le pone a la adoración a la húmeda gruta carnosa que lo vio nacer. ¡Me enternece ver su carita empapada por mis jugos! El padre de mis hijos se enteró, pero ya no me importó, con mi hijo me siento plena, me siento muy hembra entre sus brazos, algo que ya había olvidado como se sentía.

Él decidió marcharse, y lejos de sentirme triste, me alegré muchísimo porque me dió vía libre para hacer el amor con mi hijo cada vez que tenemos la oportunidad.

Me encantaría saber si hay otras mamás o familias que han explorado esta forma de educación sexual. Prometo leerlos sin faltas de respeto, con el mismo respeto que me gustaría recibir. Gracias por permitirme compartir mi verdad.