Capítulo 1
El Fantasma I
Capítulo I
Lo primero que me gustaría decirles es que cuando todo esto que voy a contarles nos ocurrió, hace ya bastantes años, los fenómenos paranormales (como se les llama ahora) eran casi del todo desconocidos y, las cosas inexplicables que sucedían a veces eran solo «cuentos de fantasmas», válidos tan solo para asustar a los pequeños y a los que nadie hacia caso.
Hoy en día parece que la gente cree mas en estas cosas, pero estoy segura de que mi relato seguirá pareciendo tan fantástico en nuestros días como cuando esto me sucedió.
Pero aun así creo que ya va siendo hora de que cuente lo que nos ocurrió, a mi y a mi familia, en la casa encantada de mis abuelos, aquel verano de hace ya tantos años.
Yo tenia por aquella época unos dieciocho años recién cumplidos y era una chica muy delgada, todo huesos, con una cara bastante vulgar.
Supongo que por eso nunca había conseguido salir con ningún chico de forma estable, por más facilidades que les diera y por mas cosas que me dejara hacer o estuviera dispuesta a hacerles para conseguirlo.
He de aclarar que por esas fechas ya no era virgen.
Había entregado la apreciada flor de mi pubertad a un pícaro vecino mío, unos años mayor que yo, con la esperanza de que fuera mi primer novio de verdad.
Algo que él parecía dispuesto a hacer a cambio de sexo
El muy truhán siempre que salíamos me llevaba a los sitios más oscuros y apartados que conocía, donde poder meterme mano por todas partes sin testigos, y donde podía masturbarlo cómodamente con las dos manos, como a él le gustaba y me había enseñado.
Se pasaba las tardes chupando y mordisqueando mis largos pezones.
Pues, debido a que tenia muy poco pecho, estos destacaban bastante mas de lo normal.
La verdad es que en aquella época eran la única parte de mi escuálido cuerpo que lograba despertar interés en los chicos.
Cuando consiguió vencer mi asco inicial, no había velada que no acabáramos en algún oscuro rincón del vecindario, obligándome a mamar su duro bastón hasta que manchaba mis manos, y a veces mi cara, con su espesa virilidad, mientras me magreaba.
Al final aprovecho una tarde que no había nadie en su casa para poseerme, venciendo mi escasa y débil resistencia con unas hábiles y enervantes caricias por todo mi cuerpo.
Esa primera vez fue de lo mas doloroso y, si no llego a experimentar un poco de placer al final, creo que no le habría dejado que me volviera a poseer en ocasiones sucesivas.
Pero a la postre no me sirvió de nada el sacrificio.
Pues en cuanto hubo satisfecho sus sucios deseos, reiteradas veces, ya fuera en su casa o en la mía, con mi consentimiento o sin el, se olvido de mi, y rápidamente se busco a otra incauta chica a la que desvirgar.
Aquel año fui junto con mis padres y mi hermanita Rosa a veranear a la vieja casona de mis abuelos, perdida en un pequeño valle, bastante lejos del pueblo mas cercano.
Ocurría que estos hacia ya tiempo que vivían en un asilo de ancianos de la ciudad, mis padres querían reparar la casa, para alquilarla a los turistas que nos empezaban a invadir.
Como debido a mi escaso atractivo físico y a mi árido carácter casi no tenia amigos, no me importo demasiado pasar las largas vacaciones en el campo acompañada de la familia.
La verdad es que la casa estaba bastante mas apartada del pueblo de lo que esperaba; y, aunque no les quise decir nada a mis padres, no veía probable que algún turista quisiera recorrer varios kilómetros por un descuidado sendero de tierra en mal estado, para llegar hasta el viejo caserón.
Este, por suerte, estaba en mejores condiciones que el camino y, con bastante trabajo, podía quedar en un estado bastante aceptable en poco tiempo.
Dado que había habitaciones de sobra me quede con una para mi sola, aunque Rosa me insinuó que no le hubiera importado compartir la suya conmigo.
A mi me hacia mucha gracia que con sus trece años aun tuviera esos detalles, propios de una niña mucho más pequeña.
Sobre todo si teníamos en cuenta el cuerpo serrano que Dios le había dado.
Pues la afortunada mocosa no solo era realmente guapa, sino que a su edad ya tenia la delantera bastante más grande y firme que la de mi madre, y que la mía por supuesto.
Con el esbelto tipo que poseía, a poco que se cuidara, llegaría a ser una gran belleza.
Pero, por mucho cuerpo que tuviera, seguía teniendo cosas de cría pequeña, como el no poder dormir nunca sin la compañía de su osito de peluche, que la hacían parecer mucho más cría de lo que era en realidad; y que le restaban un poquito de fuerza a los celos, y la envidia, que yo sentía de ella, aunque se que esta feo que lo reconozca.
Pues, aunque yo la quería con locura, no me hacia gracia ver como la gente, y en particular los hombres, solo parecían tener ojos para ella, cuando estábamos juntas las dos en algún sitio.
Me daba mucha rabia ver como hasta mis mejores amigos parecían olvidarse de mi en cuanto mi bella hermana rondaba a nuestro alrededor, clavando sus hambrientas miradas en el apetitoso y pletórico cuerpo de ninfa que ella lucía inocentemente, sin malicia.
A los pocos días de estar en la vieja casona Rosa y yo nos dimos cuenta de lo bien que le estaba sentando a nuestra querida madre vivir en el campo; pues, aunque aun ella no había cumplido los cuarenta, ahora parecía que tuviera tan solo treinta, o incluso menos.
Se la veía ir todo el día de aquí para allá, la mar de contenta, mejorando a ojos vista.
Cuando le pregunte por su secreto me insinúo, entre risas y rubores, que el amor y, sobre todo el sexo, hacen maravillas en una mujer.
La verdad es que mi padre se tenía que estar portando magníficamente, pues la mejoría era mas que notable, ya que todo su cuerpo parecía estar cogiendo el volumen y firmeza que había perdido con la edad.
Fue uno de esos días cuando una mañana, al despertarme, me di cuenta de que había estando haciendo cosas muy feas durante la madrugada.
Tenia las braguitas hechas un ovillo al pie de la cama, y el camisón arrugado, y bastante húmedo a la altura de mi intimidad, como si lo hubiera mojado con mis espesos fluidos, al acariciarme con él.
No tenia motivos para pensar que había sido otra persona la que me había manoseado, pues no solo tengo la costumbre de cerrar mi cuarto siempre con llave desde el interior; sino que, además, todas las ventanas de la casa tenían rejas.
Como el cálido escozor que sentía en mis partes más nobles no dejaba lugar a dudas, deduje que el calor de la noche me había hecho tener algún sueño erótico, y que debido a el me había masturbado; cosa bastante rara en mi, pero que no era la primera vez que hacia, por supuesto.
Durante tres o cuatro días me desperté de la misma forma, sin bragas, y con el camisón mojado por mis continuas travesuras nocturnas.
El suave escozor de mi intimidad me duraba un par de horas, más o menos, y después estaba todo el día con una alegría, y unas ganas de hacer cosas, que me hacían recordar lo que insinúo mi madre aquel día.
Ella no solo parecía ya una jovencita, en el físico y en el carácter, sino que llegue a pensar que podía estar embarazada, pues los pechos se le veían mucho más grandes y firmes; pero no podía ser, pues mi padre estaba operado desde que nació mi hermana, para que no tuviéramos ya más hermanitos.
Y hasta yo sabía que eso era incuestionable.
Capítulo II
Y entonces llegó la noche decisiva, la noche en la que me desperté, siendo aun de madrugada, en mitad de un violento y poderoso orgasmo.
Aun no me había recuperado del mismo cuando me di cuenta de que no era yo quien me estaba masturbando, sino que alguien me estaba poseyendo muy suavemente con un miembro enorme, que me llenaba por completo, y que me obligaba a tener las piernas totalmente abiertas de par en par.
Lo terrible fue cuando vi, gracias al resplandor de la luna que entraba por mi ventana, que no había nadie montado sobre mi.
Pues veía perfectamente todo el dormitorio y en él no había ninguna otra persona que no fuera yo.
Reconozco que me asuste muchisimo.
Quise gritar, y no pude, pues no me salía la voz; pero oía, claramente, mis jadeos entrecortados, ya que algo enorme seguía penetrando, sin descanso, dentro de mi.
Después intente moverme, para escapar de lo que fuera que me estaba violando, pero tampoco pude, parecía que mi cuerpo estuviera pegado a la cama por muchísimas manos.
Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad pude ver, a través del gran espejo que había en la pared de enfrente, sobre la cómoda, como mi propio camisón de raso blanco era el que abusaba de mí, introduciéndose dentro de mi intimidad, hasta el mismo fondo.
Pues por mas que me esforzaba solo veía un grueso cilindro de oscuridad, justo en el centro de mi dilatada almejita, y el suave balanceo del resto de mi cuerpo, siguiendo el suave ritmo de las firmes acometidas del gigantesco e incansable miembro invisible.
Poco a poco se me fue quitando el miedo; gracias, sobre todo, al enorme placer que sentía cada vez que penetraba dentro de mi. Por eso no me avergüenza reconocer que me hizo gozar varias veces, con fuertes y violentos orgasmos, antes de que todo terminara.
Después del ultimo orgasmo me quede tan cansada que no me quedaron ganas ni de gritar, ni siquiera cuando sentí como una especie de aire helado que se paseaba por toda la habitación.
Así que me gire como pude, y me quede dormida casi al momento.
A la mañana siguiente no sabia si lo que me había pasado era el producto de algún sueño erótico mientras me masturbaba, o era realidad.
Decidí, por lo tanto, no decir nada todavía a mis padres, hasta no estar segura de lo que estaba pasando, no me fueran a tomar por loca o mentirosa.
Pues ni siquiera yo estaba segura del todo acerca de lo que había sucedido.
Esa mañana había mercado en el pueblo, por lo que acompañe a mi madre mientras mi hermana se quedaba a ayudar a mi padre, como siempre.
Aunque su aspecto era radiante, me sorprendió ver el interés que mi madre despertaba en los hombres, los cuales la devoraban con la mirada.
Ella, orgullosa y algo coqueta, se paraba en todos los puestos, bromeando y sonriendo ante sus continuos requiebros. Como andaba un poco rezagada, podía escuchar los soeces y hasta groseros comentarios que ella provocaba a su paso.
En uno de los tenderetes encontró un fino vestido de lino que pareció encantarle.
Como no había donde cambiarse accedió a la proposición del amable vendedor de entrar en la parte trasera de su destartalada furgoneta a probársela.
Este, además de acompañarla, se quedo junto a uno de los cristales, al igual que un puñado de chicos de mi edad, para no perderse ni un solo detalle del strip-tease.
A mi madre no pareció importarle el publico, pues salió con el puesto, a pesar de que se le marcaban horrores los pezones en la tela.
Esa noche cerré mi cuarto a cal y canto y me quede sentada sobre la cama, temblando de miedo, a la espera de lo que pudiera pasarme.
Como el camisón de raso se estaba ya lavando llevaba puesto otro, algo viejo, de un tejido muy duro y rasposo, cuyo tacto me provocaba estremecimientos solo de pensar en lo que sentiría si se volvía a repetir lo de la noche anterior.
Debí quedarme algo traspuesta, pues no me desperté del todo hasta que sentí ese curioso aire frío que se acercaba a mi cama.
Me tape a toda prisa con la sabana, pero no me sirvió de nada.
Note como si un montón de manos, muy hábiles, acariciaran mi cuerpo por encima de la ropa jugando hasta con mi ombligo, y pellizcando suavemente mis sensibles y rígidos pezones.
Creí oír como una voz que, susurrando, me preguntaba al oído si quería volver a disfrutar; y yo, con una voz muy débil, dije que no.
Las insidiosas caricias se hicieron entonces más intensas y enervantes, dedicando una especial atención a mis agradecidos pezones, ya completamente rígidos, y a mi cálida entrepierna, cada vez más húmeda y excitada.
Sin darme cuenta fui separando poco a poco los brazos y los muslos, para sentirlas con mayor intensidad por todas partes.
Y cuando la voz me volvió a preguntar si quería más placer le respondí, con la voz ronca, que si.
Fui yo misma la que me despoje rápidamente de las incómodas y húmedas bragas, y la que me abrí completamente de piernas, para que el camisón me penetrara de nuevo hasta lo mas hondo, enardeciendo todo mi cuerpo con su áspero roce mientras me invadía.
Esta vez tuve que taparme la boca con una mano, para que mis gritos de gozo no se oyeran por toda la casa.
En varias ocasiones sentí como si unas fuertes manos acariciaran mis temblorosos senos por encima del camisón, y rugí de placer, mordiendo la almohada, cuando me retorcieron los dos pezones a la vez en mitad de un orgasmo bestial.
No se cuantos mas tuve después de aquel. Fue la noche mas salvaje que había vivido nunca.
Esa misma mañana me prometí que la repetiría todas las veces que pudiera.
Pase pues el día hecha un verdadero saco de nervios, deseando que llegara la noche de una vez, para poder sentir a mi nuevo amante otra vez dentro de mi con su gigantesca presencia.
Esta vez había recortado un gran trozo de seda, de una pieza de tela que guardaba mi abuela en el desván, y lo esperaba totalmente desnuda, para que el fantasma, pues no se me ocurre otro nombre que suene mas apropiado, no me manchara de nuevo el camisón; pues estaba segura de que mi madre empezaría a pensar cosas raras si me veía lavarlos tan de continuo.
Este se introdujo dentro de mi habitación a altas horas de la madrugada, como de costumbre, y agradeció el detalle a su manera, acariciando todo mi cuerpo con la fina seda, hasta que le tuve que rogar, entre suspiros, que entrara dentro de mi.
Ni que decir tiene que fue otra noche loca, en la que disfrute de lo lindo.
Y no solo por el sexo en sí, sino también viendo como se pegaba la pieza de tela a mi cuerpo, ayudada por una infinidad de viciosas manos invisibles que moldeaban el contorno de mi silueta, pusiera la postura que pusiera, mientras su gran presencia me perforaba a fondo sin descanso.
Cuando me quede dormida, de puro agotamiento, aún todavía tenía el enorme miembro fantasma incrustado dentro de mi, penetrándome a conciencia una y otra vez, cada vez mas violentamente, mientras sus ayudantes invisibles se ensañaban de nuevo con mis doloridos pitones, estrujándolos sin piedad, hasta hacerme sentir placer de tanto dolor.
Capítulo III
Así transcurrieron un par de semanas, en las que descubrí, con muchisimo gusto, todo lo bueno que tiene el sexo. Y la mejor prueba de lo que digo era ver lo bien que le sentaba a mi madre.
Está, orgullosa del increíble cambio que estaba experimentado todo su cuerpo, se dedicaba a lucirlo donde fuera.
Digo esto por cómo se vestía para ir al pueblo o a por leche a casa de unos vecinos relativamente cercanos.
A menudo solía contarnos que se había encontrado a los hijos de estos vecinos en el río, o en pueblo.
Esto no era raro, pero si me extrañaba que los nombrara y tratara como unos mocosos cuando los dos chicos eran mayores que yo.
Hasta que una mañana en la que tardaba demasiado en salir de la vaquería de los vecinos entre y sorprendí a los chicos mientras enseñaban a mi madre a ordeñar ocultos tras una vaca.
Interrumpieron la clase nada más oírme llegar, pero el rubor que tenían los tres, así como la camisa casi desabrochada de mi madre me hicieron sospechar cosas muy raras.
Una noche, después de un buen rato de placer, oí como la voz susurrante me decía que me pusiera enfrente del espejo. Cuando lo hice creí que soñaba otra vez.
La que estaba reflejada era yo, pero mucho más bella.
La cara, siendo la misma, parecía mucho más bonita, sobre todo la boca, que hasta yo la veía apetecible ahora que tenía los labios más gruesos.
Los pechos eran mucho más grandes y perfectos, con una amplia aureola que enmarcaba mis preciosos pezones alargados.
El culo era más firme y respingón, y hasta los muslos habían mejorado, haciéndose mas esbeltos y firmes.
La imagen que estaba viendo reflejada era una versión perfecta de mi cuerpo, pero falsa como ya supondrán.
Cuando acabo el espejismo, la voz me dijo que podía hacer que yo fuera así en realidad; y yo, llorando, me puse de rodillas y le suplique que lo hiciera.
La voz, riéndose de una forma muy curiosa, me dijo que no me podía dar algo por nada; y que yo debía darle, a cambio, lo mismo que recibía.
Le dije que no entendía nada y la voz me prometió que me lo explicaría al día siguiente.
Yo ya no pude pegar ojo pensando en el cuerpo que podría llegar a tener, y el día se me hizo mucho mas largo esperando que volviera a visitarme.
La noche siguiente la voz me hizo salir al pasillo y, con mucho sigilo, ir hasta el cuarto donde dormían mis padres.
Allí pude ver, a través de la puerta entreabierta de su habitación, como mi madre, totalmente desnuda, estaba montando, fogosamente, sobre mi padre; el cual me dio la impresión de que estaba completamente dormido, pues hasta se le escapaban unos pequeños ronquidos de vez en cuando.
En su espléndido físico aprecie que realmente estaba mucho más joven de lo que yo la recordaba, sobre todo sus lindos pechos que parecían ahora los de una chica de mi edad.
Empecé a sospechar que el fantasma tenia bastante que ver en el cambio que se había producido; sobre todo cuando oí a mi madre susurrar … el culo … ahora quiero el culo que tenía antes.
La voz que yo conocía tan bien le dijo que de acuerdo, que al día siguiente fuera al lugar de costumbre en el bosque.
Acto seguido, y sin que mi madre dejara en ningún momento de cabalgar fogosamente sobre mi padre, vi como se formaba a sus espaldas un gigantesco miembro, hecho con las finas sábanas de franela, apuntando hacia su diminuto agujerito.
Pensé que el fantasma la destrozaría por dentro, antes de que pudiera entrar todo eso por su orificio mas estrecho; pero ella, echándose todo lo posible hacia delante, recibió muy dócilmente, entre ahogados gritos de dolor, el inmenso regalo que la voz le introducía por la entrada posterior.
Cuando vi que sus gemidos eran ya de placer, y no de dolor, y que se movía como una ansiosa serpiente, para poder recibir aún mejor los envites de ambos instrumentos a la vez, me marché de allí, silenciosamente.
Deseando, eso si, que acabara lo antes posible, para así poder tener yo también mi parte.
Pues me había excitado muchísimo viendo como mi madre se entregaba al sexo con tanta pasión; y, mientras la veía gozar, me acariciaba yo también el cuerpo, pensando en lo que me esperaba a mi poco después.
Un rato mas tarde, mientras la voz fantasmal me mataba de placer, a base de frenéticas y continuas penetraciones, me dijo que si mi madre quería volver a tener el tipito que tuvo cuando era joven tenia que ofrecer esas partes del cuerpo en sacrificio a los espíritus mágicos del bosque, y que él solo era un simple intermediario, que cobraba su parte del trato como mas le apetecía.
Con mucho sexo, como ya sabia, como había presenciado antes, y como me aseguro que hacían también los espíritus, aunque ellos solían usar su magia para obtener el máximo placer de sus encuentros con las mujeres que requerían sus favores.
Capítulo IV
Al día siguiente, mientras mi hermana pequeña ayudaba como de costumbre a mi padre en unas reparaciones, seguí sigilosamente a mi madre, asesorada por la voz, hasta un apartado rincón del bosque.
Allí pude ver como ella se desnudaba por completo, dejando toda la ropa a un lado, mientras aguardaba impaciente nuevas órdenes de la voz invisible.
Reconozco que me asuste muchisimo cuando vi aparecer una pequeña manada de lobos de entre unos espesos matorrales.
Si no grite fue porque vi que mi madre se lo tomaba con mucha tranquilidad, como si los estuviera esperando.
La voz me susurro al oído que los espíritus del bosque no suelen adoptar formas normales; y que no me dejara llevar a engaño, que lo que tenia ante mi no eran lobos normales, que esto era solo apariencia.
Pronto me di cuenta de que tenia razón, pues no se comportaban como animales, ya que la media docena de lobos se pusieron a dar vueltas alrededor suya, tranquilamente y en completo silencio, como esperando que fuera ella la que rompiera el hielo e hiciera algo.
Mi madre, cuando por fin se relajo, se puso a cuatro patas sobre la hierba y, agachando la cabeza, separo al maximo las piernas, mientras decía lo mismo de la otra noche … el culo … quiero el culo.
Los lobos se fueron acercando poco a poco hasta ella, repartiéndose a su alrededor; y, como si lo hubieran ensayado, se pusieron a lamer todos su cuerpo al mismo tiempo.
Así, mientras unos le lamían los pechos, prestando especial atención a sus pezones, otros se dedicaban a su intimidad y se turnaban en degustar su entrada posterior, con un ansia que hasta a mi me estaba excitando.
Cuando sus gemidos de placer se hicieron mas intensos uno de ellos se preparo para penetrarla por detrás.
Fue cuando me di cuenta de que en verdad no eran normales, pues el miembro que lucía ese lobo era descomunal hasta para una persona, y mas todavía para un animal.
El caso es que, como la noche anterior, mi madre volvió a demostrar que era capaz de admitir cosas increíbles por su entrada mas estrecha.
No solo albergo el enorme aparato con relativa facilidad en su acogedor interior, sino que gozo horrores, gritando a voces su placer cuantas veces quiso; pues todos los falsos lobos se turnaron, silenciosa y ordenadamente, para entrarle por la parte de atrás, ignorando su asequible intimidad como si no existiera.
Cuando acabaron se marcharon en silencio, dejándola tirada sobre la yerba, agotada y feliz, rezumando esperma por su orificio desgarrado.
La vi vestirse e irse al río a lavarse. Ya pensaba marcharme cuando oí voces y risas.
Me acerque y pude ver a mi madre todavía mojada tonteando con los hijos de los vecinos.
Uno de ellos le hablaba al oído mientras el otro le acariaba un pecho por encima de la ropa.
No quería ver mas así que me fui cuando ya la estaban tumbando sobre la hierba.
Esa noche le dije a la voz que estaba convencida y dispuesta a sacrificar mi cuerpo para lograr ser como la imagen que vi en el espejo, pero la voz me dijo que no era tan fácil.
En el caso de mi madre si, pues era su cuerpo el que sacrificaba para volver a ser como era antes; pero en mi caso era diferente, pues yo tenia que sacrificar un cuerpo que fuera como el que quería, para poderlo obtener a cambio. Lo cierto es que no entendí nada.
Como estaba hecha un lío me lo aclaro mas todavía, tenia que sacrificar voluntariamente a mi hermanita para que mi cuerpo fuera tan perfecto mañana como el suyo lo era hoy.
Yo, al principio, me negué; pero la voz me dijo que no fuera tonta, que si no lo hacia yo lo haría mi madre, pues los espíritus del bosque se habían encaprichado de mi hermanita, y si no la habían poseído ya era porque primero tenia que ser doncella, y aun le faltaban dos o tres semanas para convertirse en mujer.
Después caería bajo su hechizo sin duda.
La voz se dio cuenta de que no estaba convencida del todo, así que me hizo ir al cuarto de Rosa, para que viera que era verdad todo lo que decía.
Cuando abrí la puerta la vi durmiendo, abrazada a su osito de trapo como de costumbre; pero, cuando me acerque mas a ella, me di cuenta de que su peluche estaba tirado a los pies de la cama, junto con su arrugado camisón infantil y que lo que abrazaba amorosa era otra cosa, muy diferente.
No se como podría describírselo, lo mas aproximado que se me ocurre es decirles que era una especie de ovillo de carne, hecho a base de docenas de enormes lenguas y labios.
Mi querida hermana gemía dulcemente, apretándolo con cariño, mientras las bocas se desplazaban bajo sus brazos, poco a poco, para besarla por todas partes, saboreando su cara y su cuerpo con total impunidad.
Las enormes lenguas que no lamían su lindo rostro se enroscaban sinuosas por todo su cuerpecito.
Dedicando, al igual que las bocas, una especial atención a sus preciosos pechos, y a sus puntiagudos pezones, anormalmente gruesos y grandes para una chica de su edad.
Luego vi como varias de las lenguas mas largas se introducían bajo sus castas braguitas infantiles, penetrando por ambos laterales a la vez, para lamer lo más intimo de su persona, aprovechando la indecorosa separación de sus piernecitas para alcanzar sus objetivos con mayor facilidad, degustando su culito y su almeja a un mismo tiempo.
Así fue como ella, sin despertar en ningún momento, que yo sepa, alcanzó los primeros orgasmos de su vida a manos de un raro ser fantasmal.
Mas tarde, cuando regrese a mi habitación, aun bastante azorada, la voz me recordó que al cabo de pocas semanas mi hermana seria ya mujer, y los espíritus del bosque la harían suya de un modo u de otro, así que yo debía aprovecharme todo lo que pudiera, para mejorar mi cuerpo.
No lo dude mas y me puse a las órdenes de la voz, para que me dijera que era lo que tenia que hacer.
Al día siguiente, me dijo, empezaríamos por la boca.
Capítulo V
Ese día mi madre trajo una vaca, que le habían prestado durante unos días sus jóvenes amigos, y mi hermana se puso la mar de contenta, pues nunca había visto una.
La voz me asesoro sobre lo que tenía que hacer.
Y, aprovechando que nuestros padres nos dejaron solas toda la tarde, lleve a mi hermana al establo, para enseñarle como debía ordeñarla.
La pobrecilla vino la mar de contenta, y no sospechó lo más mínimo, aunque yo me di cuenta enseguida de que las ubres de ese gran animal no eran como deberían ser, pues los extremos parecían diminutos glandes descapullados.
Después de lavar con abundante agua esas raras ubres convencí a mi ingenua hermanita de que las ordeñara siguiendo mis instrucciones, y estuvo encantada de hacerlo, disfrutando al ver salir de ellas tanta leche.
Cuando la voz así me lo indico convencí a mi cándida hermanita de que chupara de una de las tetillas al mismo tiempo que la ordeñaba, para probar así la leche autentica.
Al principio creí que no la convencería, pero después de pensarselo un poco se puso a chupar ansiosamente, al tiempo que pegaba pequeños tirones de la ubre. Desde donde yo estaba se veía claramente que le estaba haciendo una buena mamada a algún afortunado espíritu del bosque.
Pero Rosa no solo no lo sabía, sino que estaba disfrutando de lo lindo con el juego; pues, entre risitas, me decía que la leche estaba riquísima.
Cuando la pequeña se harto de beber de las diferentes tetillas de la vaca tenia toda la cara y la camiseta empapadas de una sustancia espesa, que yo estaba segura de que no era leche, al menos no de vaca.
Para que el sacrificio fuera completo, esa noche me toco a mi entregar mi boca a la voz.
Me hizo tapar la cara con el retal de seda y pase un montón de horas sintiendo como penetraba el enorme miembro de tela en mi boca, una y otra vez, al tiempo que sentía como pequeños mordiscos, pellizcos y chupetones por todo el rostro.
Fue una sensación rarísima que me dejo con toda la cara adormecida.
A la mañana siguiente ya empece a notar una cierta mejoría en ella, aunque no tanta como deseaba y quería fervientemente.
Pero la voz me pidió, riéndose, que tuviera algo de paciencia, ya que en muy poco tiempo mi cuerpo seria como la bella imagen que vi de mi rostro en el espejo, aquel día.
Para poder sacrificar los pechos tuve que armarme de paciencia y esperar varios días, a que los espíritus del bosque volvieran a reunirse de nuevo para mi. Los aproveche espiando las múltiples travesuras que hacia la enigmática voz durante el día en la casa.
Aparte de mi madre, yo era la única que sabía que cuando corría un aire fresco por la casa era que el espíritu estaba presente, haciendo alguna de las suyas; y, disimulando todo lo que podía, prestaba más atención que nunca a lo que pasaba a mi alrededor.
Así fue como pude darme cuenta de que lo que mas le gustaba hacer al pícaro fantasma era provocar sexualmente a mis padres siempre que tenia la mas mínima oportunidad.
Mi madre, por orden expresa de la voz, iba casi siempre sin ropa interior, y la voz sabia sacar provecho de ello.
En cuanto estábamos todos reunidos para la comida o la cena, el espíritu se dedicaba a acariciar sus pechos y su intimidad, hábilmente; hasta que ella, la mayoría de las veces, terminaba por correrse en su asiento, abochornada y en silencio.
Solo yo sabia, al ver sus durísimos pezones marcados descaradamente sobre los vestidos, que el fantasma se los estaba pellizcando o retorciendo.
Y alguna que otra vez fui testigo silenciosa de como la poseía en los sitios mas insólitos, usando para ello un enorme pañuelo que mi madre llevaba siempre encima.
Aunque nunca he hablado con ella sobre esto, se que disfrutaba tanto como yo con estas salvajes penetraciones, pues solo había que ver las caras de placer que ponía mi madre cuando la poseía, en la cocina o en algún dormitorio vacío, mientras ella ronroneaba, como una gata en celo, llorando de puro gozo.
Aún puedo verla, con las faldas levantadas, abierta de piernas, con el paño incrustado en su intimidad, apoyándose de cualquier forma sobre algún mueble, mordiéndose los labios para que no se oyeran sus gemidos, mientras sus caderas se meneaban frenéticamente al ritmo de las fuertes acometidas del pícaro ente.
Capítulo VI
Para divertirse a costa de mi padre, usaba a mi hermanita, por la que este sentía una especial predilección.
Yo sabía que ella era la niña de sus ojos, pero no supe del interés sexual que tenía para él hasta que un día vi, desde la puerta, como se le formaba un aparatoso bulto en los pantalones, bastante delatador, mientras le miraba las braguitas, aprovechándose de que las estaba luciendo, inocentemente, mientras quitaba el polvo de un mueble, subida en lo alto de una silla.
Él, mientras la sostenía para que no se cayera, metía la cabeza bajo su reducida minifalda, para no perderse ni el mas mínimo detalle.
La voz si debía saberlo, pues siempre estaba haciendo que la pequeña Rosa se luciera delante de mi padre, usando para ello sus curiosos poderes.
Cada vez que creían estar solos, la voz soltaba sigilosamente algún que otro botón de su blusa, o le descolocaba el vestido con cuidado, para que este pudiera ver sin ningún esfuerzo los preciosos pechos de mi hermana; pues, por entonces, no usaba todavía sujetador, ni maldita la falta que le hacia.
No había día que no soplara por toda la casa un travieso airecillo que permitía ver las castas braguitas de mi inocente hermanita en el momento más inoportuno, sobre todo cuando la víctima estaba subida en algún sitio, o agachada de tal forma que no podía taparse adecuadamente para que los demás no se las viéramos. Pero de todas formas, ella no se preocupaba en ocultarlas, pues apenas le daba importancia a su posible desnudez.
La verdad es que he de reconocer que mi padre no era precisamente lo que se dice un santo, y solía llevarse a Rosa para que le ayudara en las reparaciones de la casa, ya que a ella le encantaban todas las manualidades.
Así podía toquetearla, de forma mas o menos disimulada, sin que la ingenua de mi hermana se diera cuenta de lo que pasaba realmente.
Ahora que ya sabia de que pie cojeaba mi progenitor procuraba espiarles a escondidas, pues era una forma como otra cualquiera de matar el aburrimiento que me embargaba durante el día.
Así pude ser testigo de como lo hacia.
Generalmente fingía caerse, o tener que apoyarse, mientras reparaba alguna cosa, para poder agarrarse a sus abultados senos, o a su culito respingón, sin que mi hermanita recelara lo mas mínimo de sus tocamientos.
Una de las jugadas mas audaces que presencie fue cuando mi padre la obligo a empujar con su cuerpo sobre un viejo somier, mientras él restregaba su enrojecido rostro entre sus generosos senos, intentando apretar sus oxidados tornillos.
Mi hermanita era tan ingenua que incluso le preguntaba si le hacia daño con sus empujones mientras mi padre disfrutaba de la dureza de sus pechos, sin que la fina tela del vestido fuera obstáculo para sus manejos.
El muy descarado no dejaba de asesorarla todo el tiempo para que no recelara al sentir sus labios incrustándose ávidamente en la cima de sus senos.
Mi progenitor realizo su labor con tal maña y destreza que para cuando finalizaron el trabajo mi cándida hermanita tenia el vestido totalmente empapado a la altura de los duros pezones, como muestra de lo mucho que la boca de mi padre había disfrutado de ellos durante la ardua reparación.
Aunque me imagino que lo mejor de todo el verano fue sin duda el día que madrugaron para irse a pescar los dos solos.
Esa mañana salía casualmente del aseo cuando sonó el despertador y oí a mi padre, ya vestido y preparado, entrar en el cuarto de mi hermanita.
La oscuridad del pasillo me amparaba y me permitió ver como a la luz del amanecer y con mucho cariño mi padre le quitaba el camisón y a continuación le ponía las braguitas y su vestidito mas liviano de tirantes.
Rosa, adormilada, apenas prestaba atención a las afectuosas manos que recorrían su anatomía descaradamente, sobándola con descaro.
Luego, mientras mi hermanita iba al baño pude ver como mi padre hurgaba en su bolsa de playa, retirando de su interior la parte de arriba de su bikini.
No se lo que pasó aquel día, pero cuando Rosa volvió a última hora de la tarde, y la acompañe a la ducha, pude apreciar que traía colorado no solo sus altivos globitos sino también su pétreo culito.
Mi padre no solía dormir casi nunca la siesta, a diferencia del resto de nosotras, que teníamos que descansar adecuadamente para poder disfrutar mejor durante la noche.
Así que por las tardes se acercaba hasta donde estuviera durmiendo Rosa, generalmente un sofá o una mecedora, y la contemplaba a placer, durante largo rato.
Aflojándole la poca ropa que solía ponerse si era necesario para no perderse ningún detalle revelador.
Yo le vi hacerlo un par de veces, pero no dije nada. Porque a fin de cuentas él, a lo mas que llegaba era a bajarle un poco las braguitas infantiles, para ver su incipiente felpudito.
Y yo pensaba aprovecharme mucho más de su adorable cuerpecito de ninfa.
Capítulo VII
El día que la voz me dijo que podía sacrificar los pechos de mi hermanita, y la forma de hacerlo, la convencí de que se pusiera su vestido de verano más ligero, de tirantas, y me acompañara al mismo lugar del bosque donde los lobos habían poseído a mi madre; con la excusa de enseñarle un nido de ardillas, con sus crías, que había encontrado paseando.
Rosa vino la mar de contenta y feliz, y no dudo lo mas mínimo en subirse a las ramas de un árbol enorme, que yo le indique, para ver las supuestas ardillas.
Solo pudo echarles un rápido vistazo, pues enseguida la rama sobre la que se apoyaba cedió, y ella incrusto sus voluminosos pechitos en el agujero del árbol mientras abrazaba el tronco con sus brazos.
Por mas que la pobre grito no pudo soltarse de la trampa y yo, desde abajo, solo fingía buscar una forma de bajarla.
Mi hermana, llorando, me dijo que las ardillas le habían roto el vestido y que le estaban mordiendo las tetas.
De todas formas no debían de hacerle demasiado daño, pues veía claramente su cara, expresando todo el placer que sentía.
La pobre estuvo un buen rato atrapada en el agujero, hasta que, sorprendentemente, se soltó sin mas, sin que ninguna de las dos hubiéramos tenido que hacer nada en concreto.
Cuando Rosa bajo del árbol, con los pechitos al aire, vimos que no tenia ninguna marca de dientes, aunque estaban bastante enrojecidos; sobre todo los pezones, que seguían estando duros como piedras, para atestiguar que algo raro les había pasado allí arriba.
A duras penas conseguí que no le dijera nada a mis padres, con la excusa de que había sido todo culpa mía, y que me castigarían severamente por dejarla subirse a los arboles.
Como realmente no tenia ninguna herida en los lindos pechos, al final accedió a callarse, por hacerme un favor; y yo se lo agradecí, invitándola a dulces y pasteles en el pueblo.
Esa noche fui yo la que sufrí, y hasta goce, de las divinas torturas que la voz tuvo a bien hacerme en mis tiernos pechos, usando el viejo retal de tela.
Lo mismo me hacia delirar de placer, mientras me acariciaba los senos con mil manos invisibles, que me tenia que morder la lengua para no gritar de dolor, cuando me retorcía y pellizcaba los sensibles pezones, sin la mas mínima consideración.
Sus caricias no cesaron en toda la noche, ni siquiera cuando me penetro, durante varias horas, con su gigantesco miembro de seda.
Por la mañana, además de empezar su mejoría, tenia a los pobres pezones tan irritados que el mas mínimo roce con el vestido me molestaba, por lo cual estuve casi todo el día con los pechitos al aire.
Para alegría de mi pícaro padre, que no se perdía ningún detalle de lo que empezaban a ser un par de preciosos pechos, cada vez mas bellos y lozanos.
No me cabe la menor duda de que tuvo que ser la voz la culpable de que, ese mismo día, me quedara sin agua mientras me estaba duchando.
Dado que mi madre había salido al pueblo de compras con mi hermana hacia poco rato, tuve que ser yo la que ayudara a mi padre a reparar la avería del lavamanos.
Mi padre me aseguro, muy sonriente, que sería cosa de un momento, por lo que no me moleste en vestirme; y, ataviada con mi corto batín de baño, me senté como pude en la caja de herramientas, para sujetar la cañería.
Como aún me sentía cansada por el fogoso encuentro de la noche anterior me quede un poco adormilada en esa postura, con la cabeza apoyada en el lavamanos, escuchando los apagados ruiditos que hacía mi padre debajo mía, mientras trasteaba en la vieja tubería.
Tenía las piernas bastante separadas para no molestarle cada vez que tenía que coger una herramienta de la caja, por lo que me extraño muchísimo notar el intenso roce de su ruda mano en mis sensibles labios menores, mientras sacaba una gran llave inglesa; cuyo áspero mango, al salir, aun rozo más a fondo mi intimidad, deslizándose insidiosamente por la rosada abertura.
Como era bastante consciente de que mi querido tutor nos había salido bastante pícaro, me asome, poco a poco, para ver que estaba pasando ahí abajo.
De lo primero que me di cuenta era de que me había aflojado el nudo del batín lo justo para que mis senos quedaran totalmente a la vista, mostrándole su nívea desnudez, y sus cada vez más atractivos fresones.
Pero yo aún se lo había puesto mejor, pues al haber separado ingenuamente mis piernas le colocaba mi desprotegida intimidad a tan solo un par de palmos de su sudorosa cabeza. Mostrándole así hasta el último rincón de mi flor.
Como era la primera vez que mi padre mostraba algún tipo de deseo sexual por mi, en lugar de por mi dócil hermana pequeña, decidí continuar haciéndome la adormilada, y ver así hasta donde era capaz de llegar con mi consentimiento.
Mi padre no tardó en volver a guardar la llave inglesa en la caja, volviendo a incrustarla como por equivocación en mi cálida y sensible gruta, de forma aún más ruda e insistente, al mismo tiempo que lo hacía.
Al ver que yo no reaccionaba de ninguna manera, aparentemente dormida como un leño, apoyo su mano temblorosa en mi espeso bosquecillo oscuro, mientras soltaba por fin la dichosa herramienta, deslizándola a continuación por el resto de mi asequible intimidad.
De ahí paso directamente a acariciar y sobar el sugestivo seno que había descubierto, donde tuve que hacer mil esfuerzos para contenerme y que mi padre no se diera cuenta de lo mucho que me dolía el irritado pezón mientras lo estrujaba con su ruda manaza.
Pero pronto lo soltó para volver a juguetear con mi húmeda y acogedora cueva, donde se entretuvo metiendo los dedos, con muchisimo mas cuidado que de costumbre, durante casi media hora, magreandome a placer todo el orificio.
Solo el regreso de mi madre y mi hermanita interrumpió sus pícaras y, por qué no decirlo, gratas exploraciones íntimas.
Desde ese día retrase el sacrificio del culo todo lo que pude, pues era tan virgen por ahí como mi candorosa hermanita, y temía el dolor que podían hacernos los espíritus.
Sobre todo cuando me acordaba de los enormes miembros que había recibido mi madre por ese sitio tan estrecho.
Cuando la voz me aseguro que se me acababa el tiempo, hice de tripas corazón, y convencí a mi hermanita para que viniera a pasear conmigo por el bosque.
Ese día habíamos bebido mucho líquido las dos, pues hacia mas calor que de costumbre y, en un momento dado, Rosa se fue detrás de unas matas para hacer pipí.
Yo ya sabía lo que sucedería, así que la acompañe; y vi, asombrada, cómo crecía un grueso tronco justo donde caía su orina, sin que ella se diera cuenta.
Cuando acabo orinar, la oscura madera tenía la forma exacta de un miembro de hombre, bastante grande por cierto, y apuntaba justo adonde quería ir.
Solo tuve que fingir que tropezaba para empujar suavemente a mi hermanita y la gravedad hizo el resto.
Se clavó el miembro de madera hasta la raíz en el culo, entre desgarradores gritos de dolor.
Yo, haciéndome la sorprendida, fingí ayudarla, tirando de sus bracitos; pero, en realidad, me limite a ver como Rosa se empalaba sin querer, una y otra vez, en el afilado tronco, mientras intentaba zafarse de la trampa.
Mi hermanita termino por rechazar mi ayuda, al ver de lo poco que le valía, e intento liberarse por sus propios medios, apoyando firmemente brazos y pies, y balanceando suavemente sus finas caderas hacia delante y hacia atrás, tratando de encontrar el final de la impertinente raíz.
El sensual vaivén de Rosa fue haciéndose cada vez mas frenético, quizás por el ansia de liberarse, o puede que por el desconocido placer que empezaba a sentir, pues yo observaba que llevaba algún un tiempo mordiéndose los labios para que no me diera cuenta de que sus encantadores gemidos eran mas de gozo que de dolor.
Desde luego, recordarla allí, con su precioso rostro sudoroso bañado de lágrimas, el vestido arremangado, rezumando fluidos por su virginal intimidad, mientras meneaba su lindo trasero con ardor, es la estampa mas sensual que había visto en toda mi vida.
Cuando al fin consiguió escapar, debido al fuerte espasmo que provocó su violento orgasmo, quizás el primero de su vida, no me echó en cara el empujón, pero si estaba la mar de sorprendida por no haber visto ese gran palo cuando se agachó para hacer pipí.
Al irnos recogí el largo y grueso palo del suelo, sin problemas, pues la voz me dijo que mas adelante me haría falta.
Esa noche me di ánimos, recordando los gemidos de placer que había ahogado mi hermanita, para recibir mi ración correspondiente.
Pero la voz me volvió a sorprender, pues en vez de ocuparse sólo de la entrada posterior, se ensaño con los dos agujeros a la vez, penetrándome simultáneamente y haciéndome sentir llena como nunca me había sentido, ni me volví a sentir.
Llegue a romper la funda de la almohada de los mordiscos que le di, impulsada por el dolor, y el placer, que sentí aquella noche.
Desde esa noche memorable, y hasta que nos marchamos, siempre que la voz me venía a visitar, y era casi todas las noches, me penetraba por los dos orificios, de uno en uno o a la vez, para recordarme que una mujer nunca tiene bastante con un solo hombre.
Como, por desgracia, he tenido ocasión de comprobar tiempo después durante mi matrimonio.
Capítulo VIII
Yo mejoraba a ojos vista, igual que le sucedía a mi mama, que ya se parecía mas a una hermana que a una madre.
Ella me observaba con extrañeza, quizás sospechando algo, pero estoy totalmente segura de que no sabrá toda la verdad hasta que no lea este relato.
Me hacia gracia ver como me espiaba, con escaso disimulo, de vez en cuando. Pero no tardaba en aburrirse e irse a buscar a sus jóvenes amantes, en vista del poco caso que le hacia mi padre.
Sus esporádicos encuentros en el bosque acabaron convirtiéndose en una especie de rutina, pues rara era la tarde que no acudía al encuentro de los dos hermanos.
Supongo que algo tuvo que pasar en la vaquería, pues en vez de ir nosotras a por la leche un buen día empezaron ellos a traérnosla a casa.
Vinieron tan temprano que solo mi madre estaba despierta para recibirlos.
Más tarde la voz me comentó, muy divertida, que había habido una gran fiesta privada en la cocina. Fiesta que repitieron muchos días.
Una mañana la voz me despertó de improviso, diciéndome que bajara en silencio a la cocina. Cuando lo hice pude ver que mi candorosa hermanita había madrugado ese día, y hacia compañía a los pícaros hermanos mientras mi madre se duchaba.
Lo malo es que su breve camisón infantil apenas velaba el espléndido cuerpo desnudo que había debajo, y sus inocentes poses dejaban a la vista demasiadas cosas.
Los chicos, que no se perdían ni un detalle, no dejaban de bromear con ella; y Rosa, encantada, les seguía el juego.
Uno de ellos pronto se envalentono y decidió hacerle cosquillas, de las que mi hermanita se defendió dando unas pataditas al aire.
Estas provocaron que hasta desde donde estaba yo pudiera ver su rubio felpudito y su intimidad.
El otro también se unió a la fiesta y ya solo vi manos metiéndose por todas partes. Entre risas, quejas y jadeos las cuatro manos exploraban a sus anchas bajo el camisón.
Afortunadamente mi madre salió del baño al oír el alboroto y los sorprendió en plena faena. Aunque Rosa se apresuró a colocarse bien la ropa no pudo ocultar los estragos que el combate amoroso había hecho en los tres contendientes.
Ni que decir tiene que los viciosos hermanos no volvieron a pisar mi casa, teniendo que recurrir de nuevo a la intimidad del bosque para sus frecuentes encuentros con mi madre.
Cuando la voz me avisó de que esa noche tendría lugar el sacrificio final, accedí muy a gusto; pues la única virgen que quedaba en la casa era Rosa, y no lo consideraba justo.
Esa velada, poco después de la media noche, entró mi hermanita en mi dormitorio y, la mar de ilusionada, me confesó que ya era toda una mujer, aunque casi no había sangrado.
Yo la convencí para que pasara la noche conmigo, y la muy ingenua accedió encantada.
Poco a poco fui llevando ladinamente la conversación hasta que acabamos hablando de chicos y, mientras yo le hablaba acerca del sexo, le iba haciendo pequeñas caricias, cada vez mas enervantes, sobre su camisón infantil, para ilustrarla a conciencia sobre el tema.
Cuando note que la pequeña estaba bastante excitada pase a atacarla en serio; y, a la vez que estampaba dulces besos en su cara y en su cuello le solté todos los lazos del camisón, para apoderarme por fin de sus lindos senos desnudos y conseguir así ponerla a cien.
En cuanto estuvimos las dos desnudas empecé a acariciar suavemente su intimidad, y a rozar mis pechos contra los suyos, hasta que se nos endurecieron los pezones a las dos.
En el momento en que más excitada estábamos me metí dentro de mi intimidad, sin que ella se diera cuenta, el tronco aquel de madera, que la voz me había dicho que guardara bajo mi almohada.
Aunque acogí en mi interior todo lo que pude, sobresalía mas de la mitad fuera de mi. Era caliente al tacto, y se movía como si fuera una especie de ser vivo.
Aproveche que Rosa estaba situada en ese momento encima mío y, antes de que se diera cuenta de lo que pasaba, conseguí penetrarla a la primera con un seco golpe de riñones.
Mi hermanita, que estaba besándome en ese momento, intento gritar, pero yo apreté su cabeza contra la mía, para que no se oyeran sus aullidos.
En agradecimiento me dio un fuerte mordisco en el labio que me hizo sangrar.
También intento mover las caderas para apartarse, pero el instrumento parecía tener vida propia; y, en vez de separarse, lo que la pobre conseguía era metérselo cada vez mas adentro clavándoselo hasta la empuñadura.
Al final tuvo que claudicar, dejándose llevar por el placer, como hacia yo, mientras mezclábamos nuestros interminables gemidos de gozo como buenas hermanas y amantes.
Como el extraño chisme no paraba de moverse, aunque nosotras nos estuviéramos quietas, tuvimos varios orgasmos muy seguidos.
Rosa, supongo que debido a la falta de costumbre, se durmió, de puro agotamiento, estando todavía enganchada, y subida encima de mi.
La bella durmiente se apodero de uno de mis senos con sus manitas, y se puso a chupar el largo pezón como si fuera un bebe, mientras que se le escapaba, de vez en cuando, algún que otro tierno gemidito de placer.
Yo seguí jugueteando con sus bonitos pezones, pues era una auténtica delicia ver como respondían a mis suaves caricias, endureciéndose bajo mis dedos una y otra vez mientras amasaba sus túrgidos senos.
Seguí disfrutando también del aparato, incluso cuando la voz vino a reclamar su parte.
Tapándonos con el viejo retal de tela, nos penetro a las dos por detrás, simultáneamente, pasando de un orificio a otro.
Yo, como ya estaba acostumbrada, lo recibí con mucho gusto.
Pero mi hermanita, como era tan solo su segunda vez, se rebeló contra la intromisión, meneando, inútilmente, su bonito trasero; y, como seguía dormida, me mordió el pezón mientras lo hacía, con tanta saña que me dejó una marca de recuerdo, que aun hoy conservo.
Por la mañana mi pobre hermanita se marchó del cuarto mientras yo todavía dormía agotada, sin nisiquiera despedirse, con la cabeza hecha un auténtico lío, y tardó algún tiempo en perdonarme el que la hubiera despojado de su virginidad.
Con el paso de los años lo hizo; pero, hasta que no lea este relato de mis memorias no sabrá los verdaderos motivos que me impulsaron, solo en parte, a desgraciarla de esa manera, privándola rudamente de su malograda virginidad.
Dentro de unos días iré, con mi marido y mi adorada hijita, a la vieja casona de mi abuela, pues ya pronto cumpliré los odiosos cuarenta, y a mi hija, que es una verdadera preciosidad, aun le faltan unos dos o tres años para llegar a ser una mujer.
Creo, por tanto, que ahora es el momento oportuno de recuperar la belleza que siempre me ha caracterizado, desde que pasé aquel glorioso verano en compañía de un pícaro fantasma que me convirtió en lo que soy ahora.