Capítulo 1

Eran las 15:30 de un Sábado. Empecé a grabar desde el pasillo, bajando desde el piso superior. Descalzo, muy despacio.

Sostuve el móvil todo lo estable que me fue posible, a la altura de los ojos, para que la grabación representase con claridad mi mirada. Avancé así, mirando a la puerta de la entrada y al espejo, donde me vi reflejado y saqué un pulgar hacia arriba. Dirigí la cámara a la puerta abierta del salón y la enfilé con el mismo tiento.

Cris estaba en el sofá, de espaldas a la entrada. Aún no me veía. Ni siquiera en el reflejo de la pantalla del salón, desde este ángulo. O más bien no me hubiera visto, aunque tuviese los ojos abiertos. Tenía la cabeza ligeramente echada hacia atrás sobre el respaldo del sofá. Ojos cerrados, boca entreabierta, la media melena casi rubia cayendo sobre el respaldo y levemente tras él. Algunos pelos siguen sobre su cara. Los hombros desnudos; ni siquiera con la tira del top cayendo sobre su brazo: la pequeña prenda está arrugada en torno a su vientre.

Se baja la camiseta completamente para hacer esto. Nunca lleva sujetador, eso es normal.

Mi hijo, de cuatro meses, está enganchado a su teta, intentando mamar. Su madre, Carmen, tiene leche. Pero Cristina no. Eso, obviamente, le frustra. No voy a dejar que siga ocurriendo.

Rodeo el sofá muy despacio, andando de lado y teniendo mucho cuidado en éste último tramo para poder llegar a grabar bien la escena completa antes de que se dé cuenta. Sus muslos desnudos están casi cerrados el uno contra el otro, con el pantaloncito de tela minúsculo desapareciendo entre el sofá y su redondo culo, que me vuelve loco. Que lástima que no haga esto de pie para poder grabarlo también mientras se agita.

La cabecita de Raúl levementa apastada contra el enorme melón derecho de mi cuñada, succionando su pezón.

Las tetas de Cristina se aplastan a su vez una contra la otra, ondulando rápidas como flanes, presionadas por su brazo izquierdo. Su mano está dentro de su pantalón, entre sus piernas, y sus nudillos se dibujan en la fina tela, mientras se masturba.

Los movimientos dificultan el agarre de Raúl. Pero es un campeón de amorrarse a la teta, digno hijo de su padre. Su manita da pequeños saltitos sobre las enormes bufas agitadas de mi cuñada, pero él se aferra al pecho con ganas como si fuera un enorme toro mecánico.

Me detengo un momento. Podría ponerme completamente enfrente de ella, pero prefiero este ángulo perfecto, ligeramente desde la derecha. Controlo la respiración para no hacer ruido y alargo el brazo para acercar la imagen, hasta que toda la pantalla se llena de carne.

Cristina, con la boca abierta y la cabeza echada hacia atrás. Sus enormes tetas desnudas apretadas, ondulando, con un brazo para mantener a Raúl enganchado a su pezón y el otro metido entre sus piernas, masturbándose. Es precioso.

Gime bajito, se chupa los labios con la lengua. Los pies de puntillas sobre el suelo me indican que el proceso está avanzado. Gime. No puedo evitar empalmarme casi por completo al detenerme a mirarla, primero a ella en directo, luego a ella en la pantalla, luego directamente…

— Vaya. — digo, unos segundos después.

Sabía que se iba a asustar. No lo hubiera hecho así si supiese que lo hace de pie, por el niño. La hubiera grabado con algún dispositivo oculto.

Ella da un respingo y abre los ojos, horrorizada. Su boca se abre y se cierra con rapidez, pero ni siquiera llega a balbucear. Su cabeza avanza hacia adelante un poco, y mira al bebé. El pequeño salto que ha dado su cuerpo hace que Raúl pierda el agarre del pezón.

La mano de Cristina se detiene, dentro de sus pantalones. En el primer impulso, intenta sacarla hacia adelante, ni siquiera acierta a sacarla hacia arriba. Después, noto como trata de presionar sus dedos contra su pelvis mientras la arrastra, esta vez sí hacia arriba, para evitar que salgan muy mojados.

El pantalón gris de ella empieza a mostrar levemente la humedad de su coño en cuanto recupera su forma.

Me ve casi frente a ella, con el ceño fruncido, descalzo, con un pantalón negro, suelto, y una camiseta negra. Los más silenciosos que tengo.

— ¡Ay! — grita. Tarde, pienso. — Me has asustado, idiota… ¿Qué haces? — Dice, mirando al móvil que la apunta y graba.

Su cara, de un color casi tan claro como el de mi mujer, ha empezado por palidecer del susto. Ahora, aunque intenta decir algo con apariencia de normalidad, la vergüenza le enrojece furiosamente las mejillas, más de lo que estaban mientras se masturbaba.

— No hagas esto más, Cristina.

Ella sigue sujetando a Raúl, pero el niño ya no está chupándole el pezón: se queja, manoteando contra los melones de mi cuñada. Ella intenta subirse la camiseta con una mano, para taparse. Pero no atina. Ni siquiera se le ocurre volver a meter el brazo bajo el tirante y subir la camiseta así. Intenta agarrarla y tirar, pero la camiseta choca con su perola y vuelve a caer. Su motricidad se ha reducido al mínimo. Le costaría hasta levantarse sosteniendo al niño.

— No haga el q… — Lo intenta, pero la interrumpo.

— Lo tengo grabado. No uses al chiquillo para esto. Está feo. — Cuando Raúl se haga mayor y se lo cuente, sé que se reirá y me echará en cara que detuviese la escena. Hijo, pero que con cuatro meses eso te daba igual, sólo querías leche... Pues aunque fuese un cigoto, padre. Tetas, padre: tetas. Y las tetas de mi tía, nada menos. Nunca te lo perdonaré.

Cristina me mira con los ojos como platos. Ya no está roja, su cara casi parece verde. Mira a la puerta del salón, como si fuese a entrar su hermana en cualquier momento. Respira y su mirada se difumina por un momento. Sus tetas

— Por favor… no digas nada.. Borra, borra eso.. — Dice, bajando la mirada al suelo y dejando de intentar recuperar su camiseta.

Quizá piense que no taparse las tetas y dejarme verlas me va a ablandar.

— Tengo que mandárselo a tu hermana, Cristina. No puedo ocultarle esto. – digo, señalándola con la palma extendida hacia arriba. Sueno completamente serio, creo. Y mi mano está en dirección a sus tetas.

— Por favor por favor, no se lo digas… ha sido una vez…— insiste, casi sollozando.

— Ni una ni tres han sido. — Digo, parando la grabación y empezando a guardarme el móvil en el bolsillo. — Ya lo sabía, cuñi, pero no iba a decírselo así a pelo, para que lo negaras y tener un follón tontísimo.

— ¡Por favor, cuñao! — Da un saltito y sus tetas botan. Ha cambiado de táctica y los ojos abiertos intentan endurecerse como si me echase la bronca. Sabía que ese «cuñi» iba a hacerla creer que podía crecerse.

La miro y sonrío de lado. Todo va más acorde al plan que el mismísimo plan.

— No levantes la voz. — Esto le parecerá una salida — Tu hermana está echa polvo y necesita dormir. — añado, dándome la vuelta y dirigiéndome de nuevo a rodear el sofá para salir del salón, sin dejar de mirarle fijamente las tetas. — Ya veremos.

Cristina, con las enormes bufas sudorosas, más por los nervios que por la masturbación, me mira, y después mira al niño. Raúl sigue luchando por agarrar el pezón, y se queja tanto que parece que va a llorar. Prefiero que mi salida triunfal no se corte porque tengo que volver a calmarlo.

Pero finalmente se echa a llorar.

Tengo también esta variante ensayada en la cabeza.

— Quieta. — Le digo.

Cristina no me entiende, pero no se mueve. Me acerco a ellos y me siento en el sofá, a su lado.

— Quieta. — Repito.

La miro ahora a los ojos, fijamente, y alargo ambas manos hacia ella, lentamente.

El dorso de mi izquierda se frota contra su teta derecha hasta coger al bebé, pegado a su cuerpo. La paró ahí, entre ambos. Mi mano derecha, por el otro lado, va hacia el cuerpo de mi hijo, pongo la palma en su nuca y el pulgar en su pequeña mejilla. Pero mi mano sigue girando y se extiende más de lo necesario, muy despacio, para que mis dedos lleguen a palpar la ubre izquierda de mi cuñada, por debajo y por el lado. Abro los dedos, abarcando más carne, para que sienta el tacto y la presión. Cuento cinco segundos así, manteniendo el contacto de ambas manos con las tetas de mi cuñada. Ella está tiesa como un palo, sigue mirándome a los ojos.

Rompo el contacto visual, miro a mi hijo y le sonrío.

Lo separo de ella y lo giro con la mano izquierda, con cuidado para ponerlo boca abajo, su cuerpo sobre mi antebrazo derecho y su pequeña carita en la palma de mi mano.

Raúl se calma de inmediato. Veo que Cristina empieza a subirse la camiseta, metiendo un brazo por el tirante. Le chisto, chst, mientras la miro de nuevo y niego con la cabeza.

— Noo… no te tapes.

Me mira con los ojos como platos.

Quiere mostrarse furiosa, pero el miedo aún no la ha abandonado. Es inteligente, pero demasiado joven, y aún no entiende cuánto ha sobreestimado su poder sobre mí. Baja los hombros, sus manos recorren sus muslos hasta posarse sobre sus rodillas. Miro el top arrugado, que, así caído sobre su pantalón, no llega siquiera a ocultar su ombligo. Uno de esos tops con los que lleva años viniendo a casa, sacándome de mis casillas.

Sus pies se relajan, apoya las plantas y junta las rodillas. Mira hacia sus propias manos. Sus tetas, la una contra la otra entre sus brazos… brillantes, enormes, perfectas, con pezones rosados y duros, redondos como un dibujo, sobre areolas perfectas que se pierden suavemente en la piel de la mama… tetas perfectas perladas de sudor… Que suben cuando respira hondo y caen, pesadas, cuando suelta el aire.

— Así. Gracias — le digo, intentando que mi sonrisa parezca realmente amable, pero con mis ojos repasando el gran contorno de sus pechos. Expuestos con claridad y honestidad. Como debe ser.

Unas horas después, por la noche, mi mujer y yo mirábamos al bebé, entre ambos, en la cama, riéndose con fuerza y dándose la vuelta para quedarse sobre la espalda después de tenerlo un rato boca abajo para que yerga la cabeza.

— ¿Lo tienes? — Me pregunta Carmen.

Sonrío, asiento con la cabeza y le guiño un ojo.

— Que bien te lo vas a pasar, cabrón. Dale las gracias a tu hijo – me dice, sonriendo de lado.

Continuará.