Mi nombre es Henar, y soy una mujer española de 35 años, yo diría que normal, pero mona. tengo el cabello rubio oscuro que cae en una media melena. Mi piel clara está acentuada por mis ojos marrones y mis labios gruesos y sensuales. A 164 cm de altura y pesando 52 kg, mi cuerpo esbelto y delgado está adornado con pechos pequeños de talla 85b. Aunque en apariencia soy seria y tímida, en el fondo, soy una adicta al pecado y me encanta ser humillada.

Soy trabajadora social en un pueblo de Valladolid. Tengo un pequeño despacho donde atiendo a los usuarios, un lugar donde puedo trabajar en privado.

Un día, un hombre mayor, alrededor de los 70 años, acudió a verme. Apenas había cruzado la puerta de mi despacho cuando comenzó a acosarme y insultarme. «¡Vaya cara de guarra tienes, Henar!», escupió, mirándome con desdén.

Traté de resistir, de mantener una fachada seria, pero en realidad, me excitaba que me humillara de esta manera. No podía evitar sentirme sucia mientras me insultaba y me acosaba.

De repente, él se acercó a mí y comenzó a tocarme de forma agresiva. Sus manos recorrieron mi cuerpo, apretando y pellizcando cada parte de mí. Sentí su aliento caliente en mi cuello y supe que no había vuelta atrás.

«¡No, por favor, no hagas esto!», grité, tratando de parecer asustada, aunque en realidad, la idea de ser violada me excitaba.

Pero él no me escuchó. Sus manos se deslizaron hacia abajo, agarrando brutalmente mis pechos pequeños y presionando contra ellos. Grité de dolor, pero también de placer.

«¡Calla, zorra!», me ordenó, mordiendo mi labio inferior.

Entonces, comenzó a violarme. No se detuvo en ningún momento, insultándome y escupiéndome mientras me follaba. Sentí su erección empujar en mi interior, y luego me tocó el ano, preparándome para lo que vendría después. Recordé cómo se había burlado de mí, cómo me había llamado «viciosa» y cómo me había insultado.

Finalmente, me penetró por atrás, su miembro entrando en mí mientras me agarraba de las caderas. Estaba siendo violada, pero nunca me había sentido tan viva. Cada embestida me llevaba más cerca del borde, y finalmente, exploté en un orgasmo delicioso, sintiendo su lefa caliente dentro de mí.

Él se rió y se puso de pie, recogiendo sus cosas y saliendo de la habitación. Yo me quedé allí, temblando y cubierta de sudor, sabiendo que nunca olvidaría lo que acababa de ocurrir. Había sido violada por un hombre mayor, en mi propio despacho, y había amado cada segundo.

Esa experiencia me abrió los ojos. Me hizo darme cuenta de lo mucho que disfrutaba de la humillación, de la violencia, del daño y del dolor. Me había convertido en una mujer nueva, una mujer que no tenía miedo de sus deseos oscuros.

Y así, Henar, la trabajadora social violada, se convirtió en una mujer adicta a la sumisión, a la dominación, a la violencia y a los límites más oscuros de la sexualidad.