Vamos a la escuela, vivan las maestras especiales
Esta no es una historia real (aunque me hubiera gustado que lo fuera), pero está basada en situaciones y personajes verdaderos, a los que sólo les cambié los nombres y algunos lugares, como para guardar el secreto…
Como ustedes saben, si han leído mis anteriores relatos, sobre Ivanna y su mamá; Virginia y sus nenas; o Reducción de personal, soy un argentino cuarentón (o casi); que vivió siempre en Buenos Aires, pero que por esas cosas de la vida, ahora me encuentro instalado con mi familia en la ciudad de Neuquén, donde llegué hace unos años con la empresa multinacional para la que trabajo.
Debido a que mi familia es numerosa, hace un tiempo me compré una van con diez asiento, para trasladarnos todos juntos. Durante la semana voy con ella hasta la empresa, y los fines de semana la disfrutamos todos juntos.
El tema es que este año a mi cuñada Verónica, quien vive también en Neuquén con su familia, la cambiaron de escuela. Ella es maestra especial (de actividades plásticas), y el colegio donde la destinaron queda de paso a mi empresa. Dadas estas circunstancias, nos pareció lógico que siempre que pudiera la alcanzara a su trabajo, ya que ella no cuenta con vehículo. Mi esposa estuvo totalmente de acuerdo, y así empezamos el año.
Les cuento que Verónica es una chica de 32 años, casada ya hace unos 8 o 9 atrás, con dos hijos de 6 y 3 años. Tiene una tendencia bastante marcada a engordar; pero a diferencia de su hermana Virginia, se cuida mucho, y logra mantener el cuerpo en bastante buen estado. No es un espectáculo, pero bien arregladita le sobra pero no tanto.
Verónica tiene el cabello oscuro y muy cortito; su piel es blanca pálida, no tomando color ni en pleno verano. En esto se diferencia mucho de sus hermanas, ya que tanto Virginia, como Isabel (mi esposa) son mas bien rubias, y de tez sonrosada. Sí se parece, en que tiene una muy buena altura, cerca del metro setenta.
Así empezó la rutina de todos los días: la pasaba a buscar por su casa a eso de las siete y treinta; se subía al asiento de adelante contrario al mío (la van tiene tres asientos al frente) dejando libre el del medio; un beso y arrancamos. Durante el viaje charlábamos dos o tres pavadas, hasta dejarla en la escuela, o simplemente escuchábamos música.
Un día de mucho calor, antes que empezaran las clases, Verónica se apareció con un guardapolvo a cuadros muy de verano. A diferencia de los otros que usaba, éste era de mangas cortas y amplias, y un poco más corto (aunque no mucho más arriba de la rodilla). Pero lo que más me llamó la atención fue cuando entre los broches que lo cerraban por delante, pude observar que no llevaba nada debajo (al menos en la parte de arriba).
Cuando se movía un poco, se podía entrever su corpiño o la piel de su torso. En la parte de abajo, sí llevaba pollera, un poco más corta que el guardapolvo. Esto comenzó a hacerme pensar un poco en ella, y a mirarla con otra cara. Después de lo pasado con Virginia, empezaba a imaginarme algo con la otra hermana de mi mujer.
Parece que te viniste de veranito, hoy – Le dije, como para ir al tema. ¿Viste qué lindo?, se lo hice hacer a mamá, porque con este calor no aguanto los otros guardapolvos – Comentó. De todas maneras, no sé qué hacer, ya que para no tener tanto calor, no me puse remera debajo, pero así me lo tengo que mantener muy cerrado.
Yo me quedé callado, pensando que mejor se lo podría abrir y mostrarse un poco. Pero Verónica siempre ha sido muy seria, y aunque nos une un gran cariño, siempre mantuvimos las distancias. En eso me puse a pensar, con muchas ganas: ¡desabrochate el guardapolvo!, ¡desabrochate el guardapolvo!, y así iba, concentrado en el camino.
En eso veo que Verónica se lleva las manos a la parte alta, y comienza a sacar los broches desde arriba. ¡Qué calor que hace! – Fue todo lo que dijo. Y se abrió el guardapolvo hasta más abajo del corpiño. Yo me puse a mil; pero por otra parte, me quedé pensando si no habría hablado en voz alta y ella me habría escuchado.
Si no fue así – Me preguntaba. ¿Es pura casualidad, o logré llegar a su mente? Como no tenía respuesta a estos interrogantes, decidí hacer una prueba. Cerrando bien fuerte mis labios, como para asegurarme de no hablar, comencé a pensar: ¡Abrilo completo!, ¡abrilo completo! – Cada vez con mas fuerza, pero cuidando de no despegar mis labios.
A la tercer o cuarta vez, y ante mi gran sorpresa, Verónica desabrochó hasta el final su guardapolvo, e inclusive le quedó bastante abierto. Así pude contemplar sus pechos, no muy cubiertos por el corpiño, que tenía mucho encaje; su blanco vientre, al que nunca le daba el sol, ya que usa mallas de una pieza; y por último la falda, que no sólo era un poco corta, si no que además era muy amplia, toda tableada.
Yo no podía creer lo que veía. Verónica lo había hecho con toda naturalidad, pero yo sabía que ella no es así. Ya la excusa del calor no alcanzaba, y cada vez estaba más convencido que de alguna manera, mi pensamiento estaba influyendo en sus actos. Entonces decidí pasar a pruebas más difíciles.
Mediante órdenes mentales, le dije que se acariciara los pechos, primero sobre el corpiño, y luego con la mano dentro de este. Lo hizo sin rechistar, y pude apreciar como se iban irguiendo sus pezones.
También hice que se acariciara la entrepierna, por encima de la bombacha, previo levantarse la falda.
Se acariciaba con ganas, y cuando vi que estaba calentándose demasiado, le di orden de parar.
Para terminar, le ordené que me acariciara la pija; cosa que hizo, por sobre el pantalón. Me produjo una calentura mayor aún que la que ya tenía, pero no seguí más adelante, por miedo a que nos vieran desde afuera. Además, ya llegábamos al colegio, y ella tenía que bajarse en orden.
La hice abrocharse el guardapolvo, aunque dejando los últimos broches abiertos, de forma que se le veía el comienzo de los pechos; y lo último que le ordené fue que olvidara todo lo que había pasado en el viaje. Llegamos a la escuela, y ella juntó sus útiles y se bajó, como si nada hubiera sucedido, previo ligero beso en mi mejilla, y un «gracias por el viaje».
Ni que les cuento que cuando llegué a la oficina tuve que hacerme flor de paja, para bajar la calentura que llevaba. Me pasé todo el día pensando en el tema, y no le encontraba explicación lógica. Entré en Internet, como para buscar algo, y luego de navegar infructuosamente durante más de una hora, hallé una punta del ovillo.
En una página sobre poderes paranormales, explicaban casos parecidos. El tema es que el poder se puede dar con todas las personas, con algunas en especial, en un ambiente determinado, etc., etc. Las variantes son muchas, y yo no sabía cual era mi caso.
Para determinarlo, probé con algunos de mis compañeros y compañeras de trabajo, pero no pasó nada; hice algunas pruebas más, hasta que me fui a mi casa, más confundido que antes. Hice otras pruebas en casa, pero no pasó nada. Esa tardecita, pasó por casa mi cuñada con los nenes, y aproveché la oportunidad para probar si la cosa andaba sólo con ella.
Le tiré mentalmente algunas órdenes simples (por si acaso las cumplía, delante de todos), pero no hubo ninguna reacción. Para completar las pruebas, me ofrecí a llevarlos a su casa, antes de cenar. En la van volví a la carga, y le ordené que abriera la ventanilla; cosa que hizo al instante. Evidentemente, la cosa funcionaba con ella en ese ambiente.
Faltaba probar si se tenían que dar las dos cosas, o era el interior de la van lo que facilitaba mi poder. Le ordené al niño menor que le pidiera a la madre que le diera la teta, y así lo hizo, ante el asombro de Verónica, ya que hacía dos año que no lo amamantaba. Pero la cosa quedó ahí, como un chiste.
Ahora, yo ya sabía a qué atenerme. Estaba asustado, pero chocho con mi poder recién descubierto; y me puse a pensar cómo usarlo. El hecho de que fuera sólo dentro de la van, reducía mucho las posibilidades, pero seguro algo podría hacer.
Al día siguiente Verónica tenía puesto nuevamente el guardapolvo de verano, así que ni bien subió, comencé a darle órdenes. El viaje no es muy largo, y no podíamos llegar tarde. Primero le ordené que me besara como la gente, y no sólo ese besito en la mejilla. Se acercó a mí, y con los labios entreabiertos me besó en la boca. Fue un beso corto (yo estaba manejando) pero intenso.
Desabrochate el guardapolvo – Fue la siguiente orden. Y esta vez lo hizo completo de un tirón. Llevaba el mismo corpiño que el día anterior, pero se había puesto una pollera – pantalón, que hacía difícil el acceso a su entrepierna. La hice descubrir sus tetas, corriendo hacia arriba el corpiño, y me deleité admirándolas, ya que son bastante grandes, un poco caídas, pero de un blanco leche espectacular, y con unos pezones grandes, con aureolas que le abarcan la mitad del pecho.
Esta vez las caricias se las di yo directamente, y pude ver y sentir como iban creciendo sus pezones, al mismo tiempo que crecía mi verga en el pantalón. En un momento que paramos en un semáforo, aprovechando que los autos alrededor eran todos bajos (la van es muy alta), me recosté sobre ella y le pegué un par de chupones al pezón izquierdo.
Mi calentura iba en aumento, y no quería terminar con una paja como el día anterior. Así que antes de arrancar, me desabroché el pantalón y saqué a relucir mi pija, que estaba lista para cualquier cosa. Ahora, acariciámela – Le dije. Y en seguida le ordené que me la chupara. Lo hizo con bastante conocimiento, aunque por estar apenas saliendo del pantalón, estaba muy incómoda para metérsela en la boca.
No hicieron falta muchas caricias ni lamidas a mi verga, para que me viniera con toda mi leche dentro de su boca. Parte no la tragó, y cayo sobre mi vientre y mis pantalones, así que le ordené que limpiara todo con su lengua, para que nada se notara. Hizo lo que pudo, mientras yo aceleraba para recuperar el tiempo perdido.
No me pareció bien dejarla a ella en banda, así que hice que se bajara el cierre de la pollera – pantalón, y como pude, con una mano metida en ella, le hice una buena paja. Para mi sorpresa, ella ya estaba totalmente mojada, así que no me llevó mucho tiempo llevarla a un fuerte orgasmo.
Para cuando llegamos al colegio, ya la había hecho vestirse correctamente, y que olvidara lo pasado. Lo último que le ordené fue que a partir de ese día tenía que venir siempre con pollera como la del día anterior, y con el guardapolvo de verano, salvo que hiciera mucho frío.
Pasaron varios días iguales, en los que llegué a meterle varios dedos en su vagina, mordisquearle los pechos, nos dimos unos besos de matarse y me chupó la pija unas cuantas veces. Hasta acá estaba bastante conforme, pero iba pensando cómo llegar a más.
Pero un día las cosas cambiaron. Ha comenzado a trabajar en la escuela una chica de mi barrio – Me dijo Verónica, antes de bajarse en la escuela. Es la nueva profesora de educación física y vive a la vuelta de casa. ¿Te parece que podremos llevarla también a ella? – Preguntó, al final.
En qué encrucijada me metía. Yo no tenía idea si esto iba a torcer mis planes; no había probado con manejar dos personas a la vez. Por otra parte, si era un bicho, qué iba a hacer con ella. Al fin me decidí a probar, total no perdía nada; siempre podía echarme atrás más adelante.
Le dije que sí, y al día siguiente la pasamos a buscar, luego que levanté a Verónica. Le abrió la puerta lateral de la van, y se subió atrás. Billy, esta es Beatriz. Beatriz, mi cuñado Billy – Nos presentó. Y cuando la vi, casi me desmayo, de la emoción. Beatriz parecía una chica de no más de 25 años (después supe que tenía 30), con un cuerpito para el crimen.
En ese momento vestía una malla enteriza, de gimnasia, con unas calzas por debajo. Encima sólo llevaba una camisola transparente, abierta por completo al frente. No es muy alta, debe andar por el metro sesenta y cinco; delgada, pero con muy buenas curvas. Los pechos me parecieron bastante desarrollados, para su edad, y siendo tan flaca; después supe porque. Cuando pude apreciar su colita, me encantó. Es angosta de caderas, pero con un culo paradito y bien redondeado.
Se sentó en la segunda fila de asientos, y comenzamos a charlar. Ese día me enganché escuchándola, y se me iba el tiempo sin hacer las pruebas que tenía pensadas. Ahí me enteré que era más grande de lo que pensaba, y que gracias a la gimnasia de toda la vida era que tenía esa apariencia de más joven. También supe que es casada, y tiene un solo hijo; un bebé de cinco meses. De ahí venían esos pechos más cargados de lo que se podía esperar; todavía estaba amamantando.
Cuando estábamos por llegar, me acordé de las pruebas, y primero les transmití a las dos que se rascaran la cabeza. No quería hacer nada más raro, por si acaso una no respondía a mis órdenes. Pero resultó bien, ambas llevaron su mano al cabello. Después probé dándole una orden distinta a cada una; a Verónica que se acariciara el pecho, y a Beatriz que se acomodara la parte de arriba de la malla. También funcionó.
Al bajarse se despidieron, y Beatriz me dijo que recién nos veríamos dos días después, ya que ella no iba a esa escuela todos los días. Otra vez tuve que calmar mi calentura en el baño de la oficina, pero esta vez, con dos mujeres en que pensar. Y comencé a planificar lo que vendría.
Para manejarlas a las dos, necesitaba más tiempo y tranquilidad. Por lo tanto, inventé que tenía que ir a la oficina media hora más temprano, si ellas estaban dispuestas, las llevaría igual, ya que si iban en colectivo, igual tenían que salir más temprano de la casa. Ambas estuvieron de acuerdo, aunque lamentaban levantarse más temprano.
Pasé a buscar a Verónica y a las siete la estábamos levantando a Beatriz. Ya le había dado orden a Verónica que se sentara en el asiento al lado mío, dejando libre el otro de la fila para Beatriz. Cuando esta fue a subir, le dijo que lo hiciera adelante. Partimos despacio hacia la escuela.
En el camino comencé a jugar con ellas. Primero hice que Verónica se desabrochara el guardapolvo, dejando a la vista sus pechos, dentro del corpiño. Llevaba, como le había ordenado, una pollerita bastante corta y amplia. Beatriz, desabrochale el corpiño y sacáselo – Le ordené. Y metiendo sus manos por dentro del guardapolvo, le quitó a Verónica lo único que tapaba sus tetas.
Ahora lamele los pezones y acariciale los pechos – Seguí indicando. A lo que Beatriz se entregó sin problemas. Le pegó una buena mamada, que logró arrancarle un orgasmo a Verónica. Mientras yo le había levantado la pollera, y veía como se iba mojando su bombachita. Aproveché para meterle un par de dedos, que saqué empapados en sus jugos. Sentí que rico sabor tiene – Le dije a Beatriz, dándole a probar mis dedos.
Las hice cambiar de lugar, mientras me dirigía hacia una calle que había visto sin nada de movimiento a esa hora. Cuando estacioné, Beatriz estaba sentada a mi lado. Las calzas que llevaba ese día eran blancas, y sobre ellas un malliot fucsia, bastante escotado. Encima una camisa anudada por debajo de sus pechos.
Le hice bajar los breteles del malliot, volviéndose a acomodar la camisa, y pude apreciar por primera vez sus pechos. Realmente son hermosos, casi todos tostados, salvo una pequeña porción alrededor de los pezones, que se veían grandes, aunque con aureolas de poco diámetro. Dame tu leche – Le dije, cuando ya estaba excitado al máximo. Acercó con sus manos uno de los pechos a mi boca, y comencé a mamar.
¡Cuántos años hacía que no tomaba ese rico elixir! Estaba en la gloria, de sus pechos salían chorritos de blanca leche, que yo llevaba a mi boca con la lengua; los saboreaba, y luego tragaba con deleite. Esto a ella también la calentaba bastante, sentía como comenzaba a vibrar todo su cuerpo. Arrimé una mano a su entrepierna, y corriendo el malliot, apoyé mi mano sobre la concha, cubierta sólo por la calza. Abajo no tenía bombacha.
A medida que la succionaba, la calza se iba humedeciendo, con el flujo que salía de su conchita; y así, sin llegar a tocarla por debajo de la prenda, alcanzó un orgasmo fenomenal. Saltaba para todos lados en el asiento de la van. Cuando se calmó, vi que se hacía tarde para llegar al colegio, así que arranqué y me dirigí hacia allí.
Ahora te voy a dar yo mi leche – Le dije. Saqué fuera del pantalón la pija, que estaba al máximo de tamaño, y le indiqué que la chupara. En esto es una experta, mucho mejor que Verónica. Me la lamió, la succionó, de todo le hizo, hasta que poco antes de llegar, alcancé mi propio orgasmo. Le llené la cara y el pelo de semen, al margen del que fue a su boca y se tragó. Luego me la limpió bien con la lengua, y la guardé nuevamente.
Antes de llegar, limpiale la cara a Beatriz – Le dije a Verónica. Y esta se dedicó a pasarle la lengua por todos los lugares en que tenía mi semen, aunque un poco le quedó en el pelo. Tuvimos el tiempo justo para que se arreglaran la ropa y les ordenara que olvidaran todo lo pasado. Agregué que recordarían haberse quedado en la puerta charlando media hora, cuando las dejé; para cubrir el bache de tiempo en sus memorias.
Rebobinando todo lo que había pasado, me puse muy contento, ya que Beatriz había reaccionado aún mejor que mi cuñada. A Verónica le tenía que repetir cada orden varias veces, en cambio con su compañera la cosa era más fácil, a la primera respondía directamente.
La siguiente vez que llevé a Beatriz, fuimos más directamente al grano. La hice subir directamente atrás, y le ordené que cerrara todas las cortinas de la van. Estas son de un azul oscuro, que no permite ver nada para adentro. Cuando ya estábamos en camino, la hice sacarse la ropa, despacio y con música de fondo que puse en el pasacassette. Por el espejo retrovisor vi como se quitaba la camisola primero; luego el malliot, dejando al aire sus pechos; y por último las calzas, previo quitarse las zapatillas. Sólo quedó con las medias deportivas puestas.
Su concha es bastante peluda, con pendejos castaños, del mismo color que su largo cabello. Pero tenía bien depilados los costados, sin que se le saliera un pelito de la marca que había dejado el sol, alrededor de su bikini. Le pedí que se girara, y pude mirar y admirar su culo. Era aún mejor de lo que me imaginaba; sin ropa seguía tan paradito como antes.
Cuando llegamos al lugar donde habíamos parado el día anterior, sin contratiempos, me pasé a la parte trasera de la van, diciéndole a Verónica que vigilara si venía alguien. Cualquier cosa que se acerque alguna persona – Le dije. Arrancá despacio y salí de aquí.
Una vez estuve atrás, me quité los zapatos, los pantalones y el slip. Así en bolas me abracé a Beatriz, refregándome contra sus pechos. La acosté sobre los asientos traseros (es el más largo, con cuatro asientos), y comencé a sobar y chupar todo su cuerpo. No quedó mucho por recorrer, y cuando llegué a su vagina, le levanté las piernas, para penetrarla con facilidad con mi lengua.
De ahí aproveché para pasar el agujero del culo, que también recibió su ración de saliva y dedos. Costó mucho meterle el primero, pero una vez que se relajó, y con mucha saliva, pude hacerlo, mientras le chupaba el clítoris; hasta que llegó al orgasmo. Acabó como nunca; llenándome la cara con su flujo y en el medio de fuertes gritos.
Luego me senté yo en el asiento, e hice que me mamara la pija. Es increíble lo bien que lo hace. Esta vez con más libertad, por estar yo desnudo, se dedicó a chuparme y acariciarme los huevos; se los metía en la boca, acariciándolos con su lengua. Cuando tomó ritmo de mamada, con toda mi verga dentro, llegué a un hermoso orgasmo, con toda mi leche en su boca. No dejó escapar ni un poquito y se lo tragó relamiéndose.
Ya el tiempo se nos había acabado, así que me vestí en seguida, dejándola a ella atrás, mientras se ponía su ropa. Se corrió Verónica del volante, y me senté a manejar. Le dije que se sacara la bombacha, y para no dejarla a ella sin nada, dediqué el tramo que faltaba a hacerle una buena paja. A las dos cuadras ya había acabado; se ve que se había calentado viéndonos a nosotros.
En el siguiente viaje al colegio juntos, decidí culminar la tarea cogiéndolas. Ese día le tocó a mi cuñada. Nos pasamos atrás con Verónica, cuando paramos en la calle de siempre, y luego de algunos juegos previos, comencé a ponerle la punta de mi verga. No consideré necesario cuidarme, ya que ella difícilmente tuviera alguna enfermedad, y embarazada no podía quedar, ya que en la última cesárea le habían tenido que sacar los ovarios, por un problema que tuvo.
Entonces comencé a penetrarla, poco a poco, viendo como lo gozaba cada vez que le acariciaba el clítoris con mi verga. Antes de tenerla toda adentro, ya había tenido un orgasmo; y cuando topé con mis bolas contra sus nalgas y comencé a chuparle las tetas, acabó de nuevo. Esto me calentó aún más, y comencé un pone y saca cada vez más rápido. La sacaba casi del todo, y cuando se la enterraba de nuevo al tope, pasaba la cabeza por su clítoris.
Así llegamos los dos al orgasmo, que fue muy violento, por la calentura que ambos cargábamos. Tal fue así, que le di flor de mordiscón en el pezón que estaba chupando en ese momento; pero ella no se quejó. Terminamos abrazados, uno sobre el otro, hasta que Beatriz nos avisó que se hacía tarde. Para completar el viaje, le di a Beatriz su ración de paja, de forma tal que no se sintiera celosa.
La cosa iba cada vez mejor, pero yo no veía la forma de alargar los tiempos con ellas. Estaba atado a la van, y los riesgos eran muchos. Por un lado, alguien podía vernos; y por el otro, tenía miedo que ellas se dieran cuenta. Esto último podría ser el desastre total.
De todas maneras, después del primer día completo con Beatriz, noté que Verónica también comenzaba a reaccionar más rápido a mis órdenes. Nunca hacía falta repetírselas a ninguna de las dos.
Hermoso fue el día que me la cogí a Beatriz por primera vez. Estábamos los dos desnudos en la parte trasera de la van, y me dediqué a chuparla un ratito. Tomé mi ración de leche (me fascina, con esos pechos que tiene) y le lamí la concha, llevándola enseguida a un orgasmo. Me dediqué especialmente a lamerle y llenarle de saliva el culo, preparándolo para ver si lo podía penetrar.
Antes de continuar, me chupó un poco la pija, pero le ordené que no fuera muy lejos. No tenía tiempo para recuperarme si me sacaba la leche con su boca, y no me la iba a poder coger. De todas maneras, lo disfruté, y me dejó con la verga al palo.
La hice arrodillarse en el piso, con la cabeza sobre el primer asiento de la fila de atrás, de manera que sus nalgas quedaran apuntando al pasillo junto a la fila del medio. Le levanté la colita, y volvía a chuparle el clítoris, mientras le metía un dedo en el culo, junto con mucha más saliva.
Después que alcanzó otro gran orgasmo, me arrodillé detrás, y comencé a meterle la pija por su concha. Entró sin ningún problema, ya que aunque es bastante estrecha, estaba empapada por sus orgasmos previos. Se la puse y saqué varias veces, despacito para no apurar mi corrida, mientras le seguía metiendo un dedo en el culo; esta vez el pulgar.
Cuando la noté relajada, saqué del todo mi verga y se la apoyé sobre el agujerito trasero. Ella lo notó, y pegó un respingo, cerrando sus esfínteres. Al intentar comenzar la penetración, se hizo evidente que así no iba a poder ser. Le ordené que se relajara, y soltara los músculos, pero se ve que el instinto era más fuerte, ya que le costó bastante liberarse.
Muy de a poco comencé a penetrarla. Lo hice despacio, como para no lastimarla y que ella también lo gozara. Mentalmente le pregunté si su culo era virgen, y me dijo que sí. Luego de un rato, tenía toda mi pija en su recto, que la aprisionaba con fuerza. Entre lo estrecho de su culo, y lo ancha que se me había puesto, la sentía totalmente apretada.
Me quedé quieto un poco, para que se acostumbrara a sentirla, y después empezar a moverme; pero no llegué a hacerlo. Antes que comenzara a sacarla y ponerla, ella inició un movimiento de los músculos de su esfínter. Lo contraía y relajaba esporádicamente, hasta que alcanzó un cierto ritmo. Me estaba haciendo una paja con sus músculos, y yo comenzaba a hervir sin necesidad de cogerla.
Fue tanto lo que lo disfruté, que acabé bastante rápido. Nunca me había pasado, al final yo no le había hecho el orto, si no que ella me había masturbado con el culo. Si era su primera vez (y por lo cerrada que estaba, no dudo que así fuera), el instinto le había enseñado mucho. Supongo que el hecho de no oponer ninguna resistencia, por seguir mis órdenes, también ayudó bastante.
Cuando saqué la pija, noté que no la había lastimado, ya que no había ni rastros de sangre. Fue un desvirgamiento anal de los mejores. Me la limpió con su boca, logrando que se para de nuevo, pero yo no tenía tiempo para más. Me vestí rápidamente y me senté al volante. La mandé a Verónica atrás, para que le chupara el culo a Beatriz, de forma tal que se tragó todo el semen que le había depositado, y se lo dejó limpito.
Es día las chicas llegaron tarde al colegio, se me fue el tiempo con la enculada. Para cuando llegamos ya Beatriz se había vestido, pero bajó caminando con bastante dificultad. Esperaba que no quedaran rastros que pudiera percibir su marido, o ella misma se diera cuenta de algo.
Así pasamos varios viajes más. Para no generar demasiadas sospechas, los días que no iba Beatriz, salíamos en horario normal, y lo mismo hice algunos en que las llevaba a las dos. No podía argumentar siempre que tenía que llegar temprano.
Esos días sólo me hacía chupar la pija en el viaje por alguna de las dos, o les pedía que me hicieran algún pequeño espectáculo lésbico, besándose e inclusive mamándose entre ellas. Una de las veces montaron en el asiento trasero un 69 que las dejó a ambas de cama, después de gozar como locas; mientras yo las miraba por el espejo retrovisor.
Todo fue bien, hasta que en la empresa se les ocurrió cambiar el horario de trabajo, y yo tendría obligatoriamente que entrar una hora antes. Saliendo así, era imposible que siguiera llevándolas, ya que para ellas era excesivamente temprano.
El día que se los comuniqué, cuando íbamos hacia el colegio, ellas se miraron con cara de desilusión, que yo atribuí al hecho de que pensaban en tener que volver a viajar en colectivo. Pero después de varias miradas y gestos entre ellas, Beatriz me explicó las cosas, ante la mayor de mis sorpresas.
Billy – Me dijo. Esto no sólo nos va a hacer viajar en colectivo, si no que vamos a tener que suspender nuestras paradas en el camino. Yo abrí mi boca por el asombro y también ¿por qué no?, por el susto. Te voy a contar la verdad – Siguió Beatriz. Nosotras sabemos todo lo que pasa casi desde el principio – Me explicó.
La primera vez que me controlaste a mí – Dijo Verónica. Yo ni me di cuenta. Por lo visto me tenías dominada con tu mente. Pero después lo intentaste conmigo el primer día que me llevaste – Terció Beatriz. Yo noté algo raro, antes de perder el control, sentí que recibía una orden. En el segundo viaje, respondí a propósito ni bien me diste la primer instrucción, y por eso vos no insististe – Continuaba Beatriz. Al no repetir varias veces tus órdenes mentalmente, no alcazabas a dominarme.
Ella me lo contó todo ese mismo día – Siguió contando Verónica. Entonces desde el día siguiente yo también obedecía antes que repitieras las órdenes. De esta forma, no volviste a dominarnos nunca – Concluyó.
¿Esto quiere decir que todo lo que hicieron fue en forma consciente? – Pregunté, aún sin salir de mi asombro. No sólo conscientes, si no que lo disfrutamos enormemente – Contestaron. Tanto como vos, o más. El problema es que ahora se nos acaba, no podemos justificar ante nuestros esposos que prefiramos salir tan temprano.
Bueno – Les dije. Si los tres estamos de acuerdo, y por lo visto no es necesaria la participación de la van, ya podremos encontrar otros momentos y otros lugares donde encontrarnos – Concluí. Estuvieron totalmente de acuerdo; y, a partir de ahí, comenzó una relación distinta, donde todos sabíamos cómo eran las cosas. Pero esto es una historia diferente, que ya habrá oportunidad de contarles.
¡Hasta siempre!
Un abrazo,