Dejé lo de las oposiciones y me puse a estudiar en otra academia para ser auxiliar administrativo.
Por aquel tiempo tenía una obsesión.
Había ido alguna vez a un sex shop que está en la calle Atocha y disfruté como una loca viendo los penes de plástico.
Me excitaron muchísimo. Me imaginaba que una mujer se lo sujetaba a la cintura y lo utilizaba.
Yo ya estaba convencida de que a mí me gustaban sólo las mujeres pero los penes me seguían dando morbo.
Se que algunas mujeres que son lesbianas no les gustan esta clase de artilugios. Pero a mi sí aunque nunca los he usado. Si me han metido consoladores.
Después de salir de clase me daba por fantasear. Había tres mujeres que a mí me gustaban mucho.
Lola de mi edad. Rubia y de ojos azules. Muy tierna. Soñaba con que yo la poseía. Primero le besaba en el ano y luego ella se metía mi pene de plástico en la boca como si yo fuese un hombre.
Lo tenía sujeto con un cinturón a mi cintura. Luego cogía a Lola y me la sentaba sobre mí.
Nos dábamos besitos y la penetraba. Ella se entregaba totalmente. Le pedía que se levantase y entonces le metía mi pene entre sus pechos deliciosos. Cuando me imaginé esta escena tuve un orgasmo.
Lola me metía un dedo en el culo y yo le lamía el suyo. La volví a sentar sobre mi pero en esta ocasión…le metía mi pene de plástico por el culo. Ella hizo una mueca como de dolor.
Sentía que la dominaba. Finalmente me quitaba el cinturón y hacíamos un 69 que duraba una hora. A veces me quedaba dormida acariciándome y acariciándome…
María era una chica super alta. De cabello largo. Su perfume era maravilloso. Volvía locos a los hombres de la clase.
Me imaginaba que intercambiábamos papeles. Primero yo. Con mi pene de plástico.
Ella se lo metía en la boca. Yo me lo quitaba y se lo ponía a ella. Y también se lo chupaba. ¡Cómo empapaba la almohada! Y se me caía la baba imaginándome estas cosas.
Le acariciaba el clítoris a la maravillosa María y ella me acariciaba el falo como si me estuviese masturbando. Luego pasaba mi lengua por su clítoris y la oí gemir.
«Ahora quien más me gustas eres tu» y yo le preguntaba: «Serías capaz de dejarme» y ella contestaba: «Sí» y yo pensaba: «cabrona». Le metía mi pene entre sus dos grandes pechos.
Ella me lamía el ano provocándome un orgasmo. Y luego nos tumbábamos sobre la cama a hacer un soberbio 69. Ella se ponía debajo. ¡Y que bien lo hacía!. Sabía mucho más que yo. Había estado con hombres y con mujeres.
Marta era una mujer de treinta y tantos. Siempre me recordó a la madre de Luis, Lorena.
La verdad es que no se parecían en nada. Ni siquiera en la manera de ser. Marta estaba casada y estoy segura de que no le atraían para nada las mujeres. Ver su cuerpo robusto me excitaba muchísimo.
A María y a Lola no las conocía prácticamente y no me habría acostado con ellas. Pero Marta a veces se sentaba conmigo y yo la amaba. ¡Quizá era menos dulce que Lorena! Pero sí más sincera. Me encantaba su forma de hablar y de decir las cosas.
Me imaginaba que comenzábamos haciendo un 69 con ella debajo. Yo cerraba los ojos. Luego ella se ponía el pene de plástico y yo se lo chupaba.
Me empujaba hacia delante y me penetraba como si fuera una perra.
Me estremecía por la fuerza que tenía. Estoy segura de que ella era más fuerte que su marido. Recuerdo que pensaba que el pene de plástico tenía testículos y a mi me gustaba apretarlos. Cuando lo hacía me moría de risa.
Ella se tiraba como una loba a lamerme el ano, una de mis fantasías preferidas y luego me metía todo el dedo en el culo hasta el fondo. Entonces y muy lentamente me iba introduciendo toda aquella cosa por mi orificio anal. Lo hacía dándome besos en la cara todo el rato para que no me doliese tanto.
Pero me encontraba algo incómoda así que me la sacaba de ahí y me sentaba sobre ella penetrándome por delante.
Quedé atrapada entre sus brazos y su cara. Me había hecho daño pero también me quería.
Me empujó hacía atrás y me metió un dedo en la vagina. Luego me dio la vuelta.
Me obligo a levantarme y así agachada me volvió a meter el pene pero por delante otra vez. Luego me cogía con sus brazos y me ponía sobre la cama y me lamía por todo el sexo.
Finalmente me volvía a poseer sentada sobre ella. Y termino aquí la narración porque sino esto sería el cuento de nunca acabar.