Hacia un día de finales de junio muy soleado y a pesar de que apenas eran las 10:00 de la mañana ya el sol pegaba fuerte.
La salida estaba bastante transitada y, en los coches, gente con cara de fin de semana. Nada más salir de Sevilla tomamos un desvío de la autovía.
No fuimos a ningún pueblo, Juan sólo buscaba un restaurante de carretera para tomar una café.
Al llegar a éste Juan me indicó que tomara asiento en la terraza, que ya a estas horas tenía las sombrillas puestas, mientras él pedía en la barra.
Muy poco después lo vi acercarse trayendo él mismo los cafés.
Bueno, ni siquiera me has preguntado a dónde vamos. ¿No sientes curiosidad?
Pues sí, pero como me da igual adonde vayamos…
En el email te dije que me gustaría que vinieras, aunque la verdad si no hubiera sido por que no sabía si tenías algún compromiso…
Qué, hombre termina.
Pues que te hubiera obligado a venir. Aunque también hubiéramos parado por el camino para explicarte de que va este viaje.
¿Y era necesario parar para contármelo?
Claro que sí, pues aún estamos a tiempo de dar la vuelta si no te apetece venir. Yo te dejaría de nuevo en Sevilla y me iría sólo.
Ya. Pues cuenta que ahora si me matas de curiosidad, aunque no te creas que te vas a ir sólo me digas lo que me digas.
Vamos a ir a ver a un viejo compañero al que de vez en cuando le apetece invitar a su casa a unos amigos. Allí estaremos hoy sábado y mañana tomaremos el camino de vuelta.
¿Bueno, y eso que tiene de particular?
No nada. Sólo que lo que hacemos cuando nos vemos es pasar el día follando y eso quizás para ti ya no sea tan normal.
¿Tú con tu amigo?
No, con mis amigos. Y ellos entre sí, por supuesto.
Además de que me cogió con el vaso de café en la boca y estaba bebiendo, de todas formas, no hubiera sabido que contestarle. No sólo me había cogido desprevenido si no que nada más enterarme de aquello pensé en si me iba apetecer ver a Juan follando con otro y yo mientras liado con cualquiera.
Así que tú decides si vienes o damos la vuelta.
No sé. Espera. Déjame pensarlo. Yo no conozco a esos tíos y va a ser un poco brusco colarme allí aunque sea tu acompañante. Además ¿y si no me gustan qué?
Bueno, pues si no te gustan, nada. Pero seguro que habrá alguien que te guste. Ah, y otra cosa, irás a tu rollo y yo no te voy a ir diciendo lo que puedes o no puedes hacer. Durante estas 24 horas vuelves a ser un hombre libre.
Sí, tu ríete, pero espero que si no hay nadie que me agrade no me pongas pegas para liarme contigo.
Te digo que harás lo que tú quieras. Y claro que podrás estar conmigo sólo que puede que me tengas que compartir.
Nos montamos de nuevo en el coche y Juan me miró como esperando de mí la última palabra y mi decisión final. Yo sólo le hice un gesto con la cabeza y él arrancó para tomar rumbo hacia yo no sabía dónde, aunque sí para qué. Bueno, pensé al tiempo que entrábamos de nuevo en la autovía, como poco lo tendré a él y si hay suerte…
Miguel, ahora me toca pedirte un favor.
Claro tú dirás.
Allí harás lo que tú quieras, pero hay algo que me gustaría que por favor no hicieras.
¿El qué?
No dejes que nadie te folle. Sé que es una tontería pero aún no lo he podido hacer yo, y me gustaría ser el primero aunque eso nos lleve su tiempo.
Bueno, ja, ja, me lo pensaré.
¿Cómo debía entender esto, como aquellos héteros que están obsesionados por partir virgos, aunque en este caso sea un culo, o como alguien que le gusta vivir su sexualidad de forma posesiva, y esto era un rasgo más de ese aspecto?. Después de pensar en ello me quedé con lo segundo porque aunque fuera de la cama nuestra relación fuese como la que podrían tener dos amigos cualesquiera, a Juan le gustaba dominar mientras estábamos sobre ella. Ya me había contado que no era la primera relación que mantenía de este tipo, aunque una de ellas le durara poco tiempo.
El camino fue distraído. No recuerdo que fue sonando por la retro-sintonía de la radio pero Juan conocía casi todas las canciones. Las cantaba, o intentaba cantarlas, con su voz grave que, si bien era ideal para hablar y sobre todo para susurrar en mi oído, no era capaz de entonar en lo más mínimo. Mientras yo me partía de risa él sólo me miraba de reojo con un gracioso gesto despectivo.
El lugar al que nos dirigimos definitivamente estaba en la costa. Pasamos por una carretera secundaria flanqueada de pinos entre los que de vez en cuando se podía ver una construcción.
Aunque en ningún momento pude ver el mar sabía por el olor y la brisa que éste estaba muy cerca. Finalmente, un carril de arena, que serpenteó por una urbanización algo solitaria, nos llevó hasta la entrada de una parcela rodeada por una tapia bien alta sobre la que sobresalían unos setos.
Juan se bajó del coche y llamó al timbre del portero automático. Desde el coche vi como hablaba pero sin poder percibir nada de la conversación. Parece que desde dentro accionaron el botón de apertura y Juan empujó la maciza y pesada cancela. Una vez que hubo aparcado sobre el inmaculado césped, al lado de otros dos vehículos, nos bajamos los dos, cerramos la cancela y recogimos nuestro escaso equipaje.
Desde la entrada hacia el chalet había un corto camino de piedrecitas sueltas. Mientras subíamos una suavísima pendiente alguien, en el porche de la casa, nos esperaba con las manos en los bolsillos de su americana verde. Desde los metros que nos separaba le calculé unos 60 años. Era un señor con un gran porte, alto y fuerte, pelo gris peinado hacia atrás y muy elegante en su vestir. Juan se acercó, y yo detrás de él. Cuando se encontraron los dos sonreían e inmediatamente se dieron un abrazo, se miraron un momento y se volvieron a abrazar.
Este debe ser Miguel ¿no?
Sí. Os presento. Miguel, Agustín.
Era evidente que Juan le había hablado de mí a su amigo. Yo le tendí la mano y él la tomó con fuerza y decisión. Ahora, desde tan cerca, ya no me parecía que tuviese unos 60 años, si no algunos más. Agustín nos invitó a pasar por una gran puerta de doble vano que permanecía abierta. Juan y Agustín hablaban mientras cruzaban el amplio recibidor, pero yo no les prestaba atención. Estaba expectante, mirándolo todo. A la izquierda del recibidor estaba la cocina y en ella dos hombres charlaban mientras algo se cocinaba en el fuego.
Ya había empezado a tener suerte, pues uno de ellos era un hombre de unos cuarenta y tantos años, de complexión normal, pero de piel tostada y con una maravillosa y buena cantidad de pelo gris. Del otro sólo decir que parecía que lo acababan de sacar de un anuncio de calzoncillos. Juan y Agustín seguían hablando unos pasos más allá de la entrada al salón, justo enfrente de la puerta de la casa. Cuando me acerqué Agustín nos sugirió que fuéramos a nuestra habitación por si queríamos cambiarnos.
A Juan le pareció una buena idea y tomó marcha atrás para dirigirse a la escalera que estaba a la derecha del recibidor de entrada. Yo seguí sus pasos mientras nuestro anfitrión le indicó cual era nuestro dormitorio. Nada más entrar en él Juan empezó a desnudarse al pie de las dos camas individuales, pegadas, que había en el centro de la habitación. Sacó de su bolsa un bañador de cuadros en dos tonos de azules y lo puso sobre su hombro. Yo sólo miraba el espectáculo.
Te habrás traído uno, ¿verdad?
Pues no. Ya me lo podías haber advertido que necesitaba bañador. ¿Ahora dime tú qué hago?
Va, tú no te preocupes. Aquí nadie se va a molestar si te paseas en pelotas.
Vaya hombre que gracioso estas hoy.
Bueno, mientras pensamos que hacemos nos vamos a dar una ducha.
La ducha estuvo muy bien, y los consiguientes toqueteos que en ella hubo, magníficos, pero yo no podía dejar de pensar en que iba a hacer al salir y con qué me iba a vestir. Y sí que estaba gracioso el señor, pues cuando salimos secos del cuarto de baño rebuscó en su bolsa y sacó otro bañador, algo más pequeño de color mostaza. A pesar de que me reía me fui hacia él con ganas de que todos después se dieran cuenta de cómo eran las marcas de mis colmillos.
Abajo, de nuevo en el salón, tomamos una puerta de cristal que había a la derecha de éste para salir a un porche sombreado con un gran toldo a rayas. A la derecha, dos hombres sentados en sillas de terraza discutían acaloradamente, aunque era uno el que llevaba la voz cantante. El más exaltado era un hombre de unos 50 años, coloradete de piel, escaso pelo castaño oscuro y algo de vello cano en el pecho. Llevaba gafas metálicas sobre unos ojos algo saltones. Observé a Juan que los miraba con gesto un tanto cómico.
Oye, os dejé la última vez discutiendo y os vuelvo a encontrar de la misma manera. Cuando os calméis nos saludamos.
El que estaba de espalda ni se volvió y el más acalorado apenas torció la vista y extendió su mano. Juan siguió camino hacia la parte de atrás de la casa en la que había una piscina rodeada de césped. Sentado sobre una silla playera, muy cerca del agua, había un hombre leyendo el periódico. Nada más vernos soltó el periódico, se puso de pie y vino a nuestro encuentro. Le dio un efusivo abrazo a Juan y después a mí, como si me conociera de toda la vida. Era algo más alto que yo, sobre el 1,80 y debía pesar los 115 kilos. Su pelo debía de haber sido rubio pero ahora sus canas lo habían enturbiado algo. Su cara era redonda pero no demasiado ancha, y lucía una bonita barba casi pelirroja, muy pegada y cortita. Al principio creí que sonreía pero luego me di cuenta que esa era la expresión normal de su cara. Después de que nos presentara Juan, él volvió a su asiento y nosotros lo seguimos sentándonos en el césped.
Uf, no te puedes imaginar las ganas que tenía que Agustín nos llamara para que le hiciéramos una visita. No veas el tiempo que hace que no me como «na», estoy frito.
Y se puede saber qué haces ahí leyendo el periódico. Aprovecha el tiempo hombre.
Pero que dices. Ramón y Luis llevan toda la mañana discutiendo y Manuel y su amigo no salen de la cocina. ¡¿Pues a ver qué hago?!
Pues menos mal Blas que nosotros hemos llegado, con Miguel aquí ya tienes carne que comer.
Yo me eché a reír, porque aquello me pareció un chiste pero para Blas, que así se llamaba, no lo fue. Creo que para él mi risa fue como una invitación y esperó de mí un último gesto de aprobación para que pasara algo. Juan me miraba sonriendo, pero sabiendo que aquello no era para mí ningún aprieto, pues él imaginó que ese tío no me debía resultar para nada ingrato.
Venga Blas a que esperas, si no, puede que sea yo el que le meta mano.
Blas se puso de rodillas entre Juan y yo, y empezó a bajarme el bañador. Eso sí era un aprieto. Una cosa era liarme con él y otra muy distinta que lo hiciéramos allí en medio. Pero ese tío ya estaba lanzado y no me dio tiempo a impedir que mi bañador llegara hasta mis rodillas y que inmediatamente se metiera mi polla flácida en la boca. Me di por vencido y me recosté hacia atrás. Juan me miraba sonriendo de forma socarrona y Blas suspiraba sin dejar de chupar.
Verdaderamente, por la forma de mamarla, ese tío debía llevar mucho tiempo de secano. A él no le importaba que la polla estuviera sin empalmar y que yo tardara tanto en hacerlo, él chupaba con ansiedad, metiéndosela entera en la boca y llegando con sus labios hasta la piel de mis huevos. Mientras él se dejaba caer sobre sus codos yo me incorporaba algo sobre los míos. Juan le tenía metida una mano por debajo de su cuerpo y le atenazaba un pezón del que tiraba con fuerza. Ver a ese tío comerme la polla fue lo que hizo que me empalmara, pero cuando esto ocurrió parece que su objetivo estaba cumplido. Se giró un poco, le metió una mano por debajo de las nalgas a Juan y le tiró del bañador. Antes de empezar a chupársela la contempló, a pesar de que aún no estuviera empalmada era inevitable no hacerlo, igual me ocurría a mí cuando me encaminaba a esa tarea. Era evidente que no era la primera vez que le hacia una mamada a Juan, pues le hacia todo lo que a él yo sabía que le gustaba. Se le terminó de empalmar cuando Blas se dedicó a morder suavemente a lo largo de toda su polla, recorriéndola de arriba hacia abajo. Blas tenía unas buenas tragaderas, pues era capaz de metérsela mucho más adentro que yo.
Cerraba los ojos a medida que iba tragando polla y un gemido salía de su garganta. Aunque el espectáculo era realmente maravilloso, me deslicé un poco hacia abajo y comencé a comerle un pezón a Juan, mientras que con mi mano buscaba el de Blas. De forma automática giré la cabeza algo hacia atrás y vi como Agustín, de pie, contemplaba la escena. En su pantalón de verano se adivinaba una polla empalmada. Nuestros ojos se encontraron, y en ese momento de nuevo noté como Blas cogía mi polla para mamarla. Juan con un gesto de la cabeza invitó a Agustín a que se acercara. Él siguió contemplando la escena y yo el bulto en su pantalón. Cuando por fin se acercó, pasó por detrás de Juan y fue en mi busca.
Yo lo seguí, hasta donde pude, con la mirada y por fin se situó a mi derecha. Se acercó lo suficiente como para que yo pudiera tocarlo. Pero no lo hice. Esperé hasta que él se abrió la cremallera y sacó una polla no demasiado grande pero sí bastante gorda. Lo miré a los ojos y alcé el cuello pidiéndole así que me la metiera en la boca. Yo estaba sentado, apoyado sobre mis manos y con la cabeza ladeada esperando ansioso a que por fin se decidiera. La tenía en su mano, muy cerca de mi boca, y se la meneaba despacio y con suavidad. Sacó también los huevos y por fin la recibí en mi paladar.
Empecé a chupar despacio, suave, de la misma forma en la que él se había estado masturbando. La piel de sus huevos era suave y salpicada con unos largos pelos grises. Yo no tenía tiempo ni para darme cuenta que mientras Blas me estaba haciendo una mamada de catálogo. Cuando en todo esto Juan se fue hacia mí para comerme el pezón izquierdo no pude aguantar más, paré de mamar, le quité la cabeza a Blas y me eché de espaldas sobre el césped. Había estado a punto de reventar de placer. Juan empezó a reírse y detrás todos con él.
A ver, que sepáis que yo sólo había venido a avisar que el almuerzo está casi a punto, y que allí necesitamos ayuda para montar las mesas.
Juan se incorporó riéndose mientras hablaba Agustín y a continuación ayudó a Blas diciéndole.
Venga Blas, vamos a almorzar. Después seguirás comiendo.
Al llegar al porche, donde íbamos a almorzar, por fin me presentaron a Ramón, alias el acalorado y que muy pronto desapareció al no tener posibilidad de seguir discutiendo, y a Luis, su pareja. Luis era un tío de 1,75m, más o menos, y unos 80 kg. de peso, cara redonda y en ella expresión de buenazo. Sobre la cabeza un fino y algo escaso pelo castaño oscuro, contrastaba con su moreno de piel, salpicada con negro y rizado vello. Aunque tuviera unos 50 años aún se notaba que debía de haber practicado mucho deporte, pues lucía unos redondeados músculos, sobre todo en sus macizas piernas.
Entre los que estábamos allí montamos las mesas y sillas necesarias para todos, y la comida la trajeron Manolo, Sebas, que así se llamaba el chico figurín, y que eran los dos que anteriormente había visto en la cocina, y Ramón que se debía haber perdido por la cocina.
Mientras estábamos en estas sonó el teléfono y Agustín nos comunicó que debíamos esperar pues había un par de invitados que estaban de camino y a punto de llegar. En la espera, y en medio del movimiento de la gente, Juan se sentó a la izquierda de Luis y yo al otro lado, y lo hice a propósito, para que por fin pudiera descansar un poco del pesado de Ramón que ya buscaba la ocasión para seguir atosigándolo. Los que llegaron como media hora después eran un par de hombretones que al parecer eran pareja.
El más joven de los dos, que se llamaba Toño, debía tener unos 35 años, de 1,75 de altura y unos 100 kg., con abundante pelo negro y una tupida barba con algunas canas en la perilla. Aunque no era la primera vez que venía de visita a la casa, por su actitud, demostraba ser un hombre tímido. Su compañero, de unos 45 años de edad, se llamaba Jorge y en cuanto lo vi me recordó, por su parecido, a Constantino Romero con bigote y calva incluidos.
Por el aspecto que tomó la mesa estaba claro que un vegetariano andaba suelto por allí. Ni el más mínimo rastro de carne. Todo eran revueltos (sin jamón por supuesto), ensaladas de patatas, de lechuga y hasta de remolachas. Pero la verdad es que todo estuvo exquisito y nada pesado de digerir. Durante la conversación del almuerzo entre Juan y Luis me enteré que yo era algo joven para los gustos, hasta ahora, de Juan y que me pidió que me dejara la barba no sólo porque le gustaba sino también para que pareciera algo mayor. Aunque esto me desconcertó pensé que el asunto no era tan malo pues sabía que cada día que pasara más le gustaría a él.
Al terminar la comida me fui arriba a cepillarme los dientes y al volver todos buscaban asiento en el salón. En el centro de éste había un par de tresillos azules, uno enfrente del otro, separados por una amplia mesa baja de madera, sobre una alfombra también azul. Como ya no había demasiado sitio busqué una silla y me senté a un lado entre los dos sofás.
La gente se reía de lo que decían Luis y Juan, que bromeaban sobre el «hambre» que seguía teniendo Blas, que en tono cómico mordía el aire mientras intentaba con sus manos cogerle la polla a cualquiera que pasaba cerca de él. Sobre un diván que estaba cerca de la cristalera por la que se salía al porche estaban sentados Manuel y Sebas que no perdían el tiempo ya que se besaban sin prestar atención a los demás. Blas seguía con sus bromas y se fue hacia Toño que estaba sentado al lado de Jorge, lo cogió de la mano e hizo que se levantara y se lo llevó hasta la mesa de madera. Allí lo sentó y lo tendió sobre ésta. Él se dejaba hacer más por timidez a la protesta que por arrojo. De rodillas sobre la alfombra le bajó el pantalón corto y empezó a mamarle la polla. El resto de nosotros, casi en corro, mirábamos como le chupaba la polla con las mismas ganas que lo había hecho antes conmigo. Jorge se dio cuenta de que Toño estaba bastante cortado y se acercó a él, se puso de rodillas a su lado y comenzó a besarle la boca.
Lo hacía con suavidad y dulzura, acariciándole la cara y su barba, y Toño lo recibió abrazándolo y acariciándole la espalda. Creo que ya no nos reíamos, sólo observábamos con lascivia. Jorge apartó a Blas para ser él el que le comiera la polla a Toño que ahora estaba con los ojos cerrados y excitadísimo. Blas se apartó. Anduvo sobre sus rodillas y se fue hacia Ramón con intención de seguir comiendo polla. Ramón, que por primera vez se reía, se quitó su bañador y deslizó el culo sobre el sofá y le ofreció su nabo.
Juan y Luis que estaban sentados juntos se quitaron los bañadores y comenzaron a acariciar el pecho y la barriga de Toño que seguía sobre la mesa, y que alargó la mano para tocar las piernas de éstos. Los únicos que mirábamos, y que seguíamos con algo de ropa, éramos Agustín y yo. No es que tuviera bastante con mirar pero me daba reparo acercarme a cualquiera y entrar en acción sin más, sin la más mínima invitación.
Los dos que estaban sobre el diván, Manuel y Sebas, se levantaron y se acercaron para integrase en la fiesta. Se quedaron un momento observando, como eligiendo a donde dirigirse. Manolo se fue hacia Toño, se puso de rodillas sobre la mesa y le metió la polla en la boca, y Sebas se puso de rodillas delante de Juan para chuparle la polla. La verdad es que por unos instantes sentí auténticos celos mientras veía como «el figurín» se la mamaba a Juan. No pude apartar la mirada de esa escena hasta que Luis se me acercó y me llevó con él hasta el diván. Nos sentamos a horcajadas sobre él y comenzamos a comernos la boca con ferocidad. Yo lo acariciaba excitadísimo, y por un momento, pensando que su pecho era el de Juan. Aunque hasta ahora todo había sido muy excitante quizás por los nervios yo había estado todo el tiempo sin empalmar, pero ahora tenía a un tío delante y sólo pensaba en comerle la polla, y mientras lo pensaba se me iba poniendo dura. Él no me dio tiempo a hacerlo, pues se adelantó. Me empujó hacia atrás sobre el diván y de un golpe se la metió en la boca. Yo le acariciaba su fornida espalda y sus fuertes hombros salpicados de pelo mientras miraba la escena que se producía a mí alrededor. Juan ya no estaba con Sebas. Se había puesto de rodillas y entre él y Jorge se la chupaban a Toño que seguía sobre la mesa. Ramón, Agustín, Manolo y Sebas formaban un amasijo de bocas y manos sobre el sofá mientras Blas los observaba masturbándose. Yo le aparté la cabeza a Luis.
Necesitaba chupar y chupar y no dejar de hacerlo. Aunque se resistió algo a sacársela de la boca fui yo ahora el que lo tumbó para tragarme su goteante polla. Sus muslos, que caían a la altura de mi pecho, me servían para apoyarme mientras que con las manos le agarraba los huevos y la polla. Luis paró de gemir y miré hacia arriba. Blas se había acercado y de pie junto a él le metía y le sacaba la polla de la boca. Yo seguía chupando y Luis levantaba el culo para que mis dedos húmedos entraran en él. Sentí caricias sobre mi espalda pero yo continué sin levantar la cabeza.
Las manos pasaron hacia delante buscando mi pecho, mis pezones. Por un momento vi esas manos y supe que eran de Agustín y me giré para continuar lo que había empezado en la piscina. Tumbándome sobre el diván Agustín me metió la polla en la boca al tiempo que la mía empezaba a ser chupada de nuevo por Luis. Blas se puso del otro lado y comenzó a acariciarme los pezones pero yo le cogí los dedos y se los apreté indicándole que lo hiciera con fuerza. De vez en cuando le apartaba la cabeza a Luis y se la guiaba hacia mis huevos para que los chupara y así calmar mis ansias por correrme. La gente iba de un lado a otro, acudiendo allí donde necesitaran una boca o una polla que mamar. Yo también fui de un lugar a otro y menos con Sebas, pues no era de mi gusto y creo que esto era mutuo, me lie con todos.
En un solo día mamé más pollas de lo que lo había hecho hasta ahora en toda mi vida. Y en estas estaba con Blas, cuando vi que Juan ponía, sobre la alfombra, a cuatro patas a Toño. No pude evitarlo. Paré, me acerqué y me senté en el sofá cerca de ellos. Quería ser testigo de aquello. Quería ver con mis propios ojos si era posible que una polla tan descomunal pudiera ser metida en un culo. Alguien sobre la mesa había puesto una bandejita con condones y un frasco de crema.
Juan le metió a Toño un dedo lubricado, y luego dos, y después creo que tres. Su mano empujaba hacia adentro sin llegar a meterla nunca. Toño apoyaba su cabeza sobre la barriga de Jorge quien, de rodillas, le acariciaba la espalda como para consolarlo de aquello que, en absoluto, era dolor. Blas, que también durante un momento observó la escena, se puso de rodillas frente a mí y muy despacio comenzó a chuparme la polla. Juan, que se había dado cuenta de que lo miraba, se puso un apretado condón, que hizo que aún se le marcaran más las venas y se le hinchara el capullo, y después de untarse un poco de crema empezó a refregarla por el culo de Toño, sin dejar de mirarme.
Este reculaba y gemía con ansiedad, pues Juan no terminaba de empalarlo, y con la cabeza empujaba a Jorge que terminó sentado ofreciéndole la polla que este de forma inmediata metió en su boca. Por fin Juan puso su tranca en el culo y muy despacio le metió el capullo. Toño se retiró con dolor y la sacó pero de nuevo le ofreció las nalgas a aquel ariete, que de nuevo entró con dolor pero Juan sujetándolo por las caderas no le dio oportunidad a que se adelantara. Sólo le había metido el capullo y, por cómo le comía la polla a Jorge, era claro que aquello debía de doler.
Sin quitarme la vista de encima y moviendo los labios como diciéndome algo, le metió un poco más y las nalgas de Toño se relajaron y en ese momento empujó sin parar hasta meterla hasta el fondo. Se la dejó así, bien dentro, un instante, mientras le acariciaba la espalda y yo me moría de envidia, para continuar moviéndose, follándolo despacio, sacándola casi entera para meterla de nuevo hasta bien dentro. Yo no podía más y no iba a hacer él más mínimo intento de parar en el caso de que me fuera a correr.
Y justamente cuando vi a Juan moverse con rapidez, mordiéndose el labio de abajo, enculando a Toño con fuerza me corrí en la boca de Blas sin ni siquiera advertirle. Creo que fui el primero en correrse y en quedarse casi traspuesto sobre el sofá. Pero las folladas y las mamadas hicieron que al final todos quedáramos medio tumbados. Cuando Juan se corrió en el culo de Toño se me acercó y me dio un enorme beso en la boca, como si hubiera sido el mío el culo que acababa de follarse.
Es fácil imaginar las cosas que ocurrieron hasta que de nuevo Juan y yo nos montamos en el coche para tomar el camino de vuelta, regreso que yo hice durante todo el trayecto dormido. Cuando desperté estábamos en las afueras de Sevilla y en un barrio que yo no conocía. Juan aparcó el coche y nos bajamos sin yo saber a dónde íbamos. Con unas llaves abrió una cancela que cerraba un pequeño jardín de un adosado, y después la puerta principal de éste. Aunque al principio pensé que esa debía ser su casa, cambié después de opinión al ver el poco mobiliario que había en ella.
He pensado que, bueno, que tu casa la verdad es un tanto…
Cutre.
Sí eso. Y que te podrías venir a vivir aquí. Yo esta la tenía alquilada a unos amigos pero ya lleva como un mes cerrada.
Pues vuelve a alquilarla.
No mira, ya he tenido esa experiencia y la verdad es que no me fío de cualquiera.
Ah, ya. Lo que quieres es alquilármela a mí. ¿Tú crees que me puedo permitir pagar algo así?
No. Te la presto, te la cedo, te la dejo, lo que tú quieras pero nada de dinero.
Pues ahora sí que no. Cómo va a ser por la cara. ¿Estás loco o qué? Me quedo donde estoy y se acabó.
Recuerda que tus 24 horas de hombre libre han terminado, así que te lo mando. Ja, ja.
Recuerda ahora tú que yo podía poner límites, pues he aquí el primero.
Juan se quedó unos momentos muy serio, mirándome a los ojos y un tanto desconcertado. Estaba claro que no se había esperado esa reacción mía, y yo mientras pensaba si él iba a aceptar esa limitación por mi parte.
Está bien, te la alquilo. Me das lo mismo que pagas por esa mierda de casa en la que vives y se acabó el tema.
Dos días más tarde Juan me ayudó a llevar allí las pocas cosas de mi propiedad que había en el piso. De vez en cuando discutíamos porque para mí todavía la cosa no estaba clara (hacer lo que hacía me parecía una estupidez), así que cuando nos despedimos casi lo hicimos enfadados. Por unas horas temí que por culpa de todo esto pudiera perderle y mi obsesión me llevó antes que nada a conectar el ordenador a la red para esperar de él un email. Durante dos largos días no supe nada de él. Me conectaba a todas horas, incluso desde el trabajo, para ver si recibía algún correo. Cuando por fin el jueves recibí un mensaje en éste me decía que por razones de trabajo iba a estar fuera de Sevilla por unos 10 días y que abriera el correo con frecuencia por si tenía algo que decirme. Aunque su tono era conciliador yo me preocupé aún más e imaginé todo tipo de tonterías al respecto.
El viernes, poco antes de salir del trabajo, miré a ver si había algún mensaje suyo y me encontré con el siguiente:
Hola Miguel:
Durante este fin de semana evita en lo posible salir de casa y consulta el correo frecuentemente. Pronto te llegarán más instrucciones mías.
Aunque no supe que pensar sobre el intrigante mensaje, me fui con prisa para casa y directo a encender el ordenador. A cada momento me ponía delante, me conectaba a la red y esperaba a que hubiera algún email en el que por fin Juan me dijera que me iba a hacer una visita, aunque sabía que yo mismo me engañaba pues iba a estar varios días sin verle.
Realmente estaba desconcertado. Si él estaba fuera y no iba a volver por qué me tenía que quedar en casa sin salir.
¿Qué era todo aquello? Por un momento me sentí como un auténtico esclavo, recluido y sin posibilidad de libertad y sobre todo exasperado por no entender nada de lo que sucedía.
Bien entrada la tarde me volví a conectar y por un momento se vio en la barra de tareas aquello de «Recibiendo mensaje».
Por fin me podría enterar de lo que estaba pasando.