Desde que era adolescente, Juan fantaseaba intensamente.

El se encontraba en un paraíso tropical, en un penthouse con enormes espejos, paredes de vidrio y un enorme domo de cristal que permitía ver un cielo estrellado y en el horizonte, la inmensidad del mar.

Allí, cada noche, una decena de mujeres desnudas mostraban su belleza y cualidades para ganar el privilegio de ser elegidas por este joven ardiente.

En su lecho, en su bata de seda china disfrutando de agradables fragancias y bebidas exóticas, Juan observaba la competencia. Los rostros y cuerpos más excitantes se le ofrecían generosos para saciar su exigente apetito sexual.

Sin embargo, sólo dos serían las afortunadas: una rubia y otra morena. Ambas, como buenas cortesanas, sabían de las artes amatorias más sofisticadas y estaban dispuestas a llevar al adolescente a un placer ilimitado.

Esta fantasía acompañó a Juan por muchos años. Cuando deseaba excitarse acudía a esta candente historia.

Ya en la vida adulta, en diversas ocasiones él había acariciado la idea de hacer realidad esa fantasía, claro, con ciertos ajustes; es decir, deseaba tener una experiencia sexual con dos mujeres a la vez, independientemente del lugar o que fueran rubias o morenas.

No obstante, también se cuestionaba si eso era correcto. Se preguntaba cómo tomaría su novia una propuesta de esa naturaleza. Ambos llevaban una vida sexual satisfactoria, con una buena dosis de comunicación, pero ¿cómo decirle eso?

El asunto era muy arriesgado, así que no se atrevió. Más adelante, luego de haber estado en una fiesta, se presentó la oportunidad. Fue a dejar a un par de chicas a su departamento.

Lo invitaron a pasar y cuando menos se lo esperaba, ya se encontraba en la cama con esas dos bellezas. Emocionado, trató de seguir la estrategia amatoria que utilizaba en su fantasía. Sin embargo, en esas circunstancias no todo era tan hermoso ni mágico; la excitación tampoco era la misma…

Es más, pronto se puso nervioso cuando las dos chicas le quitaban el bóxer.

En ese instante percibió el olor desagradable a tabaco y alcohol que se desprendía del ambiente. Juan cayó en la cuenta de que eso no era para él. Dijo que iba al baño, tomó su ropa y rápidamente abandonó el lugar.

No toda realización de las fantasías es desagradable como en este caso. Más bien la moraleja de esta historia nos enseña que muchas fantasías conviene que se queden en esa dimensión mágica y que nunca transciendan a la realidad.

Las fantasías sexuales son posibles en virtud de nuestro circuito cerebral, conformado de estructuras altamente evolucionadas.

Así, cuando las emociones, influenciadas por ideas religiosas, culturales y de aprendizaje, no reprimen la imaginación erótica, los seres humanos podemos crear en la mente historias, situaciones y aventuras sumamente placenteras.

Estas inician desde la niñez o la adolescencia. Su papel consiste en ser inductoras o potenciadoras de la excitación sexual, como elementos que ayudan a salir de la rutina y como ensayos imaginarios de situaciones y conductas que muchas veces no están al alcance, o bien porque la sociedad no lo acepta o el propio código moral nos prohíbe llevarlas a la práctica.

Es de sobra conocida la estrecha relación que existe entre el impulso sexual y las fantasías. Comúnmente las personas con pocos deseos eróticos son quienes menos fantasías sexuales tienen.

No obstante, el hecho de que alguien imagine algo sexual, no presupone que necesariamente deba llevarla a cabo.

Es más, a una gran mayoría de personas nunca se les ocurriría realizar un acto real de esas fantasías. Muchas veces, tal como le ocurrió a Juan, el traslado de la fantasía a la realidad es decepcionante, desagradable y pierde su valor erótico como fantasía.

Para decidir sobre la realización de una fantasía en los hechos, es conveniente revisar de manera profunda cómo ésta podría llegar a afectar e impactar la vida emocional, en lo personal y en la pareja.

En un estudio reciente se encontró que cerca del 80 % de hombres y mujeres acuden a fantasías sexuales para acrecentar su excitación. En cuanto al contenido de aquellas, los temas sobre los que fantasean damas y caballeros son muy parecidos: sexo en una playa solitaria, una pileta, en un bosque, entre otras.

Quizá la diferencia estriba en que las mujeres realizan guiones un tanto más elaborados donde sus compañeros tienen una personalidad más definida, son tiernos, románticos y manifiestan una profunda emoción en la historia. Pero evidentemente, no hay límites.

Las fantasías, al igual, entran comúnmente en acción, sin mayor problema en la masturbación, en el autoerotismo, lo mismo que en la práctica sexual con la pareja. En el acto sexual es común que la mente viaje tan lejos como la imaginación quiera, pero estrechamente ligada a la experiencia de ese momento y motiva sensaciones agradables en la relación sexual en su conjunto.

Una polémica que surge en torno de la comunicación de la pareja es determinar hasta qué punto conviene compartir aspectos sobre las fantasías sexuales.

Este tema es harto delicado, pues algún miembro de la pareja, aunque quede claro que es algo irreal, puede llegar a sentirse lastimado.

Por ejemplo, ¿qué sentiría un hombre si su pareja le comenta que cuando están haciendo el amor ella se imagina que lo está haciendo con otro hombre? Tal vez para algunos significaría un golpe tan fuerte que optarían por la ruptura de la relación, y para otros, no representaría mayor amenaza.

Todo depende de las ideas, valores y conceptos de cada uno de los integrantes de la pareja, y del grado y manejo de la intimidad entre ambos.

Es recomendable considerar lo anterior, analizar el contexto de la pareja, personalidad y sentimientos antes de abrir la boca.

Para concluir, vale la pena señalar que tanto los hombres como las mujeres tienen normalmente fantasías sexuales.

Ello no conlleva ningún problema toda vez que la persona no tenga culpa, se angustie, se preocupe o se avergüence por tenerlas.

La imaginación erótica, capacidad solamente de los humanos, es un extraordinario recurso que se puede poner al servicio del placer y para disfrutar de una plena vida sexual.