Capítulo 2
- El inicio del juego
- La certeza
- La entrega
- La llegada a casa
- El primer encuentro
El primer encuentro
Luego de varios días de idas y venidas, de fotos y provocaciones, decidimos que era tiempo de conocernos personalmente, en principio ver si esa química que había en el chat, se mantenía en persona.
Él pasaría a buscarnos por un punto determinado, no queríamos arriesgar nuestra privacidad revelando donde vivíamos.
La vi frente al espejo, arreglándose con una calma que apenas disimulaba la tormenta por dentro. Y lo supe. No había vuelta atrás. Ya no era una fantasía. Era real.
Ella estaba… hermosa. Insoportablemente hermosa. Esa blusa con transparencias, que dejaba entrever sus pezones, se le pegaba como una segunda piel, marcando cada curva con descaro y junto con una minifalda que aseguraba el facil acceso sus partes más íntimas, hacían que se viera sumamente deseable.
No podía dejar pasar esa oportunidad así que tímidamente le pedí que me dejara sacarle unas fotos, ella accedió, sentada en el sofá, y para mí sorpresa, abriendo levemente sus piernas, pero lo necesario para poder dejarme ver su tanga, de encaje.
No aguante las ganas y me acerqué, la abracé por la cintura, y le di un beso cargado de todo: deseo, orgullo, vértigo. Ella era mía, sí, pero esa noche también iba a ser del otro. Y eso me encendía más de lo que quería admitir.
Cuando llegamos, él la miró desde el auto, como si el mundo se hubiera quedado en pausa solo para observarla. Yo lo miré a él, y lo supe también: ya la deseaba. No podía ocultarlo. Ni quería.
Subimos al coche. Los nervios se sentían en el aire, Vale casi no emitía palabra y ocultaba su rostro tras la capucha de su abrigo.
El pregunto – «A dónde quieren ir?» Yo respondí sin mucha idea, «No se, vamos a un lugar tranquilo». Y el, como si ya tuviera todo preparado respondió «conozco un lugar dónde no nos van a molestar».
Llegamos, paró el auto y nos pasamos al asiento de atrás, dónde ella esperaba.
Los tres. Atrás, apretados. Las palabras eran pocas, los nervios muchos. El saco una cerveza, la destapó y solo diciendo que era para los nervios, le dimos unos tragos compartiendo la botella.
Al ver que nadie daba el primer paso, me acerque a ella y la bese, mientras pasaba suavemente mi mano sobre su muslo y el, como si fuera un depredador esperando para el momento para atacar, se acercó apenas separé mis labios de los de ella, continuando el beso, casi como si fuera uno solo.
Su mano se deslizó por el muslo de Vale con una lentitud que dolía. Ella tembló y yo podía sentir como su cuerpo se estremecía. Con los ojos cerrados, se mordió el labio como quien intenta atrapar un gemido.
El lugar era pequeño y más para contener tanto deseo, así que aproveché para satisfacer mi morbo de enseñarla como un niño enseña su juguete favorito y solo permite que otros jueguen con el para sentirse más poderoso, más afortunado de tener para el, eso que cualquier otro desearía. Me sentía más dueño de esa mujer que estaba volviéndonos locos, pero quería elevar mucho más la excitación, así que le pedí a ella, que corriera los asientos de adelante, sabiendo que para eso, desde atrás, debería inclinarse entre los asientos y eso nos dejaría en primer plano si culo, que para mí sorpresa, vestía otra tanga, la negra, con la que había hecho el vídeo.
Ella, con picardía, asintió con la cabeza ante mi pedido y dejó a la vista sus perfectas nalgas. Vi sus ojos brillar y contener el deseo de avalanzarse, pero siempre esperando que yo se lo permitiera.
Lo mire y le dije «que te parece?» Mientras con un leve cabeceo, señalaba aquella maravilla de mujer.
«Hermosa» dijo rápidamente. Su respuesta, no se hizo esperar, así como tampoco el movimiento de sus manos que ya recorrían todo aquel paisaje.
Ella emitía leves sonidos, pero no tenía apuro por volver a su posición. Cuando estuvimos satisfechos, la tome suavemente por la cintura y le di un tirón, haciéndole saber que ya podía volver.
Nos acomodamos y ya, el deseo era mucho mayor, sus muslos eran el destino principal, pero cada vez que alguna mano, de el o mía, recorrían el camino, nos íbamos acercando cada vez más a su entrepierna, yo llegue primero, fue evidente cuando roce mi mano sobre la tela ya mojada, porque ella no pudo contenerse y solto un profundo y apretado gemido.
En mi siguiente pasada, ya no quise ni pude ser tan delicado y fui directo a correr su tanga y meter los dedos, deseaba comprobar su excitación. Aquello era una mezcla de calor y humedad que jamás había sentido en Vale. Yo concentrado en sus labios, mi boca buscaba su lengua y mis dedos seguían revolviendo aquel oasis de placer.
Perdí la noción del tiempo en ese beso, solo me trajo de vuelta a la realidad, un movimiento, como un suave forcejeo, me aparté y para mí grata sorpresa era el, que había levantado la blusa de Vale y le comía con hambre los pechos, ella cómplice ayudaba y se entregaba al placer.
—¿Lista para esto? —le preguntó él. Y ella, apenas, asintió.
Yo no dije nada. Solo la miraba. Estaba atento, pero no desde la razón. Era un instinto. Una urgencia. Sus dedos se perdieron entre sus piernas, y la encontraron húmeda, temblorosa. El otro la tocaba con hambre contenida, y ella gemía. No bajito. No disimulado. Gemía con el cuerpo entero.
Ella levanto su falda hasta la cintura y bajo su tanga, ya sin rodeos. Sin miedo. Sin vergüenza. Aquella personalidad tímida había desaparecido y solo quedaba esa mujer, llena de deseo, tomando la riendas y buscando su placer. Me entregué a su poder, me lancé y como si aquello lo hubiéramos ensayado miles de veces, dirigi mi boca a aquellos pezones que el había soltado hace segundo.
Sus pechos quedaron totalmente al aire. Ardía. Se movía como si su cuerpo supiera a dónde queria ir, incluso antes que su mente.
Ella se inclinaba hacia atrás y permitía que esas cuatro manos y dos bocas la llenarán de placer. Los turnos se sucedían uno tras otro, los puntos a atacar eran su boca, sus pechos y su entrepierna, pero aún, siendo trabajo de dos, parecía que no bastaban los dedos y lenguas para semejante tarea.
Y eso se sintió, porque ella paso a la acción, quería más de lo que le estábamos dando y lo iba a conseguir ella misma. Sus manos se fueron directo al cinturon de su pantalón, seguido de los botones que apresaban la comida que aquella hembra hambrienta anhelaba, y apenas logró liberarla, su boca, guiada por las manos de el sobre su cabeza, se llenó de aquel miembro, que aún no estaba del todo duro, pero que pude ver, entre entradas y salidas de la boca, crecía y tomaba firmeza.
Aquella imagen, de mi mujer, con la boca llena del miembro de otro hombre, gimiendo de placer, lejos de hacerme sentir celos, solo me lleno de orgullo y satisfacción.
Había doblegado a una joven dulce y cariñosa y la había convertido en toda una mujer sin límites, sin tabúes, sin dudas con un solo objetivo en su mente. Placer.
Ella se inclinó y continuo saboreandola, y yo me quedé observando, sintiendo que mi corazón latía al ritmo de sus jadeos. El coche ya no era un coche. Era un santuario de cuerpos desatados. Y ella… ella era el centro. El fuego. Lo sagrado.
Quedé perplejo viéndolos, sentía que el tiempo apenas corría, lo único que no lograba frenar las agujas del reloj, era el movimiento de su cabeza, tragando ese trozo de carne.
En eso sentí como con dificultad, ella buscaba ahora mi miembro, que aún seguís dentro de mi ropa. Facilite su tarea, no quería distraerla, así que yo mismo me encargue de sacarla y ponérsela en la mano, que pareció activarse al sentirla, la abrazó con sus dedos y en un suave meneo, me empezó a masturbar pero yo quería más, acariciaba su culo y su entrepierna como podía, pero lo que realmente quería, era inundar esa cueva con mi verga.
Cuánto más crecía la pasión, más pequeño parecía el espacio, los movimientos se hacían más difíciles y cuando ya era evidente que necesitábamos otro lugar, la boca de Vale freno su ardua tarea, se acercó a mi oído y entre susurro y gemido, dijo «Vámonos a casa»
El siguiente relato continúa con «La llegada a casa«