Capítulo 2

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Aventuras por el mundo

La dulce Penélope

CHARLINES

Penélope miraba lánguida la ciudad desde la atalaya de su ventana. Ese día se había levantado algo indispuesta y su cuerpo no le respondía como ella deseaba. Se vistió como siempre para ir a trabajar, un vestido ajado y viejo, sus zapatillas y una chaqueta para cubrirse del frío. Salió a la calle donde el aire cortaba la cara. Los cinco bajo cero se hacían notar. Esa noche había nevado y la carretera no estaba muy bien. Penélope se subió en su auto para dirigirse a su trabajo. La fatalidad quiso que un camión, que perdió la tracción por el hielo, la embistiera de tal manera que su pequeño auto quedó totalmente aplastado, muriendo la pobre Penélope, en el acto.

Ella inconsciente apareció sin saber porque, en una oficina. Frente a ella un hombre, esté perfectamente trajeado y con un gran aspecto. Penélope se sentía incomoda con su pobre vestido. No sabía ¿por qué estaba ahí? ¿Qué lugar era ese? Su cabeza daba vueltas hasta que el hombre habló.

  • Buenos días, señorita, se preguntará qué hace usted aquí. Le diré que este es un paso hacia su destino final, hacia la eternidad
  • ¿Qué quiere usted decir?, no lo entiendo. Parece que hubiera muerto, ¿es así?
  • Lamento decirle que sí, es así. También lamento decirle que tiene usted un expediente intachable, pero lamentablemente su auto, tras impactar con el camión se llevó por delante a una madre y su pequeño hijo. Lo que hace que su destino aun sea incierto.
  • ¿Quiere usted decir que iré al infierno? Siempre fui ejemplar, jamás cometí ningún acto fuera de las reglas.
  • Tiene usted razón, pero ese último acto emborrona toda su trayectoria. Aunque aún no hemos decidido qué hacer con usted
  • ¿No puedo hacer nada para cambiar o intentar cambiar el rumbo de mi existencia? No entiendo muy bien, si al menos hubiera o pudiera hacer algo para inclinar esa balanza que ya parece apuntar hacia abajo, para mí sería todo más justo.
  • ¿Qué me dice, quiere cometer alguna tropelía para justificar su camino hacia abajo?
  • Quisiera tener mis momentos de lujuria, esos que jamás pude tener.
  • ¿Pero… si usted es virgen?
  • Lo sé y me arrepiento de ello, para lo que me ha servido. Si pudiera vivir alguna circunstancia llena de pasión y deseo, solamente unos momentos, sentiría que mi castigo es más justo.
  • Lo siento, es imposible, la sentencia está a punto de ser dictada. Aunque…
  • ¿Qué?
  • Puede que aún tengamos tiempo, un valioso tiempo. Pero me tiene que prometer que cuando la reclame, vendrá a mí, sin poner resistencia alguna.
  • Haré lo que usted me diga, ¿cuándo podría empezar a desatar mi deseo?
  • Tendría que ser ya mismo, si así lo desea.
  • ¿Ya?, ¿que he de hacer?
  • Salga de aquí y se verá sumida en otro mundo.

Penélope salió de la estancia tras dar las gracias a ese hombre que había tenido la deferencia de hacer realidad sus más bajos deseos, sus más bajas pasiones.

Ahora, Penélope, vestida con un precioso vestido, aparecía en una estancia, donde un hombre miraba por la ventana, contemplando el batir de las olas contra la arena. Ella se fue acercando al hombre lentamente, hasta llegar a su lado.

  • Buenos días, ¿podría decirme dónde estoy?

El hombre, ni se volvió a mirar a Penélope que volvió a preguntar.

  • Yo soy Penélope, ¿podría decirme quién es usted?

El hombre respondió con una voz ronca y profunda.

  • Soy el amo y señor, tu amo. Acércate a mí e inclina tu cuerpo.

Penélope se acercó al hombre y bajó su columna hasta formar un ángulo recto. El hombre bajó sus dos manos y se concentró para eliminar todo rastro de pudor que hubiera en ella.

  • Ahora desnúdate para mí, déjame que admire tu cuerpo

Penélope se desnudó ante el hombre, el cual solamente vestía un albornoz. Penélope temía no gustarle, sus pequeños pechos le parecían poco para atraer a un hombre que parecía harto de los placeres de la carne.

Sin embargo, el hombre apreció su precioso cuerpo y le mandó darse la vuelta admirándola completamente. Sus menudos pechos portaban unos pequeños pezones que, unidos a la areola, se transformaban en un precioso pezón rosado.

  • Inclínate cuanto puedas y abre tus nalgas.

Penélope obedeció y aunque se sentía ridícula en esa posición, hizo lo que el hombre, su amo, le dijo. Este buscó en el cajón de la mesita que había a su lado, un fino consolador. Con gran parsimonia lo untó de un gel viscoso y lo introdujo con extrema lentitud en el culo de Penélope. Esta se quejó de tal acto.

  • ¿Qué haces?, soy virgen.
  • Lo sé, relájate y procura que no se salga, si no tendré que castigarte.

Penélope pidió levantar su cuerpo, pero el hombre se lo impidió. Vio cómo el hombre caminaba lento hasta tenderse en una cama.

  • Ven, acércate hacia mí.

Mientras Penélope caminaba, sujetando el consolador, aparato que jamás había tenido dentro y desconocía si se le podría salir o no, cerró con fuerza sus piernas. Al llegar al borde de la cama, el hombre abrió su albornoz, mostrando un primer intento de erección. Penélope se sentó al borde de la cama sin apartar un segundo la vista de esa hermosa verga. No era muy larga, ni muy gorda, una polla normal. Penélope acercó su cabeza a esa polla y preguntó si podía, si podía tocarla, mientras su excitación iba ascendiendo cuanto más se acercaba a la polla. El hombre en un susurro, le dijo que sí, que ahora podía hacer con ella lo que gustara.

Penélope en su ignorancia se acercó a besar esa polla que la tenía prendada. Se acercó a ella y la pasó por su cara y por sus labios. El olor la atraía enormemente y ese liquidillo que aparecía en la punta, la tenía intrigada. Por fin, inclino su cabeza y la llevó a sus labios

  • ¡Ohh, me encanta su sabor, como late en mi boca, no puedo creerlo, se está haciendo tan grande y tan dura!

Penélope ahora succionaba la polla llenándola con sus babas, igual que la polla llenaba su boca. La sorbía con lentitud adorándola con sus labios.

  • Me gusta, me gusta cómo se siente esta cosa en la boca, tan dura y caliente.
  • Trágatela toda, tú puedes, hazlo.

Penélope poco a poco iba tragando cada vez más polla, gimiendo y sintiendo como sus piernas se mojaban cada vez más.

  • Oh dios mío, la quiero, la quiero dentro.

Mientras decía esto, Penélope tragaba y lamía la polla, sin dejar de gemir, disfrutando de la sensación que le producía la polla en la boca. Lamía el capullo con intensidad, gimiendo y susurrando, la tragaba entera y la volvía a sacar.

  • Me gusta, me gusta tanto… He esperado esto tanto tiempo, ¡ohh… la deseo!.
  • La tengo es mía, quiero disfrutarla.

En esto el hombre empezó a follarla la boca con suavidad. Penélope gemía sin parar llevando la polla hasta su garganta, gimiendo.

  • Es preciosa, como una torre dura y caliente, tan dura, tan fuerte, tan caliente. Me gusta el sabor, tenerla en la boca, pegarla a mi paladar.

Mientras decía esto no paraba de chupar la polla, de gemir con ella y de pedir ser penetrada. Ahora era ella, quien se follaba la boca disfrutando de la polla dentro de ella.

  • La quiero la quiero dentro.
  • Siéntate sobre mí.

Penélope se levantó, se sentó lentamente sobre la polla dejando que está fuera abriendo sus carnes hasta topar con su himen. Se paró y miró fijo al hombre a los ojos, a la vez que se dejaba caer sobre la dura polla, traspasando y rompiendo la fina barrera que aún nadie había llegado siquiera a tocar. Penélope gritó, gritó de placer y dolor, de haber conseguido por fin ser penetrada.

  • Siento que me abre por la mitad, sigue así, sigue no pares, despacio por favor, quiero sentirla dentro y disfrutar su grosor y su calor.

Penélope subía y bajaba por la polla con lentitud, quería sentirla, sentir su palpitar, sentirse llena. Acariciaba los huevos del hombre mientras su ritmo cada vez iba siendo un poco más rápido.

  • Así, dámela, dámela toda, ábreme, lléname, dame más fuerte. Sácame eso del culo y dámelo, necesito chuparlo, necesito tener mi boca llena otra vez.

El hombre le sacó el consolador del culo y se lo dio. Mientras su pulgar, tomaba el lugar donde antes estuviera el consolador. Penélope gemía y pedía clemencia, sin dejar al hombre sacar ese dedo de su culo. Ella misma se mecía para introducir más el dedo y la polla. Mientras el hombre incrementaba el ritmo, Penélope se llevó el consolador a la boca y empezó a chuparlo como si fuera una polla, una polla que le estaba dando mucho placer. Penélope gemía mientras botaba sobre la polla del hombre que le había dado la vuelta y ahora buscaba perforar su culo.

  • Si, dame tu polla, rómpeme con ella, hazme gozar. Así, rómpeme, rómpeme el culo, si, así.

El hombre clavó su polla en lo más hondo del culo de Penélope que echando sus manos atrás, apretaba con fuerza al hombre contra ella.

  • Dame fuerte, dame más fuerte, córrete dentro de mí, lléname, rómpeme, si así, así, si joder, siii, quieto, no te muevas, déjame sentir como late.

Penélope quedó tumbada con la polla dentro y el hombre apretado a ella, había sido un buen polvo sin duda.

Cuando despertó, una mujer lavaba su cuerpo con gran dulzura, le acariciaba los pechos y el sexo y Penélope gemía del gusto. Minuciosamente la mujer la lavó entera secándola también con extremada pulcritud. Esto encendió a Penélope que bajó las escaleras desnuda, buscando al hombre, tenía ganas de él. Su nueva experiencia le había gustado y le había gustado mucho.

Al llegar al salón vio al hombre sentado en un gran butacón, cubierto solamente por el albornoz. Se acercó a él risueña, casi temblando de excitación. Penélope se colocó entre las piernas del hombre, deseaba su polla, le había gustado mucho tenerla y sentirla en su boca. Deseaba repetir la acción, deseaba ese trozo de carne caliente y vibrante, deseaba poder volver a chuparla, a tragarla, a llenarse de ella. Sus pequeños pezones ahora duros como piedras eran apretados por su señor que, tras apretarlos con dureza, pasaba a acariciarlos con dulzura, haciendo que la sangre hirviera dentro de Penélope.

La polla del hombre otra vez dura, descansaba sobre la cabeza de Penélope que disfrutaba de las caricias del hombre en sus pequeños pechos, donde sus duros pezones recibían las caricias de este.

  • Chúpame la polla, chúpala hasta dentro, trágatela entera.

Tras estas palabras, Penélope se dio la vuelta y sujetó con su mano la erecta polla del hombre que vio, cómo su polla desaparecía dentro de la boca de Penélope. Penélope chupaba con gran frenesí esa polla, la llevaba al final de su garganta y se follaba la boca ella misma.

  • Tranquila, has de ser más paciente o terminarás muy pronto conmigo.
  • la quiero en mi boca, el deseo es más fuerte que yo.
  • Tranquila
  • No puedo, la quiero en mi boca, dámela, dámela por favor. La quiero entera, entera para mí, dámela.

Penélope introdujo la polla en su boca, devorándola con pasión, ahora más despacio. Saboreándola, sintiéndola en lo más hondo de su garganta. Disfrutando esa polla que ahora era solamente suya. Los gemidos de Penélope cada vez eran más fuertes. Mientras con una mano sujetaba la polla, con la otra martirizaba su clítoris.

  • ¿Te gusta chuparla, he, te gusta mi polla?
  • Si, dame tu esperma, lléname la boca, quiero saber a qué sabes.

Penélope seguía chupando con enorme placer y pasión esa polla que deseaba se vaciara dentro de su boca. El hombre había de hacer verdaderos esfuerzos para poder aguantar esa espectacular mamada.

Penélope notó como la polla crecía y como un fuerte y largo chorro le llenó la boca. Ahora con más ímpetu buscó esa corrida, esa corrida que lentamente le llenaba la boca y le hacía tragar el viscoso esperma que el hombre le regalaba con abundancia. Se tumbó entre las piernas del hombre buscando las últimas gotas de ese preciado y sabroso líquido que le había llenado la boca segundos antes. Dejó que el hombre le pintara la cara con su polla mientras ella buscaba con su boca, los últimos resquicios de esa espectacular corrida. Limpió la polla con pasión, tragándosela entera para dejarla bien limpia.

Tras la fenomenal mamada fue llamada de nuevo al purgatorio, donde se le comunicó la sentencia, sería deportada a los infiernos para el resto de la eternidad. Pero ahora sí, ahora iría satisfecha, feliz y llena.

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Aventuras por el mundo. Fatma