Capítulo 6

ÁNGELES

CAPÍTULO SEIS

CHARLINES

Estaba amaneciendo cuando Ángeles se despertó, no sabía qué hora era, pero escuchó a Rodrigo en la cocina. Se levantó y después de lavarse la cara se dirigió hacia donde su marido.

– Buenos días, amor – se acercó a donde estaba sentado y lo abrazó por detrás y se besaron.

– Buenos días, cariño – la miró con cariño, estaba hermosa así recién levantada. Inevitablemente se acordó de la extraordinaria sesión de sexo que habían pasado juntos hacía escasas horas. Desde que se habían casado sentía que aquella época era la más intensa sexualmente y los dos disfrutaban de sus encuentros íntimos más que nunca. – ¿Has descansado?

–  Si cariño, me dejaste muy relajada – le sonrió recordando que esa noche de nuevo había tenido bastantes orgasmos en los brazos de su esposo – Te amo cielo.

–  Yo también te amo mi vida.

Cuando Rodrigo se fue, se dispuso a ducharse. Definitivamente creo que estoy convirtiéndome en una adicta al sexo, pensó mientras se ponía su ropa de deporte. Aún era temprano y pensó en Pablo.

Le fue fácil superar el muro para encontrarse en el jardín de su vecino y acto seguido ir al lateral de la casa. Levantó la maceta que Pablo le había enseñado y bajo el paño de cocina allí estaba la llave. Entró en la casa con cuidado de no hacer ruido y de puntillas fue hasta el salón. Se desnudo totalmente. Escuchó la respiración de Pablo, señal de que dormía profundamente y eso le gustó. Se sintió inmediatamente excitada cuando al meterse en la cama y abrazarlo comprobó que también estaba totalmente desnudo. El cuerpo de ese hombre estaba caliente. Pablo se movió al sentir su abrazo y ella sintió un irrefrenable deseo de tocar su cuerpo. Sentido del tacto. Siéntete libre en esta casa.

Llevó su pequeña mano al pecho de ese hombre y lo acarició. Le gustó la sensación de acariciar aquellos suaves vellos. Acarició los pezones varoniles y escuchó cómo su vecino suspiraba. Le acarició el cabello, estaba despierto, en silencio, dejándola hacer. El cuerpo de Pablo se estremeció cuando su mano bajó por su estómago. Ella apoyó la mano sobre su pene y éste se endureció al momento. Se lo acarició, acarició su glande muy suavemente, pasó los dedos por toda la longitud de aquel miembro. Cuando abarcó con su mano los testículos de su vecino estos rebosaban por los lados. Mano pequeña, testículos grandes, era imposible acogerlos por completo. Estaba excitada descubriendo con su mano el cuerpo de su vecino. Esta vez fue ella la que se estremeció al sentir la mano de su vecino acariciar su espalda, él también deseaba descubrir su cuerpo y ella se movió para facilitarle el trabajo. Suspiros, esta vez femeninos, cuando aquella mano abarcó su pecho. Mano grande, pecho mediano. Sintió su teta totalmente dentro de la mano de Pablo. Ella presionaba los testículos, él su teta. Oscuridad total, solo disfrutar del tacto, sin verse. Ángeles flexionó una de sus piernas, si aquel hombre deseaba descubrir su cuerpo ella se lo iba a facilitar, acarició con su dedo el pene. Sintió la mano bajando y esta vez fue el dedo de él, el que acarició su coño. Estaba empapado. Le gustaba aquel juego, era excitante, placentero. Ángeles acaricio su polla, mientras sentía como el acariciaba su sexo. Si ella acariciaba el gordo glande, él le acariciaba su prominente clítoris. Si lo masturbaba, él movía su mano sobre su coño masturbándola a ella. Gemidos cada vez más intensos. Sexos mojados, calientes. Ángeles se retorcía de placer, él temblaba de gusto. Necesitaba correrse en la mano de aquel hombre. Sabía lo que tenía que hacer para conseguirlo. Ángeles sujetaba con deseo su polla a la vez que imprimía un fuerte ritmo, quería que él hiciese lo mismo y le diese con fuerza. Así sucedió, Pablo incrementó su ritmo y ambos terminaron en la mano del otro.

Se fueron a caminar como cada mañana, le comentó que esa tarde volvería a tener una nueva sesión con Estela. Sería a la misma hora.

–  ¿Le gusta el culo de mi amiga? ¡¡Ayer lo miraba mucho, me di cuenta eh!!

–  Tiene un culo bonito, las dos tenéis culos hermosos.

–  Pero el de Estela es, como dice ella, llamativo, siempre le dio vergüenza eso. – se moría de ganas por preguntarle que habían hablado la tarde anterior, pero sabía que no podía, se lo había prometido.

– ¿Le da vergüenza su culo? – recordó como aquella joven se estremecía cuando le masajeaba las nalgas.

– Si, desde muy jóvenes lo decía. – Ángeles siempre había pensado que le gustaría tenerlo como ella.

– ¿Y a ti te avergüenza el tuyo?

–  No es tan llamativo.

– ¿Te gustaría que te lo tocara yo? —Creía que Ángeles envidiaba esa parte de la anatomía de su amiga.

–  Sí, me gustaría mucho.

–  Cuando caminas delante de mí mueves tus caderas exageradamente, creo que inconscientemente me estás diciendo que te lo acaricie.

–  Si lo hago no es a propósito. No sabía que lo movía así – sintió reparo de saber que caminaba así -¡¡ Qué vergüenza!!

– Vergüenza ninguna joven. El cuerpo emite señales que ni siquiera nosotros mismos somos conscientes de ello.

– Ya, pero no sé.

–  Tienes un culo precioso.

– ¡¡Gracias!!

Cuando llegaron a casa se despidieron con un beso, Ángeles le dijo que le diera un beso de su parte a su amiga. Esa tarde tenía que hacer unos recados y no sabía si coincidiría con ella.

Ángeles terminó de hacer los recados, eran las seis de la tarde. Había aprovechado para hacer unas compras. Caminaba distraída cuando escuchó que alguien la saludaba. Casi se muere de la vergüenza cuando vio que el hombre que la saludaba era Carlos, el señor de la cafetería.

– ¡Hola! Que sorpresa verte por aquí. Pensé que no te vería más después de lo de la última vez.

– Hola don Carlos – se puso nerviosa al tenerlo frente a ella. – Estaba haciendo unos recados.

– Vas muy cargada – llevaba varias bolsas en sus manos – permíteme que te ayude por favor.

– Fui a comprar algunas cosas y algunos regalos – sin darse ni cuenta aquel hombre le cogió las bolsas para ayudarla.

– ¿Puedo saber que has comprado?

– Un libro para mi marido, un reloj para mi madre y ropa. Quería pedirle perdón por lo del otro día, como le dije estoy casada y me asusté.

– No te preocupes, lo entendí. – aquel hombre aceptó sus disculpas – ¿Ropa para ti?

– Si, la ropa es para mí.

– Y ¿qué te has comprado? ¿Puedo saberlo?

– Unos pantalones, camisetas y un bikini.

– Me encantaría ver cómo te queda ese bikini. ¿vendrías a mi casa y me lo enseñarías ?

–  Es que me da miedo, no le conozco y además estoy casada.

–  Aunque estés casada a ti te gusta que te mire, a mí me gusta mirarte. ¿Qué mejor ocasión que esta para que volvamos a disfrutar de eso?

– ¿Pero no sucederá más que eso?

– Te doy mi palabra de que no te pondré una mano encima. ¡Vamos! – Carlos comenzó a caminar y ella lo siguió sin decir nada.

El piso de ese señor quedaba cerca, subieron en silencio. Ángeles se sentía nerviosa recordando como aquel hombre la había mirado aquellas veces en la terraza de la cafetería. Una vez en su casa Carlos apoyó las bolsas sobre una silla. Ella se quedó de pie frente a él sin saber qué hacer.

– Coge el bikini. Puedes ponértelo en el baño, es esa puerta.

–  Estoy muy nerviosa. – se acercó a las bolsas y sacó el bikini.

Cuando salió del baño vio a Carlos sentado. La miraba de arriba abajo, ella se acercó y él le ofreció una taza de café con leche.

– Siéntate como si estuviéramos en esa terraza.

– Ángeles se sentó frente a él y dio un sorbo a su café. La mirada de aquel hombre era descarada hacia sus piernas, hacia sus muslos. Sintió cómo la miraba entre las piernas y comenzó a sentirse excitada. Mirándole a los ojos, muy lentamente, fue separando sus rodillas. Él la miraba entre las piernas y ella miró entre las piernas de él. En esta ocasión no iba de traje sino con un pantalón corto, pudo apreciar con claridad como un gran bulto aparecía entre sus piernas. Imitando su gesto ese señor también separó sus rodillas.

– El otro día tus bragas blancas me permitían ver tu coño.

– Lo sé, se transparentaban.

– El bikini te queda muy bien, pero me gustaba ver lo de debajo. – la mano de ese hombre estaba sobre su bulto, se lo acariciaba.

Ángeles estaba muy excitada y recordó la sensación de estar en aquella terraza mostrando su coño a aquel desconocido. Giró su cara hacia el otro lado de la sala y acercando su mano al bikini lo apartó, dejando su coño al descubierto. Estaba mostrando su coño a su admirador y lo escuchó suspirar.

– ¿No deseas mirarme, niña?

– Me da vergüenza.

– Mírame, mírame.

Despacio volvió a mirar hacia ese hombre y lo que vio la dejó impactada. Se había bajado el pantalón y se estaba masturbando. Aquel pene estaba totalmente duro, era grueso, más grueso de lo que ella había conocido en su marido y muy parecida a la de Pablo. Aquella imagen hizo que su sexo se empapara. Cuando vio como ese hombre agarraba su polla y comenzaba a pajearse gimió. Estaba excitadisimo viendo su coño y eso la excitaba a ella. Estaba tan excitada que temía correrse demasiado pronto. Aquel señor gimió cuando vio como la mano de ella se apoyaba en su coño y comenzaba a masturbarse. Ella lo hizo mirando aquella polla totalmente dura, él lo hizo mirando aquel coño joven totalmente mojado. Gimieron juntos, cada vez más fuerte. Ambas manos se movían cada vez más rápido. Los gemidos crecían a la misma velocidad que sus manos aceleraban. Estaban cerca, muy cerca. Se corrieron juntos, ambos eyacularon sobre la alfombra.

Ángeles se vistió deprisa, a pesar de la vergüenza le había encantado aquello. Cogió sus bolsas y se fue, sin decir nada. Sobraban las palabras.

De camino a casa decidió que tenía que contarle aquello a Pablo pues se sentía confusa, lo que había hecho en casa de aquel desconocido le había gustado mucho, había sido muy excitante, pero quizás no era lo correcto. Necesitaba la comprensión de su vecino y volverle a escuchar, sentirse comprendida y sentirse admirada y deseada.

Cuando llegó a la urbanización eran las nueve de la noche y seguramente Rodrigo aún no había llegado de trabajar. Entró al jardín de su vecino aprovechando que la puerta estaba aún abierta y llamó al timbre. Pablo tardó un poco en abrir.

– ¡Hola joven, que sorpresa!

–  Necesito hablar con usted – Ángeles iba a pasar sin esperar que su vecino la invitara a hacerlo, pero él, la frenó con cariño agarrando su brazo.

–  Ahora no es buen momento niña.

–  Pablo yo tengo que irme…. – Estela apareció desde el salón y se sorprendió de ver a su amiga en la puerta – Hola cariño, yo ya me iba a marchar.

– Hola Estela – Ángeles se sorprendió que su amiga aún estuviera allí, habían pasado cinco horas desde que había llegado – Venía un momento a preguntarle a Pablo una cosa de la oposición, pero ya vengo mañana.

– Espera – Pablo intentó retenerla, pero ya se había dado la vuelta y se iba caminando para su casa.

Llegó a casa y se fue a su habitación. Su amiga había estado toda la tarde con su vecino. ¿Que habían hablado tanto tiempo? ¿Acaso su amiga estaba robándole su protagonismo en la casa de su vecino? Por primera vez sintió celos, celos de su amiga.

Esa noche con su marido hicieron el amor, follaron. Mientras lo hacían Ángeles no podía dejar de pensar en Pablo, en Carlos, en su esposo. Hombres diferentes, cuerpos diferentes, incluso pollas diferentes pero que cada uno y de maneras diversas la excitaban mucho.

– Cariño mañana no tengo que ir a la oficina, así no madrugaré y podremos estar toda la mañana juntos – Rodrigo la abrazaba después de un último orgasmo.

¿Y eso? Pensaba ir a caminar con su vecino y así hablar con él, pero parece que tendría que ser en otro momento.

– Vienen a cambiar el mobiliario y así será más rápido si no estamos por el medio.

– Así puedes descansar. ¿Y por la tarde tienes que ir?

– Si cielo, por la tarde sí.

Se durmieron abrazados. Ángeles pensando que podría hablar por la tarde con su vecino, aunque enseguida recordó que estaría Estela allí. En otra ocasión será, pensó fastidiada.

Eran las ocho de la mañana y Pablo salió de casa. El día anterior, cuando Ángeles fue a su casa, se había marchado precipitadamente y necesitaba hablar con ella. Pensando si se había molestado al ver a su amiga allí, pues su rostro al verla asomar desde el salón había cambiado, durmió inquieto. Esperó impaciente hasta las ocho y media, supo que su joven acompañante de caminatas no iba a salir esa mañana pues ella nunca se retrasaba tanto.

Emprendió el camino él sólo. Sus pensamientos eran para su vecina y en todo lo que estaba viviendo con esa joven. Si para ella todo aquel mundo de los sentidos estaba siendo un descubrimiento increíble, para él, a pesar de sus años de experiencia también lo estaba siendo.

Cuando regresó de caminar vio a Ángeles con su marido sentados en la mesa del jardín, estaban felices, sonriendo y dándose abrazos. Cuando la vio, creyó adivinar en su rostro que se puso seria al verlo. Había echado mucho de menos su compañía esa mañana y desconocía si a ella le pasaba lo mismo. ¿Por qué había ido la tarde anterior a su casa? ¿Necesitaría sexo y no había podido atenderla? Esa tarde tenía que hablar con Estela y decirle que las sesiones de terapia no podían prolongarse tanto tiempo.

Decidió comer en el jardín como sus vecinos. Mientras lo hacía era inevitable mirarla disimuladamente. Varias veces se miraron y no le gustó nada el gesto triste en el rostro de ella. Sin saber por qué, no podía quitar los ojos del cuerpo de aquella chiquilla. Al verla entrar en casa, le pareció que movía el culo en exceso, queriendo que él fijase sus ojos en él.

La vio salir en bikini, con una toalla de playa en la mano que extendió sobre el césped. Rodrigo con el móvil en la mano no era consciente de aquella situación. Ángeles se tumbó con la cabeza hacia él y el culo hacia su vecino. Pablo miraba aquellas nalgas con miedo de ser descubierto y ella sentía su mirada en ellas. Se sintió excitada al recordar que a su vecino le gustaba su culo.

–  Hola cariño – era Estela que la saludaba desde la calle – ¿Qué tal estás?

–  Hola Estela – no pudo evitar saludarla con cierta frialdad. ¿Que le estaba pasando? Era su mejor amiga – ¿Bien, son ya las cuatro?

–  Si, bueno son menos diez. ¿Vas a estar después en casa?

–  No lo sé, voy a ir hasta el centro. ¿Estarás hoy también hasta tarde?

–  No lo sé. Cuando salga paso por aquí para ver si estás. ¿Vale?

–  Vale.

Vio a su amiga entrar en el jardín de su vecino y como se saludaban. Los vio entrar en la casa, en su sitio donde sentirse libre y una punzada de celos se adueñó de ella.

–  Cariño yo me voy a marchar – era Rodrigo que salía de dentro de casa.

– ¿Me esperas un momento y me acercas hasta el centro?

– Claro cielo. ¿Vas de compras?

– Si.

Le hubiera gustado darse una ducha antes de salir, pero su marido la estaba esperando. La dejó en el centro y él se fue, avisándola que esa noche llegaría bastante tarde pues quería recuperar la mañana perdida en el trabajo.

Ángeles estaba insegura de hacer aquello que tenía en mente. Su malestar con Pablo y su amiga fueron determinantes para decidirse. Le había parecido que su vecino, miraba el culo de su amiga, cuando entró detrás de ella en casa. Primero decidió ir a tomar un café y lo hizo en la cafetería adonde iba siempre. La mesa donde ella acostumbraba a sentarse estaba libre y pidió su consumición desde ella. Frente a ella, la mesa donde siempre se sentaba su admirador, también estaba libre. No era la hora habitual a la que se habían encontrado las dos ocasiones anteriores, quizás por las tardes ese señor no iba nunca allí. Echó de menos aquella sensación de sentirse observada por él.

Estaba con el dinero en la mano para pagar cuando lo vio aparecer. Iba vestido de manera informal con unas bermudas azules y un polo blanco, a pesar de su indumentaria veraniega estaba elegante. Sintió sus mejillas acalorarse al recordar lo sucedido la tarde anterior. En su retina volvió a aparecer aquel hombre masturbándose delante de ella, recordó su polla totalmente dura al ver su vagina desnuda.

Al ver que se iba a levantar se acercó a ella. Caminaba con esa seguridad que solo dan los años y la experiencia.

– ¿Hola, señorita, qué tal estás? Que agradable sorpresa encontrarte aquí.

–  Hola señor Carlos. ¿Bien y usted? –  todo lo contrario que él, en ella se percibía su vergüenza e inseguridad fruto de su juventud, su excitación y su inexperiencia.

–  Bien, contento de verla por aquí –  se fijó en la ropa que llevaba puesta y en lo bien que le quedaba ese corto vestido. Miró hacia la mesa, hacia su mesa, y estaba vacía. – ¿Ya te ibas a ir? ¿Quieres, que me siente, en la mesa de enfrente?

–  Ya iba a marchar – la idea de volver a verlo sentado frente a ella y mostrarse a ese señor era una idea muy tentadora.

–  ¿A dónde tienes que ir?

–  No lo sé. Tengo la tarde libre. Si quiere tomar algo me quedo un rato.

–  Me gustaría tomar algo y que te quedaras. ¿Te puedo invitar a mi casa después de irnos de aquí?

–  No sé si es buena idea. Por ahora me quedaré aquí, ¿vale? Iré un momento al baño, ahora vuelvo.

Entró en el baño y se bajó las bragas, metiendo su mano entre las piernas comprobó que tenía su vagina totalmente mojada. Sonrió ladinamente y guardó sus bragas en el bolso, hoy le daría un buen espectáculo, deseaba que se comiera su coño con los ojos.

Cuando volvió a la terraza Carlos estaba sentado esperándola, ella se fue hacia su mesa. Esta vez no había periódico ni gafas de sol. Se miraron directamente. Ella sin apartar la mirada, separó sus piernas a la vez que se mordía el labio. El por su parte hizo una buena tienda de campaña con sus bermudas

Tras unos minutos mirándose, el totalmente encendido, se levantó, se acercó a su mesa y le dijo.
– Sígueme

Ángeles se sorprendió ante esa orden, pero lo siguió como un corderito.

Ya en casa de Carlos, ella sintió vergüenza por no estar limpia y le pidió si podía darse una ducha, ya que había salido de casa apresurada.

– Siéntete como en tu casa.

–  Gracias

–  Ven te enseñaré dónde están las toallas

En el baño le explicó cómo funcionaba aquella moderna ducha. Una vez terminadas las explicaciones, puso unas toallas a su disposición. Se quedaron mirando unos segundos en silencio después de los cuales ella comenzó a desnudarse. Se desabrochó la blusa despacio, se la quitó y se deshizo del sujetador enseguida. Tenía los pezones durísimos, oscurecidos por lo que estaba sintiendo. Se bajó el vestido quedando totalmente desnuda delante de él. Él la miraba fascinado admirando ese joven cuerpo, duro y blanco, muy blanco.

– Eres muy hermosa – le acarició la cara con dulzura y eso a ella le gustó mucho.

– Gracias, es muy dulce conmigo.

Ángeles se giró y entró a la ducha. Se comenzó a enjabonar y le llamaba la atención el enorme bulto que tenía bajo las bermudas ese señor. Le gustaba mucho lo que sentía que provocaba su desnudez en los hombres.

– ¿Me permites ayudarte?

–  Vale.

Carlos lentamente soltó el cordón que cerraba la cintura de sus bermudas y dejó que estas se deslizaran por sus piernas, sacó su polo por la parte de su cabeza y se bajó los slips. Ángeles lo vio desnudo por primera vez y le gusto ver su polla ya tiesa, le gustaba saber que excitaba a los hombres. Carlos entró en la gran ducha y esparció una gran cantidad de gel sobre su mano. Recorrió sin prisa toda la espalda de esa joven que gemía y se estremecía con sus caricias. La dio la vuelta y extendió el gel por sus pechos, notando su tersura, esa dureza innata de la juventud. Siguió bajando y se encontró con su gran clítoris que acarició, casi a la vez que ella sujetaba su polla con fuerza. Mirándose a los ojos los dos se acariciaban y se excitaban mutuamente.

Estaba totalmente mojada entre las piernas y no era por el agua precisamente. Carlos la abrazó con deseo, un deseo que ella percibió en toda su plenitud cuando el grueso pene rozó su coño. El roce de esa polla sobre su sexo cada vez era más fuerte y más intenso, ella no quería follar con él, solamente dejaría a Pablo que la follara además de su marido, pero el, no, ese hombre no. Pero ya era tarde, la excitación de Carlos estaba al máximo y todas sus quejas y sus súplicas, fueron desentendidas. Apoyando la mano en sus hombros la puso de rodillas frente a él.

– Abre la boca, puta, abre la boca y cómeme la polla. Si se te ocurre morderme, te muelo, a palos.

– Vale, se la chupo, pero no me folle por favor, no me folle.

Carlos no dijo nada, metió su polla en la boca de Ángeles hasta que ella tuvo una arcada y la mantuvo ahí, hasta casi dejarla sin respiración. Cuando la dejó respirar, Ángeles tosía y babeaba en exceso, Carlos le dio un buen tortazo, girándola casi entera, terminó de darle la vuelta, dejándola con el culo expuesto. Le dio un fuerte azote en el culo que rápidamente se puso rojo y apuntando la cabeza de su polla a su coño, la perforó de una sola estocada. Ángeles grito, grito con todas sus fuerzas, pero él ya no paró, azotando su culo le daba muy fuerte y por suerte para ella, esa fuerza hizo que se corriera en muy poco tiempo. Se salió de ella, le dio una patada y le dijo, tras volver a azotarla.

– En cinco minutos te quiero fuera.

Ángeles sollozaba y terminó de limpiarse, salió de la ducha, se secó, se vistió y salió de esa casa todo lo rápido que pudo. Después de este suceso, vio que el juego tenía sus riesgos y debía ser mucho más cauta.

Al llegar a su casa, Ángeles se tiró sobre la cama y lloró desconsoladamente. Tras unos largos minutos consiguió calmarse y se lavó la cara y se vistió, necesitaba que Pablo la consolara, que la entendiera, que le diera sus consejos. Pero se acordó que igual aún estaba su amiga con él. Se paró en seco y se sentó en la mesa del jardín.

– ¿Chochito mío, qué tal estás? Era Estela que salía de casa –

–  Hola Estela.

Se sentía mal por no poder evitar, estar seria con su amiga, pero hoy no era un buen día. Aun con todo intento ser amable

Con todo y sin darle importancia, su amiga pasó a su jardín y se tumbó a su lado abrazándola.

  • Para, tonta –  su amiga le daba abrazos y muchos besos – ¿Qué te pasa?
  • Nada, estoy contenta y hacía mucho tiempo que no me sentía así. Y todo te lo debo a ti.

Aunque no era un buen momento, ella también se alegró por su amiga, lo que le hizo olvidarse un poco de sus penas.

  • ya ves hoy hemos hecho la sesión más corta, Pablo me ha dicho que necesita tiempo para ayudarte con la oposición.
  • ¿Te apetece que tomemos un poco el sol?

Ángeles miró su reloj y vio que aún era pronto, miró a su amiga, sonrió y le dijo que encantada. Ambas de la mano subieron a su habitación. Ángeles le dio el bikini a su amiga y esta rauda se desnudó para cambiarse.

  • ¡¡Estela!! ¿Qué te ha pasado? Tienes el culete todo marcado!! ¿Te ha pegado tu marido?
  • No – había olvidado que tenía marcadas las nalgas y se puso de mil colores al sentirse descubierta – Tranquila que Andrés no ha sido.
  • ¿Entonces? – una sensación de celos muy fuertes se apoderaron de ella – ¿Fue Pablo?
  • Si. ¡¡¡Joder tía, que vergüenza!!!
  •  ¿Te ha pegado?
  • Ya te lo contaré en otro momento.
  • No tía. Ya era lo que le faltaba esa tarde, los celos le comían viva. – cuenta, cuenta por favor.
  • Es que me da muchísimo corte. Haber te lo cuento, pero no pienses que estoy loca, ¿vale?

Se tumbaron en la cama y Estela le contó un poco lo que desde hacía años le pasaba con su culo. Ángeles la escuchaba atenta, con curiosidad, no sabía que eso le podía pasar a alguien.

  • ¿Y te masturbabas dándote palmadas en el culo?
  •  Si, bueno, yo me las daba por rabia, pero sentía que al final me excitaba y tenía que tocarme.
  • ¿Y no te dolió mucho que Pablo te pegara? – no podía dejar de mirar aquellas marcas – Tienes los dedos marcados – no pudo evitar recorrer con la yema de su dedo esas marcas.
  • ¡¡Para, tía!! – sentía sus nalgas demasiado sensibles.
  • ¿Te duelen? – era una sensación extraña ver aquellas marcas y tocarlas, sentir el calor.
  • Un poco, es que están muy sensibles.

Ángeles se levantó y volvió con un bote de pomada para los golpes. Cuando apretó el tubo y salió la crema fría su amiga dio un respingo.

  • ¿Qué haces loca?
  • Déjame echarte pomada porfa.
  • Es que están muy sensibles y no sé si es buena idea. ¿Por qué quieres echarme pomada?
  • No lo sé. Al verlas así me dieron ganas de cuidarlas.
  • Eres muy buena conmigo, pero me da vergüenza por lo que te conté de mi secreto.
  • ¿Me dejas? – la mano de Ángeles comenzó a deslizarse por una de las nalgas.
  • Si, claro que te dejo.

La vergüenza se adueñó de ellas. Eran amigas desde niñas, jamás habían tenido pensamientos con otras mujeres, pues como siempre decían, eran muy heteros y les encantaban los hombres, pero en ese momento, una sentía vergüenza de sentir que le gustaba acariciarle las nalgas a su amiga y la otra sentía que le encantaba sentir aquella mano suave y pequeña extendiendo la pomada por su piel sensible.

  • Tus nalgas son súper suaves.
  • Y tu mano también
  • ¿Te gusta sentir mi mano?
  • Si. ¿Y a ti te gusta sentir mis nalgas?
  • Mucho.
  • Estamos locas tía. Eres mi amiga de toda la vida. – su voz sonaba tierna, sensual.
  • Si fueras otra no podría hacer esto. ¿Estás excitada?
  • ¿Claro y tú?
  • También. ¿Puedo quitarte la braga?
  • Si, pero si te la quitas tú también. – Tania le quitó la prenda íntima a su amiga y Estela levantó la cara para mirar cómo hacía lo mismo con la suya – Quítate el sujetador también. ¿Quieres?
  • Vale – se quitó el sujetador y se quedó desnuda frente a su amiga, ésta miraba sus tetas y su coño – ¿te gusta mirarme así?
  • Si. – Estela se sentó sobre la cama y se quitó el sujetador. – Y a ti te gusta verme desnuda?
  • Si – Ángeles miraba las tetas de su amiga – Tus tetas son más grandes que las mías. – extendiendo el brazo le acarició uno de los pechos.
  • Somos totalmente diferentes. Tu coño es rosadito y más pequeño. – Estela extendiendo su brazo le rozó con el dedo entre las piernas
  • Si – se sentaron una frente a la otra. Ángeles miraba el coño de Estela – El tuyo es más grande – su mano buscó entre los muslos de su compañera y lo acarició. – Me gusta tocarlo, está muy mojado.
  • El tuyo también está muy mojado y ese clítoris, casi me podrías follar con él.

Se miraban a la cara, las dos con las mejillas coloradas por la excitación y la vergüenza. Se masturbaron una a la otra y gemían excitadas. Ninguna sabría decir quién de ellas fue la que buscó la boca de la otra, quizás lo hicieron a la vez. Se besaron con deseo, con ansia. Se abrazaron con fuerza aplastando sus pechos. Sin dejar de besarse con las bocas muy abiertas, entrelazaron sus piernas. Las dos deseaban sentir el coño ajeno sobre el suyo. Cada una puso sus manos sobre las nalgas de la otra y se las acariciaban, hacían fuerza para que sus coños se juntaran. Dos coños totalmente diferentes, pero igual de mojados, igual de deseosos por explotar de placer. Gemían sin pudor, la excitación era más fuerte que la vergüenza. Sus coños resbalaban perfectamente uno sobre el otro. Ángeles notaba el roce sobre su clítoris y su amiga, notaba como este excitaba sobre manera su más pequeño y escondido clítoris.

  • Estela me voy a correr.
  • Y yo niña, y yo.

Se movieron muy rápido, pegando sus cuerpos, sus coños, sus tetas, sus bocas. Sus coños eyaculando juntos, uno sobre el otro. Temblando juntas, Estela sintiendo aquellos chorritos de su amiga, que golpeaban su clítoris y Ángeles sintiendo los de Estela sobre el suyo. No dejaron de besarse mientras el orgasmo alcanzaba sus cuerpos. Se miraron sorprendidas, felices, exhaustas. Con cierta vergüenza después de lo que habían sentido miraron sus piernas mojadas, sus estómagos.

  • Joder mira como hemos mojado todo.
  • Ya. Me has hecho correrme, mucho, tía. – Estela miraba su coño totalmente mojado.
  • Anda que tú a mi – Ángel besó de nuevo a su amiga – Vamos a la ducha.

Se ducharon juntas y a ambas les fascinó enjabonar el cuerpo de la otra. Se secaron una a la otra y se tocaban como niñas que descubren un juguete nuevo. Se miraban con complicidad. Se sentían excitadas por lo que estaban descubriendo juntas.

  • Tu coñito es súper bonito y ese clitoris tuyo es una pasada. – se lo acarició con delicadeza con la yema del dedo.
  • Pues a mí me parece muy bonito el tuyo así morenito -Ángeles hacía lo mismo con el de su amiga. Aquella caricia en su sexo la estaba excitando nuevamente – Para por favor, estará a punto de llegar Rodrigo y me está gustando mucho tu caricia.
  • Perdón, no había visto la hora. – cogió su vestido y le dio un beso en los labios a su amiga – Vamos a vestirnos.
  • Si y voy a echar a lavar esto – la ropa de la cama estaba en el suelo – Eres una meona jajjjaaj.
  • Eso no es pis – estaba sonrojada de nuevo – Y además tú también echaste mucho, me dejaste perdida.
  • Se que no es pis tonta – la abrazó por la espalda – Y si eché mucho fue por tu culpa.

Ángeles se fue con la ropa y Estela se quedó pensando en la locura que acababan de hacer juntas. Pensó en lo mucho que había mojado la cama, su amiga había ayudado a dejar esa ropa empapada, y recordó el almohadón de Pablo. Sonrió pensando que era algo nuevo para ella, pues con Andrés mojaba algo, pero no tanto, era algo que le estaba gustando demasiado.

  • ¿Mañana quieres venir a comer? – su amiga la había abrazado de nuevo por detrás.
  • ¿Quieres que venga?
  • Claro, si no, no te lo diría tonta. No vengas muy tarde porfa
  • Vale – se giró y se abrazaron ahora de frente agarrándose por las cinturas – Y¿por qué quieres que venga pronto? – se miraban con picardía.
  • No sé, así podemos estar juntas más tiempo – las pequeñas manos de Ángeles le acariciaban las nalgas a su amiga – Si quieres claro.
  • Claro que quiero – ella hizo lo mismo y acariciaba las nalgas de Ángeles – ¿Estamos locas, qué nos está pasando?
  • Creo que estamos salidas – se fundieron en un morreo intenso, se comían las bocas con deseo.
  • Yo también lo creo. Mi Andrés me tiene a dos velas y pasa lo que pasa.
  • Él se lo pierde.

Escucharon la puerta de la calle abrirse y se separaron de golpe. Se rieron por la reacción.

  • ¿Cariño, estás? – Rodrigo la llamaba.
  • Estamos aquí amor – salieron de la habitación de la mano, era algo normal entre ellas – le estaba enseñando a Estela mi nuevo bikini.
  • Hola Estela, ¿qué tal estás?
  • Bien y ¿tú qué tal estás Rodrigo?
  • Bien, estos días están siendo un poco duros de trabajo, pero no hay queja.
  • Me alegra que estés bien. Bueno, yo ya me marchaba, que se me hace tarde.
  • Acuérdate, mañana comemos juntas.
  • Si, tranquila que no me olvido. Chao, Rodrigo. – Estela salió de la casa y estaba muy contenta, había sido una tarde llena de acontecimientos imprevisibles que le habían encantado.
  • Mañana la invité a comer, cielo. ¿Tú estarás? – ella sabía perfectamente que su marido comería fuera.
  • No, ya te dije que esta semana comeré fuera. ¿Lo recuerdas?
  • Si, es verdad –  Lo abrazó y aún sentía en su cuerpo los efectos de los besos y las caricias en las nalgas de su amiga, le habían provocado – ¿Estás muy cansado?
  • Depende de para qué – sentir a su mujer tan deseosa le gustaba mucho, últimamente la sentía más excitada de lo habitual y eso a él le ponía cachondo – ¿Por qué lo preguntas?
  • Me apetece follar cariño – cogió la mano de su esposo y la puso sobre su braga, estaba empapada- ¿Ves cómo estoy?
  • A mí también me apetece follar mi vida.

Estuvieron un par de horas en las que disfrutaron intensamente. Cuando Rodrigo se quedó dormido, ella se quedó abrazada a él pensando. Ya había olvidado el desgraciado suceso de la tarde y se convenció que lo mejor sería, eso, olvidarlo y no darlo más vueltas

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