El robo I
Mi nombre es Adán, tengo 29 años, soy soltero y vivo solo.
Me encontraba ese día de verano trabajando en casa en el computador.
Vivo en un fraccionamiento de clase media tranquilo.
Hay más de 25 casas en mi calle pero la relación que tengo con los vecinos es escasa, solamente para el obligado saludo de los buenos días, buenas tardes y buenas noches cuando los encuentro al llegar o salir.
Casi no me encuentro en casa excepto por la noche y para dormir.
Mis vecinos de la casa que colinda con mi propiedad a la izquierda son una familia formada por los padres de edad madura y tres hijas adolescentes y un hijo varón menor, la mayor de no más de 19 años, y el menor de escasos 5 años de edad.
Me había fijado en ellas sobre todo en la mayor y la que le sigue, de aproximadamente 14 años pues son extremadamente atractivas, la pequeña no lo es menos pero aún, con sus 10 años tiene el cuerpo de niña, ya saben, delgada y sin curvas, pero sus hermanas son dignas de el primer lugar en un concurso de belleza.
Son ruidosas, alegres y gustan de escuchar música a volumen alto.
Ese día todo estaba en silencio pues al parecer habían salido. Las casas por su parte trasera se comunican entre sí por una barda de escaso metro y medio que separa los jardines.
Me esforzaba por terminar de preparar el examen que aplicaría a mis alumnos antes de salir de vacaciones.
Soy profesor de preparatoria en la asignatura de biología.
Cansado, después de calificar 25 trabajos escritos por mis alumnos para poder asignarles puntos complementarios a su calificación final, me encontraba en el estudio en el piso superior cuando escuché un ruido que me sobresaltó. Alguien estaba en casa en el piso inferior.
Sentí temor de que algún ladrón hubiese entrado a mi domicilio de nueva cuenta.
Ya había ocurrido con anterioridad pues había notado la pérdida de algunas de mis pertenencias de valor, un reloj fino, una grabadora de mano que utilizaba para grabar y ensayar conferencias y algunos discos compactos de música.
Llegué a pensar que estaban extraviados porque los habría puesto fuera de sitio, en algún lugar de ese desorden que impera en casa, como es propio de los hogares de los hombres solteros. Apagué el computador y me levanté del asiento como impulsado por un resorte.
Agarré el abrecartas en forma de cuchillo que tenía en mi escritorio con la mano izquierda y una escultura decorativa de metal, en forma de ángel alado, que tenía en el escritorio con la mano derecha.
Me paré detrás de la puerta, si el ladrón entraba a la habitación no me vería de inmediato y quizá tuviese oportunidad de defenderme tomándolo por sorpresa.
Detuve la respiración y traté de no hacer ruido.
Escuchaba el latir de mi corazón a mil por hora. Oí el crujir de uno de los peldaños de madera de las escaleras de acceso al piso superior.
Está subiendo, pensé. ¿Cuántos serían?, me pregunté mientras empuñaba hacia arriba y con fuerza la escultura de bronce que pesaba aproximadamente un kilo con el brazo derecho, mientras empuñaba el abrecartas, en mi mano izquierda hacia abajo.
Escuché ruidos en la habitación contigua.
Se está acercando, pensé.
De seguro entraría en la habitación donde me encontraba.
Generalmente soy pacifista, pero si el ladrón entraba, no tendría otra opción más que defenderme. Le daré un golpe en la cabeza, pensé, y… ¿y si viene armado? En eso el pestillo se movió y la puerta se abrió, lentamente.
Me sorprendí sobremanera al observar que el ladrón que entraba al estudio no era otra que la segunda hija del vecino, la de en medio.
Me supuse que debió de entrar a través del jardín posterior, quizá saltando la barda y por la puerta de la cocina ya que a ésta no le funciona la cerradura.
Estaba vestida con un pantaloncillo corto de mezclilla y una camiseta de algodón de esas top, que permiten ver su cintura estrecha y el abdomen plano, esas llamadas ombligueras.
Tenía en la mano varias cintas de audio y mi organizador Palm que había dejado en el buró de mi recamara.
Entró y echaba una mirada alrededor del escritorio, sin duda buscando algo más que robar. Mi sorpresa pronto se tornó en enojo. ¿Qué hacía ella en mi propiedad?, ¿porqué me estaba robando? De un golpe cerré la puerta detrás de ella.
Se dio vuelta, sobresaltada. – Es que…u-usted…pensé que n-no…
-¿Qué demonios crees que estás haciendo?- le dije ¡Ésas cosas son mías! ¿Qué haces aquí? ¿Pensabas que no estaba en casa? Me encontraba colérico y blandía en el aire ante ella la escultura con la que minutos antes estaba dispuesto a quebrarle la cabeza.
La muchacha dejó caer las cosas que tenía en las manos y volteó nerviosamente de un lado a otro al verse descubierta, quizá buscando alguna forma de escapar… estaba de pie frente a la única puerta en la habitación, la ventana no era opción de salida, aunque se encontraba abierta, ya que estábamos en el piso superior. -Yo… Yo vine a a… a…
Caminé hacia ella. -¿tu viniste a robar, has venido a robar mis cosas?
La muchacha hizo un esfuerzo más por negar, movió la cabeza de un lado a otro mientras bajó la mirada con lágrimas que comenzaron a aflorar en sus ojos color miel. Su labio inferior tembló mientras tartamudeaba.
-No p-piense u-usted que entré a robarle…
-¿y entonces? Repliqué – ¿me ves cara de tonto o qué?, esto no es una visita social, ya se me han perdido varias cosas valiosas y has sido tú, y las quiero ahora mismo de vuelta.
Las lágrimas comenzaron a escurrir por sus mejillas y dijo con voz entrecortada: .-yo…no…, no las tengo.
Yo las vendí. Ya no las tengo. Con lo que, de hecho, reconoció su culpabilidad sobre los robos anteriores lo que me encolerizó aún más.
-¿Qué? Le dije gritando mientras calculaba el costo de lo robado, aproximadamente 5 mil pesos.
– Perra ladrona, dije. ¿Dónde están tus padres?
El miedo en sus ojos se intensificó. – ¡e-ellos no están, fue… se fueron… de día de campo, pe-pero, OH, no, no por favor, no les diga nada. Me castigarán, me encerrarán con llave para siempre y nunca saldré de nuevo!»
Le sonreí con desprecio. -«¡Oh no!, será peor que eso, voy a llamar a la policía, y te vas a ir derechito a la cárcel y cuando regresen tus padres les diré en donde estás y porqué has ido a parar ahí.»
-«¡Oh, no!» dijo, mientras empezó a sollozar.-«¡Lo siento mucho! ¡Lo siento! ¡Por favor, no le diga nada a nadie! ¡Yo haré lo que usted quiera, pero por favor, no me acuse!»
Sin perder la sonrisa de desprecio rápidamente pensé en las palabras de la chica. La miré de arriba a abajo…..
Era, a pesar de su juventud una mujer hermosa, blanca, de facciones finas y con un cuerpo delgado pero bien proporcionado.
La camiseta dejaba entrever el sostén, que cubría los senos de tamaño mediano, no muy grandes ni muy chicos.
Le había visto el culo redondo y firme cuando ella entró en la habitación y había observado el par de piernas largas y torneadas.
Entonces se me ocurrió, estábamos solos en mi casa y tampoco los vecinos se encontraban en la suya.
Ella debió de ser la única en quedarse, ya que el resto de su familia, a decir de ella, estaban de día de campo. Esa podría ser una oportunidad única para que aprovechando la situación obtuviese alguna ventaja, quizá en pago por lo que me había robado.
-«No» respondí en tono seco, mientras caminaba al teléfono. «Ya que tus padres se han ido, llamaré a la policía para que te arresten. Ya cuando lleguen tus familiares les diré donde te encuentras y el porqué te encerraron.» Descolgué el teléfono, y empezó a marcar.
«¡No, no! ¡OH, por favor, por favor, no! ¡Yo le juro que… !, ¡snif! –Sollozó- ¡yo nunca lo haré de nuevo! ¡Haré lo que me pida pero por favor… por favor, no lo haga, no me delate!
Volví hacia ella. «¿Lo que yo te pida?» pregunté sonriendo, quizá en forma diabólica pues vi como se estremeció. La chica, no completamente segura de lo que ello significaba, cabeceó asintiendo y sollozando.
Volví a poner el auricular del teléfono en su lugar. «Bien, le dije, no llamaré a la policía pero solo y solo si tu haces todo lo que yo te diga. Si no es así, hablaré por teléfono de inmediato de tal forma que antes de lo que piensas te encontraras tras las rejas. ¿Me has entendido?»
La muchacha asintió sollozando pero con cierto alivio que se notó en su cara.
Me senté en un sillón junto al teléfono, y la examiné de arriba a abajo. «Ve a la cocina, – le dije- y tráeme una cerveza del refrigerador.
«Ella dio media vuelta y caminó hacia la puerta, vi. la cadencia de sus caderas de un lado a otro cuando ella dejó el cuarto y se dirigió a la cocina para cumplir la orden. Poco tardó cuando volvió yo seguía sentado en el mismo lugar, miré el movimiento de sus senos jóvenes bajo la camiseta.
Ella incluso abrió la cerveza para mí estirando la mano para entregármela. Tomé un trago largo, sin dejar de mirarla.
-¿Cómo te llamas?»- pregunté.
-Sandra.- dijo ella, mientras trató de sonreír nerviosamente.
-¿Cuántos años tienes Sandra?
-Acabo de cumplir 15 … años- dijo.
-¿Y… eres virgen, Sandra»? pregunté, observando su reacción mientras le sonreía. Pareció desconcertada por un momento.
-«SSSí…, pe-pero…»
-«Eso está muy bien, repliqué sin dejar que terminara. Eres muy bonita, Sandra».
Sandra sonrió ante el cumplido ruborizándose un poco.
Me gustó eso, pues hizo que me pusiera caliente. Sentí como la verga comenzó a ponerse dura.
-«Quítate la camiseta, Sandra,» le dije. Sandra retrocedió medio paso con cara de asombro.
-«Queee…, no, usted no…» sorprendida murmuró, sin entender mis palabras.
Fruncí el entrecejo por un segundo, y alcé el auricular del teléfono sin dejar de observarla a los ojos.
Sandra rápidamente de un movimiento hacia arriba se quitó la camiseta quedándose con ella en la mano.
Bajando la cabeza cerró los ojos. Las lágrimas empezaron a fluir de nuevo. Quizá, entendió lo que podría ocurrirle, sola en mi casa, atrapada robando y suplicándome que no la delatara a cambio de hacer lo que le pidiese.
Sonreí y volví a colgar el teléfono. «Bien Sandra. Eso está realmente muy bien. Ahora quítate el sostén, quiero ver tus lindos pezones».
Llorando abiertamente, Sandra lentamente pasó sus manos a su espalda y desabrochó el sostén. Sus ojos no se separaban del teléfono en ningún momento.
Cuando ella lo dejó caer, me apoye hacia atrás en el sillón para poder examinar mejor sus pequeños pezones castaños claros y los senos firmes, quizá copa C.
Su estómago era plano.
Sandra movió las manos para cubrir sus pechos, no dije nada y sonreí. Vi el miedo en sus ojos y la vergüenza que sentía al exhibirse de esa manera ante un hombre por primera vez en su vida y eso me excitó aún más, empecé a sentir como mi verga se puso aún más dura debajo de mi pantalón, incluso molestándome un poco.
-«Ahora… ven aquí.» – dije.
Dejé caer una almohada al piso delante de mí, ella caminó lentamente hasta quedar de pie, al alcance de mi mano frente a mí. No dejaba de sollozar, con la cara baja, seguía cubriéndose los pechos con sus manos. En ese momento tuve ese pequeño y dulce cuerpo al alcance de mi mano. Sonreí y dije. «Arrodíllate en el cojín, Sandra».
Las lágrimas no dejaban de correr por sus mejillas.
Cubriendo sus pechos, Sandra se arrodilló, entre mis piernas que separé aún más para darle espacio, sobre la almohada. Extendí la mano y acaricié lentamente sus mejillas secando algunas lágrimas, luego deslicé mi mano en su cabello largo y castaño.
Sandra, simplemente, no se movió… sabía que si no hacía lo que le indicaba, llamaría a la policía y toda su vida acabaría allí mismo puesto que iría a parar a la cárcel a sus quince años. ¡Ella tenía que cumplir su palabra y hacer todo cuanto yo le pidiese, no importando que!
Me recosté hacia atrás nuevamente con una mueca, en vez de sonrisa y le dije:
-Bien, ladronzuela. ¿Has visto la verga de un hombre alguna vez?-
Sandra se estremeció y murmuró. «Yo… Yo he ayudado a mi mamá a bañar a mi hermano menor…cuando estaba más pequeño»
-«Que bien, pues… Sandra, quiero que abras la cremallera de mi pantalón.»
Sandra cubriendo sus pechos con el brazo izquierdo, avanzó despacio su mano derecha, temblando, trató de abrirlo en la forma correcta.
Sus dedos batallaron un poco contra la dureza que tenía debajo, enviándome sensaciones de deliciosos escalofríos a mi espalda. Ella jaló hacia abajo el cierre para luego, como si hubiese sentido una descarga eléctrica tirar de su mano hacia atrás.
-«Ahora,- le dije con voz ronca por la lujuria,- mete la mano dentro y saca mi verga.» Sandra tragó saliva y se hizo hacia atrás un poco. Metió su mano temblorosa, buscando en el interior de mis calzoncillos entre el algodón suave del mismo, y la dureza de abajo.
Ella conocía la ropa interior de su hermano pequeño y trató de jalar hacia un lado para poder sacar mi verga que tiesa quería ser liberada, con dificultad por usar únicamente la mano derecha mientras continuaba cubriéndose con la mano izquierda el pecho, me la empujó hacia un lado y la sujetó entre los dedos, apretando y tirando para que liberarla de su prisión, cada movimiento de sus dedos me produjeron oleadas de placer.
Pronto, tuvo que utilizar su otra mano y solo para liberar el monstruo que emergió de entre mis calzoncillos y que ahora tenía entre dos dedos de su mano derecha.
Puso cara de asombro, abriendo la boca cuando lo vio…., no era para nada parecido a la de su hermano menor. Esta tenía ocho pulgadas de largo, era gruesa y con una cabeza grande y purpúrea. Soltándola retiró su mano hacia atrás, asustada.
-Por favor, señor… por favor no me haga … nada-. La agarré por el pelo y dije:
-Yo te haré cualquier cosa que quiera, perra ladrona. Y si se te ocurre decir algo, a cualquiera, lo negaré todo y diré como te encontré robándome mis cosas, nadie te creerá e irás a parar a la cárcel, ¿entiendes ahora?-.
Sandra apenas cabeceó, con lágrimas en sus ojos. Tiré fuertemente del mechón de cabello que tenía asido, y agarré con la otra mano el otro lado de su cabeza.
-Ahora, Sandra, quiero que abras la boca, bien grande en forma de «O».-
Cerrando los ojos, Sandra abrió la boca obedeciendo. Apreté el pelo con la mano y la jalé firmemente acercándola a la cabeza de mi verga e introduciéndola lentamente a su boca.
Ella se esforzó un poco por impedírmelo, pero tiré más fuerte de su pelo y le introduje la cabeza en la boca, sentía su calor y humedad alrededor de ella.
-Ahora, -le dije, incapaz de contener mi excitación- quiero que la chupes suavemente, Sandra. Chúpala y lámela suavemente, pero sin utilizar tus dientes, entiendes perra, así…, eso es …, bien.»
Sandra obedecía, no tenía opción. Cerrando sus labios alrededor de mi verga, chupó y mamó de ella, mostraba cara de asco por tener que hacerlo.
Le movía su cabeza de arriba hacia abajo lentamente, empujaba y jalaba con mi mano con la que asía su pelo, sentí su lengua caliente y húmeda sobre mi verga que iba dejando un sendero mojado en ella.
Empecé a forzarla aún más, introduciéndosela hasta el fondo, obligándole a que se moviera más rápido hacia arriba y hacia abajo sobre ella.
Al principio fui cauto sobre la cantidad de verga que podía poner en su interior pero, poco a poco, a medida que aumentaba mi excitación comencé a empujarla con más fuerza, más hondo, hasta tocar con la cabeza de mi verga la parte posterior de su garganta, Sandra se asustó, dejó de cubrirse los pechos como hasta ahora y apoyó ambas manos en los brazos del sillón tratando de detener al intruso que violaba su boca virgen. Trataba de conseguir el apoyo necesario para impedir que introdujera más profundamente mi verga en su boca.
Yo era mucho más fuerte que ella para su desgracia, por lo que conseguía que mi glande tocara el fondo de su garganta, ella luchó aún más, ya que no podía ni respirar el aire necesario para sus pulmones, sentí que me acercaba al orgasmo, unas punzadas en mis ingles me avisaban que estaba a punto de venirme en ella por lo que, súbitamente, le arranqué mi verga de su boca empujándola hacia atrás.
Cayó sentada al piso. Tosió y jadeó por varios minutos, con algunas arcadas por el asco que le produje al introducirle tan profundamente mi miembro en su boca.
Riendo me levante. Me había aguantado para no acabar en su boca. La diversión apenas empezaba y pretendía prolongar el momento sublime.
De pie miré como se recuperaba. Poco a poco su respiración se normalizó y nuevamente cubrió sus pechos con una mano mientras con la otra cubría su cara. Tenía mucho tiempo por delante. La agarre por el pelo y la levante del piso.
-Ahora vamos a mi recamara- le dije.
-Por favor…por favor señor, ya no…ya no se lo suplico, ya me ha hecho bastan…te- sollozó.
-Ni lo pienses perra, esto es solo el principio. Repliqué.
A empujones la llevé a mi recamara en donde la aventé en mi cama.
-Y quédate allí- le ordené mientras me dirigí al cuarto de baño a orinar. Regresé a la recamara y ella se encontraba boca abajo sobre la cama llorando.
-Date vuelta- le ordené de nuevo. Me acerqué sentándome a su lado. Le desabroché el pantaloncillo y deslicé hacia abajo la cremallera lentamente.
Bajé el short, no sin dificultad pues lo usaba muy estrecho y la dejé en calzones, era un bikini muy coqueto color de rosa.
Puse mi mano en su rodilla y empecé a acariciarla lentamente, ascendía suavemente sobre su muslo hasta llegar cerca de su entrepierna para luego nuevamente ir hacia abajo, así varias veces llegando cada vez más cerca de su nidito de amor, rozándolo suavemente con mis dedos, deslizándolos de arriba a abajo sintiendo la rajita debajo del bikini.
Ella trató de juntar sus piernas cosa que le impedí.
Decidí que era tiempo de dejarla como Dios la envió al mundo y le deslicé hacia abajo su bikini, ella trató de impedirlo juntando sus piernas. Le dije: –no tienes porqué hacer más doloroso el momento, sabes bien que es lo que quiero- entonces ella aflojó la presión de sus muslos y permitió que deslizara el calzoncito hacia abajo.
Dejaba así al descubierto el pubis cubierto de un bello fino color castaño que formaba un triángulo perfecto. Nuevamente reinicié mis caricias ahora por fuera en ambas muslos subiendo hasta sus caderas, luego por dentro, suavemente, acercándome hasta rozar los pelitos con mis dedos, ella se estremecía cada que me acercaba a esa parte tan sensible.
Luego me concentré en acariciar su pubis, poco a poco recorría de arriba abajo, localizando el clítoris, era pequeño y blando, con movimiento circular sobre él, apretando y soltando, nuevamente en movimiento circular, luego deslicé mi dedo lentamente hacia abajo entre su rajita y noté como se había humedecido en respuesta a mis caricias, ya no sollozaba, no decía nada y no se movía en lo más mínimo, solo tenía de vez en vez un estremecimiento involuntario.
Nuevamente hacia arriba hasta llegar al clítoris en donde me detuve unos instantes y luego deslicé mis dedos más abajo encontrando su nidito de amor, entonces, poco a poco introduje el dedo índice, sentía su orificio húmedo y caliente, lentamente lo metí más adentro hasta que sentí resistencia, era como un anillo que impedía el acceso de mi dedo más allá, al empujar un poco más hubo un quejido de dolor y su mano me detuvo mi mano para que no introdujera más el dedo.
Efectivamente ella era virgen y ese era su membrana del himen. Me dejé que retirara mi dedo de su vagina y volví a acariciar su rajita de arriba abajo. Ahora el quejido parecía de placer.
Sujetándola de las piernas la jalé hasta que sus nalgas se encontraron a la orilla de la cama dejando que sus pies se apoyaran en el piso separé sus rodillas y me arrodille entre ellas.
Luego acerqué mi boca a su sexo besándole el clítoris, ella se estremeció puesto que no lo esperaba.
Saqué la lengua y empecé a lamer, como lo haría un gato ante un plato con leche, sentí como sus fluidos lubricantes comenzaron a salir de su vagina mientras que le acariciaba la hendidura. Utilicé esos fluidos para lubricar más abajo alrededor de su ano.
Ella entonces me agarró por la cabeza sujetándome ahora frente a su sexo.
Mi verga que antes se había relajado ahora de nuevo se ponía dura como un hierro. Seguía lamiendo su clítoris y recorría mi lengua hacia abajo, sentía el olor de su sexo inmaculado, introducía mi lengua lo más profundo que podía en su vagina y luego la sacaba y la deslizaba hacia abajo hasta lamer su ano, ese pequeño orificio rosado y circular, introducía con dificultad la punta de mi lengua en el diminuto pero firme agujero.
Luego subí nuevamente a la vagina y al clítoris.
No hubo parte que no recorriera con la lengua.
Me concentré en el clítoris mientras que con el dedo índice empecé a penetrar suavemente su ano, ahora lubricado por mi saliva y sus secreciones vaginales, ella no pudo contenerse y tuvo algunos gemidos de placer, intensifique el lengüeteo lo que hizo que ella empezara a mover su cadera de un lado a otro lo que aproveché para introducir cada vez más profundo mi dedo por su ano hasta que llegó al fondo en su recto, no podía meterlo ya más, todo lo tenía adentro.
En eso oleadas de placer la embargaron, sus quejidos se hicieron más fuertes, sus manos me apretaron la cabeza jalándome hacia ella como queriendo introducir mi cabeza en sus genitales, sentí como el anillo muscular de su ano presionaba mi dedo en espasmos involuntarios, estaba teniendo su primer orgasmo, estaba siendo mujer por vez primera gracias al tratamiento que le estaba aplicando.
Me detuve entonces, hasta que hubieron cesado los espasmos, retiré mi dedo gentilmente.
Me levanté y nuevamente fui al baño, ahora por un tubo de vaselina que se encontraba en el botiquín, había relajado con el dedo el ano pero sabía que no lo suficiente como par que pudiese ingresar mi verga él.
Tendría que ayudarlo con una adecuada lubricación.
Regresé a la habitación, ella se encontraba sin moverse en la misma posición sobre la orilla de la cama, me arrodillé de nuevo junto a ella y me acerqué a su oreja y le susurré –ahora amor date la vuelta- ella me vio a los ojos y me sonrió, poco a poco se dio vuelta quedando de rodillas en el piso delante de mi y reclinando su cuerpo sobre la cama, me incliné hacia delante sobre ella y acaricie su abdomen su abdomen, deslicé mi mano hacia abajo acariciando de nuevo su monte de Venus, reclinado sobre ella como estaba le bese la nuca y la oreja sintiendo que un nuevo estremecimiento recorría su cuerpo.
– Ya vez pequeña que esto puede no ser tan malo – le susurre.
Me incorporé de nuevo, abrí el tubo de vaselina y me puse una generosa porción sobre mi verga que no había perdido su fortaleza, la esparcí con la mano utilizando un poco para lubricar ahora el ano, al sentir la vaselina ella se enderezó de la cama y trató de levantarse, me dijo – No, no podré resistirlo, es muy grande, me mataras si intentas que quepa en ese lugar –Tuve nuevamente que usar mi fortaleza para, agarrándola del pelo y apoyarla de nuevo sobre la cama.
No te estoy pidiendo permiso amor – le dije -, acuérdate que debes obedecerme y ahora será por las buenas o por las malas, ya has disfrutado y ahora tiene que complacerme a mi. Mi verga me pedía ya, de manera irresistible, que le permitiese entrar a la batalla.
La posición en que la tenía ahora no podía ser más ventajosa para la penetración anal, su culo parado hacia mí, recostada en la cama y con mi verga y su ano lubricado.
Mi mano derecha dirigió mi verga hasta apoyar la cabeza en su orificio y la empujé hacia la cama con mi mano izquierda apoyada en su espalda. Al sentir que el glande tocó el orificio anal empecé a presionar lentamente.
Ella arrugó el pequeño orificio al sentir el contacto, entonces presioné lentamente, primero el glande empezó a dilatar el orificio introduciéndose progresivamente, observé como se distendía lenta y dolorosamente el ano, ya que ella comenzó a gritar –No por favor, no, duele mucho- yo sin compadecerme de sus gritos vi como desapareció toda la cabeza en su interior.
Ella gritó aún más fuerte de dolor, -ahhgg, ay, no por lo que más quiera, ya no ayyy…no lo soporto más, por piedad-lloriqueaba y sus gritos eran música para mis oídos, temblando intentó estrechar su ano para impedir que el intruso la penetrara, mientras intentaba moverse a un lado.
Trató de constreñir sus muslos para impedirme la penetración pero todo era inútil.
La agarré de la cintura con ambas manos y me incliné sobre ella para que mi pecho sobre su espalda impidiese que ella se levantara pues ella seguía luchando para ponerse en pie apoyando ambas manos sobre la cama y empujándose con todas sus fuerzas, más no me detuve.
Continué insertándola lentamente sin detenerme. Sentí como la parte intermedia, mas gorda de la verga, entraba para después resbalar con mayor facilidad.
Ella chilló de dolor. Llegué hasta el fondo del recto, sentí como mis testículos se unieron a sus nalgas en un gran beso, era grandiosa esa sensación.
Me detuve así, por unos minutos, disfrutando el momento, dándole la oportunidad de habituarse al intruso que ahora se encontraba en su interior lo que disminuyó su dolor.
Luego, lentamente empecé a moverme, dentro y fuera, dentro y fuera, dentro y fuera. Sentía como se relajaba el ano y al sacarla tendía a aprisionarme más el palo.
Yo gruñía de placer, ella volvió a gritar de dolor. Me incline de nuevo hacia delante y le bese la oreja, pase nuevamente mi mano por su hendidura y le acaricié el clítoris. Su respiración se fue haciendo entrecortada y sus sollozos más débiles, su cuerpo se empezó a agitar y los movimientos de su cadera ahora seguía el ritmo impuesto por mi verga..
Finalmente, sentí como todo el fuego se concentraba en mis muslos, en mi verga y en su estirado culo, sintiendo como el anillo muscular estrecho de su ano me aprisionaba la verga hasta que sin poder contenerme más tuve la eyaculación más grande que hubiese tenido jamás en mi vida.
Y de manera increíble mis dedos que no dejaron de juguetear en su clítoris ahora lograban que ella también tuviese un nuevo orgasmo, sus gemidos me decían que ella también estaba disfrutando, sentí como de nuevo los espasmos involuntarios de su ano apretaba alrededor de mi palo introducido hasta el fondo del recto, ella nuevamente aulló pero ahora de placer.
Quedamos exhaustos, yo sobre ella y ella abajo, ensartada.
Sin movernos recuperándonos lentamente. Sentí como mi verga empezó a reblandecerse, cuanto tiempo estuvimos así, no lo sé, perdí la noción.
Poco a poco mi verga comenzó a salirse sola de ese paraíso caliente, de ese ano recién desvirgado, lo observé antes diminuto y ahora más grande. Tardaría un poco en volver a cerrarse del todo. Sonreí satisfecho.
Pero aún no había terminado.
Tendría tiempo para recuperarme y obtener la mejor parte, la virginidad de su vagina, traspasar esa barrera inviolada.
Hacerle pagar, no olviden ustedes, el robo del que había sido objeto.
Algo que le haría recordarme hasta el último día de su vida. Pero esa parte, la mejor parte se las contaré en otra ocasión.