Capítulo 2

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Era imposible contenerme. Me rebasaba, apuraba mi respiración, dilataba mis narices, enardecía mis sienes y como un hielo pesado se agolpaba bajo mi estómago y me llenaba la entrepierna y solo quería abrirme para ser ensartada mas y mas mientras hincada sobre el sillón, desnuda, de cara al respaldar y de espaldas a ellos me aferraba con ambas manos al borde del sillón, las piernas dobladas sobre el falso cuero y mi trasero firme y abierto, y él parado detrás mío con ambas manos en mi cadera me penetra una y otra vez hasta mi misma matriz. Mis 48 kilos no son obstáculo para cada envión, cada empellón que me llega hasta el alma y abro mi ano ofreciéndoselo por si quiere hacérmelo por ahí también y escondo mi cara entre mi pelo que cae revuelto y solícita respondo a esas manos que me dominan. Dócil, en medio de los cuatro, en la sala iluminada por la TV y la lámpara baja de la mesa de pocker ese viernes por la noche.

Esos polvos que me habían dado a tomar desataron mi sexo como nunca creí fuera capaz, no había inhibición que pudiera controlarme, miedo o vergüenza. Mi torrente sanguíneo concentrado en mi entrepierna y en mis pezones hervía y solo necesitaba sexo, una calentura incontrolable me tensaba de mis ojos dilatados hasta mis piernas, dejando mi piel necesitada de otra piel, mi boca ansiosa de otra boca, mis manos de una verga dura y larga y grande y roja y húmeda.

Pero sudaba y eso me cohibía. El saber mi espalda húmeda como cuando hago bicicleta o cuando practicaba boxing en el gym. Y el sentirme tan vulnerable a otra piel. La necesidad que me aplastaran y traspasaran por dentro, que me poseyeran y retorcieran hasta extraer mi última gota. Sí, sí, como bien lo hacía uno de ellos ahora de pie detrás mío que me llegaba a levantar con cada envión “vamos perro, tu puedes” escuchaba que lo alentaban sus amigos a mis espaldas y me embestía, “vamos, la burra está sudando, hasta gritar, hazla rebuznar” se reían con sus vasos en las manos, y yo estaba en mi límite, dos tres veces seguían “dale a la perra, una burra caliente te estay tirando”, y sus bolas rozando mi clítoris que delicado como orquídea ya no soportaba mas y las voces de esos tres hombres sometiéndome, sus risas humillándome, sus burlas por mi excitación que era incontrolable finalmente me quebraron y me desparramé por dentro como si todo mi ser bajase desde mi estómago y me doblase mi espalda y me arquee y exhale un grito amargo y dejé caer mi cabeza entre mis brazos mientras me seguían empotrando y no supe de mi por segundos…, minutos quizás que duraba esa muerte dulce, dando espasmos tras espasmos hasta desmadejarme completamente sobre el sillón, ronca, como gallina sin cabeza revolviéndose en el mesón.

Trabajo en un banco, al final de mis 40 años. La típica ejecutiva de vestir impecable y cara de niña de nariz respingada, piernas redondas, unas pecas, mínimas, cintura pequeña y trasero parado hacen que aun se den vuelta a mirarme. Y también es media vida en gimnasios. Soy sola, no tengo amistades ya que cuando me dejó el que fue mi esposo, perdí las pocas que tenía. Ahora soy “la otra” la amante, y la ejecutiva de las cuentas bancarias de estos señores, compañeros de trabajo de mi “pareja” JL. Sí, la misma que ahora tienen desnuda, sudada y encogida sobre el sillón asesando con el pulgar doblado en su boca, roja, asustada, sintiendo aún el corazón en la boca y olvidada de su cuerpo vencido, hasta que con su otra mano entre las piernas descubre que su clítoris permanece duro y su sexo vivo como instantes atrás, sí lleno de semen que tibio se desparrama por su pierna y se pega a sus dedos.

Fue un orgasmo violento y quejumbroso, breve. Había sido el Dos, el mas bruto infantil y acomplejado de los cuatro el que me “había hecho el favor”, que se subía los pantalones y se tiraba sobre un sillón vacío.

Ese lapso fue mas breve que mi reponerme, porque antes de recobrar mi respirar, antes que dejara de sentir el corazón en la boca vi entre el cabello que caía sobre mi frente que el Tres se acercaba. Era el peor de todos ellos, un sexo largo y curvo nada delgado se levantaba bajo su slip, me tendió la mano y me ayudó a encuclillarme de nuevo sobre el sillón de cara a su respaldo. Aun jadeaba conmovida por el reciente orgasmo cuando sentí que dejaba caer su pantalón y ponía sus manos en mis nalgas, me las abría y dejaba caer algo viscoso y helado entre ellas y cuando llegaba a mi ano, apuntó su sexo que refregó mi abertura y sin aviso alguno comenzó a atravesarme lenta pero inexorable por mi colita.

“NOooo me duele, me duele, me estas partiendo” fue mi primera alerta pero como si hubiera permanecido en silencio, como si no hubiera dicho nada, como si no existiera, continuó inalterable. El dolor, la brusquedad de esa violación, porque eso era, me hizo como nunca gritar “Nooo, nooo, nooo, me partes, me partes, porfavorcito nooo” chillaba e intentaba adelantarme para zafarme pero me agarró de las caderas con sus manos, me atrajo hacia sí y terminó de atravesarme y se detuvo. Dejé caer la cabeza que se hundió en el sillón junto con mis brazos con los que solo había aleteado tratando de separarlo.

Fue esa brutalidad que me transformaba y amaba esa obediencia a que era sometida, mientras mas violenta mas absoluta era mi rendición y mas total y absoluta mi entrega. Por ello cuando se detuvo abrí lo mas posible las piernas, me enderecé tratando de aminorar el dolor pero sentía que me había partido en dos. Estaba en cuatro mi trasero al aire atravesado y apoyaba antebrazos y manos en el sillón, la espalda derecha inmóvil y así esperé.

No me molesta el sexo anal desde que JL me enseñara a relajarme y disfrutarlo y no me quedo mas opción que entregar ese anillo rosado y apetecido que ahora el Tres había taladrado. Cuando comenzó a moverse, a retirarlo levemente traté de apretarlo cuando volvía trataba de dilatarlo, de abrirlo. Apretaba los labios y cerraba los ojos cada vez que me atravesaba su verga caliente, lo hacía cada vez mas rápido y yo trataba de acomodarme a su ritmo, el dolor aminoraba quedando solo un leve malestar lo que le permitía dominarme perfectamente. Me levantaba como una muñeca y luego riendo me pegaba con su palma como quien palmotea las ancas de un caballo. Estaba para jugar y lo hacía conmigo mientras sentía restos de semen correrme pierna abajo.

“Derecha burrita, derecha” y me tomó del pelo y me enderezó. Quedé arqueada, con su verga que me atravesaba una, dos cien veces, la cintura adelantada y mis hombros apegados a su pecho. Un arco que con una mano acariciaba mi vientre distante, tenso y con su otro brazo me rodeaba mi cuello sujetándome de los hombros. Hasta que se detuvo. Quedamos inmóviles. Descansaba. Yo tenía la espalda arqueada, con su verga dentro mío dura como hierro abriéndome e inmovilizándome, y tras mis hombros el calor de su pecho superior.

Bajo sus manos hasta mis caderas, las adelanto sobre mi vientre, las bajaba, suaves, curiosas, las bajaba aun mas, las sentía en mi bajo vientre hasta allegarlas a mi entrepierna, ambas, cada una por un lado me abrieron mis labios y sus dedos gruesos rodearon mi botoncito aun hinchado, lo pellizcaron, lo bordearon y luego lo restregó duro. Jadeaba nuevamente, levante mis brazos y busqué su cabeza, sus hombros, era una pesadilla pero una fascinante pesadilla, mi cuerpo, superior a mi, la disfrutaba, el ser dominada por esa fuerza retorcida por esa violencia descomunal. Sin fuerza ninguna para resistirme estaba deseosa, caliente, mas aun cuando ambas manos las subió hacia mis pechos que le cabían perfectamente en ellas, los abrazó completos, llegó a los pezones duros como madera áspera, los repasó, los sobajeó y restregó, los estiró y aplastó, los levantó y tiro sus pezones como si quisiera desprenderlos, extirparlos, y paseó las palmas de las manos sobre ellos aplastándomelos y volviendo a engancharlo entre sus dedos estiro mis pezones hinchados de placer y los soltaba, los enganchaba y los soltaba y yo jadeaba de placer, de mas, de mas aun. Hasta que los soltó y arrastró por mi piel sus manos de hierro hasta mi cuello sobre el que las cerró.

Con ambas manos rodeó mi cuello delgado y largo y lo estiro hacia arriba como colgándome de él, luego metió las manos entre mi pelo y las volvió a bajar y apresarme como un collar de muerte. Con ambas manos rodeaba completamente mi cuello desde tras mio, sus pulgares en mi nuca me doblaban. Enculada, expuesta y sujeta así, soy tan frágil, tan débil, tan volátil entre tanto hombre que en esos momentos sentí mojarse mi sexo, y sin vergüenza ya eché mis brazos atrás. Con mis manos busqué su cuerpo a la altura de su cintura, las bajé hasta sus nalgas que apreté lo mas que pude y apegué mi cola a su entrepierna buscando me penetrara aun mas.

El silencio de los otros, echados en los sillones lo adivinaba matizado de sonrisas burlonas. La oscuridad había perdido rigor y seguro mi piel brilla de sudor. Mis brazos doblados hacia atrás intentan medio abrazarle tratando de ajustar su cuerpo al mío. Entonces una de sus manos abandonó mi garganta y bajó por mi pecho, raspó mi pezón, restregó mi estómago tieso aun y bajó hasta perderse en mi sexo que refregó con fuerza. Con sus dedos como garfios enganchó en mi vagina y me llegó a levantar mientras bombeaba mi ano a punto de sacármelo.

Toda vergüenza, todo recato lo terminé de perder en ese momento: no sé qué gritaba, no sé qué decía, las rodillas dobladas sobre el sillón para quedar a su altura de espaldas a él. Había cerrado los ojos y el dolor aminoraba no así la sensación de estar empalada, trabada a su verga, inmóvil y mansa, sí, como perrita doblegada. Me encadenaba su abrazo por detrás y mi transpiración me humedecía las mejillas, la sienes dilatadas por la tensión, y necesitaba sexo, mas sexo. La cabeza atrás sobre su hombro, la garganta entregada, y colgando casi de ese garfio ensartado en mi vagina me hacía experimentar nuevamente esa sensación de irme encendida, de ese morir ardiente y dulce, de convulsionar en su brazos atravesada abierta partida en dos. Bramaba al sentír que me estaba llenando por dentro, que se vaciaba en mis entrañas y gozaba como perra que era, mareada, insostenible, inerte hasta caer y desparramarme en el sillón en donde mis piernas mi estómago mi pecho convulsionaban con espasmos.

Cuando volví a tener conciencia de mi nuevamente en el sillón sentí en mi pierna como de mi ano escapaba mas semen del que creía podía soportar. Al frente algo decían entre ellos que sonaba como si estuvieran en la pieza vecina pero solo me interesó la mirada satisfecha de mi JL. Me miraba satisfecho y sentí que le cumplía. Mi sexo era de él como mi entrega que le demostraba. No tenía límites para él, si deseaba que tomara mas de esos polvos tomaría, si deseaba traer de nuevo a quien me partiera le abriría la puerta, si deseaba entregarme sobre esa mesa me doblaría sobre ella. Es que es tan malditamente subyugante el poder de él sobre mi, a él le pertenecía mi sexo todo a él que me doblegaba como espiga.

El Dos había vuelto del baño y dejado la luz encendida que iluminaba mi cabeza semitapada por el pelo, mi espalda doblada y las rodillas recogidas sobre el sillón. “Todavía tienes ganas burrita, al receta dice que duran como 6 hrs el efecto… y recién van dos”. Me pasó el vaso frío por la frente, por las mejillas y luego me alcanzó una botella de agua. “Además falta el Cuatro como le dices y, la segunda ronda, que no hay primera sin segunda”

Había tenido tres o cuatro orgasmos, pero mi sexo aún estaba hinchado de ansiedad. Casi no tenía fuerzas. Un pequeño ardor en mi ano y una sed inmensa. Lenta me enderecé en el sillón con mis rodillas juntas sobre una poza resbalosa entre el sillón y bajo mi cola, las piernas por su interior tenían mas semen seco que me llegaba hasta las rodillas. Bebí mas de media botella de agua. Apoyándome en una mano me enderecé y caminé lenta hasta el baño. Aún tenía mis zapatos tacos altos puestos.

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