Capítulo 2

Lucas había comprendido que la clave no era la agresión, sino el control calculado de la proximidad en el pequeño espacio. La conversación en la cocina había dejado a Elena vulnerable, y él decidió explotar la ambigüedad que ella misma había alimentado. Su objetivo era la confusión: hacer que el deseo de su madre superara su instinto maternal.

La siguiente maniobra fue en la pequeña mesa de la cocina, que a veces servía de escritorio. Era noche de martes.

Lucas se sentó a estudiar con sus apuntes desplegados. Sabía que Elena usaría ese espacio en algún momento para revisar sus notas de laboratorio.

Elena entró a eso de las 9:00 p. m. Llevaba una camisa de popelina de trabajo, fina y blanca, que resaltaba sus enormes y hermosos senos, abrochada holgadamente, y unos pantalones de tela ligeros que se ajustaban a la parte superior de sus muslos y dejaban entrever un hermoso y apetecible trasero. Se inclinó sobre la mesa, buscando su bolígrafo, justo al lado de Lucas.

“¿Me dejas espacio, hijo? Solo un momento,” murmuró Elena, la camisa tensándose sobre su espalda al estirarse.

Lucas no movió sus libros; solo deslizó su silla un par de centímetros, forzando a Elena a apoyarse lateralmente contra su brazo mientras ella escribía. La camisa blanca y delgada era casi transparente bajo la luz de la lámpara. Y los pechos se su madre casi reposaban sobre su brazo.

“Mamá, ¿puedo preguntarte algo?” dijo Lucas, manteniendo la voz seria, de estudiante.

“Claro, Lucas, ¿es sobre tu asignatura?”

“No. Es sobre lo que dijiste.” Lucas giró la cabeza, su boca quedando peligrosamente cerca de la sien de ella. “Dijiste que me amas y que hace mucho que nadie te dice que eres atractiva. Y que no quieres que reprimamos las cosas.”

Elena se quedó quieta, el bolígrafo a medio escribir. Su respiración se hizo menos profunda.

“¿Qué quieres saber?”

Lucas bajó el tono, como si fuera un secreto de adultos.

“Si alguien te dice algo así, si te hace sentir… deseada. ¿Por qué una mujer como tú, una mujer que se cuida tanto, no buscaría ese contacto?”

Elena tragó saliva. El calor de su cuerpo era palpable a través de la tela de su camisa. Lucas sintió un ligero temblor.

“Es complicado, Lucas. Hay límites… hay responsabilidades que marcan un tipo de amor y otro. El amor que siente una madre es protector. Es diferente.”

“Pero tú eres solo una mujer de 43 años, que también tiene deseos, ¿verdad?” Lucas se inclinó más, su aliento rozando el lóbulo de su oreja. “Tú no te quedaste rígida por asco cuando te besé en el baño. Te quedaste rígida por shock. Te sorprendió, pero te gustó. ¿Me equivoco?”

El bolígrafo de Elena cayó sobre la mesa con un pequeño ruido. Ella se giró hacia él, sus ojos buscando una respuesta, pero encontrando solo la audacia juvenil.

“Lucas, no me pongas a prueba. Estoy tratando de ser comprensiva, pero…”

“Solo respóndeme con honestidad, ¿Mamá? ¿Fue tan horrible?” Lucas deslizó suavemente su pie bajo la mesa y rozó el tobillo expuesto de ella, luego ascendió hasta el lateral de su pantorrilla. El contacto fue sutil, pero directo.

Elena se levantó tan rápido que tiró la silla hacia atrás.

“Necesito aire. Hemos hablado suficiente por hoy,” dijo, con la voz ahogada. Salió de la cocina sin mirar atrás, sus pantalones de tela deslizándose suavemente con cada paso. Lucas sonrió levemente. Había sembrado la duda, y el toque prohibido había sido correspondido por el silencio.

La próxima oportunidad fue en el salón, revisitando el escenario del primer roce prohibido.

Lucas sugirió ver una serie de televisión, sabiendo que el sofá de dos cuerpos era la única opción. Elena, ahora más consciente, intentó mantener una distancia prudente. Se sentó en el extremo opuesto, con una manta de terciopelo sobre sus piernas, vestida con una sudadera de algodón muy fina y unos shorts de dormir de seda que apenas se asomaban por debajo de la manta.

Lucas, con el pretexto de alcanzar el control remoto que había dejado caer “accidentalmente” detrás de ella, se inclinó.

“Perdón, mamá, está justo aquí,” murmuró.

Para alcanzarlo, su brazo tuvo que rodear la parte baja de la espalda de Elena. Su mano grande se posó, sin querer queriendo, justo sobre la parte carnosa de su nalga, presionando el tejido suave de los shorts de seda. El contacto fue pleno, cálido y sostenido. Lucas, en lugar de retirar la mano inmediatamente al coger el control, se quedó quieto un segundo más.

Elena contuvo la respiración. Sus hombros se tensaron, pero no se movió para rechazar la mano; simplemente se hundió más en el sofá.

“Ya lo tienes, Lucas,” susurró ella.

Lucas no quitó la mano. En su lugar, la giró ligeramente, acariciando el contorno de su trasero con el pulgar a través de la seda. Una caricia apenas perceptible, pero devastadora en su intimidad.

“Lucas, saca la mano. Ahora.”

Lucas retiró la mano lentamente, deslizando los dedos por la seda, un movimiento que duró una eternidad. Se reincorporó. El aire entre ellos estaba hirviendo.

Elena, en lugar de levantarse esta vez, como la primera vez, se limitó a mover ligeramente su pierna para que su muslo, cubierto solo por los shorts y la manta, rozara el lateral del muslo de Lucas.

El roce constante de sus muslos bajo la manta barata se convirtió en la nueva normalidad. Era su manera de ceder, de decir: “Esto es peligroso, pero no quiero que termine”. El miedo de Elena se estaba transformando en indecisión, y esa indecisión era la victoria de Lucas.

La serie de televisión se convirtió en un simple ruido de fondo. El único foco de atención eran los dos cuerpos en el sofá, conectados por un hilo de seda y un toque sutil y persistente, un toque que prometía un abandono mucho mayor que el breve beso robado.

Eran las 10:30 p. m. La casa estaba en silencio. Lucas encontró a Elena leyendo en su butaca del salón, bajo la única luz de lectura. Había un aire de intimidad y calma que él decidió perturbar. Elena vestía una bata de felpa gruesa y cómodapor el frío, pero por debajo, Lucas sabía que solo llevaría ropa de dormir ligera.

Lucas se sentó cautelosamente en el sofá, dejando la distancia mínima que el mueble permitía.

“Mamá, ¿podemos hablar de algo que me está pasando?” preguntó Lucas, con un tono serio que imitaba la vulnerabilidad.

Elena bajó su libro y le dedicó toda su atención. “Claro, hijo. Dijimos que podías hablarme de cualquier cosa.”

“Es sobre lo que hablamos. De las hormonas y todo eso.” Lucas miró fijamente un punto en el suelo, actuando nervioso. “Me está costando concentrarme. Siento… mucha atracción por mujeres mayores.”

Elena sonrió con calma, tratando de mantenerse en su rol de consejera. “Es normal, Lucas. Es la edad. Las mujeres maduras tienen una seguridad y una presencia que resulta muy atractiva a tu edad.”

“¿Pero es normal sentirlo por una mujer en específico, que es muy cercana?” Lucas elevó la mirada y la sostuvo. “Me refiero, no una maestra o una compañera de trabajo. Alguien que ves todos los días.”

La sonrisa de Elena se desvaneció, y el rubor subió rápidamente a su cuello, donde la bata se abría ligeramente.

“Lucas, sabes a quién te refieres. No juegues con eso,” dijo ella, su voz suave, pero con un filo de advertencia.

Lucas presionó más.

“Hablemos del beso en el baño. Dijiste que lo hablaríamos. ¿Cómo se sintió para ti? ¿Fue solo un susto o… fue algo más?”

Elena respiró hondo. Se quitó las gafas de lectura, frotándose el puente de la nariz.

“Fue un shock, Lucas. No sé qué más decirte. Fue un cruce de límites que no debería haber pasado. Es mi responsabilidad no dejar que vuelva a pasar.”

“Pero ¿y si no es mi culpa? ¿Y si no puedo controlarlo? Las mujeres como tú… son firmes, pero también son suaves, huelen bien,” dijo Lucas, bajando la voz. “Mi pregunta es, mamá: ¿Cómo debería un hombre besar a una mujer que tiene experiencia? ¿Más despacio? ¿O más fuerte, como si la necesitara?”

La pregunta era directa, prohibida, y personal. Elena se mordió el labio inferior, el mismo que Lucas había notado que se mordía después del primer roce. Se inclinó hacia adelante, la bata abriéndose un poco más.

“Lucas, no soy la persona para enseñarte eso. Necesitas salir, conocer chicas de tu edad…”

“Pero la única mujer que me importa ahora eres tú. Y tú me permitiste tocarte, me dejaste deslizar mi mano en el sofá, me dejaste besarte. ¿Qué significa eso, mamá? ¿Estás tan sola que necesitas esto? ¿O te gusto yo?”

El golpe fue certero. La audacia de la pregunta hizo que Elena se quedara muda. El dolor y la confusión se mezclaron en su rostro. Ella se levantó abruptamente, la bata de felpa silbando.

“Ya es tarde, Lucas. Vete a dormir,” ordenó, su voz temblando ligeramente. “Y no vuelvas a preguntarme algo así.”

Ella evitó su mirada y se fue a su dormitorio, pero Lucas sabía que la había dejado confundida e indecisa. Había insinuado que su atracción era correspondida por la soledad de ella, un ángulo que él planeaba explotar de inmediato.

Apenas diez minutos después de que Elena se encerrara, Lucas puso su plan en marcha. Se dirigió al viejo termostato, en un rincón del pasillo junto a la cocina, y lo manipuló para que la calefacción se apagara. El invierno en la zona era fresco, y la temperatura comenzó a descender rápidamente.

Lucas esperó unos minutos y luego se paró frente a la puerta de Elena.

“Mamá,” llamó con voz grave, fingiendo un escalofrío. “Mamá, la caldera se ha apagado del todo. No puedo hacer que vuelva a encenderse. Y mi cuarto está helado. En serio. ¿Podrías verla?”

Elena, después de un suspiro de frustración, abrió la puerta, ya envuelta en su bata de felpa gruesa sobre su pijama.

“De acuerdo, Lucas, pero vístete. No te resfríes.”

Fueron juntos al rincón del pasillo, donde Lucas fingió forcejear con el termostato. Elena se inclinó. Estaban de nuevo en un espacio diminuto, con la bata de Elena rozando los hombros desnudos de Lucas (solo llevaba sus pantalones de chándal).

“No entiendo esto, Lucas. Nunca falla.”

“Debe ser un problema de la presión,” Lucas mintió. “Pero, en serio, mi cuarto está helado. No puedo dormir. Por favor, ¿puedo dormir contigo solo esta noche? No quiero que te enfades, pero si no, me congelaré. Es solo por el calor.”

Elena dudó. Recordó la conversación de hacía unos minutos, la forma en que él había usado su vulnerabilidad. Pero el frío era real, y el instinto materno de protegerlo del frío era poderoso.

“Dios, Lucas,” suspiró ella, con la derrota en su voz. “Solo por el frío. Y no te pases.”

Lucas asintió solemnemente, sus ojos brillando con una mezcla de triunfo y deseo.

La Cama de una Plaza

En el pequeño dormitorio de Elena, la cama de una plaza parecía ridículamente inadecuada. Elena se acostó primero, dándole la espalda y acurrucándose bajo el edredón.

Lucas se deslizó junto a ella. El contacto fue inmediato e invasivo. Sus cuerpos eran dos líneas calientes e ineludibles.

Elena estaba en pantalones de pijama de algodón fino y una camiseta de manga corta. Lucas solo con sus pantalones de chándal. La piel desnuda de su torso se presionó inmediatamente contra la espalda de Elena, transmitiendo su calor corporal.

“G-gracias, mamá,” susurró Lucas, su aliento caliente en su nuca.

Elena no respondió. Estaba rígida. Intentó ocupar el menor espacio posible. Pero Lucas, lentamente, bajo el pretexto de encontrar una posición cómoda, movió su pierna para que su muslo se acuñara entre los muslos de ella, debajo de la manta. La tela de los pantalones de pijama de Elena era la única barrera.

Lucas deslizó su brazo, que había estado descansando inocentemente sobre el colchón, hasta la cintura de Elena, y la abrazó con suavidad. No fue un abrazo sexual, fue un abrazo de confinamiento. Su mano grande se posó sobre el abdomen plano de ella.

“Así ya no tengo frío,” susurró Lucas, con los ojos cerrados, disfrutando del olor a gardenia que emanaba de su pelo.

Elena dejó escapar un pequeño gemido ahogado. Su cuerpo se relajó a pesar de sí misma, cediendo al calor y al contacto. Ella sabía que esto no era solo por el frío. Era la culminación de todas las preguntas y toques.

Lucas esperó un momento, sintiendo la respiración de ella normalizarse. Luego, con una audacia nacida de la oscuridad y la proximidad, deslizó suavemente el borde de sus dedos sobre la curva de su cadera, bajo el elástico del pijama, hasta que la punta de su dedo rozó suavemente la piel de su vientre.

Elena se estremeció. Lucas sintió un ligero movimiento de cadera contra su toque, una respuesta involuntaria a la sensualidad prohibida. Ella no se alejó.

En la estrechez de la cama, Elena había sucumbido. La normalidad se había disuelto, y solo quedaba el calor, la verdad de sus cuerpos y el deseo susurrado en la oscuridad.

Tensión bajo el mismo techo

Tensión bajo el mismo techo I y II Tensión bajo el mismo techo IV