Yo ya estoy entrado en años, pero me siguen gustando las jovencitas. Claro que no tanto. Si son menores de edad las evito. Aun así, hay una jauría de mentes conservadoras y mojigatas que condenan que un hombre mayor mire con deseo a una chica joven. Por eso no paso del saludo y una conversación breve y formal cuando me encuentro con una joven. Por eso apenas si saludo a mis vecinas del primer piso. Ellas viven solas y, por lo que sé, trabajan desde casa. Hace algunos meses vivo en el apartamento de la segunda planta. Las veo en la calle cuando salen o llegan siempre vistiendo ropas diminutas que muestran sus encantos: senos redondos que se asoman por encima de las blusas, leggins que se adhieren a sus nalgas redondas, que se meten en la línea que separa esas curvaturas y que muestran el relieve de sus cucas. A veces me parece que me miran con ojos insinuantes, pero he evitado tomar la iniciativa para evitar malos entendidos.

Acaba de caer de mi ventana un juguete de mi mascota al patio de ellas. Bajo al primer piso, me acerco a su puerta y oprimo el timbre. Sale una de ellas, la mayor, creo. La saludo, me responde mientras sonríe con una mirada de picardía. Le digo el motivo por el que bajé y me responde que claro, que ya lo va a buscar, pero que siga y la espere en la sala. No quiere dejar la puerta abierta. Me siento en una silla y ella va al fondo del apartamento. Mientras espero, aparece su hermana, la menor. Sale del baño envuelta en una toalla. Me mira y sonríe. Me disculpo y le explico. “no te preocupes”, me dice, y sonríe. De nuevo una sonrisa pícara. Aparece la primera, Valentina. Tare el objeto que había caído y me lo entrega.

– ¿Estás de afán? Te puedo ofrecer algo de tomar.

– Me da pena, no es necesario.

Geraldine interviene acomodándose la toalla.

– No hay problema. ¿Quieres un café o un vino? Nosotras íbamos a tomar vino.

– Me da pena, pero si insisten. Gracias.

Valentina trae la botella y las copas. Es un buen vino. Me ofrezco a abrir la botella y sirvo.

– Brindemos por conocernos, a pesar de que somos vecinos hace rato. ¡Salud! Geraldine brinda.

Valentina y yo respondemos el brindis. Ellas me preguntan acerca de mí, de mi vida, de mi oficio, si fui casado, si tengo hijos, si tengo novia. Todo lo quieren saber. Estoy sorprendido de que Valentina aún tenga la toalla sobre su cuerpo. Me entero de que trabajan y estudian virtualmente. Tiene 19 y 18 años. Pronto ellas desvían el tema de conversación hacia algo más caliente.

– Pero un hombre como tú debe tener amigas para disfrutar de la vida. Porque aún estás bueno.

– A esta altura, ya uno no sabe si está bueno o no. Eso lo pueden decir quienes prueben. Entonces sí podrán decirlo.

– ¡Uy! ¿Y te dejas probar muy seguido?

– Solo cuando veo que hay ganas de probar.

Siguen preguntando acerca de mis gustos y preferencias. No respondo con mucho detalle. Doy más bien respuestas generales. A esa altura íbamos por la mitad de la segunda botella de vino.

– ¿Eres arriesgado? Mientras pregunta mira a su hermana. Se entienden.

– Pues ¿qué clase de riesgo es?

– El riesgo de disfrutar.

– Es una respuesta muy general, pero si es un reto, lo acepto.

Sonríen. Geraldine viene hacia mí y me besa en la boca. Su lengua se hunde buscando la mía. Respondo enredándola y mordiendo suavemente sus labios. Al cabo de un minuto Valentina, aún en toalla, se acerca a nosotros y ahora es ella quien me besa. Sus manos buscan mi pecho y su cabello cubre mi rostro. Siento que Geraldine se aleja volviendo enseguida, pero por detrás de la silla. Se inclina y me quita la camiseta subiendo mis brazos. Los mantiene arriba y siento que los ata con un trozo de tela. Me piden que me ponga de pie y me llevan a una alcoba. Vuelven a besarme y me acarician el pecho desnudo, juegan con los vellos tocan mis pezones, acarician mi espalda.

Mientras una besa mi boca la otra lame y chupa mis pezones. Siento una mano que palpa sobre mi pantalón y encuentra mi verga que se ha endurecido.

– Al parecer sí está bueno. La otra busca con su mano y comprueba la firmeza del bulto. Gimen muy suavemente en señal de aprobación de lo que están tocando. Ahora desabrochan el cinturón y lo bajan de una sola vez junto con el boxer. Mientras una atrapa mi verga y la aprieta, la otra envuelve mis huevas u pasa sus dedos desde el perineo.

Me acuestan en la cama y observan mi cuerpo desnudo, mis manos atadas, mi verga parada. Sonríen, se miran. Geraldine se quita la blusa y saltan sus tetas redondas. Las toma entre sus manos desde abajo mostrándomelas. Veo esos pezones apuntar hacia mí. Luego sus manos acarician sus pezones, dando círculos y pellizcando suavemente. Geraldine, que ha estado mirando igual que yo, desanuda la toalla y me ofrece sus tetas. Ahora ambas se acarician las tetas mientras me miran con provocación. Geraldine luce una cuca totalmente rasurada y abierta. Mientras ella se acaricia, su hermana baja sus leggins y sus cucos. No puedo creer que esté viendo a dos chicas desnudas frente a mí, provocándome, al alcance de mis manos si no fuera porque las tengo atadas.

Ahora se acercan a la cama, una me besa y me acaricia el pecho. La otra acaricia mis huevas y mi verga, pasando sus dedos por toda el área sin atrapar nada. Las caricias bombean sangre y mi dureza se incrementa. Pasan a otra fase y Geraldine chupa mis pezones al tiempo que acaricia mis huevas, mientras Valentina envuelve mi verga en su mano y comienza a pajearme suave y lentamente. Al cabo de un rato, Geraldine baja sus besos hasta la verga y lame la cabeza que está por encima de la mano de su hermana. La lengua pasa girando alrededor y deteniéndose brevemente en el frenillo. Yo estoy gruñendo más que gimiendo. Siento oleadas de sangre que revientan contra mis huevas y mi verga. Entonces Geraldine mete la cabeza en su boca y casi toca la mano de su hermana que continúa pajeándome lentamente. La boca se queda inmóvil como saboreando ese primer momento. Un momento después Valentina se aparta y sube hasta mi rostro para darme sus tetas redondas. Mi lengua lame y chupa esa carne, esos pezones duros como proyectiles. Siento las tetas golpear mi rostro cada que ella quiere que chupe una o la otra. Me muevo para alcanzar sus pezones y me aferro a ellos. Mientras todo esto sucede, la boca de Valentina ha estado jugando con mi verga. Sosteniendo solo la cabeza adentro ha chupado unas cuantas veces muy suave y muy despacio. Luego, sin sacarla de su boca su lengua gira alrededor en un sentido primero y después en sentido contrario. Ahora su boca desciende lentamente por mi verga y siento que esta desaparece por completo. Enseguida retrocede hasta tener solo la cabeza dentro. Repite la operación varias veces pero siempre de forma muy lenta. Incluso hace pausas.

Geraldine ha tenido suficiente con sus tetas. Se arrodilla sobre mi rostro y me ofrece su cuca abierta y húmeda. Mi lengua lame sus labios y gira alrededor de ellos pasando de los externos a los internos. Mientras siento cómo su hermana devora hasta el fondo mi verga, mi lengua se hunde en esa cuca jugosa al ritmo de los pequeños saltos de Geraldine. Gime más fuerte que su hermana y los gemidos de ambas se funden con mis gruñidos de placer. Valentina se saca la verga y se sienta sobre ella. Continúa con el ritmo pausado, aunque por momentos lo hace más rápido. Sabe que debe controlar el ritmo para prolongar el juego. Ahora mi lengua frota el clítoris de su hermana, ese gallo crecido que resbala, que asciende y desciende. Finalmente lo atrapo y lo chupo. Ambas gimen ahora más y tratan sin mucho éxito de ahogar los gemidos. Yo también gimo.

Ambas abandonan lo que están haciendo. Lo han hecho a tiempo o no habría resistido mucho más. Valentina sube a mi rostro y su hermana baja hacia mi verga. Están cambiando los papeles. Ahora estoy lamiendo y chupando sus tetas, mientras Geraldine me mama la verga. Como su hermana, lo hace despacio y profundo. Cuando Valentina pone su cuca en mi rostro Geraldine hunde mi verga en su cuca. Lamo, chupo, gimo, gruño. Me agito y Geraldine se detiene un momento. Vuelve a la carga una vez más, me cabalga con furia. Mis gruñidos indican que se acerca el final. Entonces ambas se dirigen a mi verga y la pajean una a cada lado, mirándola con deseo extremo. Sus manos suben y bajan sobre mi verga mientras sus ojos pasean de los míos a mi verga. Me estoy retorciendo sintiendo que mi semen se agolpa en la base de mi verga listo a estallar. Expulso un primer chorro y ellas chillan de emoción sacudiendo con más fuerza mi verga. Salen un par de chorro más y enseguida el más abundante, fuerte, espeso y caliente. Mientras sigo expulsando leche y gimiendo como un loco, ellas bajan el ritmo, gimiendo también y mirando cómo mi verga y sus manos se han cubierto de mi leche. Al fin se detienen sin dejar de sujetar mi verga y comienzan a lamer el semen. Primero el que cayó más lejos, en mi pecho y mi vientre, y luego el de sus manos y el de mi verga. Después de saborear lo que cada una recogió, lo tragan. Pero, no contentas con eso, vuelven a mamar mi verga que ha perdido dureza por ver si aún ella tiene algo para ellas.

Sé que este par de jovencitas me han dado uno de los mejores orgasmos de mi vida.