No presté más atención al asunto pero con el correr de los minutos me di cuenta que el perro buscaba insistentemente a mi hermana olfateando por cualquier parte del cuerpo que le quedara a mano. Al principio interpreté esto como un pedido del perro para salir pero luego me di cuenta que apuntaba su nariz directamente a la vagina de mi hermana aprovechando que ella tenía puesto unos pantalones cortos de jean.
Toda esta locura comenzó cuando Jack tenía tres años por su raza ya era enorme, cuidaba de mi todo el tiempo y me esperaba muy contento y alterado cuando llegaba. Un buen día salí del trabajo, no había tenido un buen día y pase por el gimnasio para descargar algo de tensiones, hice tantos ejercicios que quede exhausta y muy transpirada, como mi departamento se encuentra a solo dos cuadras del gimnasio volví como estaba sin cambiarme.
Comencé poniéndome en cuatro y pidiéndole a Carla que trabajara mi ano para dilatarlo suavemente sin que me duela. Ella comenzó mojando mi cola con su saliva e introdujo muy despacio un dedo, luego otro y así sucesivamente. Mientras tanto yo con una mano me masturbaba y con la otra me sostenía para no caerme. Relámpago pasó de ser un participante a ser un simple espectador, su miembro seguía erecto esperando por mí.
Nos turnábamos para pajearlo, pero Carla no quería chuparlo, no le agradaba el olor que tenía pero sí le encantaba frotárselo por su cuerpo desnudo o sentirlo en sus manos. Luego logré acomodarme poniéndome de cuatro debajo del caballo y le dije a Carla que lo frotara por mi vagina. Ella no se hizo rogar y obedeció inmediatamente a mi pedido.
Era una mañana hermosa el sol brillaba fuerte en el horizonte yo me desperté sola como todas los días, mi marido ya se había marchado al trabajo. Yo me dirigí vestida como estaba, sólo con un camisón de seda transparente, al establo. Ese día no había nadie más en el campo, sólo yo y mis caballos. Me dirigí directamente a mi favorito, Relámpago, un pura sangre muy bien cotizado, que sólo teníamos como reproductor, y yo ese día estaba decidida a ser una más para él.
Un día, mientras le enjabonaba el vientre, el jodido macaco me cogió con sutileza y poquito a poco llevó mi mano por debajo de su vientre hasta que para mi sorpresa, me encontré con su picha excitada. ¡Quería que le masturbara! Desde ese día, el baño del simio fue un pulso entre sus intenciones y las mías, de dejar su pelaje pulcro y brillante.
Al despertarme, así desnudita como estoy voy al baño, y luego de hacer pis, parada en puntas de pie frente al espejo miro mis tetas, las levanto aún más con mis manitas y viéndolas así, turgentes, infladas, pienso: cuántos hombres darían lo que no tienen por chuparlas; parece que fueran de una chica mayor, muy duras y firmes, con unas oscuras aureolas y en su centro dos protuberantes y rojos pezones. Luego observo mi cola paradita, aún más por estar en puntitas de pie, mis nalgas se contraen haciéndolas más redonditas.
Lo que le causo dolor, desde ese momento me sorprendí aún más el culito de mi hermana estaba totalmente rojo y abierto podía ver sangre y me asuste, Copo estaba pegado por lo que le pregunté si sentía dolor, a lo cual me respondió que solo un poco, a los pocos minutos salió el pene del perro con un ploss y observó el culito de mi hermana, estaba rojo y le brotaban los líquidos de Copo se levantó del suelo y le pregunté si le dolía, me respondió que no y se fue a bañar, Copo por su parte se fue al jardín y comenzó a lamberse el pene hasta que volvió a su tamaño normal
Diana se puso boca arriba y Jorge le lamió la concha hasta hacerla acabar como una yegua. La lengua de Jorge se metía entre sus labios vaginales, le mamaban su clítoris, y los jugos afloraban como agua de manantial. Los gemidos y gritos de placer llenaban la habitación, al tiempo que Jorge se tomaba sus jugos.
Continuación de "Desvirgada por mi perro", ahora por su dulce y virginal culo.
Quería convertirse en una perfecta ninfómana, compró películas, vibradores, pero su cuerpo quería más. Se le ocurrió que su San Bernardo se podría convertir en su gran semental.
Corcho es un perro mestizo, su madre era mastín y su padre un perro de la calle, él es un can enorme parado en sus dos patas es más alto que yo, y mi estatura es de 1,70 m.
No es mi costumbre masturbarme, pero creí que no sería capaz de salir a la calle con esos pezones duros como piedras y con el flujo chorreándome por la entrepierna, por lo que me masturbé.
No podía quedarme viendo como una tarada como los perros cogían, seguí al supermercado y cuando regreso, me encuentro que los perros que antes estaban cogiendo, se quedaron pegados culo con culo.
Así que allí estaba yo, con mis 15 años, un impresionante bagaje teórico y poca práctica; un par de revistas porno que eran difíciles de conseguir y una en especial que había visto -cuyas fotos encuentro ahora dando vueltas en la Internet- en la que un negro y una mujer lo hacen con un ovejero alemán.
Se encontraba sola y decidió alquilar unas películas porno, muy perversas. Se excitó muchísimo pensando en su caballito y sin dudarlo se dirigió al cobertizo con las más libidinosas intenciones.
La aventura surgió a los seis meses más o menos de estar aquí. Como podrán comprender, seis meses sin un hombre puede enloquecer a cualquier mujer joven y atractiva como yo.
Historia real como la vida misma. Dificil de creer, pero absolutamente cierta.
Un muchacho acostumbra a pasear por su perro. Concibe la idea de tener sexo con él, lo que le proporciona fastuosos orgasmos, pero un día es sorprendido por un hombre que no duda en utilizarlo para su placer.
Una muchachita va de vacaciones a la hacienda de su tío que le tiene preparado un soberbio caballo. La chica se queda encandilada con el pene del caballo y una noche en que baja a mamárselo tiene que hacerle el mismo servicio a su tío.