Capítulo 2

EL ANUNCIO – CAPÍTULO 2

A la mañana siguiente, Silvia recibió un mensaje de don Pablo indicando que tenían previsto hacer algunas compras en la zona más céntrica de la ciudad y que le esperaba en la misma cafetería del día anterior para programar el siguiente experimento. Su texto terminaba con una frase entrecomillada.

  • “Sin ropa interior”.

Silvia, a pesar de estar tentada de ponerse algo más atrevido para ese segundo día, como algún trapito más sexy de su hermana Helena, al final decidió volver a vestirse con algo más sobrio, llevando un vestido discreto y por supuesto, siguiendo sus instrucciones, sin nada debajo.

Pablo, volvió a observar a Silvia desde la distancia, después de unos minutos, lo justo para hacerla esperar y aumentar su nerviosismo, entró en el bar. Todo estaba medido y calculado. Al final apareció y se sentó frente a ella.

  • Hola, don Pablo. – saludó ella efusivamente, pero él se limitó a contestarle.
  • Silvia, ahora iremos a una tienda exclusiva de lencería. Ahí escogerá ocho conjuntos, los que le gusten, pero siempre que sean apropiados para el trabajo. ¿De acuerdo?
  • ¿Ocho?
  • Si, tranquila, ese gasto corre por mi cuenta.
  • ¿Tenemos algún trabajo hoy? – preguntó ella impaciente.
  • Lo sabrá a su debido tiempo. – volvió a contestar Pablo secamente.

Silvia entendía que todo debía ser un formalismo laboral o al menos eso le parecía viendo el comportamiento de su nuevo jefe, pero no le quedaba otra que obedecer y callar.

  • Tome este sobre, esto es un adelanto, es la mitad de su sueldo, novecientos euros. Cuéntelo. – dijo él entregándoselo.
  • No hace falta.
  • ¡Hágalo! – añadió autoritario.

Silvia lo recogió obediente entendiendo que no se podía rebatir ningún aspecto, no al menos si don Pablo no le daba pie. Ella abrió el sobre y contó el dinero, cómo le indicaba él. Nueve billetes verdes nuevecitos. Lo guardó en su bolso y le dedicó una sonrisa.

  • Perfecto – dijo Pablo levantándose – ¿De acuerdo en todo? – esta vez él no pudo evitar mostrar su alegría, viendo que todo iba sobre ruedas.
  • Sí, Pablo.
  • Silvia, en todo momento y hasta que yo se lo diga, llámeme “Don Pablo”
  • Si, don Pablo. – respondió bajando la cabeza y mojando su sexo.
  • Bien, estoy pensando que antes de ir a la tienda de lencería, iremos a comprar un conjunto algo más sexy que el que lleva. – añadió él, observando que ese vestido no mostraba para nada de sus atributos.

Pablo recorrió con la mirada la figura de ella, que se levantó al mismo tiempo que él.

  • Don Pablo si tuviera que pagar algo… – dijo ella tímidamente viendo que los gastos iban en aumento sin apenas recibir ingresos.
  • Tranquila, todos estos gastos corren por mi cuenta. Espero que me lo sepa compensar.
  • Por supuesto que sí. – añadió ella queriendo ofrecer la mejor de sus sonrisas.

Pablo se quedó observándola y tras unos segundos pausados le preguntó:

  • Silvia, ¿Lleva ropa interior?
  • No, no. Como usted me pidió – respondió sin evitar sonrojarse de nuevo.

En ese momento Pablo metió la mano bajo la mesa y ascendiendo por la cara interna de sus muslos alcanzó su sexo, comprobando que aquello que decía era verdad. Su dedo jugó con la rajita húmeda de ella, que apurada miraba a todos lados, pensando que todo el mundo los veía, pero sin poder evitar sentir un gusto enorme con ese morboso toqueteo de los dedos de don Pablo en su coño… incluso se sintió mal cuando él retiró la mano de forma repentina.

  • Perfecto. Creo que está preparada. Ahora bien, su nuevo trabajo consiste en que en una de las dos tiendas a las que vayamos o quizá en las dos, tendrá que seducir al dependiente o dependienta. ¿De acuerdo?
  • ¡Perfecto Pab… don Pablo!

Ella estaba como un flan, nerviosa por lo que podría pasar, pero excitada de sólo pensar en ese nuevo juego, aunque fuese un trabajo. Calle abajo se encaminaron hacia la zona comercial, pasando por las mejores tiendas de la ciudad, mientras ella esperaba que pudieran entrar en cualquiera de ellas y al final Pablo hizo una seña con la cabeza y sujetando a Silvia por la cintura, se detuvieron frente a un portal con una puerta enorme, de la elegante calle.

  • Pero esto no es una tienda. – dijo extrañada ella.
  • Shsssss. – le mandó callar él.

Llamó por el telefonillo a uno de los pisos y solo dijo dos palabras.

  • ¡Pablo, 543!
  • Le abro, don Pablo. – dijo una voz femenina, abriéndoles al mismo tiempo la puerta del portal.

Subieron en el ascensor hasta el segundo piso y nada más llegar al rellano, una chica, que resultó ser la dependienta de una firma exclusiva, les abrió la puerta de uno de los enormes pisos de ese edificio elegante. Era una joven mujer que no superaba los 30, se les acercó y con una gran sonrisa tras observar a Silvia, se dirigió a él.

  • Buenos días, don Pablo. Ya me comentó el Señor Mata que usted vendría hoy. Mi nombre es Ana, espero poder ayudarles en todo lo que necesiten. – dijo ella sin despegar su sonrisa en lo que parecía ser una recomendación de algún amigo de Pablo.
  • Hola Ana. – respondió él – Ella se llama Silvia, necesita toda su atención.
  • Perfecto, Silvia. Lo que necesite, aquí me tiene. Pero, pasen, por favor – se mostró displicente la chica, abriéndoles el paso a ese piso de moda exclusiva.

Silvia lo miraba todo anonada y aunque había oído hablar de esos pisos para clientes VIP, no imaginaba ver uno tan grande, seguramente con más de 300 metros, con prendas colgadas en lujosos percheros y armarios, sofás, botellas de champagne, canapés y muchos detalles de lujo en toda la decoración.

Ana, al mismo tiempo, imaginaba que la mujer que acompañaba a Pablo no era su esposa, pero, aun así, como siempre con sus distinguidos clientes, se mostró discreta y servicial escuchando atenta lo que Pablo le iba indicando sobre la necesidad de un cambio radical en la forma de vestir de Silvia y todo lo que él quería para ese cambio, eligiendo en primer lugar algún conjunto sexy para empezar y o un vestido de verano liviano, pero completamente diferente al que llevaba.

  • Perfecto, don Pablo, déjelo de mi cuenta. – contestó Ana tras entender sus instrucciones.

Mientras él se sentaba en uno de los cómodos sofás con una copa fría de champagne en su mano, confiando en el buen hacer de la dependienta, tanto Silvia cómo ella, iban recorriendo ese piso convertido en showroom, eligiendo de entre diversos modelos. Pablo observaba a las chicas deambulando por la tienda y fijándose en ellas detenidamente. Ana, en esa ocasión vestía una blusa blanca anudada en un lazo al cuello y una falda de tubo ajustada que marcaba un perfecto culo. Él siempre confiaba en su buen gusto y lo exigente que era para todo. Pues ya había tenido oportunidad de visitar ese lujoso piso con otras mujeres, aunque, evidentemente, ninguna como Silvia.

Orientada por Ana, Silvia recogió varios modelos y pasó al probador, mientras Pablo quedó esperando en el sofá, justo enfrente viendo cómo la dependienta, tras la cortina, le indicaba a Silvia la mejor forma de adaptar cada modelo y traerle la talla que mejor le sentase.

  • Quiero que lleve unas sandalias de tacón fino – sugirió Pablo.
  • Claro.

Ana las recogió de una estantería y le hizo una seña a Pablo que afirmó estar preparado. Entonces, Silvia salió del probador con un fino vestido de tirantes que se le pegaba en la parte alta marcando sus bonitas tetas. Por fin Pablo pudo descubrir lo bien dotada que estaba y lo armonioso de su cuerpo con el tremendo potencial que escondía. Se sentía dichoso de haber encontrado a esa mujer y feliz de no haberse equivocado en su intuición. La dependienta, al mismo tiempo, miraba con ojos vidriosos a Silvia admirando su belleza bajo ese fino vestido. Con los tacones aun resaltaba más su figura.

  • ¿No llevas nada debajo? – preguntó de pronto Ana al pasar la mano por la cadera de la otra.
  • No, no llevo nada. – respondió Silvia mirando tímidamente a su nuevo jefe.
  • Te queda perfecto así, Silvia, sin marcas. ¡Qué bonito! ¿No le parece don Pablo? Es un vestido muy sexy y exclusivo.
  • Si, le queda muy bien y me gusta que sea original. ¿Quieres probártelo tu? – preguntó él refiriéndose a Ana.
  • ¿Cómo?, ¿por qué dice eso? – respondió la otra sin entender.
  • Porque veo el deseo en tus ojos. ¿Quieres?
  • Si, me encanta, pero es exclusivo y no puedo permitírmelo.
  • Pues si quieres es tuyo, pero ha de ser como ella, sin nada más y si te queda bien, te lo regalo. – afirmó él.

Pablo estaba temblando por dentro, pero disimulando con la seriedad de siempre, ante ese atrevimiento inusual con Ana, pues hasta ahora no había ido tan lejos, pero de algún modo tener a esas dos bellezas delante le animó a ese avance y quiso probar si la chica estaba también predispuesta.

Ana se quedó sorprendida y aunque conocía a don Pablo que había traído a alguna otra clienta, le sorprendía semejante propuesta por parte de él.

  • En ese caso, si no le importa, esperaré al rojo, cuando lo vea seguro que sabrá que la espera habrá válido la pena. – afirmó Ana muy segura.
  • Genial. no va a venir ningún otro cliente, ¿verdad? – preguntó él.
  • Naturalmente que no, don Pablo, no queremos público, ¿verdad?

Respondió la dependienta con una sonrisa que no solo garantizaba la intimidad de ser clientes exclusivos sin nadie más molestando, sino que afirmaba que ella entraba de lleno en ese juego.

Pablo notó al instante como su polla empezaba a despertar, sin creerse tener a ambas mujeres tan predispuestas a sus juegos.

Silvia, mientras tanto, procedía a probarse un conjunto de falda y camisa. Al rato corrió la cortina para ofrecerle una buena visión a Pablo que la observaba de arriba a abajo. La camisa era de seda azul turquesa y resaltaba sus bonitos pechos. La talla de la camisa era una menos que la que ella debía usar y se marcaban sus tetas perfectamente. Con esos bonitos pezones luchando por rasgar la seda, la falda era de lino blanco, muy liviana y a contraluz se apreciaban sus piernas perfectamente.

  • ¿No es demasiado atrevido? – preguntó ella mirando tímidamente a su jefe.
  • ¿Le parece Silvia? – inquirió él arqueando sus cejas.
  • No, si a usted le parece bien. – acató la decisión y vio la aprobación en la mirada de Pablo.

La dependienta al acercarse y verla abrió la boca y en acto reflejo subió una de sus manos a su pecho apretando, suavemente su pezón, logrando que Silvia soltara un leve suspiro sin dejar de mirar a Pablo.

  • Estás espectacular. ¿Por qué ocultas este precioso cuerpo? – le dijo Ana a Silvia obligándola a girar sobre ella misma mientras le sujetaba por las caderas
  • Pues no sé, siempre pensé que era normalita.
  • ¿Normalita?, pues no, eres perfecta. – sentenció Ana corroborando con Pablo que afirmaba con su cabeza.

Silvia pasó al probador, para probarse un tercer vestido y mientras la dependienta se acercó a él sonriente:

  • Tiene usted una mujer muy bonita, don Pablo. – afirmó, sabiendo de sobra que no era precisamente su mujer.
  • Muchas gracias, Ana, usted tampoco está nada mal, al menos lo que se ve. – dijo él devolviéndole la sonrisa a la dependienta con una clara intención en sus palabras y su mirada.

La muchacha se ruborizó y sus pezones se marcaron sobre la tela de su blusa.

  • Estoy deseando verla con el vestido rojo. – afirmó tocándose el labio con su pulgar y admirando el cuerpo de la joven.

En ese momento Silvia salió con un espectacular vestido rojo, tenía un escote casi hasta el ombligo y una raja en la pierna por encima del muslo. Saber que no llevaba nada debajo provocó un espasmo en la polla de Pablo que ya andaba bastante excitado.

Ana, al mismo tiempo, se mordió el labio y se acercó a Silvia. Tiro un poco hacia atrás del vestido y metiendo su mano por el escote, le puso las tetas en su sitio, lo que provocó que la otra lanzará otro largo suspiro ante esos toques.

  • Este me encanta, te queda perfecto, ¡uf, menudo cuerpazo! – soltó Ana

Las braguitas de la dependienta ya estaban empapadas, el hecho de sentir la atracción mutua de Pablo, el contacto con la tersa piel de los senos de Silvia y el roce de su palma con sus pezones le había puesto a más de mil y sujetando las caderas de su clienta, ataviada con ese lujoso y carísimo vestido, le hizo girar para que él observase cómo le quedaba. Dando vuelo a esa larga falda

  • Ana, ¿Este es el vestido que decías? – preguntó él.
  • Si señor, este es.
  • Bien, pruébatelo… Quiero verte con él.
  • Pero, don Pablo, es una talla menor que la mía, yo tengo más pecho.
  • No importa, ya elegirás la talla, ahora sí te gusta y lo quieres, pruébate ese. Ya sabes cómo. Ah y no te olvides de los tacones. – ordenó él con seguridad.

Tras recoger unas sandalias de su número, Ana y Silvia entraron de nuevo al probador y Pablo recolocó su miembro bajo el pantalón, pudiendo notar como su incipiente erección ya iba siendo incontrolable.

  • Cuando os cambiéis, Silvia, tú sal desnuda – ordenó Pablo con seguridad sin que se le notara el temblor en la voz.

La dependienta se probó el vestido, junto al cuerpo desnudo de Silvia a su lado, lo que provocó que Ana sintiera un cosquilleo por su cuerpo especialmente en su coño que notaba palpitante, mientras entraba a duras penas en ese vestido. Pues sus enormes tetas apenas le dejaban bajarlo del todo y se marcaban sobre la fina tela ciñéndose tanto que sus pezones resaltaban gruesos como un garbanzo, marcándose enhiestos bajo esa fina tela. La chica a su lado reía nerviosa, visiblemente excitada como ella, que ni se creía dar el paso de aparecer desnuda ante don Pablo.

La cortina se corrió y ambas salieron del probador, Silvia totalmente desnuda, siguiendo fielmente las instrucciones de él, tan sólo con sus sandalias de fino tacón, ofreciendo la belleza de su cuerpo ante la vista de Pablo, que notó otro espasmo en su polla marcándose bajo la tela de su pantalón. Luego dirigiendo la mirada a la dependienta alucinó también con ese cuerpo tan curvilíneo ciñendo la tela que parecía a punto de reventar.

  • Silvia, colócale bien las tetas a Ana. – propuso Pablo.

Él sabía que ese gesto no hacía falta, pero era el pistoletazo de salida para lo que pudiera venir después. Silvia atendiendo a esa orden y algo tímida al encontrarse desnuda, se acercó y metiendo una mano por el escote procedió a colocar las enormes tetas de la dependienta, cuando rozo su pezón, un suspiro salió de la boca de está, se mordió el labio y llevando su mano a la nuca de Silvia la atrajo hacia sí. Ya no podía más y juntando sus labios y abriendo ligeramente su boca, dejó que sus lenguas empezasen un lento baile que fue subiendo en intensidad, a la vez que las manos empezaban a acariciar los cuerpos.

  • ¡Ahora, quíteselo! – fue la nueva orden.

Silvia miró fijamente a los ojos vidriosos de Ana y deslizó los tirantes por los hombros de ella dejando que el vestido cayera a sus pies, sorteando sus preciosos pechos. Ambas observaban a Pablo que se limitó a sonreír, con una erección considerable. Entonces, ellas, sin necesidad de ninguna orden, completamente desnudas, empezaron a recorrer sus respectivos cuerpos con extremada lentitud. Los jadeos eran constantes y las manos volaban de los pechos al sexo y de este al culo de cada una. Silvia acariciaba el pezón de la dependienta como si de una micro polla se tratase. No pudo resistir introducirlo en su boca y chuparlo ávidamente, mientras sus dedos entraban en su coñito. Nunca antes había tenido una experiencia lésbica, aunque sí lo había soñado en más de una ocasión, admitiendo que era mucho más excitante de lo imaginado.

La dependienta movía sus caderas a la vez que buscaba el clítoris ya abultado de Silvia mientras Pablo observaba atento la operación.

Las dos mujeres jadeaban y se contoneaban en un baile sexual que provocaban la máxima excitación a su único espectador, dejándole la polla completamente dura, como una roca, por lo que tuvo que volver a recolocársela bajo el pantalón.

Lentamente Silvia fue bajando por el cuerpo de la dependienta hasta llegar a su sexo, con una fina mata de pelos. Ni se creía estar haciendo eso y con tanta decisión. Olió el embriagador aroma de su sexo y luego miró hacia Pablo que le hizo una seña para que se acercasen al sofá. Silvia de la mano de la otra mujer, se encaminó junto a ella hacia Pablo, marcando el sonido de sus tacones y el meneo sensual de sus caderas. Allí plantadas frente a él, parecían dos diosas perfectas, totalmente expuestas y dispuestas.

Pablo dio dos palmadas en su rodilla y Silvia comprendiendo al instante, tumbó a la chica sobre el regazo de él y tras mirarle a los ojos, abriendo las piernas de esa bonita joven, se arrodilló entre ellas y con dulzura se entregó a lamer y chupar tan preciado manjar. No hicieron falta palabras, tan sólo con una mirada de él, había entendido perfectamente su orden sin hablar. Ahí estaba ella comiéndose un coño por primera vez en su vida a otra mujer y a pesar de la novedad, no se sintió rara ni tuvo ningún tipo de aversión o reparo. Menos con esa joven dispuesta a entregarse a las delicias de su boca. Y ese coñito rosadito y juvenil, que desprendía erotismo y lujuria.

Mientras tanto, Pablo, se desabrochó el cinturón, sacando por encima la polla totalmente tiesa. Cogió la mano de la dependienta, la llevó a rodear su polla, ella se aferró al instante mirándole antes de soltar un suspiro gracias a la boca de Silvia en sus labios mayores. La chica parecía sorprendida ante esa dureza, pues si bien no era muy larga, sí que era especialmente gruesa y no lograba abarcar con su mano, al tiempo, Pablo disfrutaba de lo que veía y sentía.

Silvia tampoco perdió la oportunidad de admirar esa polla gruesa y venosa de Pablo, siendo mecida por la pequeña mano de Ana, para luego continuar deleitándose con el manjar que era ese coño empapado de la joven dependienta el cual, lamía con fruición, al tiempo que pellizcaba sus pezones apretándolos entre sus dedos logrando que la otra se retorciera de placer abriendo su boca buscando aire, sin dejar de menear el miembro duro de ese hombre.

Pablo con su mano libre, recorría el juvenil cuerpo de la chica, dibujando sus curvas, sus enormes pechos y lamiendo uno de ellos, mordió su pezón. La lengua de Silvia debía hacer maravillas en ese coño apretado, al tiempo que introducía un dedo como si le follara con él notando los temblores en el cuerpo de Ana que se dejaba llevar al máximo placer. No dejó de acariciar esa polla gorda y disfrutar al mismo tiempo de unos labios increíbles comiéndole con pasión su coñito. Hasta que la chica no pudo más y entre la lengua y los dedos que recorrían su cuerpo, se dejó ir en un intenso orgasmo. Momento que él recogió en su boca, bajando su cara para besarla, mezclando la saliva con los intensos gemidos que salían por su garganta.

Ana, una vez repuesta y agradecida se puso de rodillas delante de Silvia que tanto placer le había dado y procedió a devolverle el placer recibido.

Pero Pablo dio su siguiente orden:

  • Silvia, cómemela mientras Ana te chupa por detrás.

Obediente, Silvia se arrodilló delante de él, poniendo su culo en pompa. Ni se creía que su jefe le diera esa orden, convirtiéndola en esa gran oportunidad, tan deseada por ella. Pues hasta entonces no había tenido la oportunidad ni tan siquiera, casi de tocarle. Agarró esa tiesa polla por la base, comprobando como hiciera Ana anteriormente que no podía abarcar con su mano.

  • ¡Qué gorda! – dijo al tiempo que daba una lamida al glande.

Pablo acarició su cabeza y ella entendió que esa era una nueva orden para tragarla y así lo hizo, notando como ese grosor abría su boca por entero, sin creerse que algo tan gordo tan duro penetrase hasta su garganta. Al mismo tiempo, Ana le chupaba el culo y el coño por detrás con total dedicación. Para ella era una sensación extraña, totalmente novedosa, empezar a chupar esa polla gorda, mientras recibía un intenso placer con una lengua y unos labios en su retaguardia.

El calor de la boca de Silvia y la suavidad de sus labios hicieron que incluso esa polla adquiriese una tremenda forma y a duras penas podía acogerla en su boca sin marcarle los dientes, casi incapaz de metérsela por entero. Mientras tanto, la dependienta estaba haciendo un buen trabajo, pues Silvia cada vez introducía más trozo de polla en su boca. Mezclando gemidos con el sonido gutural de irla tragando cada vez más.

Silvia se esmeraba lamiendo y chupando ese glande duro y brillante, volviendo loco a Pablo y disfrutando de verle tan excitado. Su entrega era total, subiendo muy lento por su tallo hasta llegar a la punta y ahí se entretenía en subir y bajar sobre la polla, incluso en meterse alternadamente sus huevos y volver al ataque tragando ese grueso miembro.

Las manos de Pablo sujetaban su nuca y firmemente apretaba más la cabeza de ella contra él, para sentir su polla en lo más hondo de la garganta de la mujer. Tanto ímpetu le llevó a soltar un buen chorro que salió de su polla produciendo una arcada que a su vez hizo que Silvia se corriese abundantemente gracias a la boca de la dependienta, tragando también todos sus líquidos. Tres chorros más de esa polla se deslizaron por la garganta de Silvia que tragó irremediablemente, mientras la dependienta no paraba de chupar ese bonito y depilado coño por detrás.

Lentamente Pablo sacó su polla de la boca de Silvia que le miraba extasiada, con su rímel corrido y los ojos inyectados en un brillo especial.

  • Gracias. – dijo ella, celebrando haber disfrutado de una de las mejores experiencias de su vida.

Pablo le indicó que volviera a ponerse el vestido rojo, sin nada debajo por supuesto y tras despedirse de Ana y dejar pagada la cuantiosa factura con su “tarjeta Platino” se dirigieron a la salida de ese piso.

  • Vuelvan cuando quieran – dijo Ana sonriendo desde la puerta – Estaré aquí para atenderles en todo lo que necesiten.

Pablo puso su brazo y Silvia se aferró a él, metiéndose en el ascensor y pronto llegaron a la calle, agarrados por el brazo mientras Silvia marcaba el paso con esas sandalias de tacón, deslumbrando con su nuevo vestido rojo, estaba radiante y eufórica por fuera. Todas las miradas, principalmente masculinas, iban dirigidas a ese cuerpo embutido en ese vestido tan espectacular.

  • ¿Lo he hecho bien? – le preguntó Silvia a él.
  • Pues sí. Francamente bien. ¿Qué conclusión podemos sacar de esta experiencia, mi querida Silvia?
  • Ha sido increíble, nunca había estado en un piso de muestrario tan exclusivo.
  • Bueno y eso que no has visto que pueden hacer lo que quieras a medida. – respondió él – pero me refiero qué sacas a nivel sexual, que es lo que te dice tu cuerpo.
  • Pues no sé, un morbo increíble en todo momento que puede hacer que todo pueda explotar. Creo que el hecho de saberme desnuda bajo la ropa excitó a la dependienta. Si unimos que usted le ofreció comprarle el vestido que deseaba si se lo probaba desnuda, también influyó en su decisión. Parece que el interés era mucho y eso la llevó a prescindir de sus prejuicios.
  • Exacto eso y ver tus preciosos pechos y tocarlos, eso le puso a mil. Noté como su piel se ponía de gallina y como su cuerpo temblaba. El saber que podía conseguir el vestido de sus sueños hizo desaparecer todos sus prejuicios y miedos.
  • Si.
  • Pero bueno, no solo estamos hablando de la dependienta, Silvia, ella se llevó su recompensa. Quiero saber qué sintió usted.
  • No sabría cómo describirlo, don Pablo. Le vi disfrutando al tiempo que lo hacía yo.
  • De eso se trata, por cierto, tu boca ha sido mágica y hemos entablado una conexión que pocas veces se produce.
  • ¿En serio, don Pablo? – dijo ella entusiasmada.
  • Absolutamente. Silvia creo que tienes un potencial increíble, muchísimo mayor de lo que yo podría esperar.
  • Estoy emocionada.
  • Yo también. Creo que ese vínculo nos permite que ahora podemos tutearnos, así será más cómodo, pero hasta que yo te lo ordene de nuevo. ¿De acuerdo?
  • Claro, gracias otra vez, Pablo.

 

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