Mi novio le dio otro empujón y este salió despedido hacia atrás, los otros dos chicos se abalanzaron sobre mi novio, yo me interpuse entre ellos para evitar la pelea y rápidamente llegó un guarda de seguridad, que tras contarle lo ocurrido, nos indicó que nos marchásemos mientras él retenía a los tres gamberros.
Después de correrse en el culo de Lidia, se marchó a su despacho a hacer más trapicheos de los suyos. Lidia se reincorporó y fue corriendo a recuperar la cinta de vídeo, la guardó en su bolso y se fue. Estaba temerosa de encontrarme en casa y no saber que decir. Cuando llegó me miró y yo la salude como si nada hubiera pasado. Yo pensé que ella no sabía nada y ella prefería que fuera así.
Era una sensación única el ver mi pija atrapada firmemente entre esos dos montículos de carne coronados por dos pezones que en ese momento me parecieron más erectos y puntiagudos que nunca; el ver como mi glande aparecía y desaparecía salvajemente de entre esas moles, momentos los primeros donde de tanto en tanto recibía uno que otro lengüetazo por parte de Sandra. Mis manos entre tanto se hallaban o proporcionándole placer a su ya prominente clítoris o, igual que antes, enfrascados en el intento de introducir aunque más no sea un dedo en el único orificio que restaba explorar.
El marido pone un anuncio en internet buscando voluntarios para cepillarse a su esposa, tendiéndola una trampa, de todos los que contestan elige a un negrazo jamaicano y le concierta una cita a ciegas a su mujer.
Janelo, que aquella mañana aún no había satisfecho sus deseos, al ver a Peronela reclinada sobre la tinaja, y moviendo su cuerpo para indicarle al marido los sitios, se acercó por detrás y le subió la falda hasta la cintura, dejando al descubierto sus juveniles muslos y su hermoso culo, y como los caballos salvajes asaltan en las anchas llanuras a las yeguas, le ensartó a Peronela un puyazo trasero, con entradas y salidas repetidas, hasta que satisfizo por completo sus deseos.
Directamente nos dirigimos a una habitación, yo todavía estaba algo amodorrada por el cercano despertar del sueño y el alcohol, de lo contrario me hubiera preguntado a mí misma que hacía con un hombre casado, de unos 50 años, en una habitación desconocida, en una casa desconocida, dejando que me tumbara en la cama, que me quitara los zapatos y que se pusiera a darme un masaje en los pies.
Me incline y ahora si me ofreció su boca que bese con avidez. Puse mi mano en su entrepierna que estaba caliente y mojada. Le restregué mi mano sobre sus calzones y ella abría las piernas, me besaba introduciéndome su lengua que me absorbía, pero de reojo yo veía mi propio espectáculo: sus piernotas abiertas ya sin zapatos y la falda hasta la cintura.
Diana se puso boca arriba y Jorge le lamió la concha hasta hacerla acabar como una yegua. La lengua de Jorge se metía entre sus labios vaginales, le mamaban su clítoris, y los jugos afloraban como agua de manantial. Los gemidos y gritos de placer llenaban la habitación, al tiempo que Jorge se tomaba sus jugos.
Los veinte años de diferencia entre ambas pesaban demasiado, mi madre una mujer muy reservada, jamás hablaba de sexo conmigo, usaba prendas íntimas grandes y siempre andaba muy bien vestida, es más, no recuerdo haberla visto jamás con vestimenta sexy, o provocativa, o haberla sorprendido en algo turbio, creo que mi padre al igual que yo solo la veíamos como una buena madre, buena esposa, pero jamás como mujer.