Tánger había sido en otra época una ciudad de diversión para intelectuales y ricos europeos y americanos, pero poco quedaba de todo eso. Tras el trabajo me dedicaba a pasear por el Bulevar, la calle principal de Tánger.
Un desayuno muy bien aprovechado.
Me había quitado la falda frente al amigo de mi novio, afortunadamente el carro tenía los vidrios polarizados en color espejo, así que nadie podía vernos desde fuera.
Adriana estaba hecha toda una señorita, tenía 19 años en ese entonces, era muy linda, de cara redondita, piel blanca, cabello castaño claro y ojos verdes como los de su madre, era de aproximadamente 1.60 mts de estatura y algo rellenita.
La cuñada de Pedro es tremenda, está para mojar pan, es vital, le gusta la fiesta y se comenta que en la cama es una fiera, se llama Loli, todo lo contrario que la mujer de Pedro: Lucy, no parecen hermanas, siempre ocupada en la casa y su trabajo y sus preocupaciones y en la cama duerme.
Una tarde de domingo se desarrolla de manera sorprendente para nuestro protagonista.
Otra excitante aventura le esperaba en el colectivo. El morbo de la gente alrededor les ponía como locos.
Así que me gustaría que estuvieras cómoda, tumbada o recostada en una sillón o en una cama, un lugar donde puedas sentir cada una de mis palabras y de mis frases, un lugar donde gozar.
Tras seis semanas sin relaciones sexuales, con su marido esperando por tratamiento médico para concebir el bebé, allí se encontraba ella el día señalado, en un hotel con otro hombre, excitada, sin oponer resistencia a sus filtreos sexuales.
La relación con mi ginecólogo siempre había sido un poco especial, pues desde el principio me había dado cuenta que le gustaba y atraía como mujer, si bien nunca me había insinuado nada al respecto, pero eso es algo que las mujeres notamos enseguida en los hombres.
Haciendo uso de sus encantos naturales y de sus medidas que impresionaban a todos en la oficina, se convirtió aquel día en una auténtica perrita muy excitada con sus compañeros.
Se encontraron al salir de la farmacia, hacía frío y llovía, ella no llevaba paraguas y le pidió que la acompañara a su casa con el suyo. Al llegar, estaba húmeda por la lluvia y por el contacto con el cuerpo viril de él.
No sabéis, o quizá sí, lo difícil que es quitarse unos pantalones en esas circunstancias, así que opte por no quitármelos y con mi polla totalmente tiesa me aproxime a ella buscando la calidez de su interior.
Lo más atrayente de él era, como ya he dicho, el magnetismo sexual que se desprendía de todo su cuerpo. Fue tan grande el impacto sexual que me produjo que sentí como mi vagina se humedecía y contraía, como preparándose para una penetración que ella, antes que yo, deseaba.
Estuve largo rato chupando sus pezones y mientras lo hacía metí mi mano entre sus piernas acariciando su coño de arriba a bajo lo cual agradecía soltando más jugos, quité del todo su vestido y bajé sus bragas, quería tenerla completamente desnuda
Mariana no quiso decir más. No hacía falta. Ya, de sólo de pensarlo tenía una buena erección y unas ganas inmensas de masturbarme. Pero prefería guardar mi leche para la fiesta que imaginaba me esperaba mañana.
Se abrió de piernas e indicándome que fuera hacia a ella para que le metiera mi verga por su coño, empecé lentamente, muy lentamente para ir poco a poco subiendo el ritmo.
Un e-mail la dejó tan cachonda, que aquella misma noche, en casa con un amigo aceptó cosas, antes prohibidas para ella.
No pude más, mi semen saltó, caliente, espeso, con olor a hormonas sobre su rostro, su pelo, su cuello y sus tetas y sobre los mismos jadeos, usamos nuestras manos y nuestras bocas para compartir la leche de esta relación clandestina y sexual que aún perdura.
Nos besamos desnudos en el archivo. Ya no tenía miedo que nos encontraran desnudos en pleno coito pues estaba con mi amor y sabía que él me protegería.